¿Qué te gustaría que te hiciera?
La habitación estaba completamente a oscuras, Me desudé y me metí en la cama. Le quité las bragas, puse las manos en el interior de los muslos. Las abrió de par en par. Tenía el coño seco, pero al rato ya era cómo una pista de patinaje por la que se deslizaba mi lengua. Lamiendo su coño le acaricié las piernas y me encontré con pelo. No las había afeitado y eso aún me gustaba más. Le trabajé el coño bien trabajado. Poco después, con mi lengua lamiendo su clítoris comenzó a temblar y se corrió cómo una burra.
Me puse a su lado y le eché una mano a las tetas. Aquellas no eran las tetas de mi tía, estaban muy blandas y eran más grandes. ¿Con quién estaba follado? A ver, mi primo me había dicho que volvían a casa de sus abuelos paternos, que su madre me esperaba esa noche en su habitación con la luz apagada y que antes de nada le comiera el coño. El caso es que ya me oliera mal la cosa cuando me lo dijo y ahora apestaba, pero seguí adelante. Jugué con sus tetas, lamiendo y chupando, mamando y magreando. Sus gordos pezones acabaron duros, después se puso de lado y me mamó la polla. La mamada fue sublime. Lamió por todos los lados. Me chupó la cabeza de la polla cómo si estuviera chupando la cabeza de un langostino… La metió entera en la boca… Me chupó los huevos y me mordió la polla sin fuerza… A salir la leche chupó solo la punta de la polla y se la fue tragando. Tanto le gustó mi leche que hasta la sentí sorber.
Luego me montó y me cabalgó… Metía y sacaba la polla moviendo el culo de atrás hacia delante a toda hostia, paraba, la sacaba hasta dejar solo la punta de la cabeza dentro. Su coño se abría y se cerraba. Era como si su coño fuese una diminuta boca que chupaba mi polla. Así estuvo unos cinco o seis minutos hasta que me corrí. Descargué mientras su coño se abría y se cerraba en la punta de mi polla. Con el coño lleno de leche me volvió a follar a toda hostia y no paró hasta que se corrió. Corriéndose se derrumbó sobre mí. Tenía la boca pegada a mi oído y pude sentir sus gemidos y también sentí su cuerpo temblar sobre el mío.
Al acabar de gozar se quitó de encima, se dio la vuelta, me dio la espalda y encendió la luz. Era mi tía abuela Camila, que sonriente me dijo:
-Vales las mil pesetas que dijo Jacinto, por valer vales mucho más.
Me interesaba saber cómo me la jugara el hijo puta.
-¿Y qué más te dijo Jacinto?
-Que a él no le cobras porque te busca clientas, que te gusta mucho el vino tinto, y muchas cosas más.
El cabrón me había hecho pasar por puto. En mis adentros me cagué en la puta madre que lo parió. Esta vez le caía una camada de hostias que le ponía la cara del revés. Camila se inclinó hacía un lado de la cama, cogió del piso una botella de vino tinto, le quitó el tapón y me la dio:
-Toma, que no se diga que no tuve un detalle.
Cogí la botella, le di un tragó largo, la puse en el piso, me eché el alma a la espalda y le pregunté:
-¿Qué te gustaría que te hiciera?
-De todo.
Mi tía abuela Camila era una mujer de sesenta años que llevaba tres años viuda. Tenía el pelo blanco, en la cabeza, ya que en el coño tenía una tremenda mata de pelo negro, por tener tenía pelo en el coño, en las axilas, en las piernas y en los brazos, por tener hasta tenía un pequeño bigote, poco más que de pelusilla, pero lo tenía. Las únicas arrugas que tenía en su cara morena eran las patas de gallo de sus ojos negros. Sus tetas eran meloneras y decaídas. Delgada no estaba, por eso tenía un tremendo culo y grandes caderas. A ver, para su edad no estaba mal, o sea que aún estaba potable… Me iba a ganar las mil pesetas. Lo primero que hice fue comerle la boca al mismo tiempo que acariciaba su ojete con la yema de mi dedo medio después de haberla mojado en su coño. Camila se derretía con los besos y las caricias en su ojete, de acariciarlo con la yema del dedo pasé a metérselo despacito, despacito pero hasta el fondo. Sin dejar de comerle la boca le follé el culo con él. Se puso tan cachonda que me dijo:
-Quiero que me metas tu polla en el culo el culo.
No me lo tuvo que pedir dos veces.
-Date la vuelta.
Camila se dio la vuelta y se puso a cuatro patas. Le abrí las nalgas con las dos manos y le lamí el periné y parte del ojete. Camila no era cómo su hija, gemía y gemía aún con más ganas cuando mi lengua penetró en su ojete y mis manos le aplaudieron las gordas nalgas. Comenzó un rosario de lamidas, folladas, cachetes y gemidos que acabaron cuando, cachonda cómo en su juventud, me dijo:
-¡Métemela en el culo de una puta vez!
Se la metí, pero se la metí en el coño, la follé y le llené el coño de leche, luego la saqué y ates de que la polla perdiera algo de cuerpo, le clavé el glande en el culo, exclamó:
-¡Diooos! ¡¡Toda, métemela toda!
Se la clavé en el culo hasta el fondo y después echándole una mano al coño encharcado, le di a mazo, le di a romper mientras mi mano se rozaba con su clítoris. Poco después con su culo apretando mi polla, dijo:
-¡Me corro!
Sentí sus jugos mojando la palma de mi mano y me volví a correr, esta vez le llené el culo de leche. Mi tía abuela, al igual que su hija, sufrió una especie de ataque de epilepsia, con la diferencia de que la espuma la echaba por el coño.
Al acabar me eché otro trago de vino, e iba a seguir follándola, pero Camila cogió la cartera que tenía encima de la mesita de noche, la abrió, me dio un billete de mil pesetas, y me dijo:
-Vuelve a casa no vaya a ser que despierten y vean que no estás.
Cogí el billete y le dije:
-Cuando necesites polla, avisa.
-Tengo mucha leña que partir, ya te avisaré.
Y aquí acabo la historia. Conté lo gordo, ya que si lo contara todo sería demasiado largo, daría para una mala novela. Espero que os gustara a los que leísteis las cuatro partes.
Quique.