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Aventuras y desventuras húmedas: Primera etapa (8)
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Tiempo de lectura: 7 minutos

Después de salir de la piscina y tumbarse un largo rato sin conversar, el astro rey comenzó a esconderse en el horizonte. Entraron cuando un viento frío se comenzó a levantar. Aprovecharon para refrescarse en la ducha y ponerse ropa de estar por casa logrando así mayor comodidad. Coincidieron al mismo tiempo en la cocina, sin decirse nada, como si sus mentes les hubieran mandado una señal para acudir. Se sentó cada uno en una silla y comenzaron a devorar la cena que Sol con tanto mimo les había dejado preparada. Tanto sol por la tarde les había dejado exhaustos.

Sergio bajó con un pantalón corto y una camiseta de deporte, algo ligero la verdad, aunque Carmen conocedora de su casa, se había anticipado al clima y puso la calefacción para calentar la casa. Ya no había ninguna ventana abierta que ventilase las habitaciones, todas estaban cerradas, aislando a ambos, dentro de aquellos metros cuadrados.

En la cena, el joven al ver que su tía bajaba con una vestimenta muy similar al día anterior, trató de contener sus impulsos primarios. No quería volver a observar el pequeño escote que tanto le gritaba para captar su atención o mejor dicho, no quería mirar por si era cazado. Ignoraba el motivo, pero veía a su tía más guapa a cada minuto, incluso más sexi… “Con cualquier ropa se ve espléndida. Si fuera con mi pijama como muchas veces hace mi madre… también lo estaría”.

Al terminar, Carmen se acercó a la mesa del salón y con un mando encendió la televisión y con otro, prendió la chimenea que se encontraba a la izquierda de estos. No hubo ningún comentario, la noche estaba tornándose fría, bastante fría para ser verano. Más que por el calor, el fuego de la chimenea les servía como “lámpara” apagando todas las demás luces y quedándose solamente con el frío resplandor del televisor y el ardiente del fuego.

A Sergio aquel sofá… aquel fuego… la poca luz… todo le evocaba escenas de películas para adultos. Toda la suma de aquellos factores le equivalía a una única cosa sexo… o eso se imaginaba el joven. “Tranquilízate, eso no va a pasar, tienes que masturbarte y punto, estás demasiado alterado” repetía casi como un mantra sentándose al lado de la mujer.

—Mañana viene tu madre, ¿En serio no te importa quedarte un tiempo aquí solo? —dijo Carmen comenzado la charla.

—Claro, no hay problema. Tía, tengo algo que pedirte. Me da vergüenza e igual te suena raro. —Carmen atendía a las palabras del joven esperando que esa petición fuera “extremadamente rara”— mientras este mi madre aquí y si ella se quiere ir antes… si sigues tu sola… —Sergio divagaba. No comprendía por qué le era tan difícil que sus palabras fluyeran era una petición normal. Sin embargo, en el fondo, sabía muy bien que era lo que le pasaba— me gustaría quedarme aquí pasando las vacaciones. Si no es mucha molestia, ya sabes, hasta que llegue el tío, luego me iría a la casa de la abuela.

—Ya tardabas en elegir lo obvio —su voz no sonaba más fuerte que un susurro, similar a una confidencia— me vas a hacer muchísima compañía, mi vida. Bueno, —cogió un cojín lo colocó en las piernas de Sergio y reposó allí su cabeza con total tranquilidad. Tiró las zapatillas y se tumbó completamente en el sofá— he estado pensando, y quizá sea buena idea escribir, ¿de qué puede ir mi libro?, ¿De mi vida?

—Puede ser, toda vida es única e interesante. —la cabeza de su tía apoyada en sus muslos le parecía irreal, era una postura inadecuada del todo.

—No, me refiero solo a esta última parte… incluso quizá desde que nos montamos en el coche. Allí te cuento mi vida, luego nos divertimos, yo cambio de parecer y tú pasas días conmigo, haciéndome ver la realidad. Sería algo casi autobiográfico. En verdad, he dado un cambio sustancial en tan pocos días…

—¿Y a partir de ahí? —preguntó el joven con ganas de saber.

—Oye, no puedo ser la única que piensa aquí.

—Pero si es tu libro, yo solo soy un lector, si te ayudo, tienes que ponerle mi nombre también.

—¡Serás caradura! —Sergio no pudo evitar sonreír. El tono que usaba Carmen le encantaba, suave y pausado, acorde con el fuego que crepitaba en la chimenea— pues, veamos… podemos hacer que yo, pille a mi marido una conversación o algo. Que ojalá fuera verdad… y ¿tengo un romance con el jardinero?

—Para nada, eso suena a tópico.

—¿Un antiguo amigo? —movió las manos con rapidez— Quita, hasta a mí me suena mal… ¿El antiguo amor que encuentro en el pueblo?

—Podría ser, pero no me encaja, es difícil.

—Eres muy exigente chico, no te gusta lo “normal” ¿qué quieres algo visceral? ¿Un extraterrestre? ¿Metemos a E.T.? Nadie se lo esperaría es totalmente inesperado. Aunque no me veo besándole, parece una caca con patas.

Al joven el comentario en cualquier momento le hubiera producido una severa carcajada que su tía hubiera copiado. Sin embargo no sucedió así, porque con la pregunta con la que se quedaron fue con la primera. Por un segundo, ambos se miraron fijamente sin parpadear, los ojos azules de la mujer centellearon por lo que había dicho, lo normal, algo visceral. ¿Qué podría ser lo anormal, lo inesperado? Y si… ¿El protagonista de esa futura novela fuera…? ¿Sergio?

En menos de un segundo, Carmen elaboraba los puntos de una historia que la atrapaba en su mente. “Viene… me ayuda… me enamora y me… me… fo…”. No pudo terminar la frase, su mente no lo procesaba, es inconcebible… ¿O no?

Sin embargo, ambos podrían decirlo al unísono, podrían gritar que el joven era el indicado para ese papel. Sergio deseaba que su tía simplemente moviera los labios, pues parece que en sus ojos leía lo que sus labios no permitían decir, rezando a todos los dioses que conoce espera escuchar algo. Pero no sucede.

La sangre de ambos comenzó a bombear, el corazón latía con una fuerza desmedida haciendo que la sien de Carmen pareciera que fuera a reventar, lo bueno que puede disimularlo. En cambio para Sergio es más complicado, toda la sangre que tiene a disposición su cuerpo, estaba dirigiéndose a un único lugar. Toda su sangre corría tan rápido que sus venas parecían una carrera de fórmula uno, tratando de llegar primero a ese lugar tan sagrado que ahora reposa debajo de la cabeza de su tía.

Lo inevitable sucedió y el miembro del muchacho se comenzó a desperezar. El exceso de sangre producido por una imaginación voraz, logro comenzar a hacerlo crecer y en un involuntario movimiento este se retorció buscando aumentar de tamaño. Carmen que giró su cabeza para ver la tele y no sentirse tentada de pensar nada malo… lo notó. Era algo imperceptible, un movimiento que de no estar tan centrada en el calor que la comenzaba a invadir, no se hubiera dado cuenta.

Pensó que podía ser normal y que además… era su culpa. No lo había hecho con aquella intención, solo se colocó con la cabeza en los muslos de Sergio, porque lo solía hacer con su marido. Sin embargo, ahora ¿cómo levantarse?, ¿Y con qué escusa? Si además… ella está muy cómoda.

No aguantaba lo caliente que estaba su cuerpo, su cara la notaba ardiendo y sentía que sus pómulos le podrían quemar las manos de tocarlos “¿Verá mi rostro con esta poca luz?”. Pero lo peor, no era la vergüenza. Lo peor para Carmen se encontraba debajo de la tela del pijama, justo en las braguitas nuevas que compró hace una semana. Un calor muy olvidado renació, recordando que no es más que el aviso de que algo mayor se avecina. Su entrepierna olvidada desde hace tiempo, la avisaba y la recordaba que estaba muy viva… comenzando a humedecerse.

—Tenemos que pensarlo muy bien —dijo, aunque en su mente, lo que realmente estaba pensando en voz alta es la moralidad de lo que su sexo estaba tramando. Del libro, prácticamente se olvidó.

—Me da que tú tienes más imaginación que yo, tienes más experiencia y eres la creadora del libro, darás con esa persona, estoy… seguro.

Los dos se mantuvieron callados mirando la película que había comenzado sin que se dieran cuenta. Carmen con un calor que solo en su época de juventud recordaba estaba demasiado atorada como para atender a la televisión. Notaba a cada poco que el cojín se mecía muy lentamente, parecido a que alguien con un dedo lo moviera desde abajo, pero para nada era un dedo. No lo soportó, su cabeza iba a explotar. Se contuvo durante diez minutos con “aquello” martilleándole la cabeza, para al final comentar.

—Creo que voy a ir a cama, el sol me ha matado. —lo más sensato.

—También voy a subir, aunque me da pena ir a cama. Es el último día en el que estaremos solos, mañana me tendrás que compartir. —Sergio no sabía ni como se atrevió a decir aquello e incluso con la voz medio rota consiguió soltarlo sin trabarse.

Una risa nerviosa salió de sus bocas. Los dos se levantaron del sofá y como pudo el joven evito que su erección fuera visible, aunque Carmen no trató de mirar, si hubiera querido la habría visto. Subieron por las escaleras y Sergio, como un caballero dejó pasar primero a su tía, aunque nada más lejos de la realidad. Mientras la mujer avanzaba no cesó ni un momento de admirar su cuerpo sin que ella le viera. Las dos nalgas de su tía que subían con un movimiento rítmico casi le hicieron perder el paso.

Carmen fue la primera que se detuvo en la puerta de Sergio, dándose la vuelta y justo cuando su sobrino se paró a su lado. Esta le propinó un rápido beso en la mejilla para despedirle con un seco hasta mañana. Se sentía un adolescente con el chico de instituto acompañándola a casa.

Su sobrino que todavía no había atravesó el umbral de la puerta, la seguía con mirada. Pensaba en hacerla una señal, decirla algo o simplemente gritarle que entre al cuarto y rompan esa tensión que les rodea. Pero su cabeza por una vez fue sensata (increíblemente) “eso no está bien” se dijo decepcionado por no tener el valor suficiente.

Al final del pasillo, Carmen giró la cabeza al llegar a su destino, viendo a su sobrino al fondo. Se detuvo un momento pensando en que al final sucedería, que romperían el velo de la moralidad. Sergio vendría corriendo por el corto pasillo y desataría su fuego allí mismo. Era lo que ambos deseaban, o por lo menos lo que su intuición femenina le decía y esa, no fallaba nunca.

Sin embargo, antes de darse cuenta su muñeca giraba el pomo y sus pies entraban en su habitación como si el fuego la persiguiera. Su cuerpo había ganado contra su mente, evitando posibles desvaríos.

Cerró la puerta con tanta rapidez como había entrado y colocó el pestillo, para después apoyar su espalda en la puerta con el corazón y la respiración agitada. No recordaba jamás haber estado así de caliente por nada, ni nadie, “¿las copas, el sol…? Sí, no hay duda, ha sido eso. Tiene que ser eso”.

Al tiempo que seguía pensando, percibió que su mano había descendido hasta la goma del pijama, “¿Cuándo ha pasado esto?” ni lo supo, ni lo sabrá. Esta fluyó con vida propia sorteando la ropa a su paso, primero haciendo contacto con el bello corto que solía tener bien cuidado y más tarde, con una vulva hinchada y ardiente que… estaba “mojada”.

Esa fue la palabra que le salió de su mente, pero no era la correcta. La adecuada para tal caso era calada, realmente calada… empapada en flujos. “Me tengo que cambiar las bragas” se dijo mientras sus dedos empezaban unos movimientos circulares, sorprendiéndose de que a pesar de la falta de práctica no habían perdido su toque.

“Debería parar” pero su mano no la obedeció y seguía aún más rápido. En menos de treinta segundos había traspasado la barrera de no retorno. Aceleró sus ágiles dedos y con la otra mano, sabedora de lo que se avecina, se cubrió la boca tanto como pudo. La noche era cerrada y con la casa en silencio cualquier sonido es audible, no podía gritar.

Sus ojos se tornaron blancos y su cabeza repentinamente tirada hacia atrás por un latigazo, chocó contra la pared haciendo un ruido seco. Su mano acalló cada uno de los gemidos que trataban huir de su boca, mientras la otra los generaba debido a un frenético movimiento en su clítoris.

Sintió su calor, sus líquidos, el fuego ardiente de sus adentros sofocándose, al menos por el momento… el orgasmo fue terrible. Las piernas temblaron movidas por como en un terremoto. Le fallaron y su espalda se deslizó por la puerta de madera hasta que su trasero topó con el suelo. Tenía las piernas tan entumecidas que por dos minutos no se pudo levantar. “¿Qué ha sido esto?” se dijo casi sin recordar lo que era el verdadero placer.

Alzándose con mucha dificultad, tuvo que parar un momento en el vestidor a cambiarse sin mucho acierto. El pantalón había quedado mojado y la braga mejor ni comentarlo. Cayó rendida en la cama con tal cansancio que no pudo hacer otra cosa que dormir. Aunque antes de que el sueño la atrapase, supo con absoluta certeza que el personaje de su libro, el exótico hombre que debía seducirla… era Sergio.

CONTINUARÁ

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Por fin tenéis en mi perfil mi Twitter donde iré subiendo más información.

Subiré más capítulos en cuento me sea posible. Ojalá podáis acompañarme hasta el final del camino en esta aventura en la que me he embarcado.

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LilithDuran
LilithDuran
Siempre tratando de hacer un hueco, para escribir y apasionarme con cada historia. Aquí encontrareis lujuriosas aventuras eróticas y en Amazon, podréis deleitaros con todos mis perversos libros. Disfrutad...

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