Las dos mujeres en prendas sugerentes propias de su oficio habían salido del lupanar donde ambas trabajaban. Nila lo había hecho sólo para fumar, pero su compañera Estrella salió con intención de pescar cliente. Bien sabía que era mejor lucirse en la calle al paso de los hombres, y así atraer a alguno, que únicamente esperar en el interior del prostíbulo a que llegara uno que se interesara por ella. Allí había mucha competencia.
“Estoy harta”, dijo de pronto Nila. Por supuesto se refería al trabajo, pero no porque le fuera mal, de hecho ella era la más popular del lugar.
“Ay, no sé de qué te quejas”, le respondió la otra.
Estrella no podía comprender las quejas de Nila, la más solicitada de la casa de citas. Ya quisiera la “suerte” de aquella quien bien podía echarse de diez a quince en una noche, y eso en una jornada regular. Además cobraba caro, a diferencia de ella. Nila fácilmente sacaba en una noche lo que Estrella en una quincena, o hasta más.
«Cómo hay gente tan malagradecida en el mundo, me cae, si ya lleva siete seguiditos. Ya quisiera tener su suerte… caray», se decía para sus adentros Estrella.
Pero claro que no era cosa de suerte, Nila tenía sus atributos. Algunos sumamente evidentes (como aquel par de dilatadas posaderas entre las cuales bien que había acomodado el tronco del árbol en el que en ese momento se recargaba mientras fumaba y reflexionaba) pero otros más sutiles, como el saber escuchar al cliente y así ofrecerle algo más que una relación sexual. La mayoría de sus compañeras creían que todo estaba en desnudarse, ponerse de a perro o abrirse de piernas y dejarse coger, eso era todo lo que hacían; pero no todo está en montar o ser montada. Nila bien lo sabía, los hombres buscan algo más, algo más de lo que ni ellos mismos son conscientes muchas de las veces.
La mayoría buscan lo que no tienen en casa. Algunos necesitan ser escuchados, apapachados; que se rían de sus chistes, otros requieren reconocimiento de sus cualidades, de sus logros; hay quienes les viene bien recibir comentarios halagadores que les brinden seguridad, mientras que otros entre menos cháchara mejor. Incluso existen los que buscan una figura materna que los mime como su madre nunca lo hizo; más de un cliente le había pedido que lo recibiera en su seno, a manera de bebé recibiendo su maternal amamantamiento.
«Los hombres que acuden a un “servicio” siempre están carentes de algo», pensaba Nila, y ella era experta en reconocer las carencias de los hombres, tenía el “don” de la comprensión en ese ámbito de la naturaleza humana.
Era por eso que hacerlo con ella era lo más cercano a hacerlo con la mejor amiga que se hubiese tenido en la vida. Nila sabía darse en la cama, pero también sabía escuchar e incluso brindar buenos consejos.
Era tan inteligente que a muchos les servía de terapeuta sólo que, además de orientarles en su vida cotidiana, los cogía muy, pero que muy rico.
Por ello cualquier hombre que pasara por sus piernas se enamoraba de ella. Estaba muy por encima de sus colegas. A diferencia de aquellas sabía dar un buen trato y sus clientes lo reconocían, por eso era la más solicitada.
Claro que a Estrella le caía mal por pura envidia, pero se le acercaba por conveniencia, a ver si se quedaba con las migajas de su trabajo, hacerse de alguno de los clientes que no pudiera atender.
Lo que no podía entender Estrella es que Nila, a diferencia de ella o de otras de sus compañeras, pensaba más allá del día que se vivía, pensaba en el futuro, en su futuro. A diferencia de otras chicas del lupanar no vivía como si pudiera dedicarse a eso toda la vida. Nila estaba consciente de que llegaría el momento de retirarse ya fuera por propia decisión o porque no le quedaría de otra, y ella prefería decidir cuando dejar el oficio y no verse obligada por los años.
Tras llegar a su departamento Nila, como habitualmente hacía luego de una jornada de trabajo, se dio una merecida ducha. Tras el baño que limpió su cuerpo de las sudoraciones propias y ajenas, se vistió con su ropa de cama y se untó la crema que le brindaba esa suavidad exquisita a su piel. Era ya de madrugada, sin embargo, había alguien más que estaba despierto y quien la espiaba mediante unos binoculares desde otro edificio.
Esto también ya era habitual, aquél era Mauricio, un joven de diecinueve años quien adoraba a la mujer años mayor que él. La admiraba por su obvia belleza desde hacía tiempo, se hacía una chaqueta en su honor cada vez que se iba a la cama luego de verla. A sus años el joven increíblemente no tenía novia, esto se debía a que Martha, su madre, era muy posesiva con él y no se lo permitía. Lo tenía controlado como si aún fuera un niño. Siendo su único hijo lo celaba demasiado, y si en lo material era mezquina lo era más con su hijo, su “posesión” más valiosa.
Un día, no obstante, Martha dio pie a algo que pondría en riesgo justamente aquello que más cuidaba, pero claro, ella no podría habérselo imaginado. Le ordenó a su hijo que se encargara de cobrar las rentas de uno de sus edificios de departamentos, según ella ya era hora de que el joven se hiciera responsable y supiera exigir los pagos a los inquilinos. El chico como siempre obedeció.
“Buenos días, soy el hijo de Doña Martha, vengo por la renta”, le dijo Mauricio a Carolina, una de las dos mujeres que vivían en aquel departamento.
“Ah claro, recibí la llamada de tu mamá, me dijo que tú cobrarías este mes, permíteme”, le respondió Carolina y fue a buscar el dinero.
Como aquella dejó la puerta abierta, al joven se le aceleró el ritmo cardiaco, pues vio pasar, en prendas muy ligeras, al amor de su vida, Nila, quien era la roommate de Carolina.
El impacto en el rostro del chico fue evidente. Ella era aún más bella así de cerca; estaba a tan sólo unos pasos y casi podía apreciar su aroma.
Dada su falta de experiencia con las mujeres, el sólo hecho de estar tan cerca de la instigadora de sus chaquetas, quien le obsesionaba, le provocó un engrosamiento en la extremidad que le colgaba de su entrepierna. De pronto sintió y tomó consciencia del hecho pues su ajustado pantalón lo hacía aún más evidente, pero como no llevaba nada con qué cubrirse hizo lo que pudo con sus manos.
Para colmo de males justo en ese momento Nila se percató del muchacho y le sonrió a manera de cordial saludo. Aquél se sonrojó.
Cuando regresó Caro y le entregó el pago, notó la erección que el joven había estado cubriendo pues la destapó al recibir el dinero.
La expresión en el rostro de Carolina lo dijo todo.
El pobre chico no supo qué decir ni cómo disculparse.
Carolina volvió su vista a su amiga y entendió que aquella había sido la motivación para que el joven reaccionara de esa manera.
Mauricio, sin decir nada más, se fue.
Carolina cerró la puerta riendo y luego se dirigió a Nila.
“Ay amiga, cómo eres, mira lo que le provocaste al hijo de la casera”
“Ah, pero él es el tan mentado hijo de Doña Martha, pensé que sería más chico”, comentó Nila.
“Sí, él es el heredero. Es su único hijo, bueno, eso me han dicho. Él es quien va a heredar su fortuna de la vieja esa”
Fue en ese momento en que Nila tuvo una inspiración. Era la oportunidad que tanto deseaba. Nila vislumbró la manera de dejar el sexoservicio.
Sin ponerse otra prenda más que su ropa interior que vestía, Nila fue tras él. Por suerte, con su erección, el joven no había caminado muy rápido y logró alcanzarlo antes de que dejara el edificio.
“Oye, ven, sube. Mi amiga y yo necesitamos de tu ayuda”, le dijo. No fue nada difícil convencer a Mauricio de que la acompañara de nuevo al departamento, pese a la vergüenza pasada.
“¿Cómo te llamas?”, le inquirió Nila al joven que esta vez no se quedaba en el umbral sino que ingresaba al interior. Ella cerró la puerta tras de aquél.
“Mau-mauricio”, respondió nervioso.
“Bien pues mira Mauricio, a mi amiga la dejó plantada su novio (aquí Nila le dirigió una mirada cómplice a Carolina tratándole de indicar que le siguiera el juego), y ¿sabes?, mi amiga es muy caliente y necesita hombre”
Oír aquellas palabras le provocaron unas palpitaciones aún más fuertes que antes al núbil muchacho.
“¿Tú crees que nos puedas ayudar?”
Mauricio negó con la cabeza. No sabía si todo se trataba de una pesada broma o qué.
“Es que si no recibe sexo le puede pasar algo grave ¿me comprendes?”
Como Mauricio volteó a ver a Caro ésta le siguió el juego a su amiga y se metió las manos bajo el vestido para bajar sus calzones, así sus manos dieron con su raja desnuda la cual expuso ante los ojos desorbitados del chavo. Mauricio atestiguó como la mujer se dedeaba a sí misma con exagerada lujuria haciendo movimientos pélvicos tan repetitivos y exasperados que el chico creyó que lo que había escuchado era verdad.
Carolina le puso más enjundia a su actuación y, al ver por vez primera una expresión de éxtasis sexual en el rostro de una mujer, Mauricio se le erectó al máximo su hombría. Estaba en su punto, listo para actuar como un hombre por primera vez en su vida. Ellas lo sabían.
“¿Ya se te puso dura?”, le preguntó Nila, a la vez que ella misma lo comprobaba mediante un apretón de mano que hizo sobre el evidente abultamiento en el pantalón del chico.
Era demasiado, la primera vez que alguien le tomaba de su verga. Sin embargo aún siguió enterito.
“¿Me lo enseñas? Quiero conocerlo”, le dijo Nila.
Él con cierta torpeza; era su primera vez y estaba alterado; se desabotonó el pantalón y se abrió la bragueta. Una vez al aire Nila lo tomó a palma abierta. Estaba que babeaba por tanta excitación y ella embarró aquel líquido lubricante por todo el fuste.
Aproximándose de tal forma que su boca quedaba bien cerca del oído del chico le dijo: “Lo tienes grueso y grande. ¿Me lo prestas?”, y dicho esto lo tiró del miembro como si de una rienda se tratara y él fuera un potro que fuera conducido por su dueña y futura jinete. Nila lo fue llevando así hasta la recámara donde la cama aguardaba a lo que vendría.
El rostro de Mauricio estaba en éxtasis, nunca se había sentido tan caliente y a la vez tan reconfortado en su calentura, y es que estaba siendo mamado por la boca de Carolina, una experta al igual que Nila en las artes sexuales.
Mientras tanto Nila se retiraba las únicas prendas que la habían estado cubriendo, sus pantaletas y su sostén. Mauricio la contempló y admiró al natural.
El panorama era increíble. Los senos eran hermosos, se adivinaban suaves al tacto; con areolas apenas definidas pues eran casi tan claras como la piel que las rodeaba; pero aquellas caderas, ¡esas nalgas!, eran lo máximo. Bueno, aún no las había visto bien pues la mujer estaba de frente a él, pero las podía mirar gracias al espejo del tocador que estaba detrás de Nila, y ya podía notarse que eran un par de imponentes gajos de carne bien formados. Y no sólo imponían por su tamaño; volumen bastante considerable; sino su delicada forma y buena tonificación lo que los hacían bellísimos.
Viendo a aquella dama del placer, y siendo mamado por la otra quien además lo manueleaba con ansias locas, le fue inevitable llegar al punto del derrame.
“¡Ah… voy a…!”, emitió, pero sus espermas llegaron más pronto que sus palabras.
Mauricio se le había venido en toda la boca a Carolina y ésta, una vez lo tuvo dentro, jugó con su semen como si de enjuague bucal se tratara. El joven miraba aquello con atención ya que era la primera vez que lo veía, una mujer con la venida de un hombre en su boca. Él no sabía que iba a hacer aquella, ¿se lo iba a tragar?, ¿lo escupiría?
Unos segundos más tarde lo supo. Carolina se incorporó, dejando la cama, para acercarse a su compañera de departamento a quien besó transmitiéndole en el acto el esperma del chico.
Ver a Nila hacer eso fue superlativo, y más cuando ella le sonrió. La mujer que tanto deseaba tenía su simiente en la boca y él ni siquiera la había penetrado.
Aún con el producto del joven dentro de sus mejillas fue hacia él avanzando a gatas sobre la cama. Sin darle tiempo de reflexión así mismo lo besó. Fue la primera vez que Mauricio probara el sabor de su propia esperma y no le asqueó, dada la calidad de la transmisora.
Siendo toda una maestra en ello, Nila fue conduciendo al chico por los caminos del placer.
“Ya estoy bien mojadita mi amor, ya es hora, ya dámela”, le dijo acariciándolo del cabello como si de un cachorro se tratara.
Mauricio siguiendo sus indicaciones le había estado lamiendo su “pepa” con el fin de darle placer y a la vez lubricarla para su prometido ingreso. Se le despegó sonriendo (obviamente teniendo en cuenta lo que vendría).
Carolina como única espectadora, miraba a la pareja sentada frente al tocador.
“Bájate más”, tuvo que indicarle Nila, pues dada la inexperiencia del muchacho no había apuntado bien al acceso femenino. Ella lo recibía recostada, con las piernas abiertas y flexionadas, una pose convencional y sencilla para que él no tuviera problemas durante su primer ingreso. Una vez halló camino el pene de Mauricio resbaló por primera vez en una vagina, inaugurando así su desempeño sexual. A pesar de ser su vez primera el chico se mantuvo en ese mete y saque instintivo por bastante tiempo. Nila lo animada llamándole “cogelón”.
Esa no sería más que la primera de otras ocasiones que “educaría” al joven en el ámbito sexual.
“Esta es mi posición favorita”, mientras se le montaba a manera de vaquerita invertida.
Ella bien sabía que así lo excitaría demasiado pues sus nalgas quedaban ante su vista y al alcance de sus manos.
“Válgame Dios”, pareció decir Mauricio por la expresión de su mirada, mientras veía como entraba su propia hombría a través del canal femenino. Y es que el panorama ante él expuesto era aún más placentero que el la vez anterior. Esas tremendas nalgas se veían hermosas y estaban ahí delante, sobre él, subiendo y bajando, subiendo y bajando, en un movimiento hipnotizador que de sólo verlo provocaba el mayor de los deleites; adicionalmente sentía el delicioso estrechamiento de las paredes interiores de su montadora, y ya novia, Nila.
Según ella ya eran novios lo que a Mauricio le hacía la felicidad. Él no era uno de esos que sólo se la querían coger, la quería para esposa y madre de sus hijos. Dada su inexperiencia e ingenuidad no podía verla de otra forma.
“Son estupendas”, dijo Mauricio mientras se asía de las enormes mejillas traseras que le eran inabarcables.
La dama que lo montaba sonreía pues bien sabía que lo tenía donde lo quería. Lo siguiente fue colocarle aquellos dos mofletes de carne encima del rostro del cual no se levantaba sino hasta casi ahogarlo.
La asfixia sentida era el mayor de los éxtasis para el joven imberbe quien apenas librado de aquello deseaba más.
Nila lo tenía dominado y era momento de dar el siguiente paso.
“Creo que es hora de que me presentes con tu mamá”, le dijo.
Y por supuesto que Mauricio, completamente obsesionado por aquella “dama” estuvo de acuerdo. Una noche llevó a Nila a casa con el objetivo de presentarla a su madre.
“Mamá, quiero presentarte a Nila, mi novia”, le dijo el ingenuo muchacho a su progenitora quien no podía creer que su hijo fuera tan…
Pero el joven estaba tan ilusionado de que Nila fuese su esposa que no podía ver lo obvio, su madre jamás lo consentiría. Nila sin embargo sonreía. Ella bien lo sabía, conocía bastante la naturaleza humana como para darse cuenta de que Martha, una mujer posesiva, avara, la dueña de aquellos edificios, y de una considerable fortuna; ella jamás aceptaría entregar a su único hijo a una…
“¡Bueno tú estás pendejo o qué!”, descargó Martha sobre su hijo como si éste no pudiera ver lo obvio. Luego se le fue directamente a ella:
“¡Te me largas de esta casa!”, le gritó la enojada señora a la mujer evidentemente generosa de carnes que le había traído su hijo.
Martha, por supuesto, había estallado de coraje. Mauricio, por su parte, defendió a la mujer de sus sueños, aquella a quien deseaba para madre de sus hijos.
“Si así la corres me voy con ella”, amenazó en un arrebato el muchacho.
“Espera Mauricio —le dijo Nila al chico deteniéndolo, y luego se dirigió a la madre—. Señora, por favor, permítame unas palabras a solas y luego le prometo retirarme de aquí sin ningún escándalo”
La señora, considerando unos segundos la situación, sabía que corría el riesgo de que su hijo hiciera una tontería largándose con esa cualquiera, aceptó. Ella se sabía mucho para enfrentarse a una facilona como aquella.
“Mire, su hijo me quiere, está enamorado”, había comenzado Nila.
“¿Bueno y tú qué quieres? ¿Quién eres, a qué te dedicas…?”, correspondió Martha.
“Soy de oficio Golfa”
Martha quedó impactada por el descaro, como bien había pretendido Nila.
“¡Pero ¿cómo…?! ¡Cómo te atreves a…!”
“Mire señora, como ya le dije, Mauricio, su hijo, está enamorado de mí y, créame, a pesar de mi oficio él me seguirá a donde yo vaya. Y estoy dispuesta, de hecho, a irme de aquí, así que considere, me puedo ir sin que él se entere y él nunca sabrá nada más de mí, o me lo llevo conmigo, usted decide”, Nila extendía la premisa de su propuesta.
Martha lo entendió, la mujer la estaba chantajeando, ella sólo quería dinero. Era momento de decidir que le pesaba más perder: una cuantiosa cantidad, o a su bien más preciado, su hijo.
“Todo está arreglado Mauricio”, sorpresivamente escuchó el muchacho, unos momentos más tarde de boca de aquella a quien amaba cuando ésta salió.
Tras un beso de despedida Nila le dijo que al día siguiente se verían, cosa que no sucedió por supuesto. Carolina y Nila se mudaron inmediatamente, según lo prometido. Mauricio quedó abatido gracias a la decisión de su madre, ella había pagado por ello.
Con el dinero recibido Nila emprendió un negocio de edecanes mediante el cual no sólo se retiró del sexoservicio sino que conoció a un rico empresario con quien se casó. No obstante aquel joven le caló de tal forma que, de vez en cuando, se levantaba a un jovencillo de similares características con fin de saciarse de esa necesidad.
“Lo que te propongo es esto, si aguantas la respiración y mi peso hasta que yo diga y sin protestas, podrás penetrarme. ¿Estás de acuerdo?”, le decía Nila al joven que ya tenía debajo, pues ella estaba de cuclillas con el culo a sólo unos centímetros del rostro de aquél. Ella estaba dispuesta a sentarse sobre él.
El chico quien veía con ojos muy abiertos esas tremendas mejillas situadas arriba, las cuales amenazaban con precipitarse hacia él, respiró agitadamente y con notable nerviosismo y excitación aceptó el trato. Nila con aires de gran señora se sentó entonces, dejando reposar esas tremendas nalgas que poseía en la cara del pobre que las cargaba con el rostro.
La cara del joven era notablemente más chica que ese trasero que se le había sentado encima. Tal como cuando Nila acudía a un inodoro aquel par de cachetes sobresalían de los bordes. Ver aquello daba la impresión de que el rostro del joven estaba siendo tragado por el amplio trasero de aquella hermosa mujer.
Sin miedo a asfixiarlo, o provocarle algún daño físico por obligarle a cargar todo su peso con la cara, Nila permaneció muy oronda sentada sobre él mientras recordaba a Mauricio, aquel chico quien la amó y quien hubiese dado todo (bien lo sabía) por hacerla madre de sus hijos, sin importarle que hubiese sido sexoservidora.
FIN