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Lucky boy (II): La playa
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Tiempo de lectura: 14 minutos

Lo último que me sucedió recién a finales de octubre del espantoso 20-20. Eran fechas muy atareadas, no había tenido tiempo para mí, ni para tomarme un descanso, ni siquiera para hacer el amor con mi esposo como era debido, y les juro que eso era lo que más me urgía en esos días.

Como en todo fin de año, se había de celebrar una conferencia para exponer los resultados frente a los directivos ya accionistas principales. Normalmente en un hotel de lujo en alguna playa, y una tonta pandemia no impediría que la empresa justificara el presupuesto con viáticos ridículos.

Pero ni modo, donde gobierna capitán no manda marinero. Aunque estaba aterrada por viajar en la situación tan crítica, no tenía opción. Por obvias razones aquel viaje lo realizaría sola, dejando al papá con mis dos pequeños. En parte me sentía tranquila sabiendo que mi familia estaría segura en casa, pero la idea de enfermar de ese maldito virus, no. Aunque no me imaginaba tendría un golpe de suerte erótico que haría todo mucho más llevadero.

Fue sobre la arena, era un día hermoso, en aquel lugar todos los días son así. Mi parte del trabajo en los preparativos previos a la reunión había concluido, y ahora tenía todo el día libre para pasarla en la costa, “a mal tiempo buena cara.”

En fin, me escogí un buen bikini, me puse mi cubre-bocas y salí del hotel rumbo a la playa. Todo parecía normal, mis planes se limitaban a tumbarme como trapo sobre la arena hasta tomar un bronceado natural perfecto. Conocía de una playa nudista por ahí a la cual me tentaba a ir, pero nada, irónicamente no quería nada de exhibicionismos ese día, sin imaginarme que la ruleta de las casualidades estaría a mi favor.

Escogí finalmente un buen lugar un poco alejado del mar. No fue muy difícil, pues aunque por esos tiempos estaba abierta al turismo, no había mucha gente, al menos no en ese lugar a esa hora, en es ese día. Muy a mi suerte, porque lo único que quería era paz y tranquilidad.

Así, caminaba con mis sandalias en mano, sintiendo la dulce sensación de la arena en mis pies, decidida a alejarme lo más posible de los pocos visitantes. Sin embargo algo me detuvo.

De reojo me había parecido ver a un chico joven y apuesto, lo sé estoy perdida, y casada, pero es mi debilidad, no tengo remedio. Luché un poco conmigo misma, pero en verdad era muy lindo, cohibido, tímido y sobreprotegido, el coctel perfecto para desatar mis más bajos afiches sobre él.

Finalmente perdí mi madurez y regresé sobre mis propios pasos para mirarle mejor. Era un chico de piel clara, cabello castaño claro, delgado, pero con un buen marcado en sus abdominales, casi segura que tendría unos diecinueve años, o dieciocho con suerte, no menos porque aquel hotel de enfrente, donde me alojaba y que correspondía a la sección de playa en la que estábamos, era solo para adultos.

Ya convencida y cautivada por mi nueva presa, comencé el acecho situándome en una posición estratégica. Me sitié a un costado de la familia, con toda alevosía en el lado donde estaba el chico, dejando a las dos mujeres mayores, seguramente serían su mamá y su tía, quienes conversaban con un hombre adulto, el padre o el tío, quién sabe, qué importa.

A manera de preámbulo, me unte bloqueador solar en todo mi cuerpo, de manera muy seductora y sensual, por supuesto, antes de recostarme para recibir los rayos de nuestro astro sol.

El chico estaba recostado sobre la arena jugando con su teléfono móvil, recargando su espalda en la silla playera donde descansaba su madre, completamente dormida. Al otro lado de ella, estaba la otra mujer con el tipo conversando distraídos. Y al frente del chico estaba yo, acomodándome sobre mi toalla, boca abajo, con mis lindos pies apuntándole. Ahí, por fin me quité el cubre-bocas.

Y así, el espectáculo daba inicio. El sol pegaba en mi espalda, al levantar la vista se miraba el mar, podía escuchar el relajante sonido. Casi podía sentir como los ojos de aquel joven se clavaban en mi cuerpo, con la misma claridad con la que sentía la suave brisa.

Entonces separé un poco mis piernas, apenas lo suficiente para que pudiese verme el lindo traje blanco que modelaba sensualmente. Y ahí, debajo de la suave tela veraniega, aparecían un par de dedos con uñas largas esmaltadas en color rosado intenso. Amo ese color.

Estaba ebria de lujuria y perversión, jugando con mi vagina sobre mi traje. Enseguida sentí un fuerte escalofrío, cielos, lo disfrutaría como nunca. Lentamente me tocaba, complacida por mi exhibicionismo, sabía que el chico estaría viendo mis furtivos dedos masajeando eróticamente mis labios terriblemente calientes y estimulados.

Mi cuerpo se estremecía en cada caricia, podía sentir como la lubricación fluía dentro de mí, escurriendo un poco sobre mi lindo traje satinado. Poco a poco comenzaba a relajarme, estimulada por mis propias caricias, menaba la cintura sensualmente haciendo bailar mi conchita sobre mis dedos como si me estuviese montando en un buen pito.

Después me di media vuelta girando ahora mi cabeza donde antes estaban mis pequeños pies. Y lo miré. Por un momento nuestros ojos se cruzaron, pude verle la cara de excitación y asombro que tenía. Inconscientemente le sonreí aunque aparté la mirada para evitar formalidades.

Sus ojos me escaneaban el cuerpo como queriendo inmortalizarme dentro de su mente para no olvidarme jamás, mientras yo me arrodillaba frente a él, llevándome las manos a la espalda para desanudar mi traje de baño. Dejé que los listones cayeran por los costados, permitiendo que mis tetas se balancearan libremente escondidas tras el conjunto pendiendo únicamente de mi cuello.

Enseguida me recosté nuevamente, esta vez un poco de costado para poder verlo mejor, y por supuesto, para que él pudiese verme todo el cuerpo. Y continué tocándome, mirando cómo aquel jovenzuelo me miraba sin disimulo.

Su madre dormía profundamente y los otros dos se habían ido nadar un poco. El momento era solo nuestro. A nuestros lados había llegado más gente, pero no me importaba, que diablos me daba lo que pensaran de aquella mujer loca tocándose en frente del hijo de una señora distraída.

Era justamente lo que hacía, masajeándome mi vagina mojada debajo de mi bikini blanco, relamiéndome los labios al ver como emergía una gran polla dentro de las bermudas del chico. Acrecentándose más y más sin siquiera tocarla. Deseosa de mí. Y solo para mí.

Aquello me dejaba en claro cuánto le estaba excitando mi cuerpo y seguramente cuánto me deseaba. Le agradecía mostrándole mi mano complaciéndome debajo, escondida bajo la tela blanca de mi traje.

Ensimismada ante la explicita acción del jovenzuelo, me desanudé el moño que sujetaba mi sostén detrás de mi nuca, y me recosté de costado sobre mi hombro izquierdo, ofreciéndole mi par de senos desnudos para que pudiese admirarme sin cesura, al tiempo que doblaba mis piernas para poder tocarme mejor.

Y en ese momento perdió la cordura, por fin sucumbía ante mis encantos y el chico baja su mano derecha hasta su polla erguida para comenzar a estrujarla. De inmediato se bajó las bermudas y se desenfundo su férreo trozo, mirando a su alrededor, rogando porque nadie lo viese.

Ante mis ojos emergía su claro y pulcro pito rosado y lindamente depilado, además lubricado ya por sus eyaculaciones previas al acto. Diablos, se veía tan lindo y sabroso, que se me antojaba comérmelo ahí mismo. Pero los vecinos, y su madre, y sus tíos, que de no ser por ellos me lo cogía en medio de la playa.

Mirando su largo falo enfilado fuera de su ropa, me saboreaba esa blanquecina lubricación que le escurría desde su glande y por todo lo largo de su escroto, al tiempo que me metía un par de dedos tan profundo como podía, deseando con toda mi alma fuese ese pene al frente mío el que me estuviese penetrando.

Ya completamente cautivada, deshice el coqueto nudo de mi bikini que se aferraba en el costado de mi pierna derecha, dejando que la prenda se deslizara hasta caerse, permitiéndome tocarme más fuerte y más profundo para aquel chico.

Mis dedos me ultrajaban con fuerza, mi mano se mojaba con mi lubricación, y aquel joven muchacho se masturbaba para mí. Estábamos muy calientes, casi como el mismísimo sol que nos golpeaba con toda su imponente presencia ya por eso del mediodía. En cualquier momento nos haríamos terminar, no había diferencia, ya cuando me pongo así de excitada soy toda una MILF precoz.

De cualquier manera no había tiempo, era ahora o nunca, ambos lo sabíamos. Él se estrangulaba con fuerza su largo y grueso pedazo de músculo, viendo como yo me ensartaba mis dedos medios estimulando mi clítoris desde dentro y con mi pulgar por fuera. Estaba tan complacida que mi vagina no dejaba de lubricarse más y más, empapando mi mano de mi lechita tibia que escurría entre mis dedos, sintiendo cómo mi cuerpo se estremecía en un poderoso escalofrío anunciándome que estaba a punto de venirme.

Me concentre en el muchacho, o en su pito más bien. Lo observaba con detenimiento, con hambre, desesperada por trágamelo y saborearlo dentro de mi conchita. Imaginándome montada en él, chupándosela, siendo penetrada en cuatro o de misionero, como fuera.

Aquellos pensamientos me llevaban al cielo, haciéndome perder la noción del tiempo y el lugar en el que estaba. Por si fuera poco, en ese momento, aquel jovial pene que en mis ojos se había fundido, comenzaba a convulsionar endureciendo los músculos de sus testículos como se saca el jugo a un par de naranjas a la vez, expulsando a chorros su espeso contenido blanco por toda su tranca, manchando sus manos hasta cubrir la fina arena de mar con su semen.

Y entonces finalmente exploté. Mis dedos entraban y salían chapoteando en mi coño pescando un profundo orgasmo que me hacía eyacular tan intensamente que hasta mis piernas me temblaron; contrayendo y tensando mis nalgas, expulsando todos mis jugos contenidos desde hacía mucho tiempo. Todo en sincronía con la propia eyaculación de ese lindo chico adolecente al frente.

Suspiré, y sonreí, aliviada y satisfecha de tan profundo orgasmo. Por ese corto instante, nuestros sexos choreaban, babeando el viscoso liquido alvino, que aún escurría desde su enrojado glande y en los rosados labios de mi depilada conchita.

Justo a tiempo regresaban la pareja de sus tíos, alertando a su madre. Como pudimos nos vestimos de nuevo, escondiendo nuestros sexos mojados. Enseguida me anudé mi traje de baño de nueva cuenta a mi bronceado cuerpo y me dispuse a regresar a mi habitación. De paso le coqueteé un poco al chico sofriéndole con malévola complacencia al desfilar altaneramente a su lado.

Creí que sería todo, me sentía más que satisfecha, pero se pondría mejor. Justamente el día siguiente debía exponer mi reporte en aquella conferencia, por lo que me alisté desde muy temprano para los preparativos. Eran por eso de las siete de la mañana cuando salía a paso veloz de mi cuarto de hotel, pasé por el ascensor, salí como alma que lleva el diablo y ahí lo encontré de nuevo.

Sí, ni más ni menos que el mismo muchacho, ésta vez estaba nadando en la piscina del hotel. Me pareció muy extraño, por la hora del día, y porque no creí que estuviese permitido. Intenté no darle importancia y me concentré en mi trabajo de ese día.

De allí en más, sin novedades. Expuse, todo bien, conviví un poco con mis compañeros y regresé a mi habitación por eso de las seis de la tarde. Muerta de fatiga, me desvanecí en mi cama y caí profundamente dormida.

Pero el siguiente día todo cambió. Era mis últimas horas de hospedaje, y con todo había amanecido por eso de las siete de la mañana. Claro, pues si había dormido casi doce horas. En fin me dispuse a perder el tiempo mirando un poco el televisor antes de dar check-out. Así hasta dar un cuarto de hora para las siete de la mañana, cuando una oleada de calentura me levantaba de la cama.

Y es que justamente recordaba el día anterior, mirando a mi joven compañero de hotel nadando en la piscina. Enseguida me asomé por mi balcón que justamente daba a la piscina y a la playa. Cuál fue mi sorpresa que en efecto ahí estaba.

Una profunda alegría me invadió, y corrí como colegiala a vestirme y arreglarme para él. Me puse un traje de baño diminuto de dos piezas; el top amarillo intenso, y la parte de abajo en color negro con toques del mismo amarillo. Así baje casi corriendo por el ascensor como linda abejita coqueta, con toalla en mano, y por su puesto el indispensable cubre-bocas.

Al llegar al primer piso, me dirigí sin escalas al área de piscina. Asombrada de que nadie me dijese nada, ni siquiera para revisarme la temperatura. Qué bueno, con lo ardiente y zorra que iba, seguro que reventaba su termómetro. Las ventajas de hospedarse en un hotel para adultos, supuse.

Me acerque colocando mi toalla y mi cubre-bocas en una silla playera de por ahí y me senté en una orilla de la piscina. Y ahí estaba, el mismo chico, nadando como pez vela por todo lo largo del acuático escenario, en completa soledad. Hasta que llegué.

Era encantador, realmente atractivo, lo observaba en silencio sentada en el borde de la piscina, chapoteando con mis pies, antes de tomar coraje suficiente para sumergir el resto de mi cuerpo. Fue en ese momento cuando se percató de mi presencia. Creo que lo sorprendí en verdad. Soltó un genuino espasmo de asombro, aún antes de percatarse de quién se trataba. Supongo que le habría espantado mi furtiva aparición. Sin embargo al darse cuenta de que se trataba de mí, me reconoció de inmediato y se relajó. Por un momento continuó nadando, yo lo miraba desde mi privilegiada posición. Así hasta que por fin me animé a saltar dentro de la piscina.

Por un momento estuvimos nadando juntos, aunque cada quien por su parte. De tanto en tanto nos cruzábamos una que otra mirada insinuante. Aquel juego me encantaba, ese genuino cortejo adolecente no se encuentra en ningún hombre maduro.

Fue justamente en uno de esos encuentros cuando finalmente me atreví a acercármele, sabía perfectamente que de su parte no daría el primer paso. No dije nada, dejé que el natural momento y mi lenguaje corporal hablaran por sí solos. No hacía falta mediar palabra, ambos sabíamos lo que sucedía.

El chico miraba nervioso las cortinas de su habitación, temeroso que su familia lo viese, aunque no sé porque, no había nada de malo en que estuviese con una chica, pese a la diferencia de edades. Quizá yo era demasiado desinhibida, o muy zorra, de cualquier manera me estreché a él. Lo acorrale más bien. Llevándolo hasta un extremo de la piscina en la cual recargó sus codos sobre vértice de cada lado, mirándome nervioso cómo me acercaba.

Ahí le mire fijamente a los ojos con una sutil sonrisa que dibujaban mis húmedos labios, y en completo silencio le agarré el paquete que abultaban sus bermudas. Enseguida él me correspondió acariciándome con dulzura un costado de mi brazo. Lo hacía tan tierno y con tanto miedo que podía sentir claramente cómo temblaba su mano al deslizarse sobre mi piel blanca, ahora bronceada por el sol del paradisiaco lugar.

Me dejé consentir, mientras comenzaba a notar como su hermoso pene comenzaba a crecer en mis manos, sumergidas en la piscina. Hasta que acercó su rostro a mis labios. Y es que normalmente los besos los tomo mucho más personales, por lo que me rehusé, apartando mi cara, lo que él aprovechó para besarme el cuello mientras me tomaba por la cintura con una mano y me abrazaba con la otra, haciéndome perderme en sus caricias.

Ya completamente encantada y enamorada por el pecaminoso momento, me recargué ahora sobre el vértice de la piscina parando mi colita todo lo que podía, al tiempo que deslizaba mi traje de baño a un costado de mi rosada conchita para que aquel abusara de ella como le placiera.

Sin perder tiempo, aquel joven chico se desenfundó su pito y me penetró. No hizo falta ningún esfuerzo, aquel jovial pene parecía estar hecho específicamente para encajar en los confines de mi vagina, tamaño y grosor exacto para hacerme gozar como pocas veces en la vida.

Aquel sexual acto acuático me estaba complaciendo de sobremanera, pero entonces escuchamos pasos. Exaltados nos desacoplamos de la copula para darnos cuenta que el guardia de seguridad pasaba haciendo su ronda, quizá sospechando de lo que pasaba bajo las cristalinas aguas de la piscina.

Quizá no hubiese dicho nada, no es como que me molestara el exhibicionismo, pero no tampoco quería armar espectáculo. –Vamos a mi habitación. –Le dije al chico antes de emerger del agua y secarme con mi toalla.

Sin esperar más me encaminé al elevador del hotel. Naturalmente el chico se apresuraba a seguirme los pasos de cerca. En el elevador éramos completos desconocidos. Habíamos firmado un pacto inquebrantable de silencio y complicidad. Así hasta llegar a mi cuarto.

Apenas entramos, me quité el cubre-bocas y me abalancé sobre él, rogando porque me siguiera acariciando tan rico como lo estaba haciendo. Él me respondía de la misma manera, dulce, tierna, inocente y tremendamente excitante, justo como me gusta.

En ese momento me besó. Y yo le correspondí, ya estaba completamente rendida a sus encantos. Lo abracé y lo besé como si fuese mi esposo, con todo ese cariño y pasión desmedida, al tiempo que lo dirigía a la cama, donde finalmente lo aventé para que cayera sobre su espalda.

Sin perder tiempo le quité las bermudas con todo y sus calzoncillos para debelarle su enorme polla que desde hacía mucho tiempo me había saboreado. Me humedecí los labios un poco y me engullí todo su falo, regalándole la mejor chupada de su corta vida.

Mi lengua recorría su glande saboreando las dulces secreciones que comenzaban a emanar por todo el placer que debía estar sintiendo en ese momento. Enseguida lo introduje lentamente en mi tibia boca y comencé a succionarlo un poco, deslizándolo dentro afuera cubriendo su escroto con mi traviesa lengua.

Una vez satisfecha, me monté sobré él y me penetre su lubricado tronco, caliente y duro, lentamente. Gracias a los jugos que escurrían en nuestros sexos, fácilmente conseguía empotrarme en él y comencé a cabalgarlo.

Cielos, estaba tan excitada que me haría venir rápidamente. Creo que tuve un pequeño orgasmo apenas al penetrarme, no lo sé. Todo ese momento era como un eterno orgasmo para mí. Cada que me estampaba sobre sus muslos introduciéndome su polla profundamente, mi vagina pulsaba y se lubricaba más y más.

Pero en ese momento sentí cómo su viril pene comenzaba a flaquear. Me desempotre y miré aquel trozo de placer, ahora recostado, cubierto con su semen y mis jugos vaginales, pero totalmente flácido. –Perdón. Lo siento. –Me decía apenado. Y yo lamentando terriblemente. Pensando que solo un poco más y yo también terminaba.

-Descuida. –Le suspiré, un tanto resignada pero con toda la intención de hacerlo repetir. –Es que no lo había hecho antes. –Me confesaba su virginidad, mientras yo me recostaba a su lado, posando mi desnudo cuerpo en su brazo izquierdo y a su vez, mi cabeza sobre su pecho.

Sospechaba que aquel chico jamás había tenido su primera vez, sobre todo por su forma de tocarme. Estaba fascinada por haberme estrado a ese chico, aunque hubiese durado tan poco, no me importaba mucho, por experiencia sabía que podía durar más.

Lo estaba comprobando al acariciarle su pecho y cintura, viendo como su flácido pene se llenaba nuevamente de sangre, para erguirse de su letargo apenas pocos minutos más tarde. Alegre, retomé postura, sentándome sobre su valiente y jovial pene sonrojado, aún cubierto con su anterior eyaculación y me lo inserté de nuevo.

Enseguida me derrumbé sobre su pecho y me entregué de nuevo, dejándome acariciar y besar a su placer, al tiempo que me embestía su pito dentro de mí, ahora un poco más fuerte. Y eso me encantaba, me estaba complaciendo tanto, que me hacía gemirle como zorra entre beso y beso. Meneaba las caderas el ritmo contrario de sus embestidas, para poder sentir toda la longitud de su largo pene deslizándose placenteramente en mi chorreante coño.

Rápidamente pude sentir cómo me venía, estaba al cien, no había más tiempo. Simplemente me rendí sobre su torso y me dejé venir en un profundo orgasmo que expresaba con toda sensualidad en un sincero gemido agudo que resonaba en toda la habitación.

Al fin podía respirar tranquilamente. Aquel encuentro me había encantado. Desde el primer momento en que lo encontré. Estaba totalmente satisfecha. -¿Te gustó? –Le pregunté al muchacho con toda malicia. -No puedo terminar. –Me decía preocupado, intentando hacerse venir por segunda vez con su mano derecha.

Lo miré con ternura, mientras me aguantaba una risa burlona por el ingenuo momento que estaba experimentando, y le dije. –No te preocupes. Eso suele pasar cuando intentas hacerlo dos veces seguidas. Déjame ayudarte. –Enseguida le tome su ardiente pito rojo como tomate y comencé a masturbarlo, y al ver que no terminaba, regresé mi boca para chupárselo.

Pero el pobre chico no podía eyacular de nuevo, y se le veía cada vez más preocupado y adolorido, a punto de entrar en pánico. –No te preocupes, estás muy tenso. Relájate y no pienses en otra cosa. Respira y disfruta del momento. Si no puedes terminar aún, mejor aprovéchalo y fóllame de nuevo. -Le susurraba con extrema seducción y perversión al tiempo que me recostaba sobre la cama, abriéndome de piernas para él.

Ya estaba contenta, pero no podía desaprovechar una oportunidad así. Sabiendo que aquel momento jamás se repetiría lo disfrutaría tanto como pudiese. Algo que parecía comprender aquel chico quien se posaba sobre mí, acoplándose entre mis piernas para penetrarme nuevamente.

Está vez, con él arriba, las cosas eran diferentes. Normalmente a mí me gusta ser la controladora y dominante, pero es que me estaba haciendo el amor mejor de lo que imaginaba. Esa natural ternura de su primera vez, esa sinceridad al besarme como si fuese la única, y esas caricias dulces y sensuales haciéndome suya, me terminaron de derretir en sus brazos, derrumbándome ahora completamente sumisa y entregada.

Sintiendo cómo me penetraba a su propio ritmo, con cierto cuidado pero cada vez más rápido, quizá debido a la ansiedad de exprimirse su pito dentro de mí, para por fin poder acabar con su martirio. Al mismo tiempo, sin saberlo, estimulándome tan rico, que sentía cómo mi conchita explotaba.

En ese momento encogí mis piernas pegando mis rodillas en mi pecho, con todo cuidado de no sacarme su pene en ningún instante. Enseguida posé la planta de mis pequeños pies blancos en su fornido y bronceado abdomen acariciándolo con esas extremidades, a falta de poder alcanzarlo con mis manos.

Lentamente le restregaba mis deditos por toda su piel, en su pecho y en su inocente rostro. Ahí le acaricié los labios con mi dedo gordito, y él de inmediato me respondía chupándolo sensualmente, siguiéndose con el resto de mi pie, recorriendo su lengua en cada dedo y por la planta, hasta el talón.

Aquellas húmedas sensaciones, estaban provocando que mi cuerpo gozara de pies a cabeza, literalmente, arrancándome el aliento y un par de quejidos de placer cada que me estampaba con rudeza sus duros muslos en mis suaves glúteos, para meterme toda la verga sin ningún cuidado. Ahora me estaba cogiendo sin aquella inocencia o temor en sus acciones. Simplemente estaba preocupado por exprimirse su pito dentro de mí a como diera lugar.

Y sinceramente era justo lo que quería, me sentía en el cielo, mi cuerpo estaba completamente estimulado, y mi conchita se sentía tan complacida, aprisionada por mis propias piernas, juntas en aquella posición, con ese glorioso pene dentro, que pronto sentía que me vendría de nuevo. Y aquel joven no cesaba ni un segundo, empeñado en alcanzar su segundo orgasmo, al mismo tiempo que el mío se me escurría entre las piernas, estallando en un fuerte gemido al sentir aquel momento de placer pecaminoso, sin dejar un solo segundo de menearme las caderas, pues ese chico no dejaba de cogerme, empeñado en culminar su tarea y satisfacer su deseo sexual que aún lo evadía.

Quería parar, pero estaba a su merced, completamente sumisa a él, quien me tenía sujeta por ambos pies que había recargado en sus hombros, uno a cada lado, acomodados para que me pudiese penetrar con toda prontitud. Me parecía que cada vez me penetraba más rápido y más fuerte, pero sin duda, más complaciente, pese a que ya me había venido dos veces.

No había duda, tendría otro inminente orgasmo y éste sería uno muy húmedo. –Hoo, sí. Más rápido. Dame. Así. –Le gemía con una voz extasiada de placer. Y aquel desconocido joven obedecía, comenzando a cogerme duro y veloz. Estampándome su endurecido pene a toda velocidad, salpicando mis jugos por todos lados, mientras eyaculaba incontrolablemente, gimiendo de placer, totalmente abierta de piernas a él, quien desesperado comenzaba a darme todavía más rápido, ahora tomándome por las rodillas, haciéndome gozar todavía más el poderoso orgasmo que estaba experimentando, sin dejar de chorrear en un largo “squirting” que salpicaba en cada arremetida, detenido tan solo por su miembro completamente mojado que no dejaba de penetrarme.

Para ese punto, el chico ya estaba en estado de pánico, realmente se le veía aterrado por no poder eyacular pese a que me llevaba cogiendo ya casi media hora sin descanso desde la segunda tanda, y lo evidenciaba al estamparme su viril miembro con brusquedad y sin ningún cuidado en mi empapada vagina. A esas alturas ya no me estaba haciendo el amor, ahora me estaba cogiendo como a una cualquiera, masturbándose con mi cuerpo más bien, y eso, me encantaba.

Aquel momento de ternura y juegos había quedado atrás. Se lo había ganado. Ahora era tiempo de que cogiera sin respeto, duro y veloz. No había que pensar en nada más, lo único que importaba era darnos placer sin medida. Algo que sin duda estábamos consiguiendo.

–Sí, sí. Mmm. Ha, ha. Sí –Le suspiraba llena de éxtasis, viniéndome una y otra vez, mojando las sabanas de la cama, gritando y gimiendo totalmente extasiada ante las feroces y violentas estampidas del adolecente desesperado por hacerse eyacular también. Más y más rápido, mientras yo le ayudaba, contrayendo mis paredes vaginales para ordeñarle su pito dentro de mí, al mismo tiempo estimulando mi uretra, hasta que finalmente lo conseguimos.

Al unísono, exhalamos un profundo bramido de placer mientras eyaculábamos un último pero potente orgasmo que finalmente relajaba nuestros cuerpos en completo éxtasis, satisfechos y bien servidos. Él, por la increíble MILF que se había follado, y yo por desvirgarme a aquel joven y apuesto chico.

Quede completamente exhausta pero complacida con mi travesura. Cuando le bese por última vez con extremo cariño, agradeciéndole por todo ese placer, a manera de despedida, sabiendo que jamás le volvería a ver.

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