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Mi prima y una deuda de por vida (I)
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Tiempo de lectura: 5 minutos

Supongo que la forma correcta de empezar esto sería presentarme; mi nombre es Sebastián, tengo 21 años, de ojos marrones oscuros, cabello negro, piel blanca, 1.73 cm de altura y una complexión física normal, ni flaco ni pasado de peso. Para dar un poco más de contexto al asunto debería explicarles que soy el segundo -y más chico- hombre nacido de un grupo de tres hermanas. Mi tía mayor tuvo cinco hijas, la siguiente dos hijas y un varón, la tercera vendría siendo mi madre, que también tuvo dos hijas y a mí. Esta historia se centra en mí y en mi prima, la hija más pequeña de mi tía más grande.

Al ser una familia numerosa, conformada de 18 personas, siempre fuimos criados juntos, ayudándonos, dándonos consejos, compartiendo fiestas, alegrías y tragedias, inclusive llegamos a vivir a menos de 500 metros los unos de los otros, pero, a pesar de crecer todos juntos y compartir absolutamente todo, mi relación junto a una de mis primas siempre fue particular. Su nombre es Belén, también tiene 21 años, es de piel extremadamente blanca, cabello castaño oscuro, unos increíbles ojos verdes que poseía casi toda su familia directa, 1.57 cm de altura y un con algunos pequeños kilos de más que, a pesar de ello, la hacían lucir espectacular. Resaltaban su pequeño y redondeado rostro, tenía un trasero bastante firme y respingón además de unos pechos bastante pequeños, pero que más de una vez le robaron un suspiro a varias personas que conocí.

Belén y yo siempre fuimos más pegados entre nosotros que con el resto, cuando debíamos jugar siempre hacíamos equipo juntos, cuando íbamos creciendo terminamos en la misma secundaria y eventualmente, salíamos de fiesta casi de forma religiosa cada fin de semana. La confianza entre ambos era tal que a ella no le incomodaba para nada ponerse en ropa interior frente a mí, y viceversa. Esto, desde muy chicos, creó una confianza inquebrantable entre ambos y, al menos por mi parte, también creó pensamientos indebidos hacia ella.

Cuando íbamos a la secundaria comencé a imaginarme como sería ser su pareja, si cambiaría mucho más de la relación que llevábamos; nos veíamos a diario, cenábamos, dormíamos, veíamos películas entre otras cosas. Esos pensamientos poco a poco fueron tomando tintes más sexuales y agraviados que nunca nadie jamás descubrió. Inclusive, para esa edad, parte de mi familia admitía que ambos teníamos una relación casi “romántica”, claramente en forma de chiste o ejemplo alguno, pero todo cambió de forma repentina cuando, hace dos años decidió mudarse sola, de la nada y sin empleo alguno, lo que tomó por sorpresa a toda la familia, inclusive a sus padres.

A los 19 años tomó la decisión de irse a vivir sola a una ciudad a cuatro horas de distancia porque, según ella, necesitaba cumplir sus sueños y quedarse en familia, en nuestra ciudad, no le permitiría eso así que, sin casi despedirse, desapareció de un día al otro, llevándose consigo el mayor amor que le tuve a una persona. Y no deben confundirse, a lo largo de mi vida tuve relaciones bastante duraderas, pero ninguna causaba en mi aquel sentimiento que Belén hizo florecer en mi desde muy pequeño. Me gustaría admitir que no me dolió, que no la extrañé y no me hizo falta, pero lo cierto es que pasé unos meses increíblemente duros sin ella, mi compañera, mi cómplice en el crimen.

Durante todo ese tiempo dejamos de hablar en absoluto, a excepción de cumpleaños o Navidades. Podíamos ver en su cuenta de Instagram como tenía un departamento lujoso, siempre iba a lugares de alta sociedad o tenia, lo que se llamaría “una vida de ricos”. También pudimos ver que abrió una clínica estética que se consolidó como una de las mejores de la ciudad, pero nadie entendió como llegó hasta ahí sin dinero, sin ayuda de su familia, sus padres o absolutamente nadie. Era un absoluto misterio para todo el mundo.

El tiempo pasó y un día, en medio de una cena familiar, mi tía se acercó a mí. Mi tía Naomi se acercó a donde estaba sentado y pude saber que algo sucedía. La madre de Belén siempre se caracterizó por ser una de las personas más bonitas de la familia, inclusive algunos la veían más bonita que su propia hija menor. Tenía unos 1.65 cm de altura junto a sus 40 años, cabello rubio hasta por debajo de los hombros, un físico envidiable a causa de tantas horas de gimnasio que dejaban su trasero increíblemente firme y redondeado, casi como de una manzana se tratase. Sus pechos eran igual de pequeños que los de Belén, pero parecían más grandes debido a su contextura física y los ojos verdes junto a su bronceado perfecto completaban el look de madre joven.

—Sebastián ¿has hablado con Belén estos días? —dijo mientras se sentaba a mi lado, su voz denotaba preocupación y ligera tristeza.

—Claro que no, tía. ¿Pasó algo? Luces preocupada. —le alcancé a decir mientras me giraba para tener su completa atención mientras algo en mi interior se retorcía de los nervios, preocupación quizá.

—Es que, he hablado con ella hace unos días y lo cierto es que con todo esto que está sucediendo en el mundo, dice que su negocio ha caído demasiado. —Hizo una ligera pausa porque sus ojos se habían llenado de lágrimas con suma facilidad, lo cual dejaba claro lo grave que era la situación.— Y dice que hasta le cuesta pagar sus cuentas. Su padre y yo le hemos enviado dinero, pero al parecer no es suficiente y sé que la está pasando mal. —Alcanzó a decir antes de que las lágrimas la abarrotaran por completo así que, sin saber mucho que hacer, lo único que mi cuerpo decidió hacer fue estirar mis brazos y darle un abrazo que duró un par de segundos.— Perdóname… Todo esto me pone muy mal, ella está allí completamente sola y me pone de los nervios. Desearía que tú estuvieras ahí, ayudándola. Siempre fueron ustedes dos contra el mundo, siempre fuiste su sostén en los malos momentos.

Las palabras de mi tía eran como un baldazo de agua fría, un balde que me recordaba lo que sentía y también, lo que había perdido, pero, casi por casualidad, resultaba ser que en un par de días tenía vacaciones del trabajo y como todo el asunto con las restricciones se habían calmado bastante, tuve la magnífica idea de querer hacer un viaje, pero sin saber a dónde. Ahora mismo, mi destino era bastante claro.

—Tía, justamente estuve pensando en ir hacia la ciudad unos días. Ya sabes, aprovechar mis vacaciones… Si quieres puedo ir a echarle un ojo, ver con que puedo ayudar y de paso, mantenerte al tanto. —Dije con un optimismo más que increíble, a lo que mi tía respondió con inmensa felicidad y alivio.

Durante el transcurso de la noche, la charla en medio de la cena fue sobre mi viaje, donde me quedaría, que haría. Sobre que estaba sucediendo con Belén y sobre que debía hacer ante cualquier situación. Básicamente éramos los protagonistas sin querer llegar a serlo.

Los días pasaron con rapidez y en un abrir y cerrar de ojos me encontraba llegando a la estación de autobuses de la Capital. Solo una mochila, un bolso de mano y mi corazón, esperando por ver a la mujer que fue más importante para mi en toda mi vida, mi prima. En la estación, el reloj marcaba las 7 de la mañana y el movimiento fuera de la misma era casi nulo, suponía que era bastante temprano para la mayoría de personas por lo que tomé asiento en uno de los cafés que estaban dentro del inmenso recinto y mientras desayunaba, decidí enviarle una nota de voz a Belén diciéndole que estaba en la ciudad, que me quedaría unos días y que, si le apetecía quedar para vernos, que la extrañaba.

Luego de aproximadamente una hora viendo las redes sociales, desayunando y subiendo historias a Instagram, un mensaje con un número que no reconocía llegó a mi bandeja de entrada. Con una mezcla de curiosidad, intriga y temor lo leí en cuestión de segundos.

—“¿Estás en la ciudad? Necesito verte, necesito tu ayuda. Urgente. – Belén.”

————————

Esta es mi primera historia de este estilo y es la primera vez que publico en esta página. Iré subiendo los capítulos conforme el tiempo me lo permita y espero que les guste esta pequeña historia, esta aventura que he estado teniendo en mi mente durante mucho, mucho tiempo.

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