Manejaba en mi camioneta por la carretera rumbo al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, pisaba fuerte el acelerador con mis tacones altos de color rojo cereza, sin medias. Un poco más arriba, una falda corta negra, seguida de una blusa beige y una coqueta chaqueta de piel del mismo tono rojo. En fin, el clásico conjunto de oficina, pues hacía poco que salía del trabajo. No había tiempo de más, mi hermana se casaba ese mismo fin de semana en España.
En el asiento del copiloto me acompañaba mi sobrino, quien no había podido irse con su madre por motivos de su escuela y trabajo. Un chico muy lindo de 21 años y 1,80 m con una buena estructura muscular, sin llegar a lo exagerado, piel morena, cabello corto negro, y una elegante barba de candado que siempre engalana su linda sonrisa juvenil.
–No te preocupes querida, yo te lo llevo el viernes saliendo del trabajo. Paso por él y salimos volando. –Recuerdo que le dije a mi hermana, ingenua yo, como si no conociese que siempre me agarran las prisas. Y para colmo no había comprado los boletos.
Y heme ahí, estaba con el tiempo encima, conduciendo un poco agresiva tengo que reconocerlo. Las maletas previamente empacadas la noche anterior rebotaban unas contra las otras en la parte trasera. Un tanto gracioso, mi sobrino miraba con temor, en parte preocupado por el equipaje, pero principalmente por la integridad de nuestra propia salud, pendiente de algún percance automovilístico.
Pero nada, afortunadamente llegamos a la terminal aérea tal y como salimos de casa. Corrimos arrastrando las maletas a comprar los boletos. Sin suerte. Los únicos disponibles eran para las primeras horas del siguiente día. No me enfadé mucho, gran parte de mí sabía que algo así sucedería. Llamé a mi hermana para disculparme porque su hijo y yo demoraríamos un poco más.
Apaciguado el ajetreo del momento salimos del puerto, ahora sí, con los boletos en mano. Sería estúpido regresar a casa, casi cuatro horas de ida y otras más de vuelta, gastos de gasolina y tiempo añadidos. Por ello decidimos quedarnos en un hotel cerca de la terminal.
No le presté mucha importancia; en el vértice del edificio se anunciaba con un letrero grande la palabra “Hotel” y la fachada daba muy buena pinta. Con tantas cosas en la mente, tan solo clavé la camioneta en la rampa de entrada al estacionamiento y me encaminé al check in.
Solo hasta ese momento caí en mi error, al darme cuenta que el condenado lugar tenía “Villas”. Me llevé las manos a la cabeza, de paso peinándome un poco para cubrirme el rostro con mi rubia cabellera larga y un poco risada, por la terrible vergüenza.
Ahí el primer dilema moral. Salir y buscar otro hotel toda la noche o entrar a uno de paso con mi sobrino adolecente.
Con la respuesta en mente, me acerqué a la ventanilla, y con la cabeza baja me aventuré a pedir una habitación doble, rezando porque la suerte me sonriera aunque fuese un poquito. -¿Una noche? –Me respondía la señorita naturalmente extrañada de mi solicitud. No era para menos; al ver entrar a un jovial universitario acompañado de una exuberante mujer, y esos taconazos que me cargaba con la falda muy por arriba de la rodilla.
-Así es, una noche por favor. Habitación doble. –Enfatizaba una vez más, para que quedara bien en claro, como queriendo limpiarme la conciencia con ello. Solo disponemos de una habitación sencilla, exclamó, describiendo el costo y tiempo disponible. –Está bien deme dos. –Respondí, sacudiéndome los malos pensamientos.
-Solo tenemos una en estos momentos para una noche. Podrían ser dos pero serían solo cuatro horas, ¿o desea esperar a que se acondicionen? demorará algún tiempo.- Me explicaba amablemente, mientras yo ya tenía un pie afuera. Pero entonces me terminó de convencer cuando me sugirió la suite.
Me pareció una buena oferta. Ni loca rentaría dos, pero la idea de una habitación más grande ya no parecía tan mala. Y es que realmente quería evitar tener que pasar toda la noche buscando otro hotel en pleno mes de febrero. Todo eso mientras fantaseaba con la idea de dormir con mi sobrino. Pero tras finiquitar mi dilema moral, pagué y subimos a nuestra habitación.
Estoy segura de que mi sobrino ya sabía lo que pasaba, y solamente no exclamaba ningún comentario para evitar poner las cosas más tensas, o para no ponerme más nerviosa de lo que ya estaba y hacerme sentir todavía peor.
Flashback
Caminando en silencio sobre los pasillos alfombrados que silenciaban un poco mis tacones altos, pronto mis recuerdos de aquellos días de juventud me llegaban a la memoria. Cuando debía estar en mis veintes, unos largos quince años atrás. No me malentiendan, no solía merodear esos lugares; lo hice solo un par de veces, con un novio de la universidad con quien además trabajaba de becarios en una aseguradora.
Pero ese día, me sentía diferente, con la diferencia de edades entre mi sobrino y yo, no podía evitar imaginarme lo que aquella chica en la recepción habría pensado, y que seguramente sería la situación más obvia.
No hace falta explicarlo, pero en ese momento me sentía como una sexoservidora acompañando a su cliente a hacer su trabajo en aquella habitación de la cual tenía la llave en mano.
Y mi mente se descarriló. Lejos de sentirme enfadada o apenada, en un instante me sentía realmente excitada. No lo sé, fue como un shot de adrenalina que me golpeaba desprevenida. De un segundo a otro mi corazón bombeaba con fuerza, el aliento se me escapaba, mis piernas comenzaban a tambalear mi andar y mi mente no ayudaba en nada, haciéndome fantasear con imágenes sexualmente explicitas de lo que sucedía en ese lugar en todo momento tras cada puerta, a medida que llegábamos a nuestro propio intimo lugar de reposo.
Pasé la llave para activar el cerrojo y de inmediato mi sobrino me abrió la puerta caballerosamente, enseguida pasé y coloqué la llave activando ahora la electricidad, detrás me acompañaba, ni más ni menos que el hijo de mi hermana, quien pese a mis tacones altos casi me igualaba la altura, y eso me ponía cada vez más nerviosa.
Las luces se encendieron y frente a nosotros el clásico cuarto oscuro, atenuado tan solo con colores neón morados y rojos provenientes detrás de la cama y alrededor del gran espejo frente a ésta. Tímida, me adentraba capturando cada detalle como si mi vida dependiera de ello, embriagándome lentamente con el ambiente de erotismo y lujuria.
Finalmente me armé de valor para pasar hasta el fondo del gran cuarto y abrir las cortinas, intentando aligerar un poco el ambiente. Encendí todas las luces que pude, apagando los cálidos colores eróticos, y me senté sobre el sofá cerca de la ventana.
Pero todo era inútil. La habitación estaba excelente, higiénica y muy bien presentada, jacuzzi, un baño amplio e impecable, en fin nada que reprocharle, sin embargo era justo eso lo que me tenía en ascuas. Todo muy lindo, pero no dejaba de ser lo que era, y yo no podía dejar de mirar aquel tubo vertical cromado que se posaba imponente en el extremo derecho del cuarto. O aquel famoso “sofá del amor” al frente de la cama, en el que mis ojos se clavaron. Era como el estandarte que hacía falta para no dejarnos olvidar en dónde estábamos y lo que se supone debíamos hacer ahí.
Ya estaba arrepintiéndome en grande, casi a punto de salir a pedir la otra habitación. Pero eso solo corroboraría mi error y con ello mis malos pensamientos. No lo sé, pero mi sobrino parecía estárselo tomando mucho mejor que yo, estaba más tranquilo y despreocupado, ya hasta se había metido a cambiar al baño a ponerse su ropa de noche.
Quizá debía hacer lo mismo de mi parte. Después de todo, era solo un cuarto hotel, mi sobrino y una linda noche estrellada.
Sueños húmedos
Como pude me tranquilice lo suficiente para pasar la noche. Fue muy incómodo, nunca había compartido la misma habitación con otro hombre que no fuese mi prometido, de quien me había separado hacía ya más de cuatro años. Y dios sabe cuánto necesitaba estar con un hombre.
No podía evitar sentirme muy nerviosa al desnudarme en el baño. Al despojarme de toda mi ropa, un profundo sentimiento se apoderó de mí, era como esa sensación que se tiene justo antes de hacer el amor. De alguna forma mi mente y mi cuerpo ya estaban predispuestos a que eso sucediera.
Salí del baño con mi pijama y me recosté en el extremo opuesto al que se había acostado mi sobrino, lo más alejado posible de él. Estaba temblando, todo era muy estresante, había un ambiente de tensión, como esa primera cita, cuál bien sabes terminara en sexo. –Por todos los cielos, es tu sobrino. Relájate. –Me gritaba dentro de mi mente, reprochándome por estar tan excitada.
No podía evitarlo, me había clavado en esa idea, de la cual no escaparía. Recuerdo que intentaba pensar en la boda de mi herma y en lo bien que nos la pasaríamos todos en familia. Pero mi cuerpo lo único que deseaba era al hijo de mi hermana.
Bajo el incómodo silencio de la habitación, se escuchaban los gemidos sexuales que resonaban en los cuartos conyugales, y yo me imaginaba girándome hacia él y montármelo, ensartándome su pene y cabalgarlo hasta hacerme venir sobre él. Lo besaría, tan apasionada como hacía mucho que no beso a un hombre, le gemiría con extrema seducción cerca del oído, y me dejaría tocar todo el cuerpo, sintiendo sus tiernas manos inocentes en mi trasero y mis senos naturales balanceándose en su rostro, al tiempo que me estamparía su fuerte pene en mi mojada conchita.
Diablos, estaba realmente caliente. Aun así, gracias a la fatiga del día, pude conciliar el sueño, lo más lejos posible de mi sobrino. El, cual caballeroso es, no intentó nada, tan solo habló para desearme buena noche y guardó silencio, acompañando la noche. Siempre ha sido un chico callado.
Al amanecer desperté incontrolable, de esas veces que despiertas bien caliente casi sin saber por qué, estaba tan fogosa que no pude evitar tocarme un poco, de hecho ya me estaba masturbando antes de despertar. Quién sabe en qué estaba soñando pero tenía toda la concha mojada, y me cargaba unas perras ganas incontrolables por bajarme la calentura a punta de palos.
Encendí la TV solo para intentar distraerme un poco y bajarme la calentura, mirando a mi sobrino paseándose con su pijama y una pequeña erección que levantaba un poco su entrepierna. Sabía que era normal, a mi novio siempre le pasaba eso por las mañanas. Solo que con él lo aprovechaba para echarnos el mañanero antes de salir a trabajar.
-Es tu sobrino, es tu sobrino, apenas es un chicuelo. –Me repetía una y otra vez intentando contenerme. -Pero ya tiene la edad, y es muy lindo, sería solo una vez, sin compromisos, él no tiene novia y yo no estoy comprometida, nadie lo sabría.
Pensaba con la calentura a tope, masajeándome las piernas inconscientemente bajo las cobijas, recorriendo la palma de mis manos en mis ingles, deseando fuera el cuerpo de mi sobrino el que se estuviese restregando allí al penetrarme.
Escuchaba el sonido de la regadera sobre mi sobrino en la ducha, me acariciaba la cintura, metiendo mis manos por debajo de mi blusón hasta llegar a mis desnudos senos naturales, infamados, calientes y bien duros. Me los masajeé con extrema sensualidad haciéndome estremecer de placer. Enseguida bajé mi mano derecha y la metí por debajo de mi pijama con todo y mis bragas, ahí pude darme cuenta de lo majada que estaba, había dejado mi ropa interior totalmente húmeda, mi vulva estaba completamente dilatada, caliente y babeante, lista para enfundarse un buen pene duro y tieso dentro de mí.
Estaba lista para complacerme y bajarme lo zorra que estaba, sin importarme que mojara toda la cama, pero en ese momento me entraron unas ganas terribles de orinar. No sé si era por la misma excitación de mi cuerpo, o porque en verdad era la primera del día. De cualquier forma me obligó a salir de la cama.
Asalto
Fue ahí cuando me perdí por completo. Debía esperar a mi sobrino a que saliera de la ducha, pero no podía dejar de imaginármelo desnudo, entrar, y sorprenderlo. Estaba insoportable, me cargaba unas ganas de esas que te hacen cometer estupideces. Y no me pude contener.
Con toda alevosía entré al baño, la puerta estaba abierta. -¿Puedo? Solo voy a hacer pipí. –Le dije sin esperar su permiso. –Adelante tía. Me respondió con toda naturalidad, cuando yo ya estaba adentro, deleitándome con su escultural cuerpo delgado y bien tonificado, completamente explicito detrás del vidrio trasparente de la regadera.
Me senté en el mingitorio e hice lo mío, estaba temblando de lo excitada que estaba, sin poder separar la vista de sus redondas nalgas y su largo pito adormitado balanceándose entre sus piernas, imaginándome arrodillada frente a él para chupárselo.
Con esa imagen en la mente, terminé, me sequé mi partecita y al pasar el higiénico sobre mis pliegues vaginales, un poderoso escalofrió me recorrió todo el cuerpo, haciéndome temblar hasta las piernas. Fue ahí cuando no pude más.
-¿Vas a tardar? –Le cuestioné sinuosa. –No, ya casi salgo. –Me respondió creyendo que llevaba prisa. Pero en realidad mis intenciones eran otras. –Que lastima. –Me atreví a insinuar. – Quería aprovechar el agua caliente antes de que se acabará. –Añadí buscando pretexto.
-No tardo. –Me respondió, inocente. Pero su integridad no le salvaría de mis garras y la terrible calentura que me cargaba. Entonces comencé a desnudarme. Me despojé de mi pijama y mis bragas que era lo único que vestía, asegurándome que me viera hacerlo, y como no dijo nada me metí con él bajo la ducha.
Nuestra relación siempre ha sido muy sincera, aunque no suele ser un chico muy abierto ya que halamos muy poco nunca hemos tenido ningún problema al socializar cuando voy a visitar a mi hermana, o en aquellos viejos tiempos en los que solíamos vivir juntos. Claro que no se compara bañarlo de nene, con veinte años después.
Deslicé la mampara de vidrio sin voltearle a ver, y entré con toda naturalidad, disimulando las ganas que tenía de follármelo. Respetoso cuál es, mi sobrino mantenía distancia, guardaba en silencio, apresurándose un poco a enjuagarse el cuerpo, con toda decisión de salir lo antes posible.
Era increíble que aquel jovenzuelo fuese más recatado y maduro que su loca tía. Desnuda frente a él, le arrimaba el culo con todo descaro para que se frotase contra su entrepierna, incluso parándome un poco de puntillas para compensar su altura. Quería sentir ese pene endurecido entre mis algas, que las agarrase, que me penetrara, que me cogiese ahí mismo.
Pero mi sobrino se ponía difícil, no se negaba, pero tampoco ponía de su parte. Quizá él si me veía como debía ser correcto, como su tía, como una adulta parte de la familia a quien debía respetar. Pero yo en ese momento no necesitaba un sobrino, necesitaba un hombre, alguien me diera un buen follón para bajarme el ardor del cuerpo. En ese momento necesitaba que me faltara al respeto.
Ya con la excitación a tope me giré a media vuelta, para quedar frente a frente, nuestras miradas se cruzaron, pese a que la mía le llegaba apenas por arriba de su barbilla. En su mirada puede ver un destello de miedo e incertidumbre; en tanto, en la mía, solo había lujuria y depravación.
Ahora me siento muy apenada con él, pero en ese momento le sonreí coquetamente. Él no supo cómo reaccionar, solo acertó con una mueca cómo preguntándome ¿qué putas estás haciendo tía? Y yo, respondiéndole con la mirada: Tu puta sobrino, quiero ser tu sexoservidora solo por esta vez. Al tiempo que le acariciaba su tímido pene semierecto para terminar de endurecerlo al cien.
De inmediato bajó la mirada, sorprendido al ver mí tersa mano enredada en su tronco, deslizándose sensualmente por todo lo largo. Después regresó la vista a mi cara, ahora le miré seriamente, como retándolo a que se atreviera a negarme. No lo hizo, y eso me volvió loca. Loca de poder, de dominación y esa insoportable excitación que sacudía todo mi cuerpo, conteniéndome por no follármelo en ese mismo instante.
Pero quería disfrutarlo, disfrutar de ese momento que ambos bien sabíamos jamás se repetiría en la vida. Me arrodillé frente a él, justo como me lo había imaginado, le acaricie un poco las piernas, agasajándome con sus fuertes muslos, y acerqué mi boca su pene. No me lo metí enseguida, en cambio, le lamí el glande con extrema delicadez, después posé mis labios lentamente sobre éste y lo besé, tal cual como le besaría los labios de la boca. Lentamente comenzaba a deslizarlo dentro de mí, humedeciéndolo con mi lengua a su paso hasta mi garganta, y de ahí en más, se lo chupé a placer, haciéndolo deslizarse dentro y afuera, como si me estuviese cogiendo la boca, lo lamía, y succionaba como la más rica paleta helada que me hubiese comido.
Mi sobrino lo disfrutaba, seguramente al recibir la mejor mamada de su vida, gemía complacido, acariciándome el cabello y las mejillas en señal de agradecimiento, al tiempo que mi cuello se meneaba como loco de un lado a otro, arriba, atrás, abajo y adentro. Estaba tan perdida con mi chupete que me sobrepasé, sin darme cuenta, el largo pene de mi sobrino comenzaba a convulsionar, y antes de poder detenerme sentí su tibio sémenes en mi lengua deslizándose hasta mi garganta.
No me importó, estaba tan complacida por el incestuoso momento que solo me lo tragué, levante la mirada y le sonreí, de paso mostrándole mi garganta seca para que se diese cuenta que lo había engullido todo.
-Lo siento. –Me decía, apenado. Pero yo, tan solo me puse de pie y le sonreí de nuevo con mucha más perversión, sin decirle palabra. A continuación nos terminamos de bañar como si nada hubiese pasado.
Él salió primero, y yo no demoré demasiado, aún había pendientes que tratar. Quizá ya estaba satisfecho, pero a mí todavía me faltaba consolidar mi travesura y no me iba a quedar con las ganas. Rápidamente me sequé el cuerpo, enseguida me envolví la toalla y salí del baño.
Al salir, miré que mi sobrino ya comenzaba a vestirse; se había puesto sus pantalones, preparando su camisa para calzársela. Pero entonces llegué, abriéndome la toalla, dejándola caer al suelo, para mostrarme completamente desnuda, deteniendo así sus intenciones.
Lo acorralé llevándolo de vuelta a la cama. Lo entendió de inmediato, lo supe al verlo recostarse sobre su espalda totalmente sometido a mí, que lo asechaba gateando sobre él. Seguí así y no me detuve hasta tener su cabeza entre mis piernas, entonces me arrodillé sobre su cara y posé lentamente mi vagina en su boca.
Ya habiendo cometido el pecado, qué más daba. Solo quería complacerme, aunque fuese a costa de mi propio sobrino, quien comenzaba a lamerme mi deseosa conchita mojada.
En un instante sentí su húmeda lengua recorriendo mis labios vaginales, internos y externos. De inmediato mi cuerpo entero se estremeció agradecido por aquellas caricias que tanto aclamaba. Cerré los ojos, arqueé la espalda y me desplomé sobre su boca, casi sin importarme que se ahogara un poco. Me sentía tan excitada que apenas podía pensar conscientemente.
Con los ojos cerrados, me concentraba en esa tierna lengua adolecente lamiendo mis carnosidades íntimas, sintiendo cómo mi vagina se mojaba más y más, escurriendo mis secreciones hasta la boca de mi sobrino a quien no le quedaba más opción que beberla.
Estaba gozando como nunca, sentía que estaba a punto de venirme, pero quería más. Así que me desmonté de su rostro y me deslicé a su entre pierna, le bajé el pantalón hasta quitárselo con todo y calzones. Y ahí aparecía de nuevo su pene en escena, erguido a noventa como buen caballero.
Enseguida me acoplé sobre él, separando mis rodillas alrededor de sus piernas y me lo inserté. Aquello se deslizaba cual espada lubricada dentro de su funda, igualmente lubricada como nunca antes. Sabía que me haría venir intensamente, me puse en cuatro y comencé a cavarme su largo y caliente pito moreno dentro de mí rosada conchita chorreante, dentro afuera, lento pero fuerte, y constante, como me gusta.
Y lo gozaba como nunca, lo juro, su pito me estaba llevando al cielo, y ese añadido de hacerlo con él, con mi sobrino, con ese lindo joven y apuesto chico, guapo y delicado, cariñoso inteligente, talentoso y prohibido. Un momento tan pecaminoso e incestuoso sí, pero es que me estaba cogiendo tan rico.
Me acariciaba todo el cuerpo, me besaba tan rico y movía la cintura a un ritmo perfecto, haciéndome gemirle como puta, agradeciéndole por ser así conmigo, mientras me complacía con su pene estrangulándolo dentro de mí.
Sus manos me acariciaban la espalda, la cintura, cadera, mis nalgas y mis piernas. Eran las mejores caricias que había sentido en mucho tiempo. Eso me hacía sentir en las nubes, totalmente drogada de placer. Lo estaba disfrutando tanto que apenas recuerdo levantar la cabeza para mirarle a los ojos y clavarme en sus labios para besarle con todo el amor y cariño que me nacía en ese erótico momento. Él me respondió de la misma manera, finalmente comprendía que era un amor de paso. Solo por ese instante dejaría de ser su tía y sería su amantes, o mejor aún, su sexoservidora. Su puta de motel.
Y mi cuerpo se estremecía, sedado y adormecido por tanto placer, tumbada sobre mi sobrino, doblando la cintura una y otra vez para estimularme con su largo pito. Sintiendo como mis piernas se relajaban e inmediatamente se tensaban, exprimiendo mi vagina cada vez más mojada al intentar contener un profundo y poderoso orgasmo inminente que ya comenzaba a asomar.
-Me vengo. –Me susurró. Esperando a que me detuviese para que terminara fuera. Pero yo estaba completamente extasiada, y solo acerté a suspirarle en el oído: -Yo también.
Entonces por fin relajé todo mi cuerpo, destensando mis piernas, dejándome venir sobre mi sobrino. Derrumbando mi pecho sobre el suyo para abrazarlo, mientras exhalaba un profundo gemido orgásmico, sintiendo cómo mi lechita escurría alrededor de su pene, al tiempo que también eyaculaba dentro de mí.
Al sacarme su pene, mi enrojecida conchita chorreaba, escurriendo aquel blanquecino semen de ambos fusionado en uno solo, bañando su pobre pene que comenzaba a flaquear, cual por fin podía descansar de las dos tremendas corridas que le había acomodado su tía.
Seis con quince de la mañana y nuestro vuelo salía a las siete. Rápidamente nos dimos una última ducha, nos vestimos en tiempo record y salimos corriendo de aquel erótico lugar pecaminoso, de lujuria e incesto.
Sin más contratiempos salimos del país. Desde ese momento jamás volvimos a repetir una cosa así, de nuevo nos tratábamos con respeto, como toda relación tía/sobrino. Al llegar a España con mi herma, no pude evitar sentirme terrible, cuando le entregaba en sus manos a su inocente pupilo después de haberle dado el follón de su vida. Solo pude pensar a mis adentros. Perdón hermana, pero me cogí a tu hijo.
Si te ha gustado el relato, te invito a leer más historias así, visitando mi perfil Erothic.
Te agradezco por haber llegado hasta aquí.
Me encantaría conocer tus sensaciones en los comentarios. Cuéntame tus experiencias en un hotel.
Que tengas Felices Fantasías.