ELIZABETH
Un día más en la oficina, orgullosa de posarme en el asiento más alto, y qué mejor, que el de mi propia empresa, donde el sol iluminaba aquella planta del cuarto piso arrendado de un edificio ancestral, de estilo colonial, erguido con piedra volcánica y diseñado con madera en su mayoría.
Ahí, diseñamos trabajos para plataformas en línea, imágenes de páginas web y revistas de moda. Ropa, calzado y diseño de interiores principalmente. Tenemos un pequeño estudio de fotografía, una sala donde nuestros diseñadores trabajan, y al fondo de un corto pasillo está mi oficina y la de mi secretario personal, ambas amuralladas con cristales trasparentes, desde el suelo hasta el plafón.
Esa tarde, justamente miraba a través del vitral trasparente, al otro lado del pasillo, en la oficina del becario nuevo, donde de hecho debería estar mi mejor amiga y confidente, quien sin embargo se había mudado a Francia contratada por una respetable firma de moda. Espero que le valla muy bien, pero ahora, aquí en mi empresa, estaba ese tipo.
En su CV decía 23 años, Mariano se llama, pero yo lo miraba solo con un niño jugando a ser adulto. Se veía que era de casa rica, era tímido y aunque sabía hacer las cosas, aún faltaba mucho para que se ganará mi confianza. A decir verdad, no me agrada mucho, principalmente por la nostalgia de haber remplazado a mi mejor amiga y no aprovechar el puesto tanto como ella lo hacía día con día.
Yo soy una mujer de 38 años, modelo desde los 20 y empresaria desde los 28, nada es regalado. No mediré palabra, soy implacable, engreída, egocentrista y narcisista, en este negocio debes serlo si quieres progresar.
Tengo una maestría en diseño y comunicaciones. Así como un diplomado en diseño digital empresarial, y otro más de medios digitales. Mido 1.73 m soy de cabello castaño por naturaleza, pero siempre suelo traerlo de un par de tonos más claros y ligeramente rojizo; siento que va mejor con mi tono blanco de piel, además de que combina con mis pezones rosados, casi llegando a rojo, por si queréis fantasear con ellos en este relato. Mis medidas son 88-62-86, debo tener un buen cuerpo, en este ramal empresarial la imagen lo es todo.
Aquella mañana era un día muy peculiar, estaba experimentando uno de esos momentos donde te pones un tanto receptiva, por así decirlo. Creo que todos pasamos por eso, hombres y mujeres por igual, estoy segura que recuerdan al menos un instante en el que se sentían un tanto excitados sin saber ni por qué.
Bueno, pues eso era justamente lo que me pasaba, Mientras tecleaba como loca en mi ordenador, afinando detallas, respondiendo correos, y corrigiendo errores, al mismo tiempo algo pasaba en mi cuerpo, no sé realmente cómo describirlo, pero era ese recordatorio de que había pasado mucho tiempo desde el último follón, y que ya va siendo hora. Ese, que siempre llega inoportuno y con aires de urgencia, demasiado intenso para ser sincera.
Me sentía extremadamente sensible, como su estuviese hasta el tope de éxtasis en aquellos días universitarios en el club nocturno. Podía percibir cada mínimo detalle en la brisa de la tarde sobre mi piel sedienta de caricias, especialmente en mis piernas y mis pechos, rogándome por masajearlos un poco.
De pronto la ropa me estorbaba, como si la llevase puesta por semanas sin haberla lavado. La blusa roja que vestía bajo mi chaleco negro entallado, comenzaba a ser demasiado sofocante. Y aquella falda negra ceñida a la altura de mis rodillas, me raspaba la piel, pese a la costosa calidad de sus telares.
Inconscientemente mi mano no dominante se distraía constantemente bajo mi escritorio para acariciar mis piernas, mis muslos y un poco más allá. En ese momento volteé a ver a mi compañero sumergido en la pantalla de su ordenador. El pobre tenía trabajo como para aventar a los cielos por montones. No me miraba, pese a que bien podía hacerlo, ya que mi escritorio se encontraba de lado al suyo. Digamos que sí mi escritorio estaba direccionado al oeste, el suyo estaría viendo al sur.
En esta perspectiva podría ver perfectamente lo que sucedía bajo mi escritorio, pues mi costado derecho le quedaba justo de frente. Muy preocupada no estaba, no es que me molestará, acostumbrada estoy a las miradas al modelar por años frente a grupos de desconocidos, en algunos casos completamente desnuda.
MARIANO
Mi vida nunca fue complicada en el plano económico, pero tal vez si en el afectivo. Siendo único hijo, tenía poco más de 10 años cuando mis padres se divorciaron. A esa edad todo fue muy difícil de entender, los gritos, las discusiones, las amenazas, los llantos y las maldiciones, temas recurrentes del día a día. Para mí solo eran papá y mamá, no sabía de infidelidades, de conflictos económicos ni de pugnas por la custodia que podían existir dentro de una pareja.
Mi padre dio por finalizada la historia de aquella familia clásica, divergiendo caminos hacía la producción de cortometrajes de tv, decidido al fin, por una propuesta pendiente que hacía tiempo le rondaba en la cabeza, y que conllevaba mudarse a México, lejos de nuestra natal Argentina.
A pesar de que nunca me faltó nada ni por parte de mamá ni de papá, tuve que hacerme a la idea de que mi padre ya no estaría presente en mi vida. Mi madre era una mujer independiente y pronto rehízo su vida, en tanto, mi padre prefirió no abrirse al amor nuevamente y solo saltar de flor de flor según se diera la oportunidad. Él siempre estuvo presente, aunque la distancia no dolía tanto ya que hablábamos mucho, y seguido me enviaba más dinero del que yo podía gastar.
La relación entre mis padres fue mejorando con el tiempo, tal vez la distancia, tal vez la independencia, era loco, pero así se dieron las cosas.
Cuando llegué a mi mayoría de edad y fui dueño de mis decisiones, opté por un cambio de aires, probando suerte en México. Casi nadie tiene la oportunidad de conocer nuevas culturas, otro país, otras vivencias, otras costumbres, y al menos yo no dejaría pasar ese regalo del destino. Además, le había regalado muchos años a mi madre y me sentía en deuda con papá, pues, con todo, él nunca se había olvidado de mí.
Y ahí fui, pasados mis 20 años, con un mundo de ilusiones bajo el brazo. El reencuentro con mi padre después de tantos años fue mejor de lo imaginado. Fue cómico, porque yo no le recordaba ese acento un tanto mexicano que se le había pegado con el tiempo, estaba un poco avejentado, pero con la misma sonrisa cómplice de siempre. Él gozaba de una excelente posición económica, se codeaba con estrellas de la tv y sin dudas había encontrado su lugar en el mundo, pero a pesar de todo, le dejé muy en claro mis ideas, yo quería ser independiente, tenía mis férreas convicciones de estudiar robótica industrial, muy alejado de sus gustos del ambiente artístico, además quería trabajar por mi cuenta para ganarme mis propias monedas. Tenía mi orgullo y no deseaba sentirme un mantenido.
Así fue como armé un escueto currículo, sin tener mucho por decir. Papá tocó algunos contactos para darme una mano en el tema, en poco tiempo estaba como becario (como lo llaman por estos lados) en una empresa de una ex modelo muy conocida en la CDMX.
Nunca me animé a inquirir en el tema, pero siempre tuve la íntima sospecha que solamente fui contratado por ser ‘el hijo de’ y no por un penoso CV que realmente decía poco y nada. Se me hacía demasiado obvio que habría muchas personas mejores que yo para ocupar ese puesto.
Elizabeth (ese era su nombre) me dio la oficina a un lado de la suya, separados tan solo por un estrecho pasillo y enormes vidriados que delineaban nuestros sitios de trabajo. Me advirtió que estaba ocupando un sitio donde había que llenar unos zapatos demasiados grandes, y pronto sentí una montaña de trabajo sobre mis hombros.
En poco más de un mes, ella, la ex modelo, es decir, mi jefa, se transformaría en mi más oculta fantasía. Yo había estado en la intimidad con bastantes chicas, pero con ninguna mujer madura como ella. Simplemente era ‘una tremenda mujer’, avasallante, imponente, segura de sí misma. La veía como si fuera un gigante y a su lado me sentía insignificante.
Cada mañana el exquisito aroma de su perfume me hacía notar su presencia, aun antes de que pudiera verla. Siempre vestía perfecta, elegante, con sus cabellos perfectamente acomodados, su rostro delineado tras un escueto y justo maquillaje. Su silueta perfecta, era como un ángel del infierno; con sus altos tacos repiqueteando por el lugar, casi siempre dibujada en esos trajecitos importados, con polleras a media pierna que invitaban a imaginar. Su voz sabía a cantos de sirenas y su mirada a pecado, sus labios invitaban a morder la manzana prohibida pero claro, yo solo era un insignificante principiante.
Muchas veces, sin que ella lo notara, cuando estaba embebida en su trabajo, disimuladamente la espiaba por sobre mi computadora, u ordenador como lo llaman por acá, y me perdía en su perfección, sus manos llenas de anillos, donde claramente resaltaba en su anular una brillante alianza de matrimonio, hecho que me resultaba tentador.
Me deleitaba viendo sus muslos perfectos cuando inevitablemente, al sentarse, su falda se levantaba más de lo recomendado. O cómo casualmente se acariciaba una gargantilla con su inicial pasando demasiado cerca de sus pechos. O como solía morder la lapicera con sus labios pitados con ese tono brillante. Todas esas situaciones me llevaban a imaginar cosas que nunca sucederían.
Generalmente esas cosas terminaban de la misma manera, cuando ella levantaba la vista hacia mi lado, y yo me desesperaba por evitarla; como un niño que se ve sorprendido por una travesura, sintiendo la piel de mi rostro ardiendo en vergüenza y con una terrible erección entre mis piernas que me era imposible de evitar.
ELIZABETH
La relación con mi joven becario era estrictamente profesional, a veces ni nos saludábamos. Cuando él llegaba yo ya estaba en mi oficina, y ahí, no se atrevía a asomarse a menos que fuese jodidamente necesario. Bien sabía que detesto las interrupciones, especialmente para tonterías así. Lo mismo a la hora de salir. No se lo permitiré. A decir verdad, no me cae muy bien, principalmente por la nostalgia de haber remplazado a mi mejor amiga y no aprovechar el puesto tanto como ella lo hacía día con día.
Lo que más aborrezco de él son sus miradas indiscretas, ¿qué le pasa? Es decir, ¿acaso nunca ha visto a una mujer? Nunca pierde la oportunidad para espiarme entre los escotes, intentando mirar un poco más adentro en mis pechos, como rogando porque la gravedad le apartase mi ropa de en medio, y cuando le doy la espalada, sus ojos se funden en mi trasero como perro hambriento.
Sí entiendo, es joven, ok, y mis senos son grandes y provocadores, perfecto, tengo un buen trasero firme y bien parado, acentuado por mis vestidos y faldas entalladas. Sí, pero un poco de disimulo. La discreción no es lo suyo, es que ni estando frente a él puede apartar la mirada de mi cuerpo. Cariño mis ojos están en mi rostro no en mis pezones, por dios. Pero lo que realmente más me irrita es que no puedo dejar de hablar, ni pensar en él.
Especialmente en este maldito día, caluroso y caliente como ningún otro. Mis manos recorrían mis piernas, sudaba en frío, temblaba y mi respiración se agitaba. Realmente necesitaba masturbarme, o en su caso un buen follón. Pero no con el becario nuevo, jamás, ni que tuviera tanta suerte. ¿O quizá?
Feo no está, seguro, tiene un rostro muy lindo y se nota la disciplina en su cuerpo, de experiencia sé que una figura así no se consigue por casualidad. Me pregunto a qué gimnasio irá, no me gustaría topármelo un día. ¿O sí?
¿Y por qué no me miras? Todo el tiempo acosando mi cuerpo como el adolescente depravado que eres, y justo ahora me ignoras, ahora que necesito tus miradas, ahora que necesito sentirme deseada, ahora que estoy dispuesta y excitada. Quien sabe, quizá tendría un poco de suerte ese día.
Pero nada, el muy cabrón tenía su total atención en la pantalla de su ordenador. Y yo, ahora me tocaba con total descaro; había desplazado mi silla de ruedillas un poco hacia atrás para exponer por completo mis piernas, las cuales abría de par en par, segura de mi inadvertencia.
Era excitante, nunca lo había hecho, pero exhibirme en la oficina, a un joven desconocido, me estaba poniendo a mil. Sentía como mi cuerpo me agradecía aquellas caricias explicitas dopándome con todas esas drogas naturales que adormecían mi cuerpo, aligerándolo y al mismo tiempo llenándome de euforia. El coctel perfecto para cometer estupideces.
Entonces me encaminé, desfilando como en pasarela, escuchando la sinfonía de mis tacones resonando, primero sobre el suelo alfombrado desde mi oficina, pasando al otro lado del pasillo, donde se escuchaban mis tacones estridentes en la madera natural bajo mis pies, hasta llegar a la oficina de aquel chico, quien finamente me miraba con terror al acercármele.
-¿Cómo vas? -Le pregunté apenas atravesando la puerta siempre abierta de su oficina. -Ya terminando. -Me soltó la mentira más grande de la tarde. Nervioso, me sonrió un poco, para enseguida apartarme la mirada y continuar con su trabajo.
Le miré con pena, sonriendo hacía mis adentros por el culposo placer de mirar el exceso de trabajo ajeno, al tiempo que me recargaba sobre un pequeño escritorio a un costado del suyo, medio sentándome, pero sin dejar de apoyar los pies en el suelo, cruzando las piernas tanto como mi ajustada falda a la altura de las rodillas me lo permitía.
Lo observaba como si mirara una serie de tv. Casi como si no estuviese ahí físicamente. Él se ponía cada vez más nervioso, quizá pensando que le estaba presionando. Yo me acomodaba los anteojos, inexpresiva. Enseguida me reincorporé, y así cómo había llegado, me fui a supervisar el trabajo en el estudio, siempre ajetreado de modelos y colaboradores externos. Dejando al pobre chico anonadado, así cual psicópata abandona la escena del crimen.
MARIANO
Conforme pasaban los días y me hacía al hábito de mi nuevo empleo, esas horas en la oficina se me hacían el centro de mi vida, incluso por sobre mis expectativas de estudio que habían quedado en un segundo plano.
Elizabeth era tan intrigante como desconcertante, por más que lo intentaba jamás podía descubrir qué pensaba realmente de mí. A veces era la más comprensiva de las jefas, pero a veces solo me trataba como un perro, y me provocaba esas sensaciones de amor y odio al mismo tiempo.
Yo sabía que tenía que medir muy bien mis pasos, y no podía dar uno en falso. A veces mi percepción era que ella solo jugaba conmigo y se abusaba de mi inocencia, pero ¿qué podía hacer al respecto? No podía abordarla en un intento de conquista, ella tenía esposo, era mayor, y era mi jefa. Era una locura, mi locura, ella podría hacer un escándalo, incluso hablar con mi padre sobre el tema, situación incómoda por demás.
Yo solo me conformaba con mirarla, con imaginarla, con dibujarla, es que me causaba tanta intriga…
Fuera de mi horario laboral, solía pasar mucho tiempo con mi notebook buscando en Google sus fotos y videos de sus días de modelo, es que era perfecta, sus pechos, sus caderas, sus piernas, ella siempre había sido muy audaz, siempre jugando al borde entre lo erótico y lo porno, pero jamás había llegado a ser burda, o mostrarse como puta.
Por eso, en mis tiempos laborales, solo podía llenarme los ojos con su perfección, solo podía imaginar, o tratar de ver en su camisa el nacimiento de sus tetas donde irremediablemente se perdía esa inicial de la bendita gargantilla. Imaginar su corpiño, o brassier como llaman por estos lados con bordados y transparencias. Ver su hermoso trasero ir de lado a lado en su andar, tratando de encontrar marcados los elásticos de una diminuto colaless perdida en la nada.
Es que cuando ella me miraba a través de sus sexis lentes de aumento y me impartía órdenes casi a los gritos, yo solo podía verla completamente desnuda, tratando de adivinar si mi jefa se depilaba su rica conchita, cosa que me hubiera gustado saber en ese momento.
Me hubiera gustado tanto saber cómo era su sexualidad; si se tocaba, cómo eran sus pezones, cómo era en la cama, si su esposo la complacía y hasta adivinar si tenía algún amante, o si era infiel, quería saber cómo era su auténtico aroma a mujer, por fuera de ese perfume que solía usar.
Como esa mañana; ella estaba distendida, distinta, rara, por primera vez no la veía mover los dedos sobre las teclas de su notebook, un tanto retraída sobre su silla, sin notar que yo la observaba apenas por sobre la pantalla de mi equipo. Y esa mañana, me había asegurado de colocar mi pantalla bien contra la pared, para que nadie viera, y no pude resistir de ver las mismas fotos que veía en casa, era una locura, pero sentía en ese momento que mi verga dura podía partir el escritorio en dos.
Cuando ella se levantó y caminó cansinamente desde su oficina a la mía deseé que la tierra me tragase. Sentir sus tacos en el piso y su perfume llenando mi espacio fue aterrador, sentí que la respiración se me cortaba, mi corazón palpitaba con tanta fuerza que parecía saltar de mi cuerpo, mis torpes dedos intentaban sin éxito cerrar la sesión de mi perfil.
Y ella llegó, dio algunos rodeos, algo me dijo, pero estaba tan nervioso que ni atención le presté, sentí mi frente transpirada y como un par de gotas frías rodaban por mi piel. Ella se apoyó contra el escritorio, tan cerca de mí que podía sentir su fresco aliento, tragué saliva y me contuve para no intentar morderle los muslos.
Elizabeth me regaló una sonrisa y solo se fue, dejándome de regalo la imagen de ese precioso culo que se cargaba, adivinando que sabía perfectamente como lo miraba y dejándome ese sentimiento de jugar conmigo al gato y al ratón.
Confieso que después que ella me dejara a solas, fui al pequeño baño de uso común que disponíamos y necesité descargar toda la presión contenida, mi verga seguía dura como un mástil y mi slip impregnado en ese primer jugo de una excitación contenida. En mi imaginación di riendas sueltas a mis fantasías; es que ahí sí podía tener total control de la situación, podía ser el macho y no estar de rodillas a sus pies, en mi cabeza ella venía a increparme como acostumbraba a hacer y yo solo la tiraba sobre el escritorio para hacerle el amor como un salvaje, a la fuerza, sin rodeos, nada importaba. Yo solo tenía el control y ella era mi perra, me saciaba llenándole todos sus agujeros, su concha, su boca, su culo, Elizabeth solo gemía descontrolada, y sentía sus afiladas uñas lastimando mi espalda, yo solo ya no podía…
Cuando terminé y la excitación había pasado, recompuse mi postura, me lavé el rostro con agua fría y me quedé un par de minutos viendo mi rostro reflejado en el espejo.
Luego volví a mi oficina, a mi silla, tenía demasiado trabajo pendiente, como cada día, pero por alguna extraña razón ya no podría volver a concentrarme, mi mente buscaba respuestas que no encontraba, perdida en un laberinto sin salida, solo miraba a través de los vidrios, ella aun no regresaba, solo observaba su lugar, su escritorio su silla, su puesto de mando, en mi nariz aún llevaba impregnado su perfume, cerré los ojos, me sentí perdido
ELIZABETH
Daban las siete con cuarenta de la tarde y regresaba a mi oficina, de reojo miré al pobre chico exactamente como lo había dejado por la mañana. Aún debía poner al corriente los pendientes que le había heredado su antecesora en el puesto.
Todo mundo se había marchado, el primer turno terminaba a las cuatro y el turno de apoyo hasta las ocho. Todos los días son diferentes y se suele rolar los horarios, excepto yo claro, que trabajo de sol a sol y un poco más. Sin embargo, aquel becario nuevo, debió terminar su jornada como mucho a las seis de la tarde.
Retomé postura recta frente a mi escritorio y el sonido del teclado comenzaba a resonar furioso en el ahora pacifico lugar. La algarabía del medio día se había apagado. El despacho estaba vacío, ya no quedaba más que hacer, sino actividades administrativas.
Crucé mis tobillos coquetamente tranzando uno de tras del otro, y me terminé de subir mi falda hasta donde terminan las piernas y comienzan los glúteos. Ahí donde mis medias se entallaban en mi piel con los encajes de su tela, afianzada con el broche que impedía su caída, sujeto a la lencería que rodeaba mi cintura.
Lo miré de nuevo, y esta vez nuestras miradas se cruzaron. Pude notar cómo sus ojos se abrían sorprendido, desviándose de mi rostro hasta donde mis manos sobaban mi cuerpo. Inexpresiva, le arrebaté la mirada. Acomodé mis anteojos en mi rostro y continué con mi trabajo.
Ya no era el morbo del momento lo que me motivaba a exhibirme, más bien era el descaro sin misericordia de seducir a aquel chico, lo que me encantaba del momento.
Quizá quería adelantar el trabajo a rezago, pero no. Nada, ese tipo se había quedado ahí por mí, disfrutando del pequeño espectáculo que le estaba dando, seguramente creyendo que tendría suerte conmigo.
Que equivocado estaba, y que ni crea que le pagaré las horas extras. Si no se había largado era por su propia decisión, nadie le obligaba. Pero eso sí, si quería admirarme un poco más, había que hacerle al tonto un poco más.
Lentamente entremetía mis dedos, ahora por debajo del escote de mi blusa roja, rozando sutilmente mis suaves senos 34B, tanto como el chaleco aprisionándolas me lo permitía, con el riesgo de exhibir más de la cuenta, pues para ese conjunto, el sostén se había quedado en casa, y debajo de aquella blusa casi transparente, solo estaban mis bellas tetas desnudas.
El reloj marcaba la vigésima primera hora del día, y aquel chico seguía ahí, firme en probar su suerte. Entonces me di cuenta que era demasiado, incluso para él, así que me puse de pie, apagué mi ordenador y me encaminé a la salida.
-¿Terminaste ya? -Cuestioné con patanería, insinuando al mismo tiempo que era hora de irse a casa. -Recién termino la redacción para el artículo que nos encargó la revista. -Respondió al borde de un ataque de pánico, mirándome acercarme a la pantalla de su computadora para revisar su trabajo.
Lo leí atentamente sin tomar asiento, recargándome en su escritorio para pararle la cola, sensual y sugestivamente. Para su fortuna y para mi desgracia, lo había hecho muy bien. Aunque me habría gustado reprenderle en su primera entrega, no había excusa para hacerlo.
-Está muy bien, pero le falta más apoyo visual. -Añadí, con un plan maquiavélico entre manos. -No tengo más imágenes, habría que pedir apoyo con Gabriela, la chica de diseño. -Necesito una modelo que de coherencia a lo que se está explicando. -Insistí.
-No creo que haya tiempo para una sesión de modelaje. -Me respondió, tímido. -¿Sabes manejar una cámara? -Por supuesto, pero… -Perfecto, apaga tu PC y acompáñame. Te espero en el estudio. -Finalicé, marchándome a paso firme y sin mirar atrás.
Una vez en el estudio, encendí las luces, posicioné los reflectores y la cámara; recreando aquel protocolo que tantas veces había observado. Justo en el momento en que Mariano entraba. -La cámara está ahí. -Señalé. -Serán dos tomas, de cuerpo completo y de medio cuerpo para cada una. -Ordené, sin más. Alistándome para la sesión por encima en mi vida, mientras el chico programaba la cámara fotográfica posada sobre su trípode, apuntando al centro del escenario, donde yo aguardaba pacientemente.
Enseguida el capturador comenzó su trabajo y yo con el mío. Después, el joven debutante desempotró la cámara de su base y la acercó para las tomas restantes. Al conteo de diez o quince capturas más, me alejé del escenario y me encaminé al guardarropa que estaba en un castado. Tomé un lindo vestido y salí de las sombras, posándome en medio de los reflectores.
Manolo posicionaba la cámara de nueva cuenta sobre el trípode, al tiempo que yo me desabotonaba el estrecho chaleco frente a él. Lo disimulaba bien, pero sé que se moría de ganas por voltearme a ver, pues sabía lo que estaba a punto de hacer.
Sus manos temblaban y sus dedos tropezaban intentando hacer las configuraciones necesarias, cuando finalmente liberaba mi torso, debelando mi linda blusa de telares carmesí, que dejaba ver mis firmes senos tras de sí.
Mariano apuntaba el obturador hacia mí, mirando a través de éste, cómo deslizaba la cremallera de mi falda para hacerla caer a mis pies, exhibiendo mis medias a medio muslo, enmarcando mis bragas de finos encajes. Enseguida me di media vuelta, dándole la espalda a mi joven fotógrafo de turno, permitiéndole verme mis nalgas ahora a viva piel. Así me quité la blusa y sin voltear en ningún momento, me entallé el vestido y continué con el modelaje.
Así finalizamos aquella sesión. Me había encantado, aquella sensación de poder y seducción me embriagaba placenteramente, realmente lo disfrutaba mucho. -Con esas tomas es suficiente. Envíaselas a Gabriela para que haga los retoques necesarios. -Le ordené al afortunado chico. Todavía sin creer lo que acababa de presenciar.
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