Cuando tenía unos 20 años, trabajaba junto a mis amigas en una tienda de ropa deportiva.
Me gustaba mucho ese trabajo, era un lugar donde estaba con mis amigas, mi sueldo era lo suficiente bueno como para permitirme darme algunos gustos, conocía mucha gente todos los días y entre esas personas, un cliente en particular, un hombre de unos 50 años, nos ofrecía a las tres trabajo en su bar de Brasil, en Ferrugem a unos 80 km de Florianópolis.
No tomábamos muy en serio la propuesta, nos divertía, pero no la creíamos cierta.
En el 2001 Argentina sufrió una de sus tantas crisis económicas, y nos llegó la carta de despido a las tres. Sin advertencia.
El local cerró, quebrado económicamente ya no podía seguir con sus puertas abiertas.
Nos ofrecieron un dinero como indemnización, pero era escaso y la inestabilidad del país nos hizo recordar la propuesta de aquel cliente.
Él tenía nuestros números telefónicos y nosotras el suyo ya que habíamos trabajado en una temporada de verano como promotoras de un negocio de su propiedad hacía ya un tiempo atrás.
Realizadas las llamadas correspondientes nos encontramos los cuatro en un bar.
El empresario y nosotras tres jóvenes desempleadas.
La propuesta laboral seguía en pie y consistía en trabajar como encargadas del bar. La experiencia nos emocionaba muchísimo.
Vivir en otro país, trabajar en algo nuevo, conocer otra realidad, otra cultura.
Era una oportunidad increíble para nosotras.
Estábamos felices, excitadas, ansiosas.
Dos meses después de aceptar el nuevo trabajo, viajamos a Brasil.
Era nuestra primera vez en aquel país, no hablábamos su idioma, no conocíamos nada de su cultura, solo sabíamos de los carnavales y de morochos hermosos.
La gente de Ferrugem nos recibió muy bien, muy amables y divertidos, siempre con una sonrisa.
El bar estaba muy venido a menos, le faltaba buena energía, clientes y ventas, además de pintura, limpieza y orden.
Con nuestra llegada comenzó la renovación.
Comenzamos con la música. Mientras reacondicionábamos el lugar escuchábamos rock argentino a un volumen lo suficientemente alto como para llamar la atención de los que por allí pasaban.
Eso hizo que varios muchachos del lugar se acercaran a conocernos.
El bar estaba ubicado sobre la playa, tenía sus puertas cerradas aun, cuando un grupo de cinco morenos hermosos cruzan la entrada al grito de ¡BELLEZAS!! Mientras dejaban sus tablas de surf en la entrada.
Yo estaba en la cocina, mis amigas decoraban el salón con flores y hojas de palmeras.
La presencia de esos surfistas brasileños nos sorprendió, ya que el bar aún no estaba abierto al público aunque la música a un volumen alto dijera lo contrario.
Un morocho me descubrió mirándolo mientras mordía mis labios y antes de retirarse me regaló una de las flores de la decoración con un beso en mi mano, respondí con una sonrisa. Insistíamos en que el bar aún estaba cerrado al público. Que pasaran otro día.
Al día siguiente, aproximadamente a la misma hora, los muchachos surfistas nuevamente nos visitaron en el bar, pero esta vez con unas cuantas cervezas heladas en sus manos.
Sin excusas de nuestra parte aceptamos gustosas su invitación, y nos sentamos en una mesa a compartir aquella bebida fría mientras intentábamos comunicarnos en nuestro portuñol horrible.
Nos contaron que vivían en el pueblo vecino llamado Garopaba, que eran amigos desde la infancia y amigos “de olas” ya que practicaban ese deporte juntos, también nos contaron que les volvían locos las argentinas.
Nosotras entre divertidas y nerviosas tratábamos de concentrarnos en sus palabras y no mirar sus cuerpos fibrosos, bronceados, con aroma a sol, mar y arena.
Eran muy lindos, muy lindos, muy sensuales provocaban una electricidad en nosotras.
Paul, uno de ellos, apoyó su brazo sobre el respaldo de mi silla y en un momento de la conversación comencé a sentir una caricia sobre mi hombro derecho, que despertó sensaciones nuevas en mi, con su gran mano acariciando mi espalda mi cerebro dejo de pensar y mi cuerpo comenzó a sentir.
Sentía sus dedos suaves y tibios rozando mi espalda baja, hasta mi cintura, sentía su respiración en mi oído, sentía como los músculos de mi vagina se preparaban, sentía como me lubricaba, como mi corazón se aceleraba, mi respiración comenzaba a entrecortarse.
Apoye mi mano sobre su larga y musculosa pierna, y note su reacción.
Acariciando su largo cuádriceps llegó casi sin darme cuenta a su miembro, y lo tomé entre mis manos asegurándome que ese pene grande me diera la bienvenida.
Estaba muy excitado, muy caliente.
Tomó mi mano y fijó su mirada en la mía.
Los dos sabíamos lo que queríamos. Los dos estábamos con ganas, no entendíamos nuestras palabras pero si nuestros cuerpos.
Con miradas pícaras y tomándonos de la mano caminamos hasta la cocina. Saque mi minishort tirándolo al piso, junto con mi remera quedando desnuda frente a ese moreno alto, musculoso, hermoso y con pene grande.
La cocina del Bar era pequeña lo que me permitía estar sobre la mesada muy cómoda.
Paul jugaba con mis pequeños pechos, que escondía debajo de sus grandes manos, mordía mi cuello, mi boca, mis hombros como hambriento, extasiado, salvaje.
Yo solo abrí mis piernas y deje que ese pene grande, duro y viril entrara en mi.
Cruce mis piernas por su cintura y me entregué al placer.
Me cogió muy suave pero duro, jadeando en mi oído.
Metió su pene en mi boca, y me la cogió, casi abusando de mí, pero con todo el permiso que mi excitación le demostraba.
Nuevamente me coloca sobre la mesada, mete su gran pene en mi vagina, con sus manos en mi culo me sostiene en el aire mientras sus movimientos me llevaban al cielo.
Cuando por fin explotó en un orgasmo cósmico y los músculos de mi cuerpo se tensan, todos en su totalidad, un grito de placer sale de mi boca y es tapada con su lengua que jugando con la mía se encuentran en un apasionado beso.
Sus manos grandes apretaron mi culo.
Me apoyó nuevamente en la mesada y besa mi vagina succionando mi excitación y la suya, con un beso tímido, largo, suave.
Me alcanzó mi ropa del piso y salimos de la cocina tomados de la mano como habíamos entrado.
Por la noche, durante la inauguración del Bar repetimos el encuentro en la cocina, más ardiente que la anterior.
Lo nuestro con Paul fue muy pasional, era hermoso.
Una tarde caminando por la playa de Florianópolis nos confesamos nuestro amor, sabíamos que no podíamos seguir juntos porque yo debía regresar a Argentina pero aun así nos hicimos una promesa: si yo volvía a Brasil o Paul venía a Argentina nos volveríamos a encontrar.
Dos años después Paul llegó a la Argentina por trabajo y me contactó… yo estaba comprometida, pero nunca rompí una promesa.