¿Cuánto tiempo más tendría que esperar la Señorita R para que Carlos se decidiera por fin a verla como la mujer que era y no la niña que él pensaba? Carlos era el mejor amigo de su hermano.
Desde pequeña lo había visto siempre por la casa, era uno más de la familia, pero para ella era algo más… era el hombre del que estaba enamorada, y estaba dispuesta y decidida a hacer lo que fuera para tenerlo. Y lo haría.
Empezó a idear un plan que estaba segura funcionaria y que haría que Carlos cayera rendido a sus pies. El, ajeno a la trama que se cernía sobre él, estaba en la biblioteca de la mansión donde vivía la Señorita R hablando con Gabriel, su hermano. Ninguno sospechaba lo que estaba por ocurrir. Ella pidió a la cocinera que preparara una suculenta cena para dos, y de postre nata, montañas de nata. La cocinera no sabía para que necesitaba tanta nata, pero se abstuvo de preguntar. En su mente se estaba tejiendo un plan para demostrarle a Carlos que ya no era una niña.
Las horas pasaban lentamente y aburrida se dirigió a la biblioteca en busca de un libro. Al llegar se encontró a su hermano y al hombre con el que fantaseaba por las noches. Sintió que su corazón galopaba a mil por hora. Sus mejillas se sonrojaron, sus manos se volvieron sudorosas, su cuerpo estaba reaccionando a la presencia de Carlos. El la miró como solía hacerlo, pero vio en ella algo diferente, no sabía lo que era pero que lo tenía intrigado, y estaba dispuesto a saber de qué se trataba. Ella le preguntó a su hermano si cenaría en casa y este le dijo que no, pero que Carlos podía quedarse así le haría compañía durante un rato. Ella no podía creer lo que acababa de oír. ¡Su hermano le había allanado el camino! Carlos no supo que decir y aceptó la invitación de su amigo.
La Señorita R se excusó y salió en dirección a su dormitorio. Tenía que impresionar a su invitado y para ello debía escoger bien el vestido. Se dirigió al armario y lo estudió con detenimiento. Al final optó por un vestido con tirantes, tipo camisón, que se ceñía a su cuerpo como una segunda piel. Era de color negro, le quedaba muy bien, y Carlos no podría resistirse. No había tiempo que perder; así que se dirigió al baño y se metió en la ducha. Mientras se duchaba empezó a excitarse al pensar en la velada que tenía por delante con Carlos.
Estaba húmeda en el mismo centro de su ser, y sabía que aún lo estaría más cuando le viera de nuevo.
Ya arreglada y vestida se dirigió al comedor donde un nervioso hombre la estaba esperando; no había señales por ningún lado de su hermano, estaban solos, era la oportunidad que había estado esperando desde hacía tiempo y no iba a desperdiciarla.
Cuando aquel hombre la vio no daba crédito a sus ojos, ante sí tenía a una hermosa mujer que hasta hacía unas horas consideraba una niña.
Se acercó a ella, le tomó una mano y la miró fijamente a los ojos.
Sin saber cómo ocurrió, la acercó más hacia él y su boca fue bajando lentamente hasta unirse a la de ella, fundiéndose en un beso, suave y delicado al principio, como una caricia, como un leve roce de labios, para convertirse en un apasionado y voraz beso. La estrechó entre sus brazos y la besó con frenesí. Sus lenguas bailaban la danza de la pasión, sus manos corrían libres por sus cuerpos. Estaban excitados; ella feliz, él atónito, por el cuerpo que tenía aquella a la que consideraba una niña. No comprendía que le estaba pasando, pero disfrutaba del momento y no quería que terminara. La Señorita R se retiró un poco y le dijo…"Te he preparado una sorpresa, algo que no olvidarás nunca”. Carlos no supo que responder, estaba desconcertado, pero quería saber de qué iba todo aquello, y estaba dispuesto a todo.
La mesa estaba preparada, no faltaba nada, incluso la nata estaba allí. Ella se acercó a la bandeja donde estaba la montaña de nata que pidió y con un dedo cogió un poco, se lo metió en la boca mirando a los ojos de Carlos sin parpadear. Él parecía quedarse sin respiración; viendo lo erótico de esa acción, se le hacía la boca agua. Entonces ella cogió un poco más de nata y acercándose a él se metió el dedo de nuevo en la boca y acto seguido acercó sus labios a los de Carlos, ofreciéndole el placer de su boca, él no se hizo de rogar y tomándola en sus brazos la besó saboreando la dulzura de su interior. La nata pasó entonces a su boca y aquello fue su perdición.
Ella aprovechó su desconcierto para tomar su mano y dirigirla a la espalda de su camisón y guiándola a los hombros lo instó a que bajara sus tirantes. El vestido cayó por su propio peso al suelo, dejando al descubierto unos pechos redondos y firmes con unos pezones erectos ya por el deseo. Él la contempló y fue recreándose con la visión de aquel cuerpo delicioso que tenía ante sí. Bajó la vista hasta su vientre y vio que llevaba unas braguitas preciosas negras de encaje. La cogió en brazos y la tumbó en la mesa, cogió nata y se la puso en los pezones. Empezó a lamerlos y la Señorita R se excitaba cada vez más. Estaba muy húmeda y ardía de deseos de tenerlo dentro de su ser. Carlos extendió más nata en el cuerpo de ella y repitió la acción. Estaba tan excitado como ella y eso se notaba en la presión que había en sus pantalones.
Mientras lamía su cuerpo se desabrochó los pantalones
Se los quitó y también los boxes dejando al descubierto en todo su esplendor la magnífica erección que tenía. Ella quedó deslumbrada con la visión que tenía ante sus ojos, y deseó que estuviera ya en su interior. Carlos le fue quitando las braguitas con los dientes mientras acariciaba sus pechos. Deseaba poseerla, pero antes quería hacerla gozar al máximo. Untó su monte de Venus con nata y la lamió hasta que toda aquella nata paso de solida a liquida, comiéndola toda, separó sus labios mayores y la bañó en nata. Ella creía volverse loca de deseo, pues él sabía cómo hacerla gozar.
Mientras la lamía introdujo sus dedos en su interior imitando el movimiento rítmico de una copula. Se tendió a su lado, en la mesa y embadurnó su miembro de nata y la Señorita R entendió que le iba a demostrar que no era una niña, se abalanzó sobre él y lo chupó hasta hacer desaparecer todo vestigio de aquel delicioso postre. Siguió chupando con verdadero afán a la vez que jugaba con sus testículos. La colocó de espaldas a él de manera que pudiera lamerla, y poniéndole nata, empezó a jugar con su sexo de nuevo, haciendo que tuviera un orgasmo tras otro, a su vez ella no paraba de chuparlo hasta que él eyaculó en su cara.
Una vez recuperados, Carlos se puso encima de ella y empezó a penetrarla, lentamente al principio y con más ímpetu después. Mientras la embestía friccionaba el capullo de su deseo. Ella estaba loca de deseo y de placer. El pletórico por haber podido poseerla. Llegaron juntos al orgasmo por varias veces hasta que quedaron rendidos y dormidos uno en brazos del otro. La Señorita R había conseguido su propósito. Carlos entre suspiros la había llamado mujer.
Espero que os guste mi relato, y espero valoraciones o comentarios que son gratis. Muchas Gracias.