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Exorcizando la infidelidad
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Esa era una noche que debía ser especial, muy especial. Era la noche que festejaríamos los 20 años de casados con Luis. Mi primer y único amor. Mi primer y único hombre. El hombre en quien confiaba ciegamente. Al que nunca ni en pensamientos engañé.

Sin embargo era la noche más triste de mi vida. Estaba sola, sentada en la mesa de la cocina de mi casa leyendo una y mil veces la nota que dejó cuando se fue el día anterior, diciendo que me dejaba por otra. La releía y no lo podía creer. Semejante traición, ni siquiera tuvo el valor para decírmelo en la cara.

Los dos trabajábamos, el arquitecto, yo doctora. Ambos ganábamos muy pero muy bien. Teníamos un estándar de vida alto: dos autos importados, casa con pileta en el mejor barrio de la ciudad, viajes al exterior todos los años. Y en la intimidad, todo parecía ir bien, buen sexo tres o cuatro veces por semana, nos buscábamos de igual forma uno al otro.

De pronto sola. Con 40 años, un muy buen cuerpo, moldeado de tanto gimnasio y comida sana. Un cuerpo que todos los hombres miraban cuando pasaba. Sola.

Una buena amiga llegó a casa porque yo no contestaba el teléfono. Abrí y entró. Nos sentamos a charlar y le conté todo. Ella no lo podía creer. Nos conocía desde adolescentes. Tina se había separado años atrás en circunstancias parecidas. En su caso el marido la dejó por la secretaria, 20 años menor que él y ella.

“Perla, si nos quedamos acá nos vamos a terminar pegándonos un tiro con un revolver de juguete. Salgamos y veamos que trae la noche.”

Yo no quería, pero insistió tanto que salimos. Me arreglé bien, con un vestido bastante escotado, que con un tajo en la falda que llegaba casi hasta la ingle. Tacos altos y un buen maquillaje para tapar las ojeras.

Fuimos a lo de Tina y ella también se arregló con todo. Era una mujer hermosa, con un par de años menos que yo.

Primero fuimos a un restaurant, cenamos y como nos habíamos juramentado, no hablamos de nuestros problemas maritales. Cuando estábamos por abonar la cuenta, el mozo se acercó con dos copas de champagne que no habíamos pedido y una tarjeta.

“Veo que sos una hermosa mujer, tan linda como la adolescente que nunca me dejó darle un beso.” Sin firma.

No necesitaba firma. El que mandaba las copas era Sergio, un pretendiente mío de la secundaria, al que nunca le permití siquiera un beso. Miré alrededor y vi a dos hombres solos en una mesa y uno levantó su copa de champagne saludando.

Una seña mía bastó para que se acerque. Más de veinte años sin verlo. Vestía un traje impecable, sus zapatos encandilaban con el brillo. Bronceado y con un muy buen porte, impecable físico.

“Hola Perla, realmente, un placer encontrarte. Y sobre todo, tan hermosa como cuando estudiábamos en la prepa.”

“Hola Sergio, en serio, que alegría verte, te presento a Tina, una buena amiga.”

“Sra. un placer conocerla. Espero no interrumpir.”

“Sergio, soy ex señora, así que por favor, decime Tina y tutéame.”

“Gracias. Supe por amigos en común que te casaste y sos una excelente médica. Cuanto me alegro siempre fuiste brillante, y bella.”

“En realidad, también soy ex, podríamos decir que somos ex festejando la libertad nuevamente.”

“Increíble que dos mujeres tan hermosas estén solas, cenando digo.”

“Cuidado Perla, porque tu amigo tiene una lengua filosa y me parece que intenciones non santas.” Dijo riendo Tina.

“Eso seguro, pero quizás sea tan buen chico como en la prepa. ¿Querés llamar a tu amigo así no lo dejas solo mientras me contás un poco de tu vida?” Dije.

“Con todo gusto, voy a buscarlo.” Dijo Sergio.

Cuando el amigo se paró las dos nos miramos, era igual de elegante que Sergio, aunque con un poco de abdomen.

“Tina, ¿qué opinas?” Dije.

“Sinceramente, al amigo le doy tranquila. Me gusta aunque sea para la cama.” Dijo y la miré sorprendida. Y ella me guiño el ojo sonriendo.

Sergio nos presentó a su amigo, Paul, un banquero socio de Sergio, soltero y de 45 años. Tan educado y seductor como Sergio. Este me contó que estuvo casado hasta hace dos años, y que la mujer lo dejó porque él trabajaba mucho. Paul en cambio nunca se había casado pero reconoció dos o tres parejas de no mucha duración. Tomamos otra copa de champagne y Tina me pidió que la acompañe a la toilette.

“Perla, si estos no mueven cuando volvemos, vamos a otro lugar. Paul me gusta, pero no sé si avanzaran.”

“Tina, no te reconozco.”

“Amiga, aprende que ahora, es placer o pareja. Tenés 40 años, ¿para cuando vas a dejar el placer de lado? Dijo seria.

Volvimos a la mesa y fue Sergio el que tomó la palabra.

“Si las damas están de acuerdo, nos gustaría invitarlas a otro lugar para tomar un café o un trago.”

Aceptamos gustosas y subimos al auto de ellos, un tremendo Mercedes Benz, ya que nosotras como íbamos a tomar fuimos en un Uber. Tina adelante con Paul y yo con Sergio sentados atrás. Sergio no perdía oportunidad de mirar mis piernas gracias al tajo de mi pollera. En otra oportunidad, lo pesqué mirando mi escote. Le hice una seña y acercó su cabeza a la mía.

“Creo que hay un problema con tus ojos, van para dos lados casi constantemente, si querés te recomiendo un oculista amigo para que te los vea.”

Él se sonrió y me guiño un ojo cómplice.

Llegamos al otro lugar, y había mucha gente. Igual entramos y nos sentamos en una mesa. Sergio y yo estábamos enfrentados perfectamente con Paul y Tina. Charlábamos los cuatro por momentos y en otros entre cada pareja.

En un momento dado, vi como Tina apretaba la pierna de Paul, que entonces la abrazó y comenzó a hablar en su oído. Tina se reía y en algunos momentos cruzaba miradas de fuego con Paul. Sergio en cambio, me contaba de sus proyectos, y no atinaba a abrazarme ni tocarme.

En un momento, pusieron temas lentos y aprovechando una pequeña pista Sergio me sacó a bailar. De inmediato una mano en mi cintura y otra en la mitad de mi espalda, sin apretar, pero marcando un límite para que no tire hacia atrás mi cuerpo. Cada vez me atraía más hacia él, hasta que yo saque las manos de su pecho y le rodee el cuello.

“Estas más hermosa y sensual que cuando tenías 17. Sos una tremenda mujer.” Me dijo. Su alago me estremeció, hacía mucho que no recibía palabras tan lindas. No tardó mucho en besarme suavemente el lóbulo de la oreja.

“Sergio, vas por el camino equivocado.” Le dije seria. Él se separó un poco y me miró serio. Como mis manos rodeaban su cuello lo atraje hacia mí y le dije al oído: “Es el otro lóbulo el más sensible.”

“Seguís siendo jodida, como cuando eras una pendeja. Me hiciste cagar todo.” Y yo le bese el lóbulo a él.

“Y vos tan lindo y dulce.” Le dije entendiendo lo que Tina me había dicho.

Cambiaron la música y volvimos a la mesa. Paul la besaba a Tina, que respondía con ganas.

“Perdón, molestamos.” Dijo Sergio.

“Sergio, pensé que eras más canchero.” Dijo Tina provocando la risa de los cuatro.

Tomamos otra botella de champagne y como no cambiaba la música les hice una propuesta.

“Les parece que la sigamos en casa, tengo un buen equipo de música, buenos cds, y quizás algún champagne frio. Si no, Whisky, Gin, Vodka seguro que hay. Hasta Tequila.”

Sin dudar aceptaron. En el auto, Sergio me abrazó y me atrajo hasta apoyar mi cabeza en su hombro. Cuando llegamos, Tina ponía música, yo buscaba whisky y Paul y Sergio corrían la mesa ratona para hacer una pista. Obviamente pocas luces. Nos sentamos y Sergio me dijo al oído: ¿Chispa (mi apodo de la prepa) te puedo dar un beso?

“No.” Le dije y yo lo bese con muchas ganas, pasión y ya un poco de excitación.

Él sorprendido me respondió abrazándome con fuerza, mientras Paul y Tina bailaban.

Un par de whisky’s después, yo estaba totalmente desinhibida. Mientras bailábamos, empezó a sonar, el tema Puedes dejarte el sombrero puesto. Fue mi perdición, lo empujé a Sergio haciendo que se siente y me puse a imitar la coreografía. Los tres me miraban y aplaudían. Cuando terminó me acerque al oído de Sergio y le dije:

“Es ahora o nunca, seguime”

Sergio se paró y tomándome de la mano me seguía cuando Tina gritó:

“Per, ¿cuál usamos?”

“El que quieran, están todos listos.” Dije.

“Otra cosa, me dice Paul, que hace unas tostadas francesas espectaculares.”

“Que haga el desayuno entonces.” Y apuré el paso para llegar a mi dormitorio.

Entramos cerré la puerta y con un solo movimiento baje el cierre del vestido y me lo saque. Lo tiré a Sergio en la cama que solo había atinado a desabrocharse el cinturón. Me senté sobre su miembro y fui desabotonando la camisa. Se la saqué y luego los pantalones y el bóxer. Quitarme el corpiño le costó un poco por lo que aproveche para quitarme el culote que llevaba.

Nos empezamos a besar con todo, mi mano bajó a su pija que ya se estaba poniendo dura. Estaba loca, lo besaba y masturbaba con furia, cuando estuvo bien dura, me subí a él y la metí de golpe en mi concha. Lo galopaba con furia, sacándome toda la mala energía que tenía encima y al mismo tiempo gozando como una mujer muy caliente.

Mis manos acariciaban su pecho y en cada orgasmo clavaba mis uñas en él. Hice que sus manos apretaran mis pechos hasta provocarme dolor. Estuve un rato largo hasta que acabó dentro de mí. Me tiré a su lado y luego fui al baño a lavarme.

“Por favor, que mujer.” Dijo Sergio cuando volví.

“Hoy no Sergio, hoy no.” Le dije y el comprendió. “Si traes un par de whisky’s, quizás te dé una chance.” Dije. Cuando volvió nos sentamos en la cama a mirarnos y tomar el whisky.

“Tantas veces te soñé.” Dijo Sergio.

“Me soñaste solamente o además…” dije riendo.

“Bueno, uno era adolescente.” Dijo también riendo.

Terminamos el whisky y me puse a chuparle la pija. No pude menos que compararla con la de mi ex, y esta era bastante más larga y gorda. Cuando estuvo a punto, él me puso boca arriba y me comenzó a chupar la concha, y que bien que lo hacía. No tardó en comenzar con mis orgasmos en seguidilla. Me chupaba y apretaba mi culo. Su lengua me penetraba generosamente, dando placer continúo. Levanté mis piernas y el entendió y me fue penetrando de a poco hasta meterla toda, entraba y salía con ritmo. Yo lo seguía con mis caderas. Mis orgasmos lo excitaban, yo acariciaba su espalda y besaba y chupaba sus pechos. Cuando estaba cerca del final, le hice una seña y se salió. Me puse frente a él y lo miré a los ojos.

“Te voy a regalar algo que nunca fue usado por nadie, pero por favor, se gentil.” Dije.

Me puse en cuatro delante de él y mojé un dedo en mi concha, para meterlo de a poco en mi culo virgen. Cuando metí el segundo el dolor fue mayor. Ahí dudé de mi decisión, pero decidí seguir. Él seguramente lo notó porque sacó mis dedos y los reemplazó con su lengua que comenzó a penetrarme dándome un placer desconocido, juntaba saliva y la metía en mi culo.

De pronto sentí que su pija se apoyaba y comenzaba a empujar. Mis quejidos aumentaban a medida que iba entrando milímetro a milímetro. En un momento él se detuvo sin que la cabeza de su pija aún hubiera entrado.

“Seguí” le dije en tono imperativo.

El siguió penetrándome, la cabeza entro y otro quejido fuerte lo detuvo. Voltee mi cabeza por sobre mi hombro y le dije:

“Metela cagón.”

Sergio me tomó de la cintura con sus dos manos y empujó sin pausa hasta que entró toda. Yo mordía la almohada de dolor, de a poco fue sacándola y volviéndola a meter, y yo a aprender como eran de lindos los orgasmos anales. Sus envestidas se hicieron cada vez más fuertes, casi tanto como mis orgasmos. Cuando sentí que se estaba por venir, se frenó y bruscamente salió de mi culo, me puso boca arriba y me penetró la concha, para acabar dentro mío y besándome con todo en la boca. Literalmente me la partió.

Se quedó varios minutos sobre mí, me besó nuevamente en la boca y se acostó a mi lado. Yo apagué la luz y me volví a acostar.

Sergio con alguna duda, pasó su brazo bajo mi cuello y me atrajo hacia él. Nos quedamos un rato largo en silencio.

Yo solo pensaba en el placer que había sentido en los dos polvos, me excitaba sentirme deseada al punto que baje a su pija y le di una mamada de gloria, hasta hacerlo acabar en mi boca, tragándome toda su leche. Fui al baño y cuando me acosté el me beso tiernamente y al rato nos dormimos. Cuando despertamos, nos duchamos y fuimos a la cocina donde Paul empezaba a preparar sus tostadas francesas.

Tina me miró y las dos sonreímos cómplices. Desayunamos sin decir una palabra sobre lo ocurrido a la noche. Pero las caras de felicidad de los cuatro lo decía todo.

Cuando se iban con Paul, Sergio intentó decirme algo. No lo dejé:

“Sergio, hasta aquí llegó. Tengo una vida que reconstruir. Sin presiones.” Y le di un besito en la boca.

Entramos a la casa con Tina y nos sentamos a tomar otro café. Ella me contaba lo genial que era Paul, no solo en la cama, que no habían dormido charlando y haciendo el amor, que él quería seguir viéndola y hasta la había invitado a hacer un viaje a las Bahamas.

Yo le conté como había gozado y como Sergio me había hecho gozar. Luego de una hora de charla sonó el timbre. Un muchacho me traía un enorme ramo de rosas rojas, y una tarjeta que decía, “Tan intensas como mis sentimientos.”

Se las mostré a Tina y a las dos se nos cayó una lagrima. A los diez minutos otra vez timbre y el mismo muchacho, ahora con otro ramo igual de grande pero de rosas blancas y la tarjeta que decía: “Tan puras como mi amor.”

Tina estaba enloquecida. “Mujer, ese hombre está loco por vos. Despertate.”

Otros diez minutos y de vuelta el timbre, pensando en que flores serían abrí la puerta. Esta vez era Sergio, que luego de darme un hermoso beso, me dijo: “Es ahora, nunca ya pasó. Seguime” y entró, cerró la puerta y fuimos hacia mi dormitorio.

Tina llegó a decir, “Nos vemos.” Apenas cuando entrabamos al dormitorio. Hicimos el amor en forma desenfrenada durante todo el día.

Tres meses después yo estaba viviendo en su piso, haciendo planes para la boda, ya que hicimos un divorcio express por abandono de hogar.

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