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Mundial Corea y Japón 2002
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Tiempo de lectura: 3 minutos

Eran las primeras horas del 2 de junio de 2002. Hacía mucho frío y volvía en mi viejo Ami 8 y no le funcionaba la calefacción. Volvía de un asado, había tomado unos tragos y me dirigía con premura hacia mi barrio a reunirme con amigos a ver el debut de la Selección Argentina en el Mundial de Corea y Japón. Había desistido de salir esa noche, aunque en algunos boliches iban a proyectar el partido. Prefería compartir la previa, el partido y el post con mis amigotes de siempre.

Me moví por trayectos alternativos para evitar los habituales lugares de controles policiales de mi ciudad. Había un movimiento típico de esos días de fútbol: poca gente en las calles, pero todos apurados por llegar a algún lugar a mirar el partido. En un cruce con semáforos dos chicas ataviadas con colores de la selección me hacen dedo. Bajo la ventanilla derecha y una dice: “Vamos al Barrio Los Andes a ver el partido. Ya no pasan los colectivos, ¡llevanos por favor!”. Amablemente acepté y subieron al auto.

La que pidió el aventón era bien pendeja (de unos 20 años), canchera y de buen lomo, se subió a mi lado. La otra, más grande de edad (25 aproximadamente) y un tanto rellenita, en el asiento trasero. La pibita hablaba mucho contando de dónde venían, dónde y con quién verían el partido, que boliches frecuentaban y más habladurías intrascendentes.

Cada tanto la miraba mostrándome interesado en la charla mientras aprovechaba de fisgonear sus curvas. La otra se mantuvo en silencio hasta que lanzó la sentencia: “yo te conozco! ¡Vos ibas con tus amigos al boliche Disco y usabas el pelo largo!”. Ahí se sumó a la conversación, asomada entre los dos asientos delanteros y dejando vislumbrar sus grandes tetas al bajar el cierre de la campera. Yo estaba próximo a los 30 años y llevaba la mitad de ellos de joda nocturna. El dato que había tirado la gordita era real: en Disco éramos habitués con mis amigos. El lugar había dejado de funcionar varios años atrás y que me conociera hizo que centrara mi atención en ella y su escote. La pendeja desapareció de la escena.

En el trayecto hasta el lugar indicado fuimos intercambiando miradas, algunos roces de ella sobre mi hombro y aproximaciones de su cara a la mía donde podía percibir su aliento a chicle de menta. Propuse comprar unas latas de cerveza al pasar por un kiosco, moción que fue aceptada. Cuando regresé al auto las chicas habían intercambiado lugares. Eso nos dio la posibilidad que los roces y apoyadas de manos fueran más frecuentes.

Cuando llegamos al lugar que resultó ser la casa de la gordita, bajamos con las cervezas y entramos a una especie de comedor que estaba lleno de pibes y algunos no tanto, dispuestos todos frente al tele mirando la previa del encuentro futbolístico. Eran sus hermanos y amigos de sus hermanos. A mí me presentaron como un compañero de trabajo, y saludé uno por uno con un apretón de manos. Percibí ciertas reservas en las miradas y actitudes de algunos. Sabía que era zona hostil donde estaba así que debía salir pronto de allí. Dejé a disposición de consumo de los presentes las latitas de cerveza y cuando terminé la mía dije que debía irme porque por cábala, vería el partido con mis amigos. La gordita entendió la situación y tiró su jugada: “¡Perdón, me habías pedido pasar al baño, me olvidé!”. Traspasamos una puerta y nos metimos en una habitación con luz tenue, donde dormía un niño pequeño. Me contó que era su hijo y el padre del niño era uno de los tipos que estaba allí en la casa, pero que ya no era su pareja. ¡Podrán entender que mi libido había desaparecido por completo!

Pero ella estaba decidida a devolver el favor de acercarlas a su casa. “No te vas a ir así”, me dijo mientras desprendía mi pantalón y sacaba con la mano mi pija gomosa que tenía una reluciente gota de líquido preseminal. “No, no te vas a ir así” dijo y arrodillándose se comió toda mi verga que iba tomando tamaño y temperatura dentro de su boca. Rápidamente se levantó la camiseta argentina y dejó al aire sus dos grandes tetas con las que me llené las manos. Mientras le magreaba esos dos melones, ella se sofocaba con mi pija que ya tenía el tamaño a pleno. Yo que estaba caliente a más no poder, no podía dejar de pensar en el bebé, en el ex y en el partido de fútbol. Para acelerar el trámite le pedí que me pajeara los huevos. Ella se puso como una fiera, chupando, bufando y masajeando mis testículos. En esas condiciones el final era inminente: estallé en varios chorros de leche en su garganta y ella aceptó el convite bebiendo y saboreando todo mi veneno, hasta la última gota.

En unos minutos más, yo estaba con mis amigos tomando cerveza, contando la anécdota y festejando un gol de Batistuta, que a la postre no serviría de nada por el estrepitoso fracaso de la selección en ese Mundial…

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