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Aventuras y desventuras húmedas: Primera etapa (10)
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Tiempo de lectura: 9 minutos

Se despertó sobresaltado debido a un golpe. Miró el móvil dándose cuenta de que eran las ¡Cuatro de la mañana! No había otra alternativa, las dos mujeres estaban de regreso. No trató de volver a dormir, habían puesto la música al máximo y conciliar el sueño era una quimera. Habían entrado en casa bebidas y cantando como dos estrellas de rock.

Con su pijama, o más bien ropa de deporte, descendió las escaleras para ver que ocurría. Su madre bailaba encima del sofá ante su hermana que la imitaba delante del televisor. Habían puesto una lista de reproducción en el móvil y sonaba similar a un concierto, al joven le dio la impresión de estar contemplando a dos amigas suyas de la universidad y no dos mujeres de mediana edad. Aunque bueno… pensándolo mejor, quizá dos chicas de su edad se comportasen algo menos alocadas.

—Vaya, Sergio, te hemos despertado… y eso que hemos puesto la música bajita —dijo su tía muy ebria, el muchacho no pudo discernir si lo decía en broma o en serio. Aunque más tiraba por lo segundo.

—Me parece que está al máximo —apuntilló.

—¿Hijo, no vendrás a quejarte? Aguafiestas, aguafiestas… —Mari miró a su hermana y esta la siguió a coro, haciendo que Sergio levantase los brazos para acallarlas sintiéndose el padre de ambas.

—Para nada, solo quería comprobar que estáis bien, vuelvo a la cama.

—Estamos mejor que bien… —contestó su tía con la mirada fija en el muchacho— ¿Por qué no te quedas?

—¡Venga! —añadió su madre. Dudó, pero al momento pensó “¿Por qué no?”— lo siento hijo, creo que nunca me has visto así.

—¿Lo dices por lo guapa que vas? —las palabras le fluyeron con sinceridad, puesto que era lo que realmente sentía. Su madre se bajó del sofá con el rostro enrojecido por tal halago.

—¡Toma! —retomó la conversación Carmen con un tono que mostraba embriaguez— es un amor de hijo, de esto es lo que te he hablado.

Las mujeres vieron como Sergio se acercaba a ellas y estando los tres a la misma altura, se sentaron en el sofá, apagando la música por fin.

—¿Os lo habéis pasado bien? —preguntó Sergio mirando a las dos.

—De maravilla, como dos chiquillas —los ojos de Carmen brillaban, por la felicidad y el alcohol— por un momento hemos vuelto a la adolescencia. Incluso hemos espantado a unos moscones, podríamos haber ligado y todo, estamos hechas unas mozas Mari.

Su madre dio un sorbo a la copa que tenía en la mesa y no pudo evitar taparse los labios para no reírse y derramar todo el líquido. Sergio pudo ver que los ojos de Mari, por un momento contemplaban el infinito evocando recuerdos muy vividos de su adolescencia.

—Por cierto —cortó Mari volviendo de su viaje al pasado—, me ha contado tu tía que quiere escribir un libro ¿Qué te parece?

—Fantástico, aunque todavía está en proceso, lo tiene bien construido. Pero, le tiene que dar el giro final.

—Tu madre ha pensado que tiene que ser algo guarro, bueno aunque al principio lo llamaba “guarrete”, la palabra ha variado con la suma de copas.

—¿Sí? —al joven no le cabía en la cabeza que su madre pensara eso, la tenía por una mujer demasiado escueta en cuanto al sexo.

—Es lo que se lleva ahora, tienes que meter amor y algo más, si no ¿para qué…?

Sergio sonrió sin pudor al escuchar ese “pare que”, haciendo contacto con los preciosos ojos azules de su madre la cual le mostraba una media sonrisa como nunca antes lo había hecho “¿Está feliz?”. Los ojos algo vidriosos por el alcohol, brillaban con la tenue luz de la sala y hacían que Sergio se extrañase por ver a esa mujer… porque no parecía su madre.

—Jamás te había visto así, estás menos… tensa… Me encanta, mamá, es como si fueras otra persona… me gusta la Mari que veo.

—¡Hijo! Calla ya, que me van a subir los colores.

—Dale un abrazo a tu hijo, que es el único que tienes. Yo no tengo, pobre de mí —saltó Carmen de pronto, haciéndose pasar por la reina del drama.

Aunque a Mari en cualquier momento le hubiera avergonzado, con el alcohol parecía haber olvidado ese poco apego por lo cariñoso. Sentada como estaba al lado de su hijo, abrió los brazos rodeándole con relativa fuerza.

Escuchó a su hermana aplaudir a su espalda y le salió una pequeña sonrisa pensando en lo boba que era, pero de pronto, algo cambio. En el instante previo a la separación, su hijo giró su cabeza, Mari sintió como los labios del muchacho se posaban en su cuello dándola un beso de amor fraternal.

Cada uno se sentó como antes y la mujer no dio muestras de nada en particular, salvo que dentro de ella un cosquilleo muy sentido le había recorrido el cuerpo. Se miró con disimulo mientras se frotaba el brazo derecho, tenía toda la piel erizada.

Sintiéndose mucho más mareada que antes, pidió disculpas como si estuviera en una reunión de negocios, encaminándose a la cocina a por un vaso de agua. Con aquel beso todo el cuerpo se le había revuelto, seguramente debido al alcohol. De mientras en la sala, Carmen y Sergio se quedaron solos.

—¿Ha venido tu madre y ahora va a acaparar todos los abrazos? —abrió los brazos a su sobrino.

Los dos se abrazaron mientras Mari seguía en la cocina consiguiendo que su cuerpo y mente volvieran a estabilizarse. Después de un apretón aún más fuerte por parte de su tía, ambos se separaron sin dejar de mirarse.

Trató de evitarlo, pero le era imposible, su tía estaba tan guapa que pasaba los ojos de forma fugaz por su cuerpo. Analizaba cada curva, cada centímetro de piel expuesto, sintiendo que estaba no delante de una mujer, sino de una diosa. Y lo más curioso, es que cuanto más la miraba, más bella la sentía.

Su exhaustivo análisis se detuvo en los ojos de Carmen, los preciosos ojos iguales a los de su madre. Pero ¡Qué sorpresa! Carmen con cierto descaro o poco cuidado debido a su embriaguez, tenía la mirada clavada en la entrepierna del chico.

Sergio se atoró al momento, sintiendo un nerviosismo inigualable. La observó con detenimiento, son dos o tres segundos en los que la descubrió mirando su miembro viril. La mujer se sentía agitada, su respiración era acelerada y su pecho y subía y bajaba abruptamente. No se lo podía creer, ¡su tía le estaba mirando el pene!

Intentó aparentar que no la había pillado, pero daba igual, porque lo peor era otra cosa. Debido al arrumaco reciente con Carmen, su pene comenzaba a atisbarse como un pequeño bulto y ahí era donde su tía tenía fijada la mirada.

Carmen pensaba que solo había sido un vistazo fugaz y que en el abrigo del hogar nadie se había enterado de cómo le miraba la entrepierna a Sergio, pero no es así. Lo que la descolocó fue el bulto que comenzaba a emerger saludándola, viéndose a la perfección con la luz de las lámparas.

Querría contenerse, pero eso ya le es imposible. Algo apareció en su vientre, una bola que le subía por la garganta deshaciendo nudos y al final, le obliga a abrir la boca para expulsar lo siguiente.

—Qué curioso…

—No, no, esto… —habló rápido Sergio tratando de cortar a Carmen que ahora se tapaba la boca evitando que la sonrisa le cubriera todo el rostro— No, a ver…

—¿Qué reís sin mí? —escucharon como Mari venía desde la cocina.

—No nada, tu hijo, que le encanta estar con nosotras. —el joven sintió sin ningún tipo de dudas que esa mirada ya no era normal.

—No estás nada mal aquí ¿eh, cariño? —Mari había llegado hasta donde ellos.

Su corazón se le salía del pecho, su empalme había sido visto por su tía y además durante varios segundos. Pensó qué pasaría si estuvieran solos, si no estuviera su madre, si Sol no cortase la tensión… lo sabía con certeza, se lanzaría a por ella pasara lo que pasara… “A tomar por culo la moralidad”.

Sin embargo, no era el momento, le quedaban varios días, tenía todavía otra vida para gastar, lo sentía. Aun así, la mirada de Carmen era demasiado intensa y no le dejaba respirar. Su rostro bello como siempre, aunaba una mezcla de embriaguez y lujuria de la cual no podía escapar, era un momento soñado, pero con su madre allí… ni hablar.

—Creo que es hora de ir a cama —comentó su madre al ver que nadie hablaba— además, Sergio, no son horas que estés levantado.

Esa broma hizo que la tensión del joven se desvaneciera, logrando que cierta parte de la sangre de su cuerpo dejara de fluir a los bajos. Sonrió de manera lamentable, incluso sintiendo como el labio le temblaba, a su tía en cambio no le temblaba nada.

—¿Te ayudo, mamá? Esas escaleras no las conoces y no te veo del todo bien.

—No, mejor… bueno, mejor sí —acabó diciendo Mari sabiendo que no estaba para muchos paseos— estoy un poco… bastante borracha.

El alcohol había hecho mella en ella y su mirada, estaba un poco perdida. Por lo que Sergio actuando como un caballero, la sujetó de la cintura andando junto a ella mientras su madre le rodeaba el cuello con su brazo.

Los tacones de ambas retumbaron con fuerza en la madera al tiempo que subían. Era evidente que Mari no podía subir sola, aquel último abrazo con ese… beso, le había hecho que todo su cuerpo se derrumbara. No estaba acostumbrada a beber, eso era verdad, pero una cosa pasó por su cerebro lleno de alcohol, “menos acostumbrada estoy a los besos en el cuello”.

A Sergio no le costó subirla, aunque lo peor sucedería en el momento que el vestido de su madre se estiraba demasiado junto a su cuerpo y algo del sujetador empezó salir a la luz. Trató de no mirar, pero la calentura que dominaba su cuerpo esos días le obligó a hacerlo. “¿Por qué lo hago? Es que este día no se acaba…” se maldijo una y otra vez en un lapso de tiempo muy corto.

El sujetador de su madre dejaba muy bien los senos que contenía, apretados… tocándose el uno al otro… esponjosos como había visto los de su tía, parecían sendas nubes de algodón. Giró bruscamente la cabeza para no caer de nuevo en la tentación de esos grandes pechos, a su miembro viril ya le daba igual de quien eran, solo pensaba que al fin y al cabo eran grandes mamas.

“Mierda que es mi madre, estoy enfermo” se dijo notando un calor que retornaba a la entrepierna. En su cabeza solo cabía una excusa, “son similares a los de Carmen, quizá mi subconsciente me haya hecho ponerme…”. Aquello no valía y Sergio lo sabía muy bien. La única diferencia entre un busto y el otro era que la delgadez de Mari hacia una ilusión óptica de que fueran más grandes, por lo demás, eran idénticos. “Deja de pensar eso imbécil” se gritó en un momento.

Antes de darse cuenta resopló aliviado llegando a la habitación de Mari y entrando en ella todavía con la mano en la cintura de su madre, “menos mal”.

—De aquí en adelante…

—Mejor acompáñame —le dijo su madre con la boca pastosa y un ojo medio cerrado.

Llegaron al centro de la habitación, muy similar a la que el mismo habitaba. Mari le señaló la maleta, Sergio entendió que quería el pijama. Rebuscó con rapidez, encontrando el primero y dándoselo a su madre la cual parecía más dormida que despierta. La mujer se dio la vuelta, dando la espalda a su hijo y abriendo la boca para decir algo.

—Quítame la cremallera, por favor.

Estaba nervioso. Los dedos de Sergio bajaron la cremallera con torpeza, topándose con el final cerca del comienzo del trasero de su madre. Sin que nadie se lo pidiera, por un gesto natural… o eso creía, posó ambas manos en los hombros de su progenitora. Desde allí, le fue bajando el vestido hasta que comenzó a resbalar con independencia por toda su piel. De forma silenciosa, acabó por caer alrededor de sus pies.

Mari con su poca conciencia, se dio la vuelta teniendo de frente a su hijo. Su cuerpo estaba en ropa interior, esa ropa interior tan bonita y tan cara que su hermana le había comprado y que ella, al principio cortésmente había rechazado.

Su hijo la miraba a los ojos y ella hacía lo propio, dándose cuenta de las pocas veces que le miraba por tanto tiempo y con tanta atención. Su hijo había crecido y muy bien además, convirtiéndose en un pequeño hombrecito que dentro de poco volaría de su nido con la mujer perfecta. Abrió sus brazos y sin notar la incertidumbre de Sergio por lo que ocurría, abrazó de nuevo a su hijo esta vez sin que nadie se lo pidiera.

Como si fuera una muñeca de porcelana, el chico la rodeó tocándola con suavidad. Se le hizo de lo más extraño tocar la piel desnuda de su madre, aunque… no le desagradó.

—Muchas gracias, te quiero —ninguno de los dos recordaba tanto amor en tan poco tiempo. Su madre se envalentonó, movida por su embriaguez, dándole un beso en la mejilla al tiempo que acariciaba la contraria. Sergio no entendía a que venía todo aquello, aunque la culpa estaba clara que era del alcohol, sin embargo su cuerpo… lo agradeció.

—Yo también te quiero, hermana —habló Carmen desde la puerta observando todo este tiempo como un guardián silencioso.

El joven salió de la estancia mientras su madre en vez de meterse en la cama, casi se lanzaba sin ponerse el pijama ni quitarse los zapatos. La vio por última vez, tumbada, inerte, seguramente ya dormida y aun sorprendido por como la había visto, “tan libre, cariñosa, efusiva… guapa…”

La mujer ya en el pasillo, observaba como su sobrino cerraba la puerta con la mente ausente del mundo terrenal. El alcohol aunque todavía muy presente le ha dejado ver esa rara situación con Mari y no puede dejar de mirarle.

—Es hora de dormir, cariño.

—Si… —Sergio se fijó en su tía, su figura apoyada en la barandilla parece que hubiera crecido diez metros y se lo fuera a engullir. Algo le atenazaba de pronto dejándole paralizado.

—Por cierto, solo una duda. —la boca se le secó al joven, su tía se acercó y no pudo evitar pensar, en las múltiples cosas que sentía por ella— Eso de ahí abajo. —estiró uno de sus dedos con una larga uña pintada y con tono serio señaló la entrepierna abultada del joven— ¿Ha pasado por Mari o… por otra?

Al muchacho le encantaría responderla, pero no pudo. Su lengua se trabó y su boca no permitía movimiento alguno. Quería decirle de todo, sin embargo… no le salió. Sus labios no se movían, su garganta estaba paralizada y la tripa le daba vueltas. Por mucho que imaginase, por mucho que lo deseara, seguía siendo su tía y esas palabras no concordaban hacia ella.

—Por… por… por… —le salió decir en un susurro mientras creía que su corazón había parado de latir.

—¿Por…? —miró con duda al muchacho que era un conejo asustado y terminó por preguntarle— ¿las dos? —mantuvo una media sonrisa pícara. Para después darse la vuelta y añadir— bueno, vete a cama, Sergio, que mañana tendremos que cuidar a tu madre.

Carmen desapareció contoneando su trasero hasta su habitación dejando a Sergio solo, en medio del pasillo con la erección más dura que jamás había sentido en su vida. Dándose la vuelta, al ver como su tía entraba en la habitación, hizo lo propio. Ni siquiera quería tocársela, demasiadas emociones en menos de media hora. Se tumbó en la cama, pero el corazón le estaba inquieto y algo que rondaba por abajo, quería escapar de su pantalón, si era necesario, desgarrando la tela.

No lo soportaba, no podía aguantarse más. Levantándose de la cama como si tuviera un muelle en la espalda y haciendo caso a su “cerebro de abajo”, siguió el camino que su dura entrepierna le marcaba.

Recorrió el pasillo totalmente a oscuras, solo una única luz salía por la rendija de la última puerta, la de Carmen. Pasó al lado de la puerta de su madre, apenas se escuchaba nada, su madre o estaba muerta o dormida como un oso en plena hibernación, no le prestó demasiada atención, tenía un objetivo.

Respiraba con excesiva rapidez y la boca estaba tan seca que ni con la piscina entera la conseguiría humedecer. Su garganta era un amasijo de músculos agarrotados que apenas podían sacar un pequeño sonido gutural. Sin darse cuenta, llegó a su destino, una puerta de madera de color negro, con un picaporte plateado. La puerta de su tía Carmen.

CONTINUARÁ

———————

Por fin en mi perfil tenéis mi Twitter donde iré subiendo más información.

Subiré más capítulos en cuento me sea posible. Ojalá podáis acompañarme hasta el final del camino en esta aventura en la que me he embarcado.

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LilithDuran
LilithDuran
Siempre tratando de hacer un hueco, para escribir y apasionarme con cada historia. Aquí encontrareis lujuriosas aventuras eróticas y en Amazon, podréis deleitaros con todos mis perversos libros. Disfrutad...

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