Desperté asustado, cinco minutos antes, que el despertador lanzara su bramido a las 8 de la tarde. La tranquilidad volvió a mí.
La noche de esa tarde de sábado, comenzó a descender lentamente, pero segura. Se iba apoderando de las migajas de luz, para extender su dominio inevitable. Extendí los brazos de par en par recostado sobre la cama para darle movimiento a mi cuerpo descansado. De pronto, recordé que esa noche, sería llevado al matadero del amor. Una orgía, me esperaba para ser descuartizado sin piedad.
Me levanté y me metí a la ducha. Limpie mi trasero y lo lubrique minuciosamente, puesto que sería sometido salvajemente por aquellos pervertidos durante mucho tiempo. Elegí unos calzones rojos para esta ocasión especial. Dicen, que el rojo embrutece hasta los toros y los atrapa en su locura.
Me vestí ligeramente, para hacerlo todo más rápido. Pero, cuando estaba, poco antes de comenzar a cerrar la larga hilera de botones de mi camisa de color lila, me percate que mis pezones estaban muy levantados. Son como capullos rodeados de una aureola semejante a las de una mujer. Claudio, en ninguna de las dos ocasiones, se detuvo a mirar ni acariciar. Debe haber sido, la primera vez, por el nerviosismo; y hoy por la tarde, por la tranquilidad de sentirse seguro como mi macho Un flujo de luciérnagas de fuego se anidaron en mis pezones.
Llegué, cinco minutos antes de las nueve. Claudio me hizo pasar, después de besarme en la boca. Nos dirigimos directamente al comedor… Ahí estaban sentados en el sofá rojo los dos pervertidos que un rato después me montaría… Saludé de mano al primero, un hombre de unos cuarenta años, piel clara y manos callosas y duras. Nada de mal parecido. Y, enseguida, a un hombre un poco más joven con una mirada tranquila y muy alegre, de piel negra. Sus manos eran calientes y seguras. Me hicieron sentar a unos de los costados del ancho y largo sofá que ya conocía… Claudio, fue en busca de una de las cuantas sillas que había alrededor de la mesa del comedor. La arrimó hacia el costado donde yo estaba. El hombre de la piel clara, se levantó y retiró de la mesa una lata de cerveza y me la ofreció para que bebiera, dando un golpecito con su palma en el muslo de Claudio y diciendo satisfecho: ¡lo felicito hermano!
Luego se sentó. Ahora, puedo sonreír naturalmente y tranquilo al escuchar esa afirmación propia de los machos conquistadores. Mientras tanto, el otro, se divertía exclamando con sus dos manos agarrado de su vientre: ¡Dale duro hermanito, a esa perrita caliente! Miré al televisor gigante del comedor que estaba conectado, y vi con espanto una escena de sexo interracial. Un joven de unos veinte años de piel blanca, estaba siendo sometido por un negro por su trasero, mientras otro negro se lo encajaba por la boca… Una calentura, jamás sentida, me recorrió por todo el cuerpo. Giré la mirada hacia el negro del sofá, con el propósito de descubrir anticipadamente si él fue el intruso que me obligó a ensuciar de placer los calzones amarillos esta tarde en el dormitorio. Pero, mi intuición no fue suficiente. Debía comprobarlo como siempre con la práctica.
Claudio, tomó mi mano y la acarició apoyándola sobre su muslo derecho.
Pasaron varios minutos más y el nerviosismo comenzó a multiplicarse. Ya me había servido la cerveza, y cada uno en sus lugares acomodamos nuestros cuerpos. ¡La orgía debía comenzar!…
Claudio, se levantó de su silla y se dirigió directamente al televisor y lo apagó. Se dio media vuelta y recomendó no hacer mucho escándalo… Todos al mismo tiempo comenzaron a desnudarse, mientras como pegado al sofá, lleno de espanto, no podía moverme. Me tomaron de ambas manos, empujaron hacia adelante y quedé de pie. Dos, uno a cada lado, comenzaron a desabrochar los botones de mi camisa y la sacaron. Enseguida, empezaron a retirar mis pantalones dejándome en calzones… Se dibujaron sonrisas y apetito en sus caras. El hombre de piel negra se acercó, y puso su boca en uno de mis pezones, lo hizo con delicadeza, mientras con los dedos de su otra mano, jugó con el otro pezón dando algunos apretones. Repetidos gemidos de placer escapan al aire y algunas contorsiones de mi cuerpo. Me tuvo así algunos instantes, para demostrar su experiencia en el oficio. De pronto, escuché algunos reclamos: ¡Hay que socializar! ¡Ya pues, hermanito!
Mientras, me acomodaba de rodillas sobre el sofá riéndose ruidosamente, yo jadeaba con mis pezones hinchados. Cuando estaba listo para ser abordado, de rodilla con las piernas abiertas y apoyado con mis brazos en el respaldo, el hombre de piel clara, de pie detrás de mi trasero me dio varias nalgadas algo fuertes con sus manos callosas, chillé… ayudando a relajarme. Volvió a golpear mi trasero, y puso su sexo en el lugar perfecto, y dio un primer empujón… con fuerza. Aullé con espanto. Claudio, me tenía tomado del pelo al otro lado del sofá, en el respaldo, y aprovechándose de mis aullidos intermitentes, me encajó en la boca su maravilloso sexo, con la doble intención de darme lo que ya había sido mío y ayudar en parte, atrapar mis lamentos. Estaba siendo investido por ambos lados sin piedad. El placer y los lamentos, formaban un conjunto caótico. Entre gemidos y aullidos, vi que el hombre de piel negra se paseaba esperando su momento. Entre sus piernas, le colgaba un sexo muy largo y grueso que chocaba en sus muslos oscuros al caminar ansioso. Lo que me esperaba con ese animal, iba hacer el martirio… más sorprendente. Me tuvieron dando duro largos minutos. Por fin, Claudio se derramó en mi boca. No pude evitar tragarlo todo. Después se retiró cansado y satisfecho, pero el otro continuó un poco más, agarrado de mis caderas para no parar el ritmo ni la intensidad. Jadeaba sobre mi espalda como un demente. Pronto, también soltó chorros de líquido caliente dentro del cuerpo. Lubricando con sus jugos. Me volvió a golpear las nalgas diciendo afirmativamente, ¡muy delicioso!
Me quedé estático. Sin aliento. Pero, más caliente porque aún no gozaba todavía. ¿Quizás eran los nervios o la brutalidad? Sentí algo de vergüenza. Ambos se fueron a duchar conversando alegres…
Me senté al borde del sofá para tomar un respiro. La orgías son agotadoras y las fuerzas y los deseos, muy limitados…
El de piel negra, se acercó lentamente y me preguntó si había gozado. Aún no le dije, pero estoy un poco sin aliento… Me puso de pie y me abrazó dulcemente. Descubrió que había comenzado a tiritar. ¿Qué le pasa ahora? añadió… Estoy nervioso porque debo dejarte satisfecho a tí….
¡No te preocupes tanto, quiero que solamente seas feliz!
Su compasión me conmovió…
Comenzó a besar mi cuello, humedeciéndolo con su lengua. Un calorcito agradable volvió a mi cuerpo. Mis pezones que estaban apegados a su piel volvieron a crecer… Sus labios tibios, salieron a su encuentro y comenzaron a mamarlos como un macho tierno. Me sentí como una hembra ardiente, dando verdaderos gemidos de placer… Baje mis manos sigilosamente, en busca de su sexo. Ahí estaba, en toda su longitud y espesor asombroso. Comenzó a endurecer paso a paso, sin prisa mientras lo atrapaba… Sentía cada palpitación una y otra vez… Algo hermoso me esperaba. Me arrodillé lentamente, como una esclava ante su amo y lo besé con encanto. Abrí mi boca para darle la bienvenida que había conquistado con mucha humanidad, pero no pude en varios intentos que realizamos. Angustiado, lo miré con ansiedad. Abrí más la boca, y así pudo lograrlo, sentí viendo cómo la llenaba de carne apetitosa. Mis gemidos ya no podían escapar, se perdían en su propia jaula. Después de largos minutos. Lo sacó para que extrañara su ausencia y pudiera respirar de tantas arcadas.
¡Quiero más…!, protesté…
Me levanto cuidadosamente, y de rodillas en el sofá, abrió mis piernas. Me dijo, que si sentía malestar, mordiera el respaldo del sofá. Eso haría…
Abrió mis húmedas nalgas y dio el primer empujón… Aullé mordiendo el sofá… Realizó otro intento, volví a aullar más intensamente. Hizo varias veces, hasta vencer la resistencia con más aullidos. Cuando lo logró, sentí un fuerte desgarro. Con mis dientes enterrados en el tapiz, no pude evitar un grito desgarrador que partió mi alma. Entre sollozos y placer, me di por vencido…
Bombeó interminables veces, haciéndome gozar, en más de dos oportunidades. Después me bañó internamente, dando un grito de satisfacción…
Una vez satisfechos los dos, sentí sobre la piel de mis piernas que fluía un hilillo de líquido. Con mi mano, palpé con cuidado las nalgas. Estaban muy mojadas, saqué la mano y la miré con horror, ¡Había sangre! Me sentía como una mujer… ¡Fui desvirgada!
Me levanté rápido, lo besé intensamente con un abrazo acogedor.
Nos vestimos, y le di otro beso. Después le dije: despídeme de los demás… ¡Necesito asearme… en casa!
Espontáneamente, lo volví a besar…