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La empleada doméstica de mi hermana
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Tiempo de lectura: 3 minutos

Por algunos años, en mis primeros tiempos de trabajo en Lima, viví en un cuarto en el departamento de mi hermana. Ella tenía un departamento bastante grande con 3 dormitorios, para ella, su esposo y sus hijos y, adicionalmente una habitación de servicio con baño privado. Allí me instalé. Tenía una cierta independencia del resto del departamento y me sentía muy cómodo allí. Como viajaba mucho por trabajo, usualmente estaba entre 5 y 10 días al mes en Lima y no tenía sentido alquilarme algo propio.

El segundo o tercer año que estuve allí contrató una nueva empleada doméstica para que atienda el departamento y a mis sobrinos, mientras ella y su esposo trabajaban. Las dos anteriores habían estado algunos meses y ni me había percatado en ellas. Pero esta era distinta. No voy a mentir diciendo que era una belleza deslumbrante y sorprendente en su pobreza, pues no era guapa, ni por atisbo, pero si tenía un culo delicioso, formado y firme por sus permanentes labores.

Tampoco usaba ropas excitantes ni mucho menos, jeanes o minifaldas que resaltaran su figura. Pero la ropa de trabajo que usaba, usualmente vieja y sin estilo, no eran impedimento para que me deleitara mirándole el culo. Me excitaba que siempre tuviera una cruz grande sobre su pecho, era evangélica y eso se apreciaba en su forma de vestir y proceder.

Varias veces quedamos a solas, pero yo en mi cuarto y ella haciendo las labores por todo el departamento. Cuando yo no estaba limpiaba mi pequeña habitación, pero nunca ingresaba cuando yo estaba allí. Una mañana que estaba muy caliente, decidí salir, prepararme un café en la cocina, mirarla un rato y volver al cuarto a corrérmela. Mientras la miraba me di cuenta que ella se dio cuenta que la observaba.

Supongo siendo fea y sin gracia se sintió halagada (mucho tiempo después me lo confirmó). Comenzó a moverse en lo que ella creía eran movimientos sugerentes y que debieron causarme risa en cualquier otro momento, pero tan caliente estaba que fueron excitantes para mí.

Sin pensar me acerqué hacia donde ella estaba, justo al lado de donde se guardaba el azúcar y mientras abría el estante, sacaba el azúcar, la echaba en mi café, le rocé el culo con mis manos. Lo sentí firme y ella, en lugar de alejarse, se me pegó más. Me detonó.

Dejé el azúcar y le cogí el culo con ambas manos. Ella se dejaba sin decir nada. Esa mañana tenía una falda larga, gruesa y desgastada, pues era invierno. Sin hablarle, metí mis manos debajo de ella y la levanté, dejando su culo a mi vista y mis manos. Ella sólo se dejaba sin decir nada y era obvio que iría donde yo la llevara.

Tenía un calzón de esos grandes y baratos, sin ningún encanto, como todo su atuendo viejo y desgastado. Me excité más al verlo. Algo totalmente distinto a cualquier calzón que hubiese visto antes en cualquier mujer que la que había estado, putas o rufianillas de discoteca. Comencé a acariciar sus nalgas y entre ellas sobre su calzón, hasta que decidido por su inacción, se lo bajé. Me encontré un culo moreno y firme, redondo, amplio. Sabroso a todas luces.

Me arrodillé en el piso y empecé a besárselo. Fue recién cuando ella empezó a hablar. Me dijo “joven no haga eso”, pero el tono de su voz decía claramente “siga, cójame”. Sentía el sudor en sus nalgas, sudor de toda una mañana trabajando en casa. Sentí el deseo de entrar con mi lengua entre sus nalgas y lentamente las separé mientras mi lengua recorría entre ellas. Cuando llegué a su culito, lo encontré cerradito, sin ninguna experiencia, virgen sin dudarlo. Pero ligeramente sucio, oloroso y sabroso, me sentí a mil, disfrutando ese culo sucio en mi lengua y mi boca.

Ella comenzó a gemir y lo estaba disfrutando. Sin pensarlo mucho, la guie hasta mi cuarto. La acosté. Le terminé de sacar el calzón y las zapatillas. No le saqué la falda, solo la puse sobre su vientre. Empecé a explorar su vagina húmeda y con olor a orines con mis labios y mi lengua. Sentirla así, primaria, sucia, pobre y a mi merced, me volvió loco

Mientras disfrutaba su vagina con mis labios empecé a sentir como se iba humedeciendo, casi hasta correrse en mi boca, me fui desnudando. Cuando estuve listo me subí sobre ella y la penetré violentamente, sentí una vagina muy poco usada, sin demasiada experiencia. Ella solo se dejaba hacer y eso me excitaba más aún, ser yo el hombre experto y ella la damisela inocente era algo muy fuera de mis costumbres habituales.

Llegó muy rápido y seguí y se volvió a calentar mucho, la puse en perrito, con la falda y toda su demás ropa aún puesta. Que placer mirar ese culo moreno y sabroso. Me introduje en su vagina y acariciaba su culito mientras la disfrutaba, ella volvió a llegar y gemía con timidez, como si fuese un pecado hacerlo, con gemidos ahogados y eso me hizo llegar. Como pocas veces, con una marea de semen que la inundó. En ese momento ella vibró con su tercer orgasmo.

Entró en razón. Recogió sus zapatillas, su calzón y se fue. Yo quede tirado exhausto sobre la cama. Con el olor de la doméstica, de su barrio humilde, del transporte público en el que llegaba a casa, de sus sudores sin bañar sobre mi cuerpo.

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