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Masturbándome en lencería
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Siento afinidad por la lencería con encaje, las medias, bragas, ligueros, me seducen, me hacen sentir una mujer deseada. Los días grises son en especial días para estar en cama, entre la lluvia, el frío, el olor a soledad, el sonido del saxo y el humo de los porros, la cama es un lugar exquisito.

Quería verme sexy, así que me paré frente al espejo y después de observarme desnuda y sin filtros, elegí un conjunto de lencería blanco que combina perfecto con la naturalidad de mi cuerpo. Tengo muchos tatuajes en lugares repartidos, y me fascina el erotismo que tienen, cada uno cuenta una historia de amor y deseo, son el arte de mi cuerpo, las marcas de mi historia dibujada en tinta negra, son los espectadores de mis desnudos, ellos guardan los secretos de mi cuerpo cuando suda y grita de placer. Se saben tu nombre de memoria y reconocen tu piel a metros de distancia.

Un bralette con encaje, de tirantes delgados y triangulares, cubría una parte de mis senos, le daba una forma sutil de sensualidad y frescura propia de una sesión fotográfica estilo boudoir. Las bragas eran pequeñas, de seda blanco y pequeños detalles de encaje en la parte de atrás. Unas medias más arriba de las rodillas, con tirantes para sostenerlas de un liguero, y el cabello suelto.

Había tomado un baño de agua caliente, espuma y un poco de aceite con olor a mandarina. Escuchaba un poco de rock, suave, ligero y entre las palabras de Cerati y las ganas que ardían en mí, me empecé a vestir, una a una las prendas que había seleccionado, lo sentía a él, abrazándome, rozando su piel con la mía, sus dedos deslizándose, quemando cada poro que tocaba, el, con su sola presencia me hace temblar, no lo sabe, pero desde el primer día que lo vi mis orgasmos son reales.

Tenía la lencería puesta en mí, y sentí como un corrientazo de nostalgia y adrenalina subió por todo mi cuerpo, me tire en la cama, abrí mis piernas y suspire, quería tenerlo encima mío, ahogándome, besándome… cuando reaccione tenia mis dedos dentro de mí, pensando en él, anhelando que fuera su hombría y su olor lo que estuviera dentro de mí, haciéndome suya, gimiendo y pidiendo más.

Una y otra vez, introducía mis dedos, los pasaba por mis senos, mi boca, mis piernas, cerraba los ojos, apretaba mi entrepierna, sudaba… volvía y repetía, metía mis dedos, me retorcía de placer, gemía, gritaba.

Estaba húmeda, mojada de placer, caliente de tanto moverme, y cansada de no tenerlo cerca.

Era un día gris, de lencería blanca, de placer y rock, de orgasmos sin él, de deseo por él. Los dedos olían a mí, pero sabía a él.

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