—Vení más tarde, que todavía están los chicos.
Esas fueron las palabras que mi madre le estaba diciendo a Mingo esa mañana cuando aún no eran las nueve, y casi desnuda en la puerta de la casa se abrazaba a su amante quien le devoraba la boca en un profundo beso, mientras que este con sus manos deslizándose entre la tanga acariciaba la espalda y las caderas de mi madre. Ella apoyando sus senos sobre el pecho de su amante jadeaba un deseo que se mojaba entre esos labios, sucios de besos.
—Te quiero coger Laura, anoche me pajeaba pensando en vos, putita.
—Vení más tarde que voy a estar sola, hace una semana que no apareces y también te tengo ganas, estoy muy caliente.
Yo que no hacía mucho me había despertado escuché toda esa conversación morbosa, cargada de sexo y de placer que compartía en secreto con mi madre. Ella cerró la puerta detrás de su amante, que volvería por la tarde; sensual se volvió a la cocina a preparar el desayuno con esa tanga blanca y agresiva, con su camisolín corto, el que prefería para recibir a sus amigovios y amantes.
Mi madre era una ninfómana y sus placeres siempre fueron mi morbo.
Esa mañana comenzó un juego que acabaría como siempre en el deseado incesto, mientras yo iba provocando poco a poco las travesuras a las que ella no le era esquiva y que su vez fuimos asumiendo como un juego de complicidades. Si bien mi madre tenía sus amigas y entre ellas a “Mena” hermana de Mingo, su amante oficial y padre de dos abortos de mi madre entre otros que tuvo; yo era no solo un juguete de sus deseos, sino cómplice de sus aventuras.
Eran los primeros tiempos de los celulares con cámara y yo ya tenía el mío, jugar con mi madre a descubrirla con mi cámara era para ella también, un deseo de posar eróticamente, mostrarse sensual y reflejar su belleza para compartirla con sus amigos. Una tarde mientras arreglaba sus plantas en el jardín, su musculosa húmeda, dibujaba sus pezones, sus tetas iluminadas por gotas caprichosas de sudor pretendían escaparse mientras rodaban por el escote; ella me mira y se sonríe, juega a excitarme sin culpa, mientras yo muerdo mis labios delante de sus ojos y ella vuelve a sonreír.
—Te tomo una foto ma… sonríeme.
Me mira, vuelve a sonreír con una mirada lasciva y vuelca el pelo sobre su hombro, la figura de una ramera en pose se descubre en mi cámara y volvemos a sonreírnos, cuando ella se quita por sobre su cabeza la musculosa y sus lolas inundadas de pecas se descubren para mí; rozadas sus aureolas y erectos sus pezones.
—Escuchaste que vino Mingo esta mañana?
—Si ma, lo escuché y te vi cómo te entregas a él con tanta calentura.
—Entre vos y yo, esto no pueda salir de nuestro secreto, pero estoy embarazada de Mingo.
—Ya lo sé, te escuché hace unos días cuando “Mena” y “Eve” te decían que lo tengas.
—Pero ya sabés que es imposible… encima con el único que me cuido es con tu padre.
—Si, pero Mingo es demasiado rubio para que tengas un hijo con él, sería muy evidente.
—No es el primero que tengo con él, sería el segundo y con otros dos amigos otros dos también, creo que me tendré que atar las trompas, para no quedar embarazada y correr más riesgos con ellos.
—Es que vos tenés amantes muy jóvenes mamá y te embarazan apenas te penetran.
—Si, por ello ya tengo hecho cuatro raspajes y no quiero otro; además el médico que me los practica también me somete sexualmente, me obliga a acostarme con él, amenazándome que le contaría a tu padre y no lo puedo parar.
—¿Cuántos amantes tuviste o tenés? —le pregunte a mi madre.
—Tantos que ya perdí la cuenta, pero en los últimos dos años llevo siete.
—Pero Mingo…
—Mingo es mi juguete preferido, me vuelve loca en la cama, pero me deja caliente por eso busco más.
Mientras jugábamos sensualmente, yo le seguía tomando fotos en el jardín cuando sonó el timbre, no era Mingo, sino otro amigo del grupo de mi madre, José, mecánico también del auto de mi padre. Mamá se acomodó la musculosa aún mojada y sexi estirándola hasta cubrir parte de su tanga desprolija que apenas cubría su conchita suave y depilada, cuando sus pezones y sus aureolas volvieron a ser el bajo relieve en la tela blanca de algodón.
—Le abro má?…
—No, dejá que lo atiendo yo, vos seguí con las plantas.
De espaldas dejaba ver sus caderas latinas y su piel tostada, apenas cubierta por esa tanga blanca, profunda entre su cola cual peras bajando desde su cintura hasta sus piernas. No podía dejar de excitarme al verla caminar sobre sus pies descalzos; era una perra, era una puta; era mi madre cuando dejó pasar a José, quien se quedó helado al ver como ella se meneaba con un sensual saludo, haciéndolo pasar al garaje. Yo sabía cuál eran las intenciones de mi madre, en tanto seguía acariciándose el cabello mientras le explicaba los percances del auto.
—Cómo te va Richard —Me saludo José.
—Bien José. —le contesté, mientras me acercaba para saludarlo y ver que ya acomodaba con su mano el bulto que se marcaba en su jean; mi madre mordió sus labios y mirándome me guiñó un ojo, inmediatamente entendí sus apetitos.
—Ma, voy a salir unos minutos.
Fue mi reacción para dejarlos a solas mientras me apartaba sin dejar de escuchar la conversación entre mi madre y José, que se volvían cada vez más sensual en el tono de sus voces, como en el juego de manos que se habían comenzado a confiar entre audaces caricias. No hubo tiempo de nada cuando una mirada de mi madre fue suficiente para que José la abrazará arrinconándola sobre la pared y comenzaran un juego de lujuria y sexo desenfrenado; la boca de mi madre se confundía lascivamente en la boca de José que la recorría desde los labios buscando los pezones marcados en esa musculosa sudada de antojos y vicios. En un giro brusco mi madre se volteó eróticamente sobre la pared dándole la espalda a su macho, dejándole a merced su cola mientras la elevaba poniéndose en punta de pie, con sus manos separaba sus glúteos y José comenzó a descender con sus besos por esa espada hasta que introdujo toda su cara en un frenético juego de saliva en la cola de mi madre, que iba cerrando sus ojos, abriendo más su boca y arañando la pared en cada orgasmo que se le iba precipitando cuanto más pajeaba también su clítoris.
José dejó caer sus pantalones cuando su erección explotó por sobre su bóxer y esa pija larga y bien carnosa se refregó en la raja del culo de mi madre, subiendo y bajando, haciéndole sentir esa erección, cuanto más jadeaba ella su aliento sobre la pared el juego se hacía más intenso, mientras el franeleo seguía subiendo la temperatura.
—Dejame puntearte la colita —Le dijo José a mi madre.
—Despacio, despacio, pero no pares. —respondió mi madre, que masturbaba aún más su clítoris dejando su mano húmeda de jugos nacarados que corrían en su placer.
El ahogo intenso de mi madre y sus ojos que se abrieron sin aliento delataron la penetración profunda en su esfínter, José estrujó más a mi madre sobre la pared y sus lolas explotaron por los costados de la musculosa empapada de sudor, la cogida era tan profunda como la larga erección de José que la sometía aún con más y fuertes embestidas analmente.
—Por favor no pares (suplicó mi madre) pero no acabes todavía.
—No putita, vamos a dejar que tu hijo también nos vea coger de esta manera; ¿te gusta así?
—Por Dios, no pares, que me calienta más que nos esté espiando, pero no te des vuelta, déjalo disfrutar.
—Que apretadito tenés este culito, te juro que te lo voy a seguir rompiendo por un rato largo, putita.
—No pares…. Enterrámela profundo.
Volviendo con sus manos a abrir sus ancas, José pegó una embestida que mi madre volvió a revolear sus ojos hacia el infinito; pero antes que acabara, se giró y lo volvió a besar apretando contra su boca la cara de José, devorando un chupón más que un beso; se arrodilló y comenzando a introducir en su garganta la pija que la seguía embistiendo con furia, José dejaba golpetear sus testículos depilados sobre la cara de mi madre.
—Ay perrita, al fin sos mía Laura o como te llaman Xochi, después de tanto escuchar de tus virtudes y de lo puta que sos.
—No te vas a olvidar jamás de la chupada que te voy a dar. —decía mi madre mientras se introducía y saboreaba esa pija dura y carnosa en su boca.
Las piernas y los glúteos de José se tensaban, no queriendo eyacular sobre su perra en celo, mientras que sosteniéndola del pelo la embestía continuamente, dejando mi madre caer por la comisura de sus labios su baba, cuando sus arcadas delataban su sin aliento.
—Ahora cogeme hijo de puta —Le ordenó mi madre.
—No putita, no te voy a tocar esa concha, sos muy puta para que me enganches sin preservativos.
—No te preocupes que ya estoy preñada de Mingo. —Le soltó mi madre.
—¿También te coges a Mingo, desde cuando puta ninfómana?
—Desde que me gustan las pijas grandes, largas y llenas de leche como la tuya.
En ese momento un chorro de semen fue a parar a los ojos de mi madre, que apretando la pija con sus dos manos y pajeándola volvió a saborearla en su boca, oprimiendo hasta la última gota que dejo correr por su garganta también profunda. Las miradas de una puta y de su macho se saborearon en silencio, mi madre se incorporó sin soltar de una de sus manos la todavía erección que acomodó entre sus piernas y queriendo besar los labios de José, este le esquivó la boca. Mi madre quedó humillada limpiándose con su mano el semen que aún salía sobre sus labios, volvió a arrodillarse y volvió a besar el glande flácido de su nuevo amante, cuando sonó el timbre, yo que estaba disimulado en el living me asomé y vi que era Mingo, miré hacia dónde estaban mi madre y José, cuando pude verlos que se apuraban en arreglarse…
—Que mi leche te la chupe Mingo a mí me vas a satisfacer; voy a venir solo para “garcharte”, ¿entendés nena?
—Todas las veces que quieras, acá me tenés para sacarte hasta última gota potro, ahora soy tu putita también.
—¿Richard, estás por ahí?…
—Si ma, acabo de entrar.
—¿Así que tu hijo es cómplice? —Le pregunto José a mi madre.
—No solo cómplice, sino mucho más, le respondió ella, dándole un piquito en los labios.
—Abrile a Mingo porfi. —Me dijo mi madre.
José le pidió a mi madre que levantara el capot del auto, mientras ella sentándose el asiento del conductor dejó caer un bretel de su musculosa dejando al descubierto su hombro y parte de sus prominentes pecosas tetas. Cuando abrí la puerta de entrada, José ya estaba sobre el motor y mi madre sentada en el volante, pero con rasgos de la cogida que había tenido hacía unos minutos, su pelo revuelto, el sudor marcando su entre senos y los pezones bajo relieve en la musculosa blanca manchada ahora de semen.
Mingo entró y me preguntó —¿Y tu madre?
—En el garaje con Paulo, —Le guiñé un ojo.
—Que puta… —murmuró Mingo.