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De mis vacaciones con la tía Bertha (Parte IV)
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A la mañana siguiente desperté sin entender si lo que había ocurrido era parte de un mal sueño, y consideré adormilada, que posiblemente aún estaría en casa de mi mamá. Sin embargo, algo era seguro: sentía un intruso entre mis nalgas. Abrí los ojos y recordé el cuadro completo: mi querida tía me había humillado la noche anterior sin que yo pudiera defenderme. Dejé el camisón en la cama y me puse una bata de satín verde que hallé en el clóset. Quería quitarme la jaula del pene que me lastimaba cada vez que quería tener una erección, el simulador de vagina que me daba calor y sobre todo el tampón que tenía clavado en el culo. Pero la amenaza de mi tía pudo más que mi golpeada entereza y simplemente bajé las escaleras que me llevaban al comedor. Una vez llegando al final de la escalinata, la tía me miró y dijo:

-Hola preciosa. ¿Dormiste bien? Ven a desayunar con tu tía.

Yo avancé hacia ella, y al verme caminar dando saltitos preguntó:

-¿Por qué andas así?

-Es que el tampón se siente muy incómodo- contesté al llegar con ella y sentarme a la mesa.

-Jaja -liberó una profusa carcajada- ese era un efecto que no había pensado pero que quedó de diez. Con unos tacones, caminarás justo como lo hace una señorita.

-Tía- comencé a decirle, esperando encontrar un poco de empatía en ella- creo que ya no quiero seguir con esto. Al menos, no con esta parte.

Ella se me quedó mirando. Fijamente primero, y luego no alcance a percibir si con firmeza o ternura.

-Mira Danny. Ahora no lo entiendes, pero si que lo harás. Así que la respuesta es no.

Me sentí algo desvalida. Sola, y desconsolada. Pero ella continuó:

-Si ya acabaste de almorzar, ve a bañarte. Tienes mi permiso para quitarte lo que te molesta mientras te duchas. Inmediatamente después quiero que te laves cómo te enseñé y te pones todo lo que te deje encima de tu cama ¿Estamos?

-Si señora- respondí con algo de rencor.

Al entrar a la ducha, sentí liberado mi pene y mi culo y quise pajearme. Pero no me atreví porque la tía estaba a unos cuantos metros de la regadera y posiblemente sospecharía si me tardaba de más. Hice mi enema -con algo de esfuerzo- y salí a la habitación. Sobre mi cama había una coqueta tanga que en la parte frontal llevaba un simulador de labios vaginales. Un sujetador del mismo color hueso, un vestido corto y floreado, sandalias de mediano tacón y un listón de color rojo, con el que de seguro Bertha quería que me anudara el cabello. Hasta ahí soportable todo, excepto porque también se encontraba un tampón más largo y grueso que el anterior…

No supe bien que hacer. No quería desobedecer a la hermana de mi madre, pero tampoco quería ponerme semejante monstruo en mi colita. La indecisión se cortó cuando ella se asomó al cuarto y me dijo:

-Espero que no estés pensando no ponerte todo mi niña. Me causaría un gran disgusto.

-No, no tía- le contesté con voz apenas audible.- Solo quería ver qué va primero.

Ella señaló el artículo de higiene femenina y agregó:

-Y por favor apúrate, que necesito que vayas a la tienda a comprar unas cosas.

-Está bien señora. -Asentí sin ganas.

Tenía que empezar con el tampón, y había que insertarlo completo en mi agujerito, pues el cordón iba a estar colgando y debía notarse lo menos posible. Esto me llevó más tiempo de lo esperado, hasta que finalmente lo conseguí. Dejé la jaula del pene de lado, pues vi que el calzón era suficiente, me acomodé las demás prendas y coloque un suave maquillaje en mi cara. Realmente era una linda muchacha a pesar de todo.

Entonces Bertha me dio instrucciones de en qué tienda debería realizar las compras, las indicaciones para llegar -no estaba tan lejos, pero si enredado y a varias cuadras- y el dinero para pagarlas. Salí a la calle fresca y libre, dando saltitos a cada paso que daba y sobre todo contenta. La sensación de aire corriendo por debajo de mi falda era grandiosa y la ligereza de mi vestido me hacía sentir ágil y delicada a la vez. Pero conforme iba avanzando, noté que los hombres se me quedaban viendo con lujuria en su mirada. Alguno me chifló, otro me dirigió un piropo grosero y uno más empezó a seguirme por mucho tiempo. Me espanté de pronto, y me di cuenta de que mi vestido era algo provocativo y empecé a caminar más rápido. Y el hombre aquel apuró igualmente el paso y yo quería correr del miedo que me dio. Llegué a la tienda con el corazón en vilo, y el dependiente -a quien no noté que era joven y guapo- intentó calmarme en cuanto me vio:

-¿Estás bien amiga?

-Si, gracias. Es que un tipo me venía siguiendo.

Una gran carcajada salió de el cuando me dijo:

-Bueno, es que tu vestido llama mucho la atención, a pesar de ser playa. Pero haremos esto: te surtiré tu pedido y te acompaño de regreso a casa. ¿Te pareces bien?

-Si, gracias… perdón, no te pregunté tu nombre.

-Ricardo amiga. ¿Y tú eres…?

-Daniela- contesté, a la vez que al fin veía al portento de hombre que me acompañaría a casa.

De regreso veníamos bromeando, y yo cada vez me admiraba más de él: debía tener unos 24 años, y se veía que hacía mucho ejercicio, pues sus brazos y piernas estaban marcados y en forma. Y sin querer, aprecié de reojo su paquete que se adivinaba por debajo del pantalón de mezclilla: debía ser una cosa impresionante…

Esta historia continúa en el próximo avance.

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