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En el vestuario
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Tiempo de lectura: 3 minutos

Yo veía que el entrenador se movía hacia todas partes en los vestuarios sin ningún rumbo y sin entretenerse, hasta que me percaté de que estaba cachondo al ver que iba con su ajustado short culotte de atleta y su camiseta. Iba de uno a otro bromeando con el equipo y animoso y cariñoso con los muchachos como ya es su costumbre, solo que ese día era muy notorio.

— ¡Joder, entrenador! Si sigues frotándome los hombros de esa manera, voy a necesitar que frotes algo más, —dijo Márquez, el capitán.

El entrenador esbozó una buena sonrisa y golpeó acariciando las nalgas de Márquez.

— Ese es el lado equivocado, amigo, —dijo Márquez mientras se giraba para mostrar su abultado paquete por debajo de la toalla.

— ¡Joder, eso está que arde! ¿Estás caliente, Márquez?, —dijo Yon Araujo mientras golpeaba la polla de Márquez a través de la tela.

— Parece que tú también necesitas un poco de alivio, tío, —le dijo Márquez a Araujo mientras este se bajaba el culotte y dejaba que su erección se balanceara libremente.

Márquez siguió su ejemplo y dejó caer la toalla al suelo y se acarició con fuerzas parsimonia.

Antes de darnos cuenta, los cinco que quedábamos en el vestuario ya estábamos acariciando nuestras pollas mientras el entrenador miraba lascivo.

— ¿Te unes a nosotros, entrenador? —Pregunté mientras mi mejor amigo Jaime acariciaba mi polla que ya goteaba.

El entrenador se encogió de hombros, se bajó su ajustado culotte de atleta y se mantuvo firme con solo su camiseta.

— ¿Quieres probar, Marcos? —Me preguntó el entrenador.

Caminé hacia él, me arrodillé y comencé a chupar su enorme polla mientras mis compañeros de equipo miraban.

— Sí, amigo, sí, —me animó Araujo mientras me tragaba la polla del entrenador hasta su pubis.

Araujo se acercó por detrás de mí y deslizó su dura polla por mi culo y sobre mi agujero.

— ¡Joder!, ¿bromeas?, —dije antes de volver a chupar la buena polla del entrenador.

Araujo le hizo un gesto a Márquez pidiendo un poco de lubricante, este lo sacó de su casillero y se lo tiró a Araujo. Llenó su polla de lubricante y se deslizó su mano untada por mi apretado agujero de mierda, mientras la dura polla del entrenador comenzaba a gotear pre semen en mi boca.

— ¡Joder, sí, amigo!, —gemí mientras acariciaba al entrenador.

Jaime agarró el lubricante y le preguntó al entrenador si quería un poco de polla.

— ¿Te ofreces, semental? —Preguntó el entrenador.

— Sabes que lo hago.

— Si me lo ofreces, dámelo, —dijo el entrenador.

Jaime se puso detrás del entrenador mientras levantaba una pierna en el banco y Jaime se deslizó en su agujero palpitante.

En ese momento ya estábamos todos follando o chupando a alguien mientras la habitación se llenaba de gemidos y olores a sexo masculino.

— ¡Vamos, muchachos!, —animó el entrenador—, no permitáis que esos cabrones de centrocampistas entren y supliquen una polla, —se rio divertido.

Estaba yo siendo golpeado duro entre el entrenador y Araujo y me corrí disparando por el piso mi carga contenida de semen blanco y fresco, mientras Araujo llenaba mi agujero con su esperma caliente. Pronto todos se corrieron menos el entrenador y Jaime.

— Acaba ya conmigo y haz que me corra, puto mamón, —rogó el entrenador mientras Jaime se corría a gritos disparando su esperma profundamente en agujero anal del entrenador.

El entrenador se corrió descargando su mierda sobre toda mi cara antes de que Jaime le quitara la polla de su culo. Solo cuando el entrenador se dirigió a su oficina se salió la polla de Jaime.

— Gracias, muchachos, —dijo el entrenador antes de llamarme a su oficina.

Lo seguí a su oficina tal como iba, desnudo, lleno de semen por toda mi cara y cuello y con la polla húmeda de restos que se estaban secando. Una vez dentro, se acercó a mí, me besó en los labios y en un susurro preguntó:

—¿Puedes quedarte a dormir esta noche en mi casa? Mi esposa está fuera de la ciudad y me gustaría seguir divirtiéndome.

Asentí con la cabeza y le dije:

— Me ducho, me visto y me voy contigo, —respondí.

— Genial, he echado de menos tu agujero, amigo, —sonrió—, además que intuyo que has extrañado el mío, —me guiñó un ojo.

Mientras salía del vestuario, Jaime gritó:

— Haz un video para nosotros, semental.

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