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Ceremonia de cuernos
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Como recordarán en la primera entrega, les conté como consentí que mi esposa Ana María, se convirtiera en la mujer y amante de mis amigos y compañeros de trabajo, y a cambio, ellos me hicieron el feliz y orgulloso padre de 3 hermosos hijos, a los que amo como si los hubiera engendrado yo.

Les contaré ahora, como fue la ceremonia de inicio de mi cornamenta, hace ya 5 años, y que mis amigos idearon para que les entregara oficialmente a mi esposa, como su amante y puta, y así, adquirir mi título formal de “cornudo consentidor”.

Después de haber transcurridos las dos primeras semanas, en que mis 8 amigos, ya se habían acostado por turnos con mi esposa, como les conté en el relato anterior, me dijeron que ese fin de semana, tendríamos una fiesta sorpresa especial en mi casa, y que no me preocupara por los gastos, porque ellos asumirían todo el costo de la fiesta. Mi esposa ya estaba al tanto, porque le habían avisado, y también le regalaron la ropa que debía usar ese día. Fue así como, al caer la noche del viernes, comenzaron a llegar mis amigos, y traían muchas cervezas y botellas de licor, que fueron depositando en la mesa del bar.

En un momento, llegó un servicio de cóctel y fiesta que incluía bastante comida y cosas para degustar, la cual habían pedido a un restaurante cercano, y de inmediato las mesas del comedor y de la cocina se llenaron de bandejas. Pero el plato principal de la noche, aun no se hacía presente, y mis amigos muy impacientes y de manera insistente me preguntaban por mi esposa. Todos se habían servido tragos y estaban muy alegres conversando y bebiendo, cuando, cerca de la medianoche Ana María, comenzó a bajar por las escaleras, todos nos volteamos a mirarla, yo me quedé extasiado, nunca había visto a mi esposa tan hermosa y sensual.

Ella mide 1.60, y tiene un cuerpo muy voluptuoso que siempre atrajo las miradas de otros hombres en la calle, pero con los tacones que usaba esa noche, se veía mucho más alta aun. Traía puesta una polera roja muy escotada que apenas le tapaba los pezones y aréolas, pues no traía sujetador abajo, ella tiene casi 100 cm de busto, sus senos se cimbraban y casi se escapaban de su encierro, con cada paso y peldaño que ella bajaba, la minifalda negra de cuero que traía era tan corta, que dejaba sus blancos y torneados muslos al descubierto por completo, y cubría apenas su entrepierna, en donde se podía divisar fácilmente el triángulo negro del calzón diminuto que traía puesto.

Ella sonreía y todos los hombres se abalanzaron hasta el pie de la escalera para recibirla. Mientras miraba esa escena como ajeno y a miles de kilómetros, cruzó por mi cabeza como una película en segundos todas las imágenes desde que había conocido a esa inocente y reprimida adolescente de colegio, y ahora la veía vestida como toda una puta, que es en lo que finalmente la convertirían, mis amigos. Sentí el aguijón de los celos, en el pecho, y me pregunté, si todavía estaba a tiempo para detener todo esto, y me moví hacia el grupo que estaba al pie de la escalera con la intención de rescatar a mi esposa de los brazos de esos hombres que, ya habían comenzado a tocar y manosear todo su cuerpo, peleándose por robarle besos de esos labios que hasta hacia poco solo eran para mí.

Pero la erección que tenía dentro de mi pantalón, me detuvo, y me hizo comprender que me excitaba de sobremanera ver a mi esposa convertida en toda una puta, me aparté hacia un rincón y me senté a observar, como mi esposa reía y disfrutaba de esas toscas y rudas manos que acariciaban y tocaban cada parte de su cuerpo. A medida que era rodeada por los cuerpos fornidos de esos hombres, Ana María, reía y se veía feliz, su cara estaba roja, la conocía y sabía que el deseo se había apoderado de ella. Mi esposa, entregada a la lujuria y la pasión del momento, se dejaba acariciar y hacer de todo por esos hombres, que la veían como un trofeo sexual, que deseaban tocar y poseer.

Muy pronto, la falda de Ana María, se había subido dejando al descubierto su prominente trasero y entre sus nalgas solo se veía el hilo dental del calzón que mis amigos le habían regalado, para que usara esa noche. Rápidamente circularon los vasos y las botellas de licor se empezaron a vaciar, mi esposa era el centro de atención y juguete sexual de mis amigos, quienes la habían rodeado en semicírculo, mientras reían, bebían y besaban a mi mujer. Yo no podía dejar de mirar sentado desde un rincón de la habitación, con una mezcla de celos y excitación, que inundaba mi cerebro y no dejaba apartar mi vista de ese espectáculo, a pesar del dolor que mi pene estaba sintiendo en su encierro.

De pronto mis amigos, apartaron los muebles de la habitación, y dejaron un gran espacio al centro, entonces subieron el volumen de la música, y mi esposa comenzó a bailar, moviéndose sensualmente, y provocando a los hombres, quienes se habían apartado de ella, rodeándola. Nunca imaginé la puta que llevaba adentro mi esposa, con su rostro desencajado, por la lujuria y sus ojos brillantes, por efectos del alcohol, comenzó a desnudarse al ritmo de la música, con cada prenda que se sacaba, los hombres aullaban y la alentaban para que continuara. El calor de los tragos y el ambiente, provocaba que también los hombres se fueran quitando la ropa, finalmente todos estaban desnudos, y mi esposa bailaba y rozaba su cuerpo con el de aquellos hombres, entregada a la pasión y al deseo completamente desnuda.

Fue entonces que la levantaron y la llevaron en andas hasta un sofá muy grande que tenemos en la sala y la sentaron al borde. Los 8 hombres, se pusieron en fila con sus vergas erguidas se acercaban a mi esposa, quien abriendo la boca , las iba engullendo hasta que desaparecían adentro de su garganta, succionándolas y chupándolas hasta los huevos, maniobra que repetía varias veces y luego le tocaba el turno al siguiente, yo miraba excitado como a mi esposa, le tomaban la cabeza y se la cogían por la boca con esas estacas, de distintos grosores y tamaños; ya sin poder aguantar, desabroche mi pantalón y liberándome el pene de su encierro, comencé a masturbarme, mientras disfrutaba de ese espectáculo, que me regalaba mi esposa y que a cada minuto me gustaba más.

Pero el espectáculo recién estaba empezando. Me llamaron para que observara en primera fila, todo el show que ocurriría. Colocaron a mi esposa de perrito, y me obligaron a lamerle la vagina a mi esposa, que a esas alturas de la noche, ya manaba abundantes jugos, después de algunos minutos de estar haciéndolo, me pidieron que con una de mis manos separara las voluminosas nalgas de mi esposa, y con la otra, fuera tomando el pene de cada uno y lo introdujera en la vagina de mi mujer. El primero fue mi jefe, que pese a sus 64 años tenía, un pene no muy largo, pero bastante grueso, tal vez de unos 15 centímetros.

Lo tome en mi mano, y lo sentí muy duro y muy caliente, separe las nalgas de mi esposa, ella empino más su enorme trasero y lo puse en la entrada de la vagina de mi mujer, entonces don Jorge se lo metió todo de un solo empujón, hasta que sus enormes huevos, chocaron con las nalgas de mi mujer. Ana María, lanzó un quejido haciendo que su tronco y cabeza se inclinaran aún más sobre el sofá, él lo mantuvo algunos segundos, sin moverse, como disfrutando el momento, podía ver el fuego y deseo en sus ojos, el placer que le inundaba, al mirarme y sonreír, mientras tomaba las caderas de mi esposa y comenzaba a embestirla, suavemente al principio y acelerando el ritmo de las embestidas cada vez más.

Mi esposa, ya muy caliente, gemía y emitía sonidos de placer con cada embestida que hacía don Jorge, yo sentía en mis manos los violentos golpes que mi jefe le daba a las nalgas de mi esposa, sentí que Ana María se ahogaba en sus quejidos de placer y arqueando su cuerpo, la inundo un temblor que la estremeció completa, lanzando un inmenso gemido justo en el instante en que don Jorge le enterraba el pene hasta los huevos y descargaba toda su esperma adentro de la vagina de mi esposa. Ambos habían alcanzado la cima del orgasmo al unísono.

Yo miraba extasiado como mi mujer se retorcía de placer, sintiendo aun los espasmos del orgasmo que acababa de experimentar. Don Jorge retiro, el pene fláccido y goteando, brillaba con los jugos que lo bañaban, fue en ese instante mientras se lo contemplaba, me quedo mirando y en un tono autoritario me ordenó: -¡¡Limpialo cornudo!!…

Me quedé perplejo, al oírlo, entonces volvió a repetir la orden, con más autoridad, y sentí como varios brazos me tomaron y me empujaron con fuerza, arrojándome de bruces a los pies de mi jefe, traté de incorporarme y quede justo de rodillas con mi cara en frente de su entrepierna, viendo directamente como se balanceaba su grueso pene entre los enormes huevos, que le colgaban, tomo mi cabeza entre sus manos y me ordenó abrir la boca, sintiéndome completamente indefenso y a merced del grupo, cerré los ojos y abrí la boca, sintiendo en la lengua el sabor salado, y viscoso, de los jugos que bañaban el pene , que acababa de coger a mi esposa, y el cual comencé a lamer con desesperación para cumplir mi labor lo mas rápido posible y sentirme liberado de esa humillación, pero cuan equivocado estaba, cuando mi jefe se convenció que había dejado bien lavado su pene con mi boca, me ordeno que ahora limpiara con mi lengua la vagina de mi esposa que chorreaba, jugos por doquier.

Hundí mi cara entre sus enormes nalgas y separándolas comencé a lamer toda su vagina, tragándome todo el esperma que don Jorge había depositado dentro de ella, todo eso no duró mas allá de un minuto, y enseguida me ordenaron que otra vez separara las nalgas de mi esposa y tomando otro pene, lo dirigiera hasta la entrada de su vagina, para ser ensartada nuevamente, esta vez el pene era mucho mas grande y duro que el de mi jefe, y a medida que iba entrando y desaparecía por completo adentro de la vagina de mi esposa, Ana María lo recibía con deleite y sus quejidos de placer, indicaban cuanto lo estaba gozando, los 20 cm que la estaban cogiendo, la llevaban al cielo con cada embestida que le daban.

Yo permanecía al lado de mi esposa quien tomaba mi mano y me la apretaba, cada vez que su cuerpo se convulsionaba, cuando llegaba al clímax, lo que ocurrió dos veces en menos de 10 minutos de penetración, antes que Antonio se corriera dentro de Ana María, cosa que hizo al embestirla hasta el fondo y lanzando un rugido vació todo el contenido de sus huevos en la vagina de mi esposa, permaneció un momento quieto, y enseguida saco su enorme pene fláccido, bamboleante, y cubierto de leche blanquecina, que aún goteaba por la punta, me quedo mirando y con un gesto del brazo me indico que me arrodillara en frente, lo hice y abrí mi boca, para que él depositara su pene adentro, a pesar de no estar erecto, me costó tragarlo y limpiarlo, me ahogaba sentirlo en mi garganta, pero se lo deje completamente limpio, y después hundí mi boca nuevamente en la vagina de mi esposa para tragar y limpiar todo el néctar con el que Antonio había inundado el interior de mi esposa.

Enseguida otra verga tan grande como la anterior, pero con la punta grande como una frambuesa, se aprestaba a penetrar a mi mujer, la tome con la mano derecha y la puse en la entrada de la vagina de mi mujer, mientras con mi otra mano separaba sus enormes nalgas, para que pudiera entrar sin problemas. Ana María se estremeció, cuando hubo entrado toda en su interior, mi mujer había perdido toda compostura, y lanzando obscenidades y groserías, instaba a su corneador a que la cogiera, con mas fuerza, mientras la jalaba del cabello, cosa que a mi mujer la ponía a mil, y la hacía alcanzar los orgasmos mas intensos que yo nunca había visto en ella.

Yo tenía mi pene a punto de estallar sin habérmelo tocado siquiera, pero lo que veía me excitaba en demasía, sintiéndome transportado al cielo de placer. Nunca había visto gozar tanto a mi esposa, y mientras lo pensaba, Rafael la jalo con mas fuerza del cabello y hundió hasta el fondo su portentosa tranca, soltándole la leche que inundo y corrió por las piernas de Ana María, que en ese momento también convulsionaba su cuerpo, alcanzando su décimo orgasmo de la noche. Sin necesidad de que me lo ordenaran, me arrodille al lado del sofá, y Rafael saco su tranca que aún se convulsionaba y latía, y la metió en mi boca hasta la garganta, mi lengua apenas podía envolver ese pedazo de carne para limpiarlo, pero trague lo que mas pude y al succionar la punta , salto un chorro de leche caliente, que aun guardaba en sus huevos, el que trague con algo de placer, que hasta yo me sorprendí por esa emoción desconocida para mi, luego volteé la cara y comencé a limpiar y sorber el resto de leche que fluía desde la vagina de mi esposa, hasta limpiarla por completo, quedando preparada para el siguiente trozo de carne.

Y así se repitió con cada uno, hasta que producto del cansancio, y el alcohol, mas lo vivido, me quedé dormido y desperté acurrucado, con frío, en la madrugada, por los gemidos de mi esposa, que provenían de nuestro dormitorio, me levante y camine hasta la puerta y vi como todavía dos de mis amigos, seguían cogiéndose a mi esposa, uno estaba debajo y mi mujer sentada, estaba ensartada en el culo, mientras el otro la embestía por delante con gran violencia, y mi mujer moviéndose al ritmo de los hombres y con el pelo desordenado, entornaba los ojos en blanco y su cuerpo temblaba y se convulsionaba como poseído por una corriente invisible, que la llevaba hasta el paroxismo del placer, la hacía lanzar sonidos guturales que indicaban, que había alcanzado el orgasmo.

Mire el resto del dormitorio y alrededor de la cama y sobre ella se encontraba el resto de mis amigos, cuyos cuerpos desnudos, descansaban durmiendo profundamente producto de la noche que habían vivido. Los dos hombres también habían derramado toda su leche en ambos agujeros de mi esposa, y ahora también descansaban sobre la cama, ignorando mi presencia.

En un momento mi mujer se incorporó para ir al baño y nuestros ojos se encontraron, y contemple la belleza de su cara de satisfacción plena, de pronto lanzó una carcajada que rompió ese momento, al ver mi erección, entendí que ya la había perdido para siempre, y con una sonrisa socarrona se recostó y abrió sus piernas, como una invitación, a cumplir mi papel de cornudo sumiso, cuya labor sería de esa vez en adelante, lamer y limpiar la leche de otros machos, desde su panocha, lo que hice hundiendo mi cara en esa vagina que expelía una mezcla se sabores salados y agrios, pero que disfrute como si fuera el manjar más delicioso del mundo.

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