Luis Manuel había llegado contento a la casa a su hermano Fernando. Llamó a la puerta y le abrió su cuñada Lola, que estaba vestida con una bata de casa azul que le llegaba a los tobillos. Lola al ver a su cuñado, le dijo:
-Vienes fino.
Luis Manuel sonriendo cómo un tonto, le dijo:
-¿A qué si, cuñada? ¿Cómo está mi hermano?
-Todo lo bien que se puede estar con las dos piernas rotas, pero en el hospital ya no le podían hacer nada más.
Lola y Luis Manuel fueron a la habitación donde estaba Fernando, que era la de matrimonio. Al verlo con la cabeza vendada y las dos piernas escayoladas, le dijo Luis Manuel:
-¿Cuántas veces te dije que debías subir al andamio con paracaídas?
-No estoy para tus bromas, gracioso, estoy muy jodido.
Luis Manuel le dijo:
-Ahora en serio. ¿Qué se siente al volar?
Fernando se cabreó y le dijo a su esposa:
-¡Hazle un café cargado!
Lola le preguntó:
-¿Te lo hago, cuñado?
-Va a ser mejor que sí. ¡Vaya desilusión!
-¿De qué hablas?
-De que venía a darte el pésame y…
Fernando, si se puede levantar, lo come.
-¡Quítamelo de delante, Lola!
Lola tenía veintiséis años, su cabello marrón y largo lo llevaba recogido en una trenza que le caía por un lado de su cuerpo. No llegaba al metro cincuenta ni a los cuarenta kilos. Era delgada, tenía bastante de todo, y era muy bella.
Luis Manuel era un guaperas de veinticinco años, soltero, moreno, de estatura mediana y un putero de mucho cuidado. Le tenía ganas a su cuñada, pero nunca se lo había dicho. Aunque las mujeres esas cosas las saben. Viajara desde París donde trabajaba de camarero para ver a su hermano, y cómo le tenía miedo a los aviones, bebiera para sentirse valiente, luego le metió vino en la casa de sus padres y así andaba.
En la cocina le preguntó Lola:
-¿Te hago el café muy cargado?
-¿Tú cómo lo tomas?
-Solo -habló con su marido-. ¿Quieres un café, Fernando?
Para Fernando, un treintañero moreno de ojos marrones, seco, de estatura mediana y un machista a la antigua usanza, su esposa era una más de sus posesiones y la trataba de aquella manera, por eso Lola ni se inmutó cuando le contestó:
-¡Lava el coño con él!
Luis Manuel le dijo a su cuñada:
-El cabrón te sigue tratando cómo una mierda.
Fernando se mosqueó.
-¡Te estoy oyendo, cantamañanas!
-Lo sé, Fernando, lo sé, por eso te llamé cabrón.
-¡Échale veneno en el café!
Luis Manuel le desató el cordón de la bata a su cuñada, la bata se abrió y vio sus tetas medianas con areolas oscuras y pequeños pezones y su coño peludo. Lola se apresuró a cerrar la bata y decirle en bajito:
-Quieto, Luis Manuel.
Luis Manuel le rodeó los brazos con sus brazos, le metió la lengua en la boca y la morreó. Lola estaba muy nerviosa, excitada y colorada cómo una adolescente en su primer beso. Tener al machista de su marido a unos metros de ella y que su cuñado la estuviese besando le daba un morbo brutal, por eso no le dijo nada cuando Luis Manuel le volvió a quitar la cinta de la bata y le comió las tetas, ni cuando se agachó y su lengua subió y bajó entre los labios de su coño, ni tampoco cuando lamió y chupó su gordo clítoris.
-¿Nunca le echas leche, cuñada?
Lola siguió adelante con la infidelidad.
-A veces.
Lola puso el agua a hervir para hacer el café. Luis Manuel le levantó la bata y le lamió el ojete, las piernas se le cerraron y con ella el culo. Las volvió a abrir y dejó que se lo comiera bien comido. Mientras se lo comía le preguntó:
-¿Qué tal el viaje, Luis Manuel
Luis Manuel le respondió:
-Bien, Lola, bien.
Desde la habitación le preguntó el hermano:
-¿Ya le perdiste el miedo a volar?
Cogió a su cuñada en volandas, la arrimó a la pared, le clavó la polla en el coño y mientras a Lola se le hacían chiribitas en los ojos, le respondió al hermano:
-Quieres ver que sí.
Lola abrazada a él le comió la boca. Luis Manuel la folló dándole suave para no hacer ruido, pero clavándola hasta el fondo. Lola tan solo tardó un par de minutos en correrse en la polla de su cuñado.
Al acabar la puso en el piso y le lamió el coño. A Lola le gustó. Le echó las manos a la cabeza y se la apretó contra ella. A Fernando no le gustó que dejaran de hablar, y es que encima de machista era celoso.
-Estáis muy callados.
Estaban ocupados, las manos de Luis Manuel magreaban las tetas de su cuñada y su lengua se metía dentro del ano pasaba por el periné, después subía por el coño, lamía el clítoris y lo acababa chupando. Lola tapaba la boca con una mano con miedo a que se le escapase algún gemido. Luis Manuel le preguntó:
-¿Qué quieres oír?
-¿Háblame del vuelo?
-No puedo. Hice cosas que no puede oír tu mujer.
Le clavó la lengua en el coño, apretó sus pezones con cuatro dedos y después siguió lamiendo, desde el ojete al clítoris.
-Mi mujer ya está crecida, cuenta.
-Lo hice con una de las azafatas.
-En tus sueños.
-No, en el lavabo.
-Y voy yo y me lo creo.
-Me da lo mismo que lo creas o no.
-Supongamos que lo hiciste. ¿Era guapa?
Luis Manuel dejo de lamer unos segundos, miro a su cuñada, ella lo miró a él y antes de seguir lamiéndole el coño, le respondió:
-Preciosa, es preciosa.
-¿Francesa?
-Gallega.
Lamió más aprisa de abajo a arriba apretando la lengua contra el coño. A Lola le comenzaron a temblar las piernas y se corrió en la boca de su cuñado.
El agua hervía cuando Lola acabó de correrse. Cogió un tazón y le echó el agua, el café y el azúcar. A Fernando le llegó el aroma del café.
-Huele que alimenta.
-¿Te llevo uno, Fernando?
-¡Ya me lo ofreciste dos veces y sabes que no puedo tomarlo! ¡¿En qué coño estás pensando, puta?!
-Perdona, se me había olvidado.
Luis Manuel le puso una mano sobre la cabeza. Lola se puso en cuclillas y se la mamó hasta que sintió que se corría, entonces se la sacudió y su leche fue a para sobre las baldosas del piso de la cocina. Luego Lola cogió un trapo y limpio la leche y el charco de jugos que había salido de su coño al ponerse en cuclillas.
Fernando al no oírlos, preguntó:
-¿Qué hacéis ahora?
Le respondió su mujer.
-Yo limpio la leche que cayó al piso.
-¿Y tú qué haces, calamidad?
-Soplarle al café.
-Sóplale, sóplale, que de lo otro hoy ya llevas soplado lo tuyo.
Al acabar el café, Luis Manuel le preguntó a su cuñada:
-¿Otro viaje, Lola?
Lola viajaría tres o cuatro veces más, pero solo viajó una vez, una y boca abajo sobre la mesa de la cocina. Fue un viaje por el lado oscuro. ¿Lo pilláis?
Quique.