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Tiempo de lectura: 5 minutos

A mis 18 años era un chico feliz.

De pronto, con la edad me llegó un intenso deseo por la intimidad y el erotismo.

Para poder satisfacer mis deseos, estaba Vicente.

Vicente ha sido el mejor amigo que uno puede tener, nos conocemos desde pequeños, fuimos juntos desde siempre a la escuela, mi mejor amigo, mi mejor confidente, mi primer compañero en el sexo.

Pero con Vicente había un problema… su pasión por el futbol, era infinitamente mayor que la que sentía por mí.

Entrenaba por las tardes, de lunes a viernes y jugaba los fines de semana, así que los días que podíamos reunirnos y satisfacerme eran muy pocos y mi deseo intenso.

Y entonces conocí al Herrero.

Apenas hacía algunos meses habíamos comenzado el último semestre de preparatoria.

Un día, ante la puerta del salón se presentó El Herrero, quien hosco solo atinó a decir

– ¿Puedo pasar?

La Maestra Eugenia, quien estaba al frente, le saludó y lo invitó a incorporarse.

Su figura, me impresionó.

Era por lo menos 2 años mayor que todos.

Alto.

Muy fornido.

Adusto, serio, hosco.

La Maestra le pidió, por cortesía que se presentara.

Balbuceó un nombre… Florentino….Y a continuación dijo

– A mi me gusta que me digan Herrero, porque trabajo en un taller con mi papá, en una herrería.

Con el tiempo supimos, que, a El Herrero, no le gustaba que lo nombraran Florentino, de hecho había golpeado a un Maestro en otra Prepa, porque aprovechaba cada momento para nombrarlo “Flor”, hasta que no aguantó y lo enfrentó, desde luego, el Profe, se llevó una friega…

Físicamente imponía, muy robusto, un excelente cuerpo, el primer día, llevaba ropa ajustada, unos pantalones de mezclilla, muy pegados, que sólo servían para exhibir un par de piernas muy fuertes y un paquete muy, muy, muy prominente y una playera ajustada, que denotaba un pecho robusto, unos pezones muy marcados y unos bíceps que apenas podían contenerse en las mangas, no quedaba duda, era un Herrero.

En el salón, detrás de mi quedaba una butaca vacía, así que la Maestra, le pidió la ocupara.

Mientras se dirigía a su lugar, no pude apartar la vista de su bulto… Se movía… yo creo que ahí se percató El Herrero, de la impresión que me causó.

Cuando se sentó le ofrecí mi mano y lo saludé, me presenté

-Hola Herrero, mi nombre es Jorge, y soy el concejal del Grupo, bienvenido.

-Hola, me contestó adusto.

Lo que no me esperaba, era el fuerte apretón, muy fuerte, Herrero, se dio cuenta y me soltó, disculpándose.

Pronto El Herrero se adaptó a la dinámica del grupo, hasta se hizo amigo de Vicente.

Conmigo, estableció una relación muy cercana, me preguntaba constantemente acerca de las tareas y buscaba siempre que formáramos equipo, todo bajo la atenta mirada de Vicente… poco a poco, empecé a notar un interés muy fuerte de El Herrero, hacia mi persona, buscaba el contacto, tocarme, acercarse, en ocasiones ponía sus manos sobre el respaldo de mi butaca y podía sentir sus fuertes dedos presionando sobre mi espalda, yo me recargaba, la sensación era genial.

Las filas eran estrechas, así que cuando se levantaba y acudía con los maestros o fuera del salón, era inevitable rozarnos, así que de pronto se volvió costumbre, que, al pasar, como por casualidad, sintiera su verga, fuerte, firme, dura, tensa, rozar mi hombro, mi espalda…

La otra costumbre que surgió entre ambos era que buscábamos la compañía mutua en los recesos o descansos… Vicente, necio, inmediato se iba a las canchas deportivas o a galanear a las chicas y se olvidaba de mí… entonces Herrero me acompañaba, las más de las veces.

Me gusta leer, así que aprovecho cualquier momento para disfrutar… en una ocasión leía una aventura del Agente Pendergast, sentado en el piso recargado en una pared, en un área apartada de la Prepa, cuando llega Herrero y me dice ¿qué lees?… y luego

-Hazme un campito

Al principio no entendí, pero cuando vi que se delineaba a la perfección su hermosa verga en el pants que ese día vestía, me recorrí hacía adelante, él se sentó detrás de mí y me recargué sobre su pecho.

Comencé a leerle en voz alta, y sentí dos cosas… Su respiración agitada en mi oído.

Y un tremendo pedazo de verga punteando la parte inferior de mi espalda.

Disfruté.

Cuando debíamos regresar a clases, el sólo me dijo… Vete adelante, yo te alcanzo.

Después, me comentó, que ese día había tenido que ir corriendo al sanitario más cercano, donde se dio una de las más memorables chaquetas en su vida, en mi honor, sólo así pudo tranquilizarse.

En una ocasión y ante los exámenes de fin de semestre, donde el Maestro de Matemáticas, preveía que El Herrero no iba a salir muy bien, me pidió le diera unas tutorías personales.

-Te espero en mi casa a las 4

Fue puntual.

Llegó vestido con un short azul que le llegaba hasta la rodilla, una camiseta sin mangas y sus tenis deportivos predilectos.

Yo lo recibí muy parecido, pero descalzo… como detalle, se quitó sus tenis y calcetas, los dejó en la puerta y me acompañó al interior de mi casa.

Como todos los días y hasta después de las nueve de la noche, estaba solo en casa… ya les contaré.

Mi padre me había pedido que ordenara su librero y acomodara y limpiara sus libros… en eso estaba cuando llegó El Herrero, quién puso manos a la obra y me ayudó.

Para ello se quitó su playera.

Quedé impresionado.

Pezones increíbles.

Pectorales firmes, con una hermosa mata de pelos.

No había aún un lavadero, pero se vislumbraba.

Una hermosa mata de bellos que empezaba en el ombligo y se perdía en el elástico de su short.

Y una erección monumental.

Me turbó debo confesarlo.

… Cuando moví algunos libros que se encontraban en la parte superior, El Herrero se puso detrás de mi para ayudarme, se recargó y pude sentirlo a plenitud… El jadeaba, yo suspiraba.

Lo invité a tomar un refresco.

En la cocina, después de servirle, me senté en un banco y quedé justo frente a su entrepierna.

No podía apartar mi vista de su erección.

Así que hice lo que cualquier chico gay de mi edad, hubiera hecho.

Le comencé a acariciar su verga, sobre la tela de su short, se sentía enorme, dura, palpitaba… Herrero jadeaba.

Entonces tomé el elástico del short y comencé a deslizarlo hacia abajo.

Me detuve.

– Vamos a mi cuarto

Subimos las escaleras, entramos a mi cuarto, nos acostamos en la cama y comenzó a acariciarme.

No tenía la menor idea de cómo hacerlo.

Me apretaba, así que lo tomé de sus manos, le abrí los dedos, coloqué sus manos sobre mis pezones y empezó a acariciarlos de manera circular, suavecito… Ahí aprendió su primera lección.

Le pedí nos pusiéramos de pie. Quedamos frente a frente, me hinqué, tomé el elástico del short y lo comencé a bajar poco a poco.

Sus trusas eran negras, ajustadas y sí… ahí destacaba una gran… gran… gran verga.

Comencé a bajar su trusa… El olor me embriagó.

Y la vi…

No pude sino admirarla… sus huevos colgaban, firmes, oscuros, grandes.

Los acaricié, se estremeció.

Entonces dirigí mi boca a su verga y poco a poco me introduje el glande.

Lo comencé a chupar, él puso sus manos en mi cabeza y yo le agarré por las nalgas.

Y entonces, se puso tenso, gritó y comenzó a arrojar enormes chorros de semen en mi boca.

Todo sucedió en segundos, apenas empezaba a chupar.

Entonces, apreté mis labios y traté de chupar y tomar todo.

Él se estremecía, yo tomaba y tomaba.

Cuando dejó de estremecerse, me puse de pie.

Me abrazó muy tierno y nos acostamos en la cama.

-Fue chingón, me dijo

Su verga seguía dura, seguí acariciándola, me hizo una pregunta clásica.

-¿Te dejas?

-Claro

Se puso de pie y me pidió me acomodara de “perrito”.

Se puso detrás de mí, cubrió de saliva mi ano y empujó.

Fue brutal.

No pude evitar gritar y se detuvo y entonces dijo, la segunda pregunta clásica.

-¿Te dolió?

Claro, que me había dolido, pero estaba decidido a todo, al placer.

Busqué mi crema, con cuidado le embarré toda la verga y le dije como cubrir mi culo…

-Cuando termines, pones tu punta y comienzas poco a poco a metérmela… poco a poco.

De manera torpe embarró mi ano, lo acarició y después sentí la punta.

Fue la cosa más excitante.

Entró… Sentí como ese pedazo de carne me invadía… Poco a poco comenzó a deslizarse dentro…

Cuando no pudo meter más, comenzó a meter y sacar, primero poco a poco.

Después me confesó que era su primera vez, desde luego, no fue mi primera.

Bueno, sí, mi primera con Herrero.

Mete… saca… mete…. Saca…

Estuvo cabalgando un tiempo que me pareció largo, Herrero jadeaba como loco, yo trataba de aguantarlo.

De pronto, se puso tenso.

Me la metió toda.

Y comenzó a chorrear.

La tenía hasta el fondo, me agarraba de la cintura muy fuerte.

Yo estaba en éxtasis.

Cuando se salió, noté que mi culo espumeaba.

Nos recostamos, agotados.

Frente a frente.

Intentó besarme… no sabía como.

Me reí.

La tarde empezaba.

Se lo chupe una vez más y me cogió otra vez más.

Fenomenal, quedé satisfecho.

A la mañana siguiente.

-Oye, ¿qué hay entre El Herrero y tú?, me preguntó Vicente

-Cogimos

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