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Bendito entre las mujeres
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Tiempo de lectura: 5 minutos

Siendo el menor y el único hombre en casa me sentí, como suele decirse, bendito entre las mujeres. Sólo éramos mi mamá, mi hermana, un par de años mayor, y yo. Jessica, mi hermana, desde su adolescencia siempre estuvo rodeada de amigas que llevaba a casa. Cuando cumplí los dieciocho años yo no dejaba de hacerme ideas con cada una de aquellas veinteañeras. Eran para mí todas unas mujeres bien desarrolladas en cuanto a sus femeninos atributos, obviamente me incitaban fantasías que inspiraban mis chaquetas nocturnas, y más con lo que platicaban.

Desde el pasillo podía escucharlas:

“… ay sí, no manches, que se me empieza a venir en la boca y yo le había advertido que no lo hiciera”, confiaba una de ellas mientras las otras a coro reían.

De ese nivel eran sus conversaciones. Se confiaban cosas bien locas, como cuándo y cómo había tenido su primera vez, y si les eran infieles a sus novios pese a que planeaban casarse con ellos. Siendo más joven e inocente que ahora me sorprendía lo que se confiaban entre ellas.

Con el paso del tiempo procuré hacer ejercicio constante para llamarles la atención. Tenía la ilusión de hacerme el novio de alguna.

Por aquellos días, luego de ir al gimnasio, regresaba a casa con los músculos endurecidos con deseos de que ellas los notaran. Usaba camisetas chicas y entalladas para que las amigas de mi hermana se dieran cuenta de mis mejoras, pues ya no era más aquel puberto que hacía años conocieron.

Tras saludarlas las veía de reojo para ver si alguna me miraba, deseoso de captar su atención. Luego, más tarde, salía de puntitas de mi cuarto para escuchar sus conversaciones.

En una ocasión las escuché hablar de los preparativos para su fiesta de graduación de la universidad. Mientras que yo apenas había iniciado mis estudios de licenciatura ellas estaban por salir y comenzar su vida profesional.

Según lo que escuché estaban planeando festejar aquello con una fiesta sólo para mujeres, pues se proponían contratar a unos strippers para que les hicieran todo el show. No podía creerlo, imaginé que ellas iban a querer hacer de todo con ellos. Mi mente calenturienta comenzó a trabajar. Yo quería atestiguar lo que pudieran hacer aquellas licenciosas, aunque entre ellas estaría mi hermana.

Mientras seguía escuchando sus ardientes comentarios que hablaban de lo mamados, atractivos y vergudos que deberían estar aquellos dos contratados se me fue haciendo una idea. Sabiendo para cuándo planeaban aquello le dije a mi hermana que ese fin de semana yo no estaría en casa pues me iría con unos amigos de paseo. Como sabía que ella se daría sus mañas para que mamá tampoco estuviera, y así la fiesta la hicieran en casa, le facilité el camino, no obstante justo en la mañana hice que Jessica se tomara un laxante que la obligó a no estar de cuerpo presente durante la fiesta, pero ésta sí se celebró en casa. Yo, luego de simular que me había ido, regresé a tiempo para encerrarme en mi cuarto. Previamente había colocado un par de cámaras escondidas que me mandarían su imagen directo a mi computadora, en mi recámara, desde donde podría ver lo que ocurría en la sala. Iba a ser testigo de lo que aquella noche iba a pasar entre aquellas chicas y esos machos contratados.

En la pantalla pude ver cómo las chicas fueron llegando. Mi hermana apenas si les pudo abrir y no las atendió más pues estaba muy mal de su estómago; la pobre.

Verlas alegres me ponía a mí más aún. Bien sabía lo que esa noche deseaban las muy perversas. Pensar que mi propia madre les tenía tanta confianza, si viera, esas sonrisas angelicales enmascaraban a todas unas diablillas tremendas.

Cuando llegaron los dos machos esperados las muy licenciosas aparentaron inocencia pero sus sonrisas evidenciaban lo que en realidad deseaban.

El show, como suele ser, comenzó con los bailes de cada uno de ellos. Prácticamente les embarraban en la cara y por todo el cuerpo el paquete que debajo de apretada tanga traían entre sus muslos aquellos dos profesionales. Yo me tallaba mi propia hombría deseando ser uno de ellos quienes las hacían como querían. Las amigas de Jessica se descosían demostrando de lo que verdaderamente estaban hechas. Parecían dominadas por las hormonas a tal punto que a mi juicio exponían su necesidad de que se las cogieran con la puritita actitud que exhibían. Las desconocí de plano.

En ese instante me pregunté qué hubiese hecho mi hermana si es que hubiese estado presente.

Pasados varios minutos de su show introductorio el tono de la fiesta se elevó hasta el punto de que ellos sacaron sus largos falos a relucir. Yo no sé cómo los lograban tener así, de verdad que en ese tiempo me sorprendieron, eran demasiado largos y gruesos. Pensé que sería cosa de operación o alguna intervención, pastillas o algo, pues no me parecían normales, además como los podían mantener todo el tiempo vigorosos. Las chicas aullaron como bestias en brama encantadas. Más de una se les arrodillo solícitas. La más atrevida tomo la hombría por propia mano y lo talló como toda una experta.

Yo me la seguía chaqueteando mientras veía la depravación total en las amigas de mi hermana, aquellas con las que solía intercambiar alguna plática, o les daba el habitual beso en la mejilla al saludarlas, en ese momento estaban deseosas de hombre a tal grado que parecían rogar porque ahí mismo se las cogieran, ahí en plena sala de mi casa. Qué romanticismo ni qué nada.

Uno de los hombres dijo: “¿Qué, quieren su lechita?”.

Algunas asintieron; otras se sonrojaron y voltearon la cara llenas de vergüenza, aunque riendo sin cortarse del asunto.

“Sí, siempre que la traigas bien calientita”, contestó la más atrevida, Ileana Zuleyma, una cabrona bien calentona quien era la que lo traía bien agarrado de allí, ya de por sí, y que no dejaba de darle sus buenos jalones como si de por sí ya lo estuviera ordeñando.

Uno de aquellos dos dio una orden: “¡Pues ’ora, voltéense y pónganse en cuatro!”

Luego el muy cabrón agarró a una del cabús y con una de sus toscas manos le hizo a un lado su calzón, mientras que con la otra la agarraba de la cadera. La susodicha gritó y yo no supe si fue por excitación o por miedo, pues bien sabía lo que estaba por suceder ya que, como dije, se veía muy vergudo.

Se la dejó ir sin lubricante ni preservativo de por medio y aquella “maulló” tal cual gata atacada.

El fulano la bombeó que daba gusto verlo. Toda ella se balanceaba al ritmo de sus machos embistes y yo no sabía si Lucía (como aquella se llamaba) se movía a consciencia o sólo era su cuerpo el que reaccionaba naturalmente a la embestida. Lo cierto es que antojaba dando ganas de chingársela así alguna vez.

«Ya sabía que eran unas calentonas», me dije a mí mismo mientras veía a las amigas de mi hermana perder toda vergüenza en manos de los strippers. Yo me pajueleba mientras que veía a Ileana chupar verga y a Karla agarrarle los huevos al mismo hombre desde detrás. Las mujeres rodeaban a los dos como si estuviesen hambrientas de ellos. Los llenaban de caricias y besos. Eran todas unas putas, a mi parecer en ese momento.

Ileana dejó de chupar falo y pensé que lo hacía para cederle el honor a otra de sus amigas, pero no. Ella se le puso de espaldas al macho y paró la cola como ofrendándosela. “Penétrame”, pareció decirle con la mirada.

Mientras la penetraba ella produjo una expresión en su rostro que yo casi me vengo. No faltó quien lo siguiera besando a él, e incluso le diera sus buenas nalgadas cuando aquél ya bombeada a ritmo duro y constante, como si lo estuvieran acicateando para alentarlo en su tarea.

Karla, que le acariciaba los huevos desde atrás, en uno de sus jalones le hizo sacar el badajo de la intimidad de la amiga, cosa que aprovechó otra y haciendo a un lado a Ileana se apropió de la hombría para sí mientras pronunciaba: “Ahora me toca a mí”.

Las hembras estaban borrachas de placer; quien no participaba directamente miraba con lujuria y en sus ojos se les notaba el antojo que se les despertaba al ver a sus compañeras hacer aquello. Pensé que si en esos momentos fuera a la sala bien podría tomar alguna entre mis brazos y metérsela sin demasiada negativa, pero seguí mirando.

La depravación en las amigas de mi hermana llegó al nivel de sentarse en el mismo hombre y al mismo tiempo. Claro que una sobre la verga de aquél y la otra sobre su rostro, dejando que sus femeninos labios se posaran sobre los de la boca del stripper en cuestión.

Las chicas armaron un cachondo desmadre que duró más que yo, puedo confesarlo ahora, yo ya me había venido cuando aquellas, las últimas las más calentonas, aún montaban macho aunque sus otras compañeras ya se habían ido. Por allí quedó escupido más de un mueble con el esperma masculino y melcocha femenina. Si se usara luz ultravioleta en nuestra sala de seguro resaltarían las manchas que eran pruebas de lo sucedido allí. Pero había otra prueba, lo que tenía grabado, pensando en utilizarlo no sólo en chaquetas posteriores sino también como medio de evidenciar la calidad de las amigas de mi hermana lo guarde y aún lo atesoro.

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