Un viernes la Señorita R me llamó por si quería acompañarla a comer con sus padres el sábado.
Llegado el sábado pasó a recogerme y fuimos casa de sus padres. Nos reunimos la Señorita R, su hermana, sus padres y yo. Acudimos a media mañana para preparar la comida entre todos.
Ese día la Señorita R y yo preparábamos unos aperitivos, mientras que su hermana y su madre habían salido a comprar algo de carne. Su padre, mientras, preparaba la mesa en el jardín.
La Señorita R movía el culo de un lado a otro mientras cortaba rebanadas de pan. Llevaba un vestido de una pieza que se ceñía a su cuerpo y permitía adivinar todas sus formas. El caso es que ese vaivén estaba calentándome un poco, y mi miembro comenzaba a despertar. Me arrimé a ella y pegué mi paquete a su culo. Ella no dejaba de moverse a un lado y otro, y ahora también arriba y abajo. Estando de espaldas a mí, agarré sus pechos con ambas manos y comencé a pellizcar sus pezones. Estábamos comenzando a excitarnos de verdad, sobre todo porque la ventana de la cocina daba al jardín, y podíamos ver a su padre colocando los platos. Si este se daba la vuelta podría vernos en plena faena.
En un momento, la Señorita R se dio la vuelta y bajó mi cremallera. Se agacho, sacó mi miembro ya erecto y se la metió en la boca. Empezó a mover la cabeza de adelante a atrás como una salvaje. La saliva resbalaba por su cara.
Subió un poco su vestido, apartó su tanga y empezó a jugar con sus dedos en su sexo chorreante de flujos.
Comenzó a meter y sacar los dedos fuertemente. El ruido de chapoteo indicaba lo mojada que estaba. De vez en cuando sacaba los dedos de su sexo y los metía en mi boca, para que saboreara su delicioso néctar.
Con la mano libre pajeaba mi miembro y de vez en cuando agarraba mis huevos, presionando con ligereza.
En pocos minutos ella se corrió con mi “espada” en su boca.
Saco sus dedos de dentro de ella y los volvió a poner en mi boca, yo los lamía, chupaba… mientras yo miraba a su padre colocando la mesa. No podía gemir por si acaso nos escuchaba, así que ella siguió con su balanceo.
Era tal el morbo que me estaba dando que no tardé en correrme en su boca, sin avisar, no pareció pillarla de susto, porque se tragó todo, sin dejar ni una gota, limpiándola bien.
Se levantó y se recompuso un poco el vestido mientras yo hacía lo mismo con el pantalón.
Al poco llegaron su madre y su hermana con la carne. A los 20 minutos ya estábamos todos en el jardín comenzando la comida. La Señorita R y yo con una sonrisa de oreja a oreja.
Con esa complicidad que tienen las sonrisas de amantes y esa mirada picara por lo que había pasado. Me percaté que unas gotas de semen aun mojaban su vestido. Yo ya no podía más, y para evitar males mayores, le dije que se había salpicado con un poquito de nata en el vestido al hacer los aperitivos. Así que se levantó y fue a limpiárselo.
Estábamos colocados de tal manera que sus padres y su hermana quedaban de espaldas a la ventana que había en la cocina y yo de frente, de manera que veía como la Señorita R se pasaba el paño de cocina por su vestido. Ella se percató de la situación y sacó uno de sus pechos para que los viera y empezó a acariciárselos. Yo no quería mirar directamente para que no se diera cuenta su familia, pero ya cuando empezó a jugar con la lengua con uno de sus pezones, sabiendo que me encanta ver esa imagen, tuve que retirar la mirada porque estaba poniéndome malo.
Su hermana se dio cuenta de que algo sucedía y me preguntó: Qué te pasa, estás poniéndote muy rojo. Sera porque me ha dado mucho el sol en la terraza, le contesté.
Ya vino la Señora R y acabamos de comer tranquilamente.
Ya no había peligro. Recogimos la mesa. En la cocina, mientras metía los platos en el lavavajillas, se me acercó su hermana y me susurró al oído:
-El próximo día tenéis que preparar más aperitivos de esos que parece que a mi hermana le gusta mucho “tu” nata.
Yo me quedé a cuadros, y volviendo a mi oído me dijo que entre su hermana y ella había un vínculo y que con solo verse ya sabía que había pasado. Sonriendo, acabo de meter los platos en el lavavajillas.
Así nos despedimos de su familia y nos fuimos, no sin antes su hermana giñarme un ojo.
Espero que este corto relato os haya gustado, solo decir que la Señorita R es única y espero verla de nuevo pronto.