Sabía que no podía perdonarla, la confianza que tenía en ella se esfumó con su traición. Pero debo admitir que su sufrimiento era real, Jimena se esforzaba en que de alguna manera cambiase de opinión y seguro que estaría dispuesta a complacerme con cualquier cosa que le pidiese.
Aun así algo cambio en mí, no la vería de la misma manera. No podía disculparla, mi orgullo me lo impediría. Es por eso por lo que tomé esa decisión, estaba harto de ser el chico bueno, ya tenía suficientes desgracias encima. Un golpe tras otro me castigaba impunemente, laceraban mi alma ya desecha y rota. Y en un acto de supervivencia ¡Un nuevo Carlos surgió!
Sabía que jugaría con los sentimientos de otras personas, cometería muchos pecados, tal vez buscando mi propio beneficio. Sería más egoísta, ya no la persona correcta y moral de antes.
La voz de Jimena me saco de mis pensamientos.
—Carlos… quiero que duermas conmigo… aunque no deseo incomodarte, y sé que aún no me has perdonado, pero estas noches sin ti, no pude dormir bien. Solo anoche, cuando llegaste y estuviste conmigo, sentí un ligero alivio y pude descansar plácidamente.
Miré en dirección a su madre, para ver la reacción que ponía y ver si le parecía correcta la petición de su hija. Pero lo que dijo a continuación me sacó de mis dudas.
—Los nervios y ansiedad que tenía Jimena, eran muy fuertes. Estuvo con calmantes hasta ahora. Me partió el alma verla de esa manera y no saber cómo ayudarla, ella necesita estar contigo. Por favor, Carlos, duerme con ella. Si te sientes incómodo traeré un colchón para que descanses.
—No es necesario —respondí inmediatamente—. La cama de Jimena es grande y cabemos los dos.
Al decir estas palabras me percaté de un brillo en los ojos azules de mi exnovia.
—Si… no hay ningún problema. Tenerte a mi lado será lo mejor —intervino Jimena con expectación.
Sara asintió con la cabeza y se despidió de nosotros. Jimena que aún me abrazaba, me lanzó una mirada intensa y me agarro de la mano llevándome a su cuarto.
—No sé cómo agradecerte por lo que has hecho y estás haciendo por mí…
—Sabes…—la corte e imprimí palabras más frías—. Yo siempre te aprecié, y nunca te mentí, no sabes cuánto me dolió tu engaño. Pero… por el amor que algún día te tuve, decidí venir y ayudarte. No pienses que estas perdonada.
—Eres tan bueno, y yo fui tan falsa contigo. Definitivamente no te merezco, sin embargo lucharé por recuperarte, tenlo por seguro.
—Puede ser, pero ahora ya es tarde para eso, para cambiar el pasado… Solo queda asumirlo y aprender de los errores —le dije.
—No volveré a fallarte —me respondió—. Sé que me costará recuperar tu confianza, haré… lo que tú me digas, no quiero perderte de forma definitiva.
En ese momento al ver su hermoso rostro que ahora reflejaba arrepentimiento. Con ese cabello rojizo y rizado, que siempre me gusto desde la primera vez que la vi, recordé a la Jimena inalcanzable de aquel entonces, no solo para mí, sino para todos los jóvenes de la universidad. Ella y Lucía, eras las reinas, a quien muchachos como yo teníamos en un pedestal. Al contrario de su amiga, Jimena, era diferente, no era creída, ni se aprovecha de su hermosura para lograr sus fines. Esto me llevó a quererla más, pero no todo era color de rosa ya que aun siendo el afortunado que la tenía como novia jamás tuvimos relaciones sexuales, pero ahora la tenía a mi merced.
—Así… pues quiero que lo demuestres —le dije mientras ponía mi mano en la zona baja de su espalda, acercando su cuerpo al mío, casi pegados el uno al otro—. Bésame… Jimena.
Sus carnosos labios se posaron sobre los míos, pero esta vez, a diferencia de anteriores ocasiones, nos besamos con mayor decisión, mayor entrega, mayor pasión. Enseguida pose mi mano sobre su culo, aquel trasero espectacular del que era dueña. Sobé toda la superficie, a conciencia, como nunca había hecho ni me había dejado tocarla de esa manera.
—Ahhh… —soltó Jimena al sentir mis manos estrujar sus glúteos.
Al estar pegada a mi noté sus pechos rozando mi torso y su entrepierna peligrosamente cerca a la mía. Traté de meter mi lengua dentro de su boca, me dejó hacerlo, abriendo sus labios y nuestras lenguas por fin entraron en contacto, envolviéndose ambas en una feroz batalla donde la lujuria que nos poseía era la que nos guiaba.
Sacando fuerzas de mi interior, me separé de ella. Necesitaba averiguar si estaba entregada completamente. Si no mentía, como lo hizo antes.
—¡Desnúdate! —le ordené.
Me miró con decisión, mientras se quitaba su pijama y su ropa interior. Saltó a la vista, sus tetas que ya poseían buen tamaño, sus hermosos pezones rosados, ahora duros como piedra producto de su estado excitado. Su curvilínea figura, que resaltaba su cuerpo tipo 8, asemejando a un reloj de arena, haciéndola apetecible para cualquier hombre en su sano juicio y yo no era la excepción, lo comprobé cuando sentí mi pene, duro a más no poder, rozando mi pantalón.
—¿Te gusta? —me preguntó a modo de afirmación, al ver el bulto que se formaba en mi entrepierna.
Al verla sonreír, quise jugar un poco con ella.
—Algo… —le mentí descaradamente—. Me gustaría más si no estaría el vello púbico —le aseguré mientras apunté con el dedo a la zona del monte de Venus.
Vi primero en su rostro incomprensión, luego resignación. Tal vez por pensar que me defraudó.
—No importa —continué— ¡Quiero que te masturbes para mí!
Como si de un acto de reivindicación se tratase, Jimena se recostó en la cama, miró hacia el techo, luego dirigió la mirada a su entrepierna al tiempo que llevaba de forma temerosa y avergonzada sus dedos a la vagina. Al principio apenas rozaba sus labios, como si su mente se resistiera ante aquella situación, tal vez porque antes no era asidua a estas prácticas.
—Esfuérzate más. No decías qué harías lo que te diga.
Estas palabras la llenaron de estímulo para que sus dedos se volvieran más activos. Aquellos bellos y desnudos labios no tardaron en mostrar evidencias de lo cálida y húmeda huella del deseo y placer.
—Acaríciate los senos también —le ordené.
Rauda y veloz subió una mano hasta su pecho. Que empezó a masajearla de forma circular. Sus senos eran dos manjares de carne que pedían ser lamidos, besados, estrujados e incluso mordidos. Dejé pasar el tiempo contemplando fijamente las manos de mi amada disfrutar de su cuerpo de diosa. Si, eso era ¡Una diosa! ¡Afrodita en persona! Me recordó a un poema de Francisco Villaespesa:
Te vi muerta en la luna de un espejo encantado.
Has sido en todos tiempos Elena y Margarita.
En tu rostro florecen las rosas de Afrodita
y en tu seno las blancas magnolias del pecado.
Por ti mares de sangre los hombres han llorado.
El fuego de tus ojos al sacrilegio incita,
y la eterna sonrisa de tu boca maldita
de pálidos suicidas el infierno ha poblado.
¡Oh, encanto irresistible de la eterna Lujuria!
Tienes cuerpo de Ángel y corazón de Furia,
y el áspid, en tus besos, su ponzoña destila…
Yo evoco tus amores en medio de mi pena…
¡Sansón, agonizante, se acuerda de Dalila,
y Cristo, en el Calvario, recuerda a Magdalena!
Jimena me miró con un destello de lujuria en sus ojos, mientras me acercaba hacia ella. Por fin la tenía ante mí. ¡Oh, diosa!
Poseedora de un cuerpo perfecto, con piernas largas y seductoras, los muslos grandes y prietos eran la envidia de cualquier mujer, y entre ellos, su sexo, al que si mis lascivos ojos no engañaban, se hallaba ligeramente mojado. Sus labios de diosa pecadora, con sus ojos azules, que insinuaban un origen más divino, tal vez nacida de la espuma del mar, después de todo tienes por madre a la Luna. Que el sol su luz a ella da, otorgándole una belleza más radiante. ¡Oh, Jimena! Me das la esperanza del amor y luego con gran dolor, el desconsuelo llega sin razón por la vía del cruel engaño.
Pocas mujeres he visto más hermosas que Jimena, pegué a mi cuerpo a ella y sentí el calor que emanaba de su piel, un calor que me embargaba mientras agaché la cabeza para sentir por primera vez el tacto de sus senos en mi boca.
—Ahhh… Ahhh —gimió mi diosa mientras su cuerpo se estremecía.
Comencé a besar sus tetas, mientras examinaba sus cualidades, eran tersas y firmes con unas aureolas pequeñas y rozadas. Me apoderé de su pezón, ahora duro como piedra a la vez que Jimena exhalaba un gemido al hacerlo, que indicaba que le gustaba y quería que lo siguiera haciendo.
—Sigue… Sigue —me decía mientras empujaba mi cabeza contra su torso.
Seguí devorando sus senos; sin que se me escape ninguno, pasando de uno al otro, entre tanto los gemidos de Jimena iban en aumento. Sentía el vaivén de sus caderas sobre mi entrepierna, donde mi pantalón impedía que la penetrase. Mi polla hace rato que se encontraba dura, y me pedía a gritos salir de su encierro.
Bajé la cabeza, mientras descendía a su entrepierna, empecé a besar su vientre, luego su ombligo, hasta llegar a su vulva, que me esperaba húmeda y con ganas de ser atendida. Acaricié con dos dedos su sexo, y solo tocar su clítoris hizo que corriera.
—Ahhh. Carlos… ¡Mi amor!
Su cuerpo se retorció sobre la cama, donde estaba recostada. Jimena se corrió, mientras el orgasmo se apoderaba de todo su ser. Observé su hermoso rostro, tenía los ojos cerrados, las mejillas ruborizadas y la boca abierta. Esta visión de ella me excito de sobremanera.
Me baje con destreza mi pantalón y el bóxer, liberando mi erección, haciendo que mi pene brincara como un resorte. No espere a que se recupere de su orgasmo, quería castigarla así que dirigí mi pene hacia su vulva. Empujé levemente hasta traspasar su entrada, a pesar de estar encharcada de flujo, aún me apretó el pene.
—Mmm… Mmm — exhaló un leve gemido.
Empujé con fuerza y mi miembro se adentró por completo en su estrecha vagina, causándome un placer extremo.
—Ten cuidado… amor mío —me pidió—. No estoy acostumbrada…
No le hice caso, la silencié con mis labios. Puso sus manos tras mi nuca y nos fundimos en un beso infinito, en tanto seguía penetrándola, entrando y saliendo de su encharcado coño, cada vez más rápido.
—Sí, sí, sí… Carlos… Te amo con locura…
Seguí bombeando, cada vez con mayor ritmo, mientras se adaptaba a mi miembro. La lujuria me nubló y estuve a punto de correrme. En un último intento de cordura, al saber que no tenía puesto un preservativo, quise sacar mi pene de su calurosa vagina.
—¡Córrete dentro, mi hombre!, ¡Lléname! Ahhh…
Sus piernas se enroscaron en mi cuerpo impidiendo mi salida. No soporté más tiempo al sentir su vagina que no paraba de apretarme y contraerse, empujé hasta el fondo y llené de semen su coño. Ambos nos corrimos a la vez, descargué hasta la última gota, ya luego pensaría en soluciones.
Nos quedamos abrazados, recostados, pegando nuestros cuerpos, ambos con la respiración agitada. Fue mi debut en el sexo, y seguro que lo recordaría toda mi vida.
Fue una noche de sexo brutal, prueba de ello era el estado en el que nos encontrábamos, con nuestros cuerpos sudorosos, producto del ajetreo en la cama.
Pero lo que más me preocupaba no era el hecho de correrme dentro de Jimena, ya me contaría porque se mostraba tan segura y si no pues había diversas alternativas, como las pastillas. Lo que me tenía preocupado eran los gritos que dimos, sobre todo los de ella, que no tuvo ningún reparo en contenerse. Las ondas sonoras traspasan paredes y seguro que su madre nos escuchó.
—Carlos… —me dijo—. Duerme conmigo, estos días sin ti, fueron fríos y desolados.
No pude evitar sentir cierta lástima por ella, después de todo la encontré terriblemente hundida y con un sufrimiento que estaba seguro de que la carcomía por dentro.
—Está bien… —le respondí— Me encantaría…
Me sonrió de manera dulce.
—Gracias… amor mío —me agradeció antes de besarme de forma tierna en los labios.
Jimena se dio la vuelta, pasé mi brazo por su cintura y me pegué a ella acoplando nuestros cuerpos. Ella en un gesto de gratitud agarró mi mano y en esta posición nos quedamos dormidos.