Me desperté en el hospital, con un ligero dolor de cabeza, tenía ganas de dormir de nuevo, caer en los brazos de Morfeo, y olvidar la traición de Jimena. Entonces llegó una enfermera de tez morena, al percatarse que desperté, llamó al doctor.
El médico me dijo, que tuve suerte y no sufrí lesiones graves. Salvo algunos rasmillones que tardarían poco en sanar. Saldría de alta al día siguiente, sin embargo, después tendría que regresar al hospital para unos últimos análisis.
Enseguida se acercó una mujer, que se identificó como la dueña del auto que me arrolló. Era una señora alta, de muy buen ver, a la que calcularía unos 35 años.
Me explicó que no se percató de mi presencia en medio de la pista, frenó el auto para no chocarme, pero no lo consiguió del todo. Se hizo a cargo de llevarme al hospital y pagar los gastos médicos; me aseguró, con unas palabras que desprendían sinceridad, estuvo preocupada por mi salud y esperó a que despertase. Le respondí diciéndole que no tenía la culpa y que el infractor era yo, por ser un mal transeúnte, por lo tanto no tenía derecho a recibir ningún tipo de indemnización y le agradecí el haberme llevado al hospital.
—No; pagaré todos gastos médicos, y te acompañaré hasta que estés completamente recuperado—me garantizó.
—No es necesario que se preocupe por mí, el doctor ya me aseguró que estoy bien —le contesté, sabiendo que yo era el principal responsable del accidente.
—Mi conciencia no me lo permitiría, déjame quedarme contigo y puedes decirme por mi nombre, me llamo Carmen —se presentó amicalmente.
Acepté su propuesta, esa tarde nos quedamos conversando, me sentía cómodo hablando con ella, y al parecer le pasaba lo mismo. Me contó varias anécdotas suyas, me enteré de que trabaja como manager en una agencia de modelos. Su sueño siempre fue ser una reina de belleza, pero que se enamoró muy joven del amor de su vida y concibieron dos hijos; así que no tuvo tiempo para lograr su objetivo.
Carmen era una dama que desprendía elegancia, no sólo por su manera de vestir; sino también porque estaba dotada de una gracia inexplicable, sencillez y nobleza. Todo esto generó que haya una conexión entre nosotros y decidí contarle mi desgracia, del engaño que sufrí a manos de Jimena y el porqué de estar distraído al momento del accidente.
—No te rindas con el mundo. Para avanzar en la vida, es necesario dejar algunas cosas atrás— me aconsejó Carmen.
—No pienso rendirme, aunque me cueste superarlo sé que saldré adelante.
—¡Así se habla! Con el tiempo, sanarás y te encontrarás viviendo una vida que está muy lejos de la cámara de tortura mental en la que una vez has vivido. Este camino hacia la libertad y la felicidad es el camino más aterrador por el que transitarás. Sin embargo, es el camino que finalmente te da la paz.
—Que sabias palabras, pero me lo dices como si ya pasaste por esto —le interrogué.
Se quedó callada un momento y continuó.
—Mi esposo murió cuando mis hijos aún no habían llegado a la pubertad. Fue un duro golpe para mí— me respondió con unas palabras que denotaban tristeza.
—Te entiendo, yo perdí a mi padre el mes pasado, y a mi madre cuando era muy pequeño.
En ese momento nos avisaron que el horario de visitas había terminado, nos despedimos con un abrazo, ella prometió venir al día siguiente.
A algunas personas les hace bien contar la historia de su pérdida o hablar acerca de sus sentimientos. Aun cuando no tengas ganas de hablar, buscas maneras de expresar tus emociones y pensamientos. Reflexioné acerca de esto y me quedé dormido.
Al día siguiente, Carmen llegó al hospital, me dieron de alta y me llevó a mi departamento.
—Carlos. No es bueno que pases tanto tiempo solo, ahora que llegué a conocerte mejor, eres como un hijo para mí. Te iría bien si vienes a mi casa, conocer a mi familia y divertirte.
—Acepto encantado tu invitación.
—Eres un buen chico, desearía que mis hijos fueran como tú.
Nos despedimos con un beso en la mejilla. Carmen tenía razón, por ahora es necesario mirar hacia el futuro. Más aún con el extraño don que tenía en las apuestas.
Revisé mi celular, vi que tenía muchas llamadas y mensajes de Jimena, y algunas de Lucía. Decidí ignorarlas.
Me propuse recuperar la casa de mis padres, ahí pasé mi infancia y tenía un buen recuerdo de ella. Para eso necesitaba dinero. Decidí empezar dando pronósticos gratis a la gente para que me siguiera. A continuación me cree un perfil en una plataforma de internet para las apuestas, donde puse un servicio premium en el cual daba pronósticos con mejores cuotas. La gente se empezó a suscribir al ver mis estadísticas y porcentaje de acierto, claro que no dejé que mis aciertos sean del 100%, sería extraño que acierte todas, tampoco quería parecer Nostradamus.
Empecé a ganar bastante dinero, cinco días después ya tenía el dinero suficiente para recuperar mi casa. Ese día quedé para reunirme con Carmen, por su trabajo estaba de viaje por varios días y hoy llegaría. Nos reunimos en el aeropuerto, al encontrarnos nos dimos un fuerte abrazo, y enseguida nos recogió su chofer, quien nos llevaría a su casa.
Necesitaba volver a la universidad, ya tenía dinero para continuar con mis estudios. El estudio es importante porque la consecuencia de no estudiar es la ignorancia, y los ignorantes son víctimas fáciles de la manipulación personal y social…
Me llevé una sorpresa cuando llegamos a su casa. ¡Era la casa de Lucía!, lo debí imaginar, el accidente ocurrió cerca de su casa. El destino quería que enfrente a mi pasado, justo cuando pensaba que lo olvidaría. Qué bueno que no estaba su hermano, porque no sé, si me aguantaría de no meterle unos cuantos golpes.
Enseguida Lucía se acercó a su madre y la abrazó, volteó la mirada y me vio.
Se sorprendió al verme, no esperaba encontrarse conmigo.
Le preguntó a su madre porque estaba con ella. Carmen intuyó que nos conocíamos, y no era amistad precisamente lo que nos unía.
—¡Cualquier problema que hayan tenido en el pasado, lo solucionan ahora mismo! No toleraré peleas en mi casa —nos dijo su mamá con un tono imperativo.
Asentimos en silencio, y nos dirigimos a la sala de la casa. Carmen nos dejó solos para hablar.
—Carlos… No soy nadie para decirte nada. Pero te ruego consideres lo que te voy a decir. Jimena se ha equivocado… lo ha jodido y lo sabe. Yo creía que no eras un buen partido para ella, pero ahora me doy cuenta de que ella siempre te amo. Ha tomado decisiones muy erróneas y yo entiendo que esto sea… totalmente inaceptable para ti. Pero ahora ella te necesita. Mucho, de verdad. Está hundida. Muy jodida. Te lo pido por favor, necesitas hablar con ella, está muy preocupada porque no le contestaste los mensajes.
—Lucía, hablaré con ella, pero no pienso perdonarla, solo será para aclarar las cosas. Es más, me cuesta solo recordarla.
—Está bien, pero que sea cuanto antes, la veo muy pálida. Sus padres se preocuparon ya que no paraba de llorar, y no recibe la comida que le dan. Incluso están todo el rato con ella, ya que temen que se haga daño.
Lucía hizo una llamada, me dijo que acordó una reunión con Jimena. Carmen se ofreció a llevarnos. Su hija seguramente le contó lo sucedido, sacó sus propias conclusiones y decidió ayudarnos.
Al llegar a su casa, los padres de Jimena estaban juntos esperando en la sala. Esto daba razón de lo delicada que era la situación, ya que ambos estaban divorciados. Nos dijeron que ella solo quería verme, por eso se quedaron en la sala conversando con Carmen. Lucía me acompañó hasta su cuarto y se fue para que pudiera hablar a solas con Jimena.
Al llegar vi a Jimena como ida, aturdida. Sin apenas reacción, me sorprendí porque había enflaquecido mucho en este corto periodo de tiempo. Solo cuando me vio, comenzó a llorar de nuevo.
—Lo siento, Carlos, de verdad que lo siento… Perdóname —me suplicaba entre sollozos.
Me acerqué y me senté a su lado, me abrazó con mucha fuerza, pegando su rostro en mi pecho. Casi histérica. No paraba de llorar y me quedé a su lado intentando que su desconsuelo fuera remitiendo. Pero continuaba con un lloro convulso, de fuertes estremecimientos.
Sus ojos eran dos pozos azules de la cual brotaban ríos de amargura, lamento y tristeza.
Sé que cuando hay otra persona delante mientras lloramos, internamente necesitamos que no se vaya porque, de ser así, estaría confirmando ese miedo irracional de ser rechazados.
Al verla llorar se me vino a la mente la Rima XIII de G. A. Bécquer:
Tu pupila es azul, y cuando ríes,
su claridad suave me recuerda
el trémulo fulgor de la mañana,
que en el mar se refleja.
Tu pupila es azul, y cuando lloras,
Las transparentes lágrimas en ella
se me figuran gotas de rocío
sobre una violeta.
Tu pupila es azul, y si en su fondo
como un punto de luz radia una idea,
me parece en el cielo de la tarde
una perdida estrella.
Jimena había traicionado mi confianza, era una mujer cruel, egoísta, casi inhumana… Pero yo no. Mi deber, o así lo sentía como tal, era quedarme ahora con ella. Luego me iría.
Esperé a que se calmara, luego volvió a mirarme algo más tranquila.
—Gracias por venir… —me susurró.
Se produjo un silencio. Ella me miró con vergüenza, apretó los labios y un par de lágrimas salieron de sus hermosos ojos azules.
—Quiero que me cuentes. ¿Qué pasó en la fiesta? No soportaré una mentira más —le pregunté con toda la frialdad que fui capaz de imprimir a mis palabras.
Agitó el cuerpo, debido a su nerviosismo. Lanzó un suspiro y comenzó a explicarme.
—Cómo habrás notado, Lucía veía con malos ojos nuestra relación, incluso mi madre, creía que eras una mala influencia para mí. En la fiesta de fin de ciclo, estaríamos solo las chicas, pero Sebastián llegó imprevistamente. —Se detuvo al decir estas palabras, como queriendo no recordarlo.
—Nadie dijo nada, estábamos mareadas. Sebastián se unió a la fiesta, ignorando que era solo de chicas, empezó a bailar sensualmente con una amiga de Lucía. Las demás empezaron a animarlos, pero él me miraba dándome guiños mientras restregaba su… con el trasero de ella —Cuando dijo esto, bajo la voz hasta hacerla casi inaudible.
—Lucía se acercó trayendo un refresco, me dijo que lo pruebe, acepté, paso un momento cuando sentí que mi cuerpo se calentaba, le pregunté que había tomado, me respondió con una sonrisa a la vez que me decía: es éxtasis, es para que te sueltes, ya verás lo bien que lo pasas. Pasó un rato y entre la droga y el alcohol, pues… perdí la noción y el sentido de casi todo…
Se produjo otro silencio. Mi corazón galopaba de enfado, estaba muy molesto. Lucía tenía que ver con esto, como me lo imaginé, juré vengarme de ella y de su hermano.
—No sé cómo…bueno sí…, pero lo que no sé es cuando y porqué empezó todo. Yo… —dudaba y desviaba la vista, se veía avergonzada por lo que estaba contando—, el caso es que me vi besándome con Sebastián… Y entonces…, pues eso, empezamos… —agachó la cabeza y encogió los hombros— tal vez era por la droga, pero me sentía desinhibida, y aceptaba todo lo que me hacía. Vi a Lucía que me sonreía y aprobaba lo que estaba haciendo. Entonces se acercó y nos dijo que subamos a los dormitorios para estar más cómodos… —dijo esto con decoro.
Me mantuve sin decir nada. Solo la miraba con un gesto entre serio, cabreado y preocupado.
—Entonces, llegamos al dormitorio, le dije que era virgen. No quería hacerlo, me negué rotundamente, a pesar de que mi cuerpo me decía lo contrario. Sebastián me decía que él tenía experiencia. Lucía que estaba en la puerta, terminó de convencerme cuando me dijo, que lo hiciera, que yo también me beneficiaría… Y lo sabría hacer cuando me encontrara contigo. Empezamos a tener sexo… —de nuevo pronunció con un tono bajo, como si quisiera ocultarlo.
Fijó su mirada hacia el techo. Buscaba las palabras menos hirientes para mí, pero ya me daba igual. El daño no estaba en oírlo, sino en saberlo.
—Estábamos haciéndolo, cuando llegaste. A pesar de estar bajo los efectos del éxtasis, sentí un enorme arrepentimiento, y lo sigo sintiendo hasta ahora, me di cuenta de que cometí el mayor error de mi vida. Falté a mi promesa, me odié tanto desde ese día. Eres el hombre de mi vida, siempre me trataste bien, a tu lado siempre fui feliz. Tienes que saber que para mí, Sebastián no significa nada. Carlos… perdóname. Sé que… me he equivocado, lo siento mucho. — Volvió a llorar
—Desde ese día me siento vacía, como si mi vida careciese de sentido, apagada y con dirección a ninguna parte. Es una sensación difícil de explicar, pero es algo similar a notar que te falta algo por dentro, y ese algo para mí eres tú. A pesar de que mi madre estuvo conmigo, apoyándome todo el tiempo, incluso llamó a mi padre, al que no veía muy a menudo desde que se separaron. Aun así me siento terriblemente sola, ese vacío me inunda, hace que me encuentre desanimada, y no me apetece hacer nada. Mis sueños e ilusiones parecen haberse ido de viaje a ninguna parte. Por eso quería verte, y te pido aunque sea egoísta de mi parte, después de lo que te hice. Al menos quédate conmigo solo esta noche.
—Jimena, voy a estar contigo ahora, no me voy a ir. No puedo ser tan cruel como tú has sido conmigo. —Era consciente de que mis palabras dolían en el estado en el que se encontraba ella, pero no podía evitarlo. Y tampoco quería, la verdad—. No voy a dejarte sola. Pero… has sido conmigo una verdadera hija de puta.
—Si, es verdad. Solo te pido que me perdones… quiero que sepas que a partir de ahora, no te diré más mentiras, mi cuerpo es tuyo y mi alma también, siempre seré tuya, puedes pedirme lo que desees…
—Jimena… —la corte e intenté hablar con toda la tranquilidad que pude—. Quiero ser sincero contigo, quedarme ahora no significa que me olvide de todo lo que has hecho. Ni me olvido, ni te perdono. Y creo que, nunca lo haré. —Le dije estas palabras, aunque terminaran con sus ilusiones.
—Lo siento, ha sido una idiotez de mi parte, pero haré mi mejor esfuerzo para recuperar tu amor, ya lo verás —me respondió esperanzada.
Pasó toda la noche a mi lado, ambos nos quedamos dormidos. En la mañana me enteré de que nos dejaron solos, tal vez esperando una reconciliación entre nosotros. Los padres de Jimena se alegraron al verla mejor, hablaron conmigo tratando de convencerme para que me quedase más tiempo.
Era irónico; antes no querían ni verme en pintura con su hija, en sus mentes estaba que no estaba en su mismo estatus social, por lo tanto no calificaba para estar con su hija. Les dije la verdad, que no la había perdonado, pero que estaría con ella ahora que era un momento difícil. Se calmaron por esto último, seguidamente su padre se fue, aduciendo que tenía un trabajo importante. Obviamente no era cierto, de seguro se iba con su amante. Así que en su casa solo nos quedamos Jimena, su madre y yo. Carmen se fue porque tenía un viaje en la agencia de modelos. Lucía se marchó con su madre, ya que ahora no estaban tan apegadas como antes con Jimena, me ganó la curiosidad y pregunté a Jimena por esto.
—Estoy molesta con ella, ya que permitió que te sea infiel. Incluso me drogó —me contestó con un visible enfado.
Tenía razón, ya me las pagaría, y no la salvará ser hija de Carmen. A pesar de que su madre, era de las pocas personas que me ayudó. Es tan diferente de su hija, pensé.
Me quedé en su casa hablando con Jimena, llegó la hora del almuerzo, su madre cocinó un rico pollo al horno. Siempre me pareció una mujer hermosa, Jimena sacó sus lindos ojos azules, ambas se parecen bastante, con la diferencia de que su madre tiene los senos más grandes y las caderas más anchas. Era una madura voluptuosa, además de esto también cocina de maravilla. No entiendo como su esposo la dejó por otra. Generalmente los hombres no suelen planear una aventura, y simplemente ocurre. Sara, que así se llama la madre de Jimena nunca perdonó la infidelidad, y se separaron. ¿Cómo sé esto? Pues, antes no teníamos secretos con mi exnovia, nos teníamos mucha confianza. Me contó aquello cuando le pregunté acerca de sus padres.
Sara y Jimena me atendieron muy bien, me trataban mucho mejor que a un simple invitado. Seguramente se debía a que querían quedar bien conmigo. Obviamente Jimena era que quería hacer más méritos. No se despegaba de mí, y me preguntaba a cada rato qué se me ofrecía.
En la tarde nos quedamos viendo una película, era de contenido romántico. Tenía una buena trama, incluso llegó a conmoverme. Me percaté que Jimena estaba llorando, le afectó demasiado la película. Entonces se estiró a mi lado, y pegó su cabeza a mi hombro. Me vio con esos hermosos ojos azules, me quedé obnubilado por su bello rostro. Se acercó a mí queriendo darme un beso, pero me negué a último momento, volteando mi rostro y levantándome del sofá.
—Me parece que ya estuve suficiente tiempo contigo, ya es hora de irme.
—No… no me dejes Carlos, te seguiré, seré de mucha ayuda. Cocinaré para ti, plancharé tu ropa… —dijo esto levantándose y con una voz nerviosa.
—Mi apartamento es muy pequeño para dos personas —le respondí secamente.
—Entonces, quédate aquí, la casa es muy grande. Incluso tenemos una piscina.
—Tu madre seguro que no está acostumbrada a que haya personas. No quiero ser una molestia.
—No eres una molestia. Déjame arreglarlo. — Me aseguró, a la vez que se dirigía hacia la habitación de su madre.
Pasó un rato, cuando vinieron Sara y Jimena, ésta última con una sonrisa en el rostro.
—Carlos, nos hiciste un gran favor, estuviste en el momento más difícil de Jimena, esto demuestra que eres una buena persona. Puedes quedarte el tiempo que quieras en esta casa, por mi no hay ningún problema. Además mi hija te quiere demasiado, estaría bien si se dan un tiempo juntos. Tal vez con el tiempo la llegues a perdonar, es una buena chica. —me dijo esto casi suplicándome.
Yo no tenía problemas en quedarme, me sentía querido, y de cierta manera complacido en esa casa. Solo quería ver la reacción de Jimena cuando le dije que me iba. Me sorprendió el poder de convencimiento que tenía en su madre, era después de todo su única hija, a la que mimaba y consentía mucho, más aún cuando últimamente la vio sufrir bastante.
Así que les dije que me quedaba, Jimena saltó de alegría y me dio un abrazo. Su madre al ver a su hija tan feliz soltó una sonrisa, como diciendo que había tomado la decisión correcta.
Pero justo en este momento, en el que estaba abrazado a Jimena me cuestioné: ¿Perdonar? ¡No era yo al que la vida trató con dureza!¡No era yo el que ahora no tenía familia ni hogar!¡Y que de no ser por mi don, estaría, tal vez, mendigando por las calles! ¡No era yo, un cornudo, al quien su novia engañó con descaro!
Ahora me había llegado el turno de fingir y ser yo quien se aprovechase de ellos. Después de todo como decía Nicolás Maquiavelo:
Pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos.