Sergio se puso la misma ropa que llevaba a la tarde y apareció con rapidez donde estaba esperándolo su madre. Apenas tardó en llegar, (que corta se sentía ahora la carretera) donde observó paciente como su madre se despedía de su amiga Pili para después entrar en el coche.
—Hola, cielo —le dijo apoyándose en su pierna para acercarse y darle por sorpresa un beso—. No he tardado apenas, ¿verdad?
—Podrías haber estado el tiempo que quisieras, disfruta. —Sergio sonrió con el calor del beso aún en su mejilla.
—Me lo he pasado de maravilla —hizo una pausa pensando en algo que acto seguido soltó por la boca—. Me lo estoy pasando genial, voy a tener que agradecer a tu tía que se le estropeara el coche.
—Me alegro, mamá. Ahora que pienso, ¿Cuándo te apetece volver?
Los dos se miraron, era un tema que no habían tocado, pero que en algún momento deberían meditarlo, por el joven se quedaría eternamente junto a su tía.
—Tú me imagino que vas a quedar con tus amigos ¿no? —sin esperar una contestación prosiguió— Cuando estén todos aquí y quedes con ellos, igual marcho a casa. Además seguro que Pedro volverá pronto.
—La verdad, que yo… —no sabía si sonaría tan mal en alto como en su mente— igual no quedo con ellos, puedo venir en cualquier momento. Me gustaría pasar más tiempo con… vosotras— no podía decir que sobre todo haciéndolo con su tía, pero así valía.
—¡Vaya…! —su madre lanzó una mirada de sorpresa con los ojos abiertos. Ni pestañeó mientras el coche se metía en la carretera— ¿Quieres pasar tiempo con tu madre?
—No suena tan mal… ¿O sí?
—No, para nada. Me sorprende nada más…, pero… —la voz le tembló un momento dándole vergüenza admitir lo siguiente— me gusta. Te parece… si mañana… no sé si te parecerá bien… ¿Hacemos algo tú y yo?
—¿Y la tía? —la primera imagen que le pasó por su mente al decir eso, fue recordar a Carmen recibiendo unos chorros espesos y calientes sobre sus voluminosos pechos.
—La dejamos tranquila un rato, que también querrá soledad. Pensaré en qué podemos hacer. Aunque sea una tontería… —rio tontamente y añadió— me gusta la idea, ¿hace cuánto que no pasamos tiempo juntos?
—Ni idea. —se vio con ganas de comentarle algo obvio, tan obvio que hasta Mari lo sabría. Quizá decirlo en alto podría afectar en algo a su forma de ser— Mamá, te veo de maravilla, tanto por dentro como por fuera… estás como… no sé… brillando.
—Hijo, ya vale… —con el rostro enrojeciéndose, se atusó el pelo y sin mirar le siguió diciendo— no has parado de halagarme, incluso más que tu padre…
—Bueno, mamá, pues ninguno más ya —sonrió Sergio mientras veía como ella le cogía del brazo y le decía rápidamente.
—No, no, no… me gusta escucharlos.
Mari en un acto que sobrepasaba sus límites de timidez hacia sus hijos, alzó la mano llevándola hasta la palanca de cambios donde reposaba la de su hijo. Miró con sus preciosos ojos, al hijo que tanto amaba, pero tan poco se lo demostraba y mientras Sergio prestaba atención a la carretera ella entrelazó los dedos con los del joven. Sin decir ni una palabra más, llegaron hasta la casa de Carmen donde a la madre le dolió tener que romper la unión de sus falanges. Querría tenerle así por siempre, “cuanto tiempo perdido…” pensó, dentro de aquel coche su comportamiento seco hacia sus hijos le parecía ilógico.
Salieron del coche en dirección a la puerta de la casa y Mari desde la espalda del joven, movió su nariz al notar cierto olor, extraño. Era una fragancia fuerte, ¿sudor? Podía ser… pero también a algo más… algo que no le desagradaba del todo.
—Oye, hijo, pégate una ducha, cielo, que hueles un poco fuerte… con este calor se suda mucho y se pegan muchos olores.
—Pero… —Sergio que en un gesto obsceno se olió los sobacos, negó con la cabeza— si no huelo mal ¿no?
—No es sudor, es otro… no lo sé, cariño, pero hazme caso, dúchate.
Al abrir la puerta Sergio se dio cuenta con rapidez que seguramente el aroma que desprendía era una mezcla de tantos fluidos que la propia Mari se hubiera asustado al saberlo.
La mujer rubia cuando sus dos familiares llegaron, tenía las pizzas recalentadas y recién salidas del horno. Los tres las comieron con ganas, en especial Sergio y Carmen que habían perdido muchas energías y escuchando el día de Mari todos terminaron de cenar.
Ninguno estuvo de “sobremesa” viendo la tele o charlando, aunque Mari todavía tenía energía para seguir en pie los otros dos estaban muertos, por lo que lo más sensato era subir a sus habitaciones a descansar. Mari observó a su hermana como iba camino a la cocina con los platos vacíos y cuando volvió para marcharse a su cuarto le preguntó en voz baja.
—Carmen, ¿estás bien? Andas un poco raro.
—Sí, sí —contestó con toda la normalidad que pudo— creo que me he rozado los muslos, ya sabes.
—Mira que apenas se te juntan, tienes unas piernas preciosas. Échate pomada, es lo mejor.
—Gracias, cariño, te quiero.
—Y yo.
Carmen entró en su habitación pensando antes de dormir que quizá era mejor comentarle “el capullo de tu hijo, que me ha matado”.
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Sergio despertó con las pilas totalmente cargadas. El anterior había sido un día duro, tanto que todavía notaba las piernas algo entumecidas por el sexo, pero aun así, estaba repleto de energía, rebosaba. Encendió la pantalla del móvil y ya eran las once de la mañana, había dormido más de ¡doce horas!, “Como para no tener energías”.
Puso un pie en el suelo pensando en su tía, “¿será posible hoy otro encuentro?” Esperaba que sí, aunque recordó que su madre había preparado un plan para estar juntos. Por un lado no le sentó bien no tener opción de hacerlo con Carmen, aunque pasar el día con Mari era algo que en verdad necesitaba.
Bajó a la sala después de estirar cada uno de sus músculos y allí vio a las dos mujeres hablando, se acercó saludándolas y cogió en la cocina una fruta para desayunar.
—O sea que hoy me dejáis tirada ¡eh!, Sergio. —supo que era una broma aunque en sus ojos había una pequeña cantidad de reproche o decepción que el joven no supo descifrar.
—Solo es un día, así te olvidas de nosotros un poco.
—¿Te vistes y vamos, cariño? Ya tengo todo listo.
Sergio asintió y después de dar dos besos a cada una de las mujeres, fue a la ducha. “Esos besos cada vez me resultan más raros…” pensó mientras subía las escaleras, ya que con su madre no tenía la costumbre y darle a su tía un simple beso en la mejilla… le sabía a poco.
Terminó en la ducha saliendo fuera para secarse. Había tenido la intención de darse un poco de placer bajo el agua, pero prefirió que no. No tenía ganas de gastar sus fuerzas a lo tonto, podía reservarlas para algún momento con su tía, no perdía la esperanza de tener un rato a “solas”.
En la puerta sonaron dos golpes y vio como la manilla se giraba, se tapó rápido por inercia con la toalla y observó que Carmen entraba en el baño.
—Parece ser que hoy me dejas sola… Demonio… —la mujer entró con media sonrisa y un rostro malicioso.
—¿Tía? ¿Qué haces…? —dijo Sergio alarmado porque su madre seguía en la misma casa y… despierta.
—Tranquilo, cariño. Está fuera metiendo unas cosas en el coche, en teoría… también voy a la ducha. —Carmen se acercó a su sobrino y añadió— Me da pena que no estés aquí hoy, pero mejor, así descanso, ayer… fue demasiado… estoy algo irritada ahí abajo.
—Lo siento…
—No, no, ni se te ocurra sentirlo, valió la pena cada segundo —le dijo cortándole—. Es por la falta de hábito, nada más. Pásalo bien con tu madre, anímala y dale cariño como tu bien sabes.
—Lo intentaré, la verdad tengo ganas de estar a solas con ella.
—Vaya… —dijo mirando lo que escondía tras la toalla. Pasando sus manos por esta, el joven soltó la atadura y dejó que la mujer le dejara sin nada que taparse, descubriendo que tenía una parte erecta— ¿Y esto?
—Tú culpa… te veo y…
—Sí ¡eh! —se arrodilló delante del muchacho.
Desde que se había puesto un pie en el suelo las ganas por estar con el joven opacaban las demás. A Carmen le dio pena pensar que lo mejor era no meter nada dentro de su molesto sexo, sin embargo… algo podía hacer. Sin ningún ápice de duda, agarró con fuerza el pene húmedo de su querido sobrino y abriendo la boca todo lo que pudo, sin pedir permiso, se lo introdujo en varias ocasiones.
Trató de que todos los centímetros posibles le cupieran en la boca, topando con su garganta que le recomendó no seguir. El calor era demasiado, cada momento a solas de esos dos era puro fuego. Carmen sentía en su lengua cada grado centígrado de calor que se elevaba hasta alcanzar la temperatura del mismo infierno.
No obstante lo recomendado era parar. De forma sensata saco de su interior el tremendo ariete de su sobrino y lo miró con detenimiento. Le había dejado un reguero de saliva, como si de su firma se tratase, “propiedad de Carmen, no tocar”.
Se levantó con cierta lentitud, sus piernas no eran las mismas y tampoco lo serían durante todo el día, tuvo que apoyarse en el lavabo para incorporarse delante de su sobrino.
—Eso, para que te acuerdes de mí, voy a pensar en algo para intentar estar solos, tú… me entiendes.
Limpiándose una pequeña gota de líquido que le brotaba de la comisura del labio, podría ser su propia salía o líquido preseminal salido del pene que tanto deseaba, daba lo mismo. Se giró para ir a la puerta, pero antes dio la vuelta a la cabeza y dedicó un guiño más que cómplice para acabar por decir.
—Ahora, vístete rápido que tu madre te espera… ¡Ah! Y sécate bien… —señalando el miembro erecto— que no queremos que coja frío.
Carmen desapareció por la puerta tan rápido como había entrado y Sergio solo pudo pensar en una cosa mientras su miembro daba pequeños saltos de alegría. “¿Cómo me puede excitar tanto?”.
CONTINUARÁ
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Por fin en mi perfil tenéis mi Twitter donde iré subiendo más información.
Subiré más capítulos en cuento me sea posible. Ojalá podáis acompañarme hasta el final del camino en esta aventura en la que me he embarcado.