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El aprendiz (Parte I)
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Tiempo de lectura: 5 minutos

Todo empezó aquel día cuando regresaba de la universidad, se suspendieron las clases, debido a este percance salí temprano, no quería regresar temprano a mi casa, así que decidí pasear por la zona de los bares, cuando vi a una mujer que me llamó la atención, alta, bien arreglada, con el pelo castaño, con una apariencia de 30 años, piel blanca y sonrisa seductora, era mi tía que caminaba de manera altiva, sin voltear la cabeza ni mirar a los costados.

Tuve una premonición de que algo estaba mal, y como nada tenía que hacer decidí seguirla. Hasta que llegó a un parque donde le esperaba para un hombre a quien saludó efusivamente, el hombre era una persona mayor, calcularía que tiene 60 años. Tal vez solo era una reunión con algún cliente de su trabajo, pensé.

Estaban hablando de manera afectuosa, diría incluso cariñosamente, esto me extrañó, mi tía era una mujer guapa, tenía buenas curvas, producto de su entrenamiento en el gimnasio, al que acudía de manera interdiaria, conversando amicalmente con un hombre al que no conocía. Alejandra es el nombre de la hermana menor de mi madre, se casó hace dos años con quien sería mi futuro tío un capitán de navío, que por obvias razones no estaba en su casa por largas temporadas.

Hablaron un largo rato hasta que se despidieron, el señor se acercó y le dio un beso cerca a los labios, esto hizo que se ruborizara mi tía.

Necesitaba buscar respuestas a lo que estaba viendo, soy de esas personas que con solo ver a las personas y sus acciones, me doy cuenta del tipo de persona que son, esto lo comprobé con personas de mi entorno. El señor que de cierta manera me parecía que estaba aprovechando la situación y a mi tía que aceptaba complacientemente, me propuse investigar el porqué del comportamiento de mi tía.

Al día siguiente era sábado y no tenía que ir a clases, así que convencí a mi madre para visitar a mi tía, me dijo que era una buena idea y quedamos en visitarla.

Llegamos a su casa y almorzamos juntos, para mi tía era su sobrino preferido, ya que me cuido cuando era un bebé, me trataba como si fuera su hijo, nos teníamos cierta confianza. Quise comentarle muy sutilmente sobre lo que vi el día anterior, pero decidí esperar, les dije que saldría a comprar algunas películas para verla más tarde, les encantó mi razonamiento y me despedí.

Mi objetivo era dejarlas conversar, la película ya la había comprado con anterioridad, entré a la casa por una ventana que dejé abierta para entrar sigilosamente y me propuse a escuchar.

—¿Cómo te va en la terapia? —preguntó mi madre.

—Me siento mejor últimamente, el psicólogo es una increíble persona —respondió mi tía con efusividad—. Te lo recomiendo es muy profesional —agregó alcanzándole una tarjeta de presentación.

—Como va la situación del país y la crisis que vemos en las noticias, no me vendría mal unas sesiones —replicó mi madre poniendo en su cartera la tarjeta de presentación.

—Ya sabes, estoy superando el problema de Eduardo, me está ayudando enormemente. Pienso invitarlo a mi cumpleaños la próxima semana —confesó sinceramente mi tía.

—Me encanta, así tendrás más invitados —sugirió mi madre.

Continuaron hablando de los preparativos para la fiesta de cumpleaños de mi tía, sospeché que aquel hombre que vi ayer con mi tía era ese psicólogo y me pregunté ¿Cuál era el problema de Eduardo, que así se llamaba mi tío?

Salí de la casa y toqué el timbre de la puerta. Me recibieron con una sonrisa, les enseñé la película y procedimos a verla. Me senté en el medio de ellas y vimos la película, era una romántica, con un final triste, mi tía pegó su cuerpo al mío e inclinó su cabeza en mi hombro. La miré y observé que soltó una lágrima, deduje que la película la puso así.

Advertí que miraba a mi tía de una manera diferente, divisé el canalillo de sus pechos, sus piernas torneadas y por primera vez me excité con mi tía. Terminada la película me despedí de mi tía, quién me abrazó y me dio un beso la mejilla pidiéndome que no me olvidara de su cumpleaños, le dijo que no lo olvidaría y regresé a la casa con mi madre.

Al día siguiente aproveché que mi madre se encontraba en el baño para revisar su cartera y ver la tarjeta que le entregó mi tía, anoté la dirección y el nombre del psicólogo antes que mi madre se diera cuenta. Le dije a mi madre que saldría con mis compañeros y salí un rato al parque donde llamé al número que estaba en la tarjeta. Me respondió la voz de una chica, que al parecer era su recepcionista, pregunté el horario de atención, los horarios… hasta que saqué un dato importante, el local donde atendía a sus pacientes era también su casa.

El lunes cuando regresé de la universidad escuché a mi madre hablar por teléfono, al parecer estaba sacando una cita. Le pregunté por esto y me dijo que asistiría a una terapia que le ayudaría a relajarse debido al estrés del trabajo. Ya sabía a qué psicólogo iba a ir así que le dije si también podría ir, con el pretexto de aprender técnicas de estudio, le insistí y la convencí de apuntarme. Hice esto porque quería conocer al psicólogo y saber que tramaba con mi tía.

Quedamos en ir el jueves a la cita, un día antes fui a la dirección de la casa del psicólogo, se encontraba en una zona residencial, con parques y jardines. Se notaba que la casa era lujosa y debió costarle una fortuna. Estaba observándola desde una esquina cuando vi a una señora, de buen ver, bastante arreglada acercarse a la casa. No sería un problema si no la conociese. Era la madre de un amigo, me quedé observando y admirando las enormes caderas que la señora tenía, mi amigo notó a dónde se dirigía mi mirada y se molestó, se comportó muy agresivo conmigo y me di cuenta de que era celoso.

La vi entrar a la casa y me pregunté ¿Tan buen psicólogo era, especialmente con las mujeres casadas? Obviamente a mi se me hacía raro y esperaba conocerlo para ver que lo convertía en una persona tan especial.

El jueves fui con mi madre a la cita con el psicólogo, en la casa que ya conocía nos recibió la recepcionista, cuyo nombre nos dijo que era Martha cuando se presentó, una chica a la que calculo 25 años, de rasgos finos, pelo rubio, ojos verdes y hermosas curvas.

La suerte que tiene este hombre de estar rodeado de tremendas mujeres. Me cuestioné.

Nos recibió aquel hombre que vi con mi tía aquella tarde, nos dio una sonrisa y nos saludó estrechando mi mano y dando un beso en la mejilla a mi madre.

—Pueden sentarse en alguno de los sillones, los que están allá —nos dijo señalando con su dedo sillones que están cerca de su pupitre.

—Por hoy empezaremos con una sesión de relajación, mediante el método… —nos explicó en qué consistía su sesión con aire de profesionalidad.

—Para empezar necesito que apaguen sus celulares, quiero que estén concentrados y nada los moleste, luego procederán a realizar 3 respiraciones profundas reteniendo el aire y soltando el aire muy despacio, quiero que sientan que soltando el aire suelten toda tensión muscular y empiecen a relajarse…— nos dijo con una voz serena y calmada.

Culminada la sesión tengo que admitir que me sentía mejor, con los músculos relajados y la mente clara. Nos orientó que para las siguientes sesiones tendríamos que proceder con sesiones individuales, a mi me citó una hora después de mi madre. Quería conocerlo más a fondo así que le dije si podría empezar hoy, me respondió que no había problema, mi madre pasó a esperar a la recepción.

—Comenzaré enseñándote métodos de estudio… —me explicó algunos métodos que ya conocía y algunos métodos nuevos que me parecieron interesantes.

—¿Puedo preguntarte algo más personal? —le cuestioné con una mirada inquisitiva.

—No hay problema, te preguntarás tal vez por qué vivo solo. Si es por eso mi esposa murió hace 7 años y mis hijas viven en Estados Unidos, me visitan cada vez que pueden, solo me acompaña una sobrina mía que ya conociste, Martha —me respondió, dándome la sensación de que leyó mis pensamientos.

—¿Puedo preguntarte también algo personal? — Me interrogó.

—Está bien, a diferencia de usted no puedo adivinar lo que piensa la gente —le repliqué.

—Me caes bien Carlos, eres un chico muy perspicaz. Se aprende con la experiencia y los años que pasan no son en vano —me comentó— ¿Cómo te van con las chicas, ya tuviste tu primera relación?

Aquella pregunta me tomó desprevenido, aún no tenía novia, y en cuanto a encuentros con chicas pues algún que otro beso, pero nada más. Le respondí con sinceridad.

—Aún no, algo normal en un chico de mi edad, salvo casos aislados como usted comprenderá— le aclaré.

—Eres inteligente y observador, te tengo una proposición quiero que seas mi discípulo. Es extraño lo sé; pero cuando tienes 62 años, tengo ese sentimiento de dejar los conocimientos que aprendí a lo largo de mi vida, al menos a un chico con un futuro prometedor como tú. Y por favor deja de llamarme usted y dime por mi nombre— me lo planteó con un tono de sinceridad y nostalgia.

—De acuerdo Jorge y procedí a estrechar su mano —acepté, no tanto para ser su aprendiz, sino para mantenerlo vigilado.

Ven a mi casa mañana a esta hora, me dijo dándome la llave de su casa. No te preocupes por Martha, mañana se va con sus amigas de campamento, agregó.

Mi madre me esperaba en la recepción, conversando con Martha de manera amigable. De vuelta a la casa me dijo que Martha le parecía una buena chica, que le recordaba a ella cuando tenía esa edad. Le repliqué diciéndole que no estaba tan mayor, puesto que tenía 36 años. Solo me respondió con una sonrisa.

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