Soy Leonardo tengo más de 40 y esto ocurrió hace unos 13 años. Por aquel entonces tenía novia, una que iba y venía, un sábado de febrero harto de la vacilación y la lluvia decidí dar una vuelta por el centro de Montevideo (capital de mi país) y refugio de este hermético secreto.
Rozando la medianoche decidí regresar del húmedo y solitario paseo, compraría cigarrillos y tomaría un taxi… Fue cuando la tormenta recrudeció su ímpetu que opte por parapetarme debajo de unos balcones, al cabo de unos 10 minutos una pareja emerge de un coche y compartimos el asilo. La dama quiebra el silencio con una obviedad respecto al clima. Era una mujer regordeta de rubios cabellos ondulados por los hombros, no muy agraciada pero simpática, el acompañante, cincuentón, metro ochenta y algo tez morena (intimidante) y no hablaba (al menos no hasta ese momento).
Luego de unos momentos la chica pregunto:
—Vos también venís al cine?
—No, creo que es tarde para mi.
Me dijo que era un aburrido y que ahí podría divertirme, "no sabes lo que te perdes", fueron sus últimas palabras antes de desaparecer a unos 60 metros por la vereda en la que estaba refugiado. Por supuesto que era un cine xxx y no es que nunca haya ido, pero la verdad es que es un lugar de encuentro gay y no me atraía la idea. Por otra parte quizá la mujer desmaquillada tenia fantasías en la cual yo podría ser participe activo de la misma, y lo que era aún mejor tal vez allí habría otras parejas más glamorosas y con menos quilos buscando lo mismo. Esta idea pesaba toneladas en mi razonamiento y fui engullido por las puertas de vidrio templado del cine.
Una vez dentro del antro semi vacío me dedique a ubicar visualmente la pareja amiga, pero todo era difuso, penumbroso entre los orgásmicos gemidos del film. Un veterano calvo se acomodó en la butaca contigua y apoyo su temblorosa y arrugada mano en mi muslo, la cual rechacé de inmediato, aquello me parecía cada vez más decadente y estando a punto de irme los viejos conocidos aparcaron a mi lado. La gordita pegada a mí y su guarda espaldas un asiento más allá…
Esta vez no retire la mano femenina que trepo hasta al cierre y encontró el tronco erecto por la situación y la película, después de unos masajes deliciosos por mi sexo sugirió:
—Vamos arriba, estaremos más cómodos.
—Y él? Argumente. Mirándolo y descubriendo unos hoyuelos en su rostro.
—Le agrada mirar, espero que no sea un problema para vos.
Casi un minuto después subimos por unas escaleras llegando a una especie de ático, mas oscuro sin la proyección de la película y se escuchaba el diluviar tempestuoso casi tan tempestuoso como lo que estaba a punto de ocurrir, no podía ocultar mi excitación que casi no me deja subir las escaleras, todo aquello me parecía sumamente excitante. Mis manos en los pezones de la fea y el mudo embutido en su sobretodo siendo testigo de mi sombra que se estaba por clavar su mujer. Los tanteos no duraron mucho y la mudez del desconocido tampoco.
—Te gusta? Sonó la voz ronca del individuo, que saco mis dedos del pezón para apoyarlo sobre su insipiente miembro que aún estaba resguardado.
El corazón comenzó a cabalgarme más a prisa.
—Te gusta? pregunto esta vez más fuerte y más ronco, sujetando mi mano sobre su bulto.
No tuve palabras ni aliento para contestar. Quise retirar la mano que él me aferraba y una fuerte cachetada hizo perder mi equilibrio, no sabía que pasaba, prácticamente arrodillado no veía, la lluvia sonaba cada vez más y un zumbido repercutía mi oreja, la voz de la mujer sentencio estrictamente.
—Garchalo Boris.
El pardo desabotono el abrigo, extrajo un corto y grueso pene obligándome a tocarlo. Debo admitir que lo hice con tan mala gana que volvió a golpearme repetidamente tres o cuatro veces.
—Por favor! —Suplique en la oscuridad.
—Por favor. Dijo el sujeto acercando el venoso gancho a mi rostro.
Obligado por el temor de sus golpes frote sus huevos como la lámpara de Aladino, con sumo cuidado. No sé cuánto tiempo y lo que más temía vino a continuación.
—Probala! —Pidió dulcemente.
—Por favor, no…
—Por favor, si… y la perversa mujer echo a reír.
Podía escuchar la respiración entrecortada del fornido moreno mientras succionaba el macizo miembro viril. Como gozaba el chancho con mi total sumisión, la humillación no acabaría ahí. La suma de todos los miedos se volvería realidad después de dos violentos e irascibles golpes más.
—Quiero tu culo… y lo quiero ahora por favor.
Sollozando deje caer mis pantalones.
—Agachate! Ordeno.
Y apoyando su glande quiso entrar con cierta impericia, tenía demasiada fuerza. Frustrado volvió a golpearme dos o tres veces…
—Ponele cremita papi. Susurro la rubia.
Luego de unos segundos la fría pasta resbalo mis nalgas y Boris estaba listo para no fallar. Y no fallo, entro embistiendo como un toro cabrío y le importo mis gritos porque tapo mi boca. Fueron pocos, pero intensos minutos, el placer fue solo de él o de ellos.
Jamás los volví a ver ni hubo denuncia, la vergüenza pudo más. Gracias a ello la ciudad guarda un secreto y ustedes tienen un cuento. Si le agrado les paso mi mail y sino también.
Gracias por su tiempo. [email protected].