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Era tarde, una noche de un miércoles de verano. Quería un último trago antes de encarar el regreso a casa para dormir unas horas y arrancar la jornada laboral. Las vueltas sin rumbo en el auto me llevaron a un bar en una esquina céntrica de mi ciudad.

Me acerqué a la barra y pedí una cerveza para tomarla ahí mismo. En una banqueta, apostada en la barra una mujer conversaba con el barman. Vestía toda de negro y ceñido al cuerpo: botas y medias, short de jeans recortado y musculosa. Parecía una pendeja, por la onda y por su diminuto cuerpo. Sus manos delataban que estaba sobre los 40 largos. Delgadita pero bien fibrosa, bien marcados sus brazos y muslos, pechos pequeños, todo en perfecta armonía.

Apenas el barman me sirvió la cerveza y cortó la conversación con ella, copé la parada invitándole un trago a elección. Aceptó y pidió un whisky con hielo. Ya me empezaba a caer bien la madurita…

Entre charlas y risas bebimos algunas cervezas y whiskies y me contó que era de Mendoza y que había llegado a San Juan siguiéndole el rastro a un amigo cubano que se suponía venía a trabajar a un conocido bar de verano, como especialista en tragos tropicales. Cómo había llegado esa noche a la ciudad y se había alojado en un hotel del centro, preguntó por su amigo en los bares de la zona. En todos había recibido la misma respuesta: los bares de verano no quedaban en el centro y nadie conocía a su amigo caribeño.

Gentilmente me ofrecí a llevarla hasta un conocido boliche, al oeste de la ciudad. Se me ocurría como el lugar donde un cubano podía estar desarrollando su arte de preparación de tragos. Ingresamos al lugar luego de pagar la entrada y recorrimos las barras de lugar. Eran varias, algunas dentro del boliche cerrado y otras en los patios al aire libre. En ninguna estaba el negro y tampoco nadie lo conocía. En la recorrida aprovechamos de pedir unas copas y bailamos un poco en la pista interior, bajos las luces y los efectos del alcohol.

Su onda, su pelo y su perfume me habían puesto muy caliente. Cómo ya era madrugada apuré la situación y le dije de llevarla hasta el hotel. Aceptó y fuimos hasta el auto. Antes de subir la tomé por la cintura haciéndola girar y la acerqué firmemente hacia mi cuerpo. Como la diferencia de altura era notoria (yo 1,86 m y ella 1,55 m aprox.) mi pija erecta quedó pegada a su abdomen plano y nos comimos la boca y lengua por varios minutos. De camino al hotel, ya en el auto, ella fue pajeándome y chupando mi pene con lo que el recorrido a veces se hizo muy lentamente.

Una vez en el hotel instantáneamente quedamos en bolas. Su diminuto cuerpo era casi perfecto. Se notaba la piel de mujer madura pero físicamente estaba impecable, horas de gimnasio asumí que tenía encima. De entrada, devoré su concha depilada devolviendo así el oral que recibí en el auto. Lo hice hasta que se vino en un aparatoso orgasmo sobre mi boca. Ella me retribuyó favores con una chupada de pija y huevos intensa, escupiendo cada tanto la cabeza y diciendo cuanto le gustaba mi miembro. Luego se puso en cuatro ofreciéndome su culito pequeño pero duro y terso. Hundí mi lengua en su orificio y con una mano le frotaba el clítoris mientras que con la otra le pellizcaba los pezones. Prácticamente no tenía tetas. Eran apenas dos bultitos con unos pezones rosados pequeños, puntiagudos y erectos.

En esa posición acomodé la punta de mi pija en su concha húmeda y fui dando pequeños empellones hasta que mis piernas chocaron en sus nalgas. El sonido característico de esas “cachetadas” y mis huevos golpeando su concha fue motivo para que se acabe larga e intensamente. Luego se acostó de espaldas sobre la cama y mientras me la cogía me preguntaba si me gustaba su cuerpo de pendejita. Afirmé que sí y me confesó que algunos hombres la buscaban para cogerla “porque tenían la fantasía de estar culeando una niñita”. La hice cabalgar un rato y mis manos cubrían todo su pecho, retorciéndole los pezones, cosa que le encantaba. En esa posición pude empezar a estimular el agujero de su culo, con movimientos circulares de mis dedos empapados con sus fluidos que caían por mis bolas. En cuanto pude colé un dedo para adentro y al rato otro más. Eso la dejó en llamas y le pedí sutilmente: “te quiero partir el culo”. Obedeció prontamente, sin cambiar de posición se metió la chota húmeda en su apretado culo y en unos pocos movimientos mi pija estaba siendo devorada por esa colita pequeña. Al rato se puso en cuatro en el borde de la cama y clavé mi pija en su culo en un solo movimiento. La posición de parado me favorecía para entrarle con fuerza y sin piedad, sosteniendo con mis manos sus caderas ante los embates de mi cuerpo. Cómo no podía ser de otra manera me vine adentro de su culo, estallando de leche su cavidad rectal.

Exhaustos quedamos tendidos en la cama y luego de unos minutos ella entró en un sueño profundo mientras yo dormité un rato. El alcohol, la trasnochada y la cogida la dejaron agotada. Tuve que insistir para que se despabilara así podía despedirme. Me podría haber retirado sin despertarla, pero al verla en la cama, desnuda, había tenido una nueva erección y no quería quedarme así. Ella entendió la situación y me pajeó con sus manos y su boca hasta que le salpiqué el pecho, esparciendo el semen y limpiando sus dedos y mi pija con su lengua. Luego de unos besos profundos y calientes nos despedimos.

¡Siempre quedará en mi memoria la tremenda noche que pasé con aquella diminuta mujer!

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