Carla se encontraba en su habitación cuando sintió que alguien la estaba mirando. Se alarmó al momento y como un rayo se dio la vuelta esperando que no fuera su marido.
—Joder, Mateo… eres tú —dijo al ver a su hijo y resoplar tranquila.
—¿Qué haces? —preguntó entrando en la habitación.
—Nada.
La mujer siguió subida a la silla colocando un pequeño aparato en una de las estanterías sin pensar siquiera en que su hijo la seguía mirando.
—Ese cubo… ¿Es un adorno o que es?
—Cállate, Mateo. —le cortó con frialdad.
—Tan amable como siempre…
El joven que observaba como su madre descendía de la silla y la colocaba en su lugar con los leggins de gimnasio ya puestos. Carla sacó el móvil e hizo unas comprobaciones. El joven se acercó mientras esta le daba la espalda y trató mirar con curiosidad por encima de ella.
—No mires —le volvió a decir la madre con el mismo tono escondiendo lo que se veía en su móvil.
—¿Se nos ve a nosotros? ¿No habrás puesto una cámara?
—De verdad, hijo, cállate —volvió a sugerirle Carla con malas formas mientras configuraba su móvil. Al terminar añadió— ya está… hijo de puta… no te escapas.
—¿No iras a espiar a papá?
—Pues sí, Mateo, sí que lo voy a hacer, algún problema. —Carla se dio la vuelta encarando a su hijo que le sacaba una cabeza.
—No es muy ético.
—Hijo, sabes de sobra que tu padre me la pega con otra, calla ya de tonterías. Le he pillado el móvil y como nos íbamos a ir al gimnasio va a venir con su zorra.
—¿Y qué pretendes? Enseñar el video en el juicio por el divorcio. —a Mateo nunca le había gustado la idea de la separación de sus padres, pero sabía que era muy difícil hacerles cambiar de opinión.
—Chico listo, te pareces menos a tu padre de lo que pensaba. Ahora, de esto ni una palabra, que tienes una bocaza que vamos…
—Mamá, algún día podrías ser un poco más agradable… —desde hacía años que su madre era así de cínica y un poco insoportable. Seguramente debido a la inestabilidad de su relación y diversos factores, los cuales no la daban motivos para justificar su comportamiento.
—Sí, sí, sí… algún día… bueno, vamos al gimnasio. Mucho te quejas de mí, pero mira que bien lo pasamos yendo a entrenar.
Mateo había decidido apuntarse al mismo gimnasio de su madre por varias razones. Una, porque el descuento que les hacían por ir dos en vez de uno era bastante elevado. Dos, porque pretendía pasar más tiempo con su madre y estrechar lazos. Y última, aunque algo más secreta, porque ver a Carla en sus ropas de entrenamiento le ponía demasiado.
La mujer anduvo al vestidor mientras la coleta bien apretada le danzaba de un lado a otro. El chico que apenas había cumplido los veinte años hacia muy poco, miró con descaro como el espléndido trasero de su madre se mecía de forma hipnótica.
Carla tenía un buen cuerpo, unos generosos pechos y un vientre firme de los 3 años que llevaba entrenando. Sin embargo, lo que a Mateo le revolvía todo el cuerpo era aquel trasero. Aquellas dos nalgas esculpidas en mármol por el mismo Miguel Ángel le hacían perder el norte, no creía que hubiera uno mejor.
No podía comprender como su padre elegía a otras mujeres en vez de a su madre. Era cierto que los años habían pasado y ya no era la misma mujer que en las fotos, pero se mantenía bella. Aunque su padre, por lo que él sabía, había elegido últimamente degustar una fruta más verde, en vez de la madura.
La mujer cogió la mochila del gimnasio que tenía guardada en el amplio vestidor. Se echó un vistazo en el espejo y se vio preciosa. El leggins de diferentes colores le hacía unas piernas perfectas, sumado a que la camiseta deportiva dejaba al aire su vientre plano y daba una preciosa silueta a sus pechos, estaba espectacular.
Pensó en Paul, su joven profesor de fitness. Esperaba que estuviera y le dedicara esas miradas tan lascivas que le encantaban. Era un chico tan joven como su hijo y como le ponía… cuando la corregía, cuando la tocaba, tenía ganas de acabar con el divorcio para darle un buen viaje.
La mujer su dio la vuelta después de admirarse y vio a su hijo plantado frente a ella. Le miró de arriba abajo, el rostro del joven tenía una gota de sudor por el calor de verano que le cruzaba un rostro muy serio.
—¿Qué? —le dijo con el tono más frío que pudo.
—¿No vas a dejar de tratarme así nunca? —preguntó realmente enfadado Mateo.
El calor en esa época era inaguantable y en el vestidor con tanta ropa todo aumentaba de forma exponencial. A Carla le comenzaba a incomodar tanto el calor como la pregunta.
—¿De qué te quejas si yo te trato bien?
—Desde hace tiempo eres una borde, una desagradecida y de dar cariño… de eso ni hablamos. —Mateo soltaba todo lo que tenía retenido desde hace tiempo.
—Vale, muy bien. Pero ahora no es momento de hablar de esto, va a venir tu padre. Vámonos.
—Es que ni siquiera quieres hablarlo con él, te has cerrado en banda desde hace años. No sé qué es lo que te pico y porque cambiaste, pero que asco das últimamente.
—No me hables así que soy tu madre, niñato. —Carla no dejaba que nadie la hablara mal, menos sus hijos. Alzó su dedo índice amenazante y lo puso al ras de la cara de su hijo.
—Todo esto lo estás tomando como una venganza personal y parece que es contra toda la familia, hasta Manu, que siempre te ha defendido empieza a pensar como yo.
De los dos hijos Manu era el pequeño, el que siempre la había apoyado pese a sus malos modos. Sabía que llevaba unos años muy malos. Desde la muerte de sus padres había cambiado y ahora con el estrés del trabajo, los niños y los recientes cuernos de su marido, estaba horrible… ¡Ni sexo tenía! Todo mal.
—Mira, Mateo. Lo hablamos de camino al gimnasio, pero vámonos, ¡YA!
Pese al mandato de su madre el joven no se movió, se había inflado de valor para soltarle esas palabras y ahora no se quería quedar a medias, ni de broma.
—Es cierto que papá ahora tiene su parte de culpa, pero es que con tus actos has perdido toda la razón. ¿Qué iba a hacer si hace años que no dedicas una palabra bonita a nadie? Ni una mirada, ni un gesto nada, lo veo hasta lógico lo de papá. Ni te dejas ayudar, ni ayudas ni nada… solo das por culo.
—Mateo, como vuelvas a decir algo así te enteras. VA-MO-NOS.
—Mamá —sacó fuerzas de donde no había y se dispuso a decir lo que pensaba— esta familia la has jodido tú.
Un brazo cortó el aire y después un sonido seco resonó en la habitación. Carla apenas había pegado a sus hijos una o dos veces en el culo cuando había sido realmente necesario. Pero ese tortazo había sido duro y con ganas, con todo el odio reprimido que sentía hacia el mundo en general.
Mateo giró el rostro del impacto y su mejilla izquierda se coloró al momento, sintió un calor que aumentaba sin parar y una tristeza por sentir como de desquiciada estaba su madre.
—Mierda… —Carla se sintió culpable al momento. Se llevó las manos al rostro y añadió— lo siento, Mateo. Me has sacado de mis casillas, lo siento. Pero te lo había avisado, es también culpa tuya.
—Sí… la tendré merecida… —aún con la mano en el rostro que le picaba a rabiar siguió— pero no retiro lo dicho.
Los dos se quedaron mirándose a los ojos con pena. Carla por un momento se dio cuenta de que perdía a su hijo mayor, al que había sido la luz de sus ojos durante tantos años. El joven en cambio, veía que su madre se alejaba cada vez, imaginándose un futuro donde tendría que explicar por qué no se hablaba con su progenitora ni sabía de ella.
—Vamos al coche y hablamos por el camino, ¿te parece? —el tono de Carla había cambiado a uno algo más culpable.
—Vete tú en coche. Prefiero ir andando.
El joven se dio la vuelta y la madre trató de pararlo, pero como siempre se quedó quieta dejando que las cosas sucedieran sin intervenir, mala decisión. Cogió la mochila y siguió los pasos que su primogénito dejaba. Su niño cada vez era más grande, le había educado bien, pero en ese momento se dio cuenta del error que había cometido estos últimos años odiando a todo el mundo.
Anduvo con veloces pasos hasta la puerta por donde iba a salir y le cogió del hombro antes de que lo hiciera. Le dio la vuelta con fuerza, quizá con demasiada brusquedad, no tenía ni cariño al hacer eso. Miró a los ojos a su hijo queriendo por una vez soltar toda la mierda que tenía dentro.
—Escucha, Mateo…
Un ruido la sacó de su conversación, la puerta de casa se había abierto y estaba seguro de quien era. Metió a su hijo en la habitación sin darle ninguna explicación y ambos se quedaron dentro de esta con la puerta abierta.
—¿Qué pasa? —susurró Mateo mientras Carla trataba de ponerle la mano en la boca.
El sonido de la charla que dos personas mantenían llegó hasta sus oídos, estaba claro quiénes eran, su marido había llegado con su “amiga”.
Cogió de la mano al joven y con fuerza tiró de él hasta meterlo en el vestidor, cogiendo la llave y cerrándose por dentro mientras el joven no daba crédito a lo que pasaba. Este fue a hablar, a preguntar qué estaba haciendo, si se había vuelto loca. Sin embargo, antes de nada, Carla le empujó a lo más profundo del pequeño habitáculo donde los abrigos los escondieron.
—Es tu padre, ¡Cállate! —le volvió a decir con esa voz autoritaria en un tono realmente bajo.
La mujer sacó su móvil y lo encendió entre los abrigos, Mateo observó curioso como en la pantalla aparecía la habitación de sus padres. Dos personas entraron en ese momento, su padre con una jovencita que quizá rondaría su misma edad, alucinante.
—Sal y diles algo —susurró el muchacho.
—No. Deja que se lo pase bien, con esto tengo el divorcio ganado.
—¿Qué vamos a estar aquí hasta que acaben? Hace un calor de mil demonios.
—Cállate, Mateo, joder. Nos van a escuchar.
Pasaron los primeros minutos pegados al móvil, los besos de la pareja al principio les provocaron repulsión. Pero cuando la pasión les comenzó a envolver, se dieron cuenta de que no podían quitar la vista.
—No la chupa mal… nada mal —saltó de pronto Mateo con la sangre algo caliente.
—Hijo, que es tu padre —le respondió Carla por decir algo.
—Ya, pero ella no. —miró a su madre y una duda comenzó a sugerirle, la cual no se cayó, no tenía ningún sitio a donde ir— ¿Tú le has puesto los cuernos?
Los ojos de Carla proyectaron una mirada asesina sobre su hijo que no separó la vista de ella, el muy descarado esperaba una respuesta.
—No —respondió con indignación— ¿Quién te crees que soy yo?
—Pues pensaba que te tirabas al chaval del gimnasio.
—Mateo, la hostia, que no me hables así, que soy tu madre. Además que ostias me voy a tirar yo a Paul.
—Que rápido has pensado en él —el joven apoyó la cabeza en la pared— ¿Lo has hecho o solo lo has imaginado?
—No tengo por qué contestarte, la vida sexual de tu madre es irrelevante… y silencio —no estaba enfadada, solo quería que se callara.
—O sea que sí. —Carla le pellizcó el brazo con un rostro de ira tratando de hacerle daño
—No. Y no te metas en mi vida privada, ¿Qué más te da con quien estoy yo? Mira tu padre que bien lo pasa y no te veo quejarte.
—Ya, pero mi madre es diferente.
Carla le miró en la oscuridad del vestidor, aunque era una frase extraña tenía cierta lógica. Ella había sido su mundo, no había pensado en qué pensarían de la separación sus hijos y como les afectaría en el futuro. Parecía que Mateo sí que lo había pensado.
—¿Insististe para venir al gimnasio solo para ver que no ligase? —su madre sonreía de forma pícara y quizá con algo de malicia… pero sonreía.
—No. Fue por otro motivo.
Mateo miró a la pantalla viendo como en la cama de sus padres, una joven tomaba el puesto de su madre y hacia gozar al hombre que allí yacía. Recordó el motivo, como en un principio lo había hecho para pasar más tiempo con ella, para ser más cercanos y también, porque aquella ropa cada vez le ponía más.
Había pensado que sería una época, una simple racha de obsesión con su joven madre, pero aquello había seguido y aún no se había apagado. Volvió la vista a Carla que le esperaba con paciencia para escucharle, ¿Qué le debería decir?
—Lo hice para pasar más tiempo contigo.
—Vaya… no lo sabía… —le sorprendió la respuesta.
Ambos callaron y siguieron mirando el video que cada vez se iba calentando más, tanto como ellos. Llegó a un punto que el padre de Mateo colocó a cuatro patas a la joven y comenzó a propinarle una fuerte penetración. Los gritos se escucharon a través de la puerta de madera y aunque ninguno lo admitiría, se estaban poniendo.
—Esto se está volviendo violento —dijo por lo bajo Carla, sin saber por qué aquello le calentaba tanto.
Mateo se pasó la mano por la cabeza quitándose el sudor y en un movimiento más que lógico se sacó la camiseta. Se sentía en una brasa, allí dentro entre los abrigos y con todo el calor de la tarde harían cerca de 40 grados, se estaba asfixiando.
La mujer no se resistió a mirar como el torso sudado de su hijo salía a la luz. Estaba húmedo, con gotas que caían por unos pectorales marcados y unos abdominales duros trabajados estos años.
Un repentino escalofrío le recorrió el cuerpo pensando en Paul. Aquel joven que su hijo pensaba que se estaba beneficiando, para nada tenía el cuerpo de Mateo. Volvió su vista al móvil, viendo los embates que su marido le hacía antes a ella, pero que ahora reservaba para la jovencita. Un picor muy conocido nacido en su entrepierna estaba aflorando, hacia tanto que no le hacían eso…
—Mejor si dejamos de verlo —dijo en voz muy baja Mateo mientras Carla soltaba una mano del móvil para limpiarse el sudor.
—Sí, será lo mejor. Oye, —la madre tenía una cosa en mente y quería resolverla— ¿Por qué piensas que quiero algo con Paul?
—Te espero todos los días a que salgas. Puedo ver como coqueteáis, es muy claro. Cuando te vas, siempre… pero siempre, te mira el culo cuando te acercas a mí, es asqueroso.
—¿Cuál, mi culo? —dijo señalándose así misma Carla algo sorprendida, sabía de la dureza de su trasero.
—No por dios, la mirada y tonteo que lleváis.
—Bueno, una todavía es joven. ¿Si tu padre puede no voy a poder yo? —Carla no sabía por dónde iban los tiros.
—Tú puedes, mamá. Eso lo sé, pero no me gusta, es solo eso. Simplemente ese tío me da rabia.
Ambos deslizaron su espalda por la pared del vestidor mientras escuchaban los sonidos de la habitación. Acabaron sentados en el suelo mientras Carla pensaba en las palabras del joven.
—Para ti, ¿Qué tío no te daría rabia que estuviera conmigo? Aparte de tu padre, claro.
Mateo no la miró, quizá porque le hubiera gustado decir que porque no él. Todos estos años el sentimiento de verla como madre se había alejado. Ahora lo que sentía era más como tener a una conocida, tanta lejanía le había hecho aflorar otros sentimientos y… ese culo…
—Ninguno, ¿verdad? —se contestó Carla a sí misma— ¡MATEO!
La mujer abrió los ojos de par en par al ver algo que no debía estar allí. Los dos sentados en el suelo, en el pequeño habitáculo, con las piernas pegadas, divisó que en la zona media del cuerpo de su hijo un bulto sobresalía. Sus ojos se salieron de sus órbitas, si su intuición no le fallaba, lo que Mateo escondía era algo terrible. Lo señaló con un dedo tembloroso para que este supiera por qué había dicho su nombre.
—¿Estás empalmado? —pregunto la mujer lo más bajo que pudo y con una mezcla de sentimientos que no sabía describir.
El joven miró hacia otro lado y se puso una mano en su entrepierna tratando de ocultarla, aunque al sujetarla, lo único que consiguió era que el pene se notara más. “La ostia, pero, ¿Qué tiene este crío ahí?” rugió la pregunta en el cerebro de la madre que no podía parar de mirar.
—¿Te has puesto viendo follar a tu padre, cacho guarro?
Mateo que no se había dado cuenta de la erección que se estaba formando en su pene, la miró avergonzado. No había sido por ver a su padre, aunque tener esa película porno en directo le había puesto un poco. Sin embargo, el principal motivo había sido otro.
En el vestidor había estado tan cerca de su madre, que con su altura no había parado de otear el escote que esta mostraba. Sumado al calor que hacía dentro y viendo como alguna que otra gota de sudor se escondía entre los montes de la mujer, aquello había sido inevitable.
—No, no es por eso. —logró decir cabizbajo.
“¿Qué más da decírselo?” pensaba el joven mirando como su mano apretaba su pene cada vez con más fuerza. “Total, dejó de ser una madre hace tiempo” acabó por decidir mientras su padre al otro lado hacia que la mujer gritara su nombre con suma fuerza.
—Por ti.
—¿Cómo? —Carla no estaba sorprendida, sino que pensaba que aquello no podía ser real.
—Que es por ti, joder. —Mateo hasta parecía ofendido por la confesión hecha y quiso decir más— desde hace años que me pasa. ¿Por qué te crees que tratándome tan mal sigo queriendo ir contigo a sitios? Porque me encantas, mamá. Me fascina verte con esa ropa, voy al gimnasio y no paro de mirarte, estás siempre preciosa. Incluso se me ha puesto dura alguna vez cuando te miro el culo, no lo aguanto.
—Mateo… ¿Qué me estás diciendo?
—Estando aquí tan pegados, digamos que… viendo porno, los dos sudados, solos… era inevitable y lo peor que se me está poniendo aún más.
Carla no daba crédito a lo que oía de su hijo. Alguna vez había escuchado sobre el incesto, pero le parecía algo de ficción, una cosa que a ella no le podía pasar. Sin embargo, allí estaba su hijo, con un pene colosal mientras seguían encerrados en el vestidor con un calor infernal y escuchando como su madre le ponía.
—A ver, hijo… eso… no está… no está bien —no sabía ni cómo empezar.
El sudor le había aumentado y se notaba calada, al igual que su pequeño. Por el duro pecho del joven, unas gotas de sudor que no sabía de donde habían nacido, caminaban sin parar hasta llegar a los abdominales. No podía mirar a los ojos a su hijo, no por vergüenza, sino porque aquel torso la tenía embelesada.
—Estás confundido —siguió sin quitar la vista— las hormonas de la adolescencia, pero bueno… esto no sé… Mateo, eres un poco degenerado.
Mientras le decía eso con total seriedad, sus ojos se posaron en la mano del joven que apretaba un maravilloso cacho de carne. Se veía tan grande y gorda, algo que ella había deseado tanto tiempo y que tenía tan cerca. Se mordió el labio sin darse cuenta y el corazón comenzó a acelerarse.
—¿Qué hormonas? ¿Qué adolescente? Mamá que ya soy mayorcito y sé cuando una mujer está buena o no. Te parece esto que es de un niño que no sabe lo que quiere. —La conversación había subido el tono, pero todavía era demasiado bajo para que los dos que a fuera estaban follando y gritando como locos les escucharan.
De pronto, según su boca se cerró, su mano se movió rápida y se bajó el pantalón. De allí emergió una polla enorme, con una gordura y un tamaño más que considerable que hizo que Carla se llevara una mano a la boca. Los ojos casi se le salen de las órbitas mientras analizaba hasta el último milímetro.
Un glande duro y rosado. Con la sangre fluyendo por unas venas marcadas y con una dureza que se notaba solo con los ojos. Las pupilas se le dilataron, el corazón se le desbocó y la respiración se le aceleró, Carla estaba descolocada, tanto, que su vagina se empezó a humedecer.
Lo único que le salió hacer, fue sentarse correctamente y llevar una mano al aparato reproductor de su hijo. La cogió con fuerza y sin pensar que podía hacer daño al joven o no, la trató de esconder de nuevo.
—Guárdate eso, joder. ¿Cómo se te ocurre enseñarme tu polla así de dura? —Carla seguía agarrando el pene mientras Mateo no dejaba que lo escondiera.
—¿Qué más me da? ¿Vas a tratarme peor? Menuda sorpresa…
—Eres un guarro de mierda, guárdatela ahora mismo o… —iba a decir que se lo contaría a su padre, pero seguro no la creería— te la corto.
Parecía haber un pequeño forcejeó. Una queriendo esconder aquel mástil y el otro sin dejar que el pantalón volviera a guardar su sexo. Se habían olvidado del coito que a fuera seguía siendo frenético, ahora solo se fijaban en las manos que luchaban por aquella polla.
—Ahora entiendo lo de Paul. Eres un celoso, un niñato que solo quiere a su madre para él. ¿Qué quieres casarte con tu mamá? —lo último lo añadió con una voz que fingía ser una niña pequeña.
—No.
La voz sonó inquisitiva. Se había echado hacia adelante contra el cuerpo de su madre que había topado contra la pared sin poder alejarse más de él. Estaban a escasos milímetros, de la boca del joven brotaba un caliente aire que golpeaba en los labios de la mujer. Sus respiraciones estaban agitadas y el corazón les corría como un fórmula 1.
Los ojos del muchacho no dejaban de mirar a la mujer que esperaba algo más después de aquel no. Toda su autoridad parecía haberse borrado con aquellas dos letras, se sentía atenazada. Los brazos fuertes de su hijo apoyados en el suelo cerca de ella no la dejarían escapar, su robusto cuerpo sería una losa si se pusiera encima. Sin embargo… unos sentimientos afloraron en la mujer, lo que de verdad quería era que no la dejaran escapar jamás.
—Lo que quiero —le dijo Mateo en un susurro muy cerca de sus labios— es que me vuelvas a querer. Que me trates con amor, que vuelvas a ser mi madre y… si quieres… follarte cuando me lo pidas.
Las palabras le produjeron asco, pero también un placer tan frenético que su vagina le comenzó a carburar como loca. Nunca le habían dicho algo tan claro, nunca la habían hablado así era lo más erótico que se podía imaginar. Con cualquier otra persona habría sido algo de lo más sexual, pero al escucharlo de los labios de su hijo algo fallaba.
—Aunque lo mejor de todo —volvió a decir Mateo mirando hacia su entrepierna mientras los pechos de su madre se movían como locos respirando acelerada— es que me sigues sujetando la polla.
Era cierto. Carla no se había dado cuenta, pero mientras su hijo estaba casi sobre ella, su mano seguía agarrando la polla del joven, aunque con una diferencia, ahora la acariciaba.
Echó un vistazo entre sus dos cuerpos como el pene de Mateo, tan grande, tan gordo, tan bonito… era acariciado por una mano que ahora se veía diminuta. Su tacto era maravilloso, una capa de delicada seda que cubría el poder de unos músculos duros como la piedra. La calidez de aquel miembro contrastaba con el calor pegajoso que tenían.
Un rayo de lujuria pasó por la cabeza de Carla que en un momento, posó ambas manos en el pecho desnudo de su hijo y lo empujó con fuerza hacia atrás. Este acabó sentado contra la pared del lado opuesto y la mujer se puso de pie entre todos los abrigos.
El sonido en el exterior parecía estar cesando, pero los del interior del vestidor no les escuchaban. Carla de pie, miraba con la boca abierta a su hijo mientras aspiraba grandes bocanadas de aire. Su piel estaba caliente, pero por dentro ardía mucho más.
El pantalón del joven había bajado ya hasta las rodillas, solo le quedaban las zapatillas puestas y… un tremendo pollón que la señalaba como la única culpable. En un acto tan rápido como rudo, flexionó las piernas cayendo en la entrepierna de su hijo.
Mateo sintió dolor al notar todos los kilos de su madre sobre su duro pene que ahora, estaba debajo del sexo de esta. La mujer con rapidez le puso la mano en la boca para que no sonara ninguna queja por el fuerte golpe recibido. El joven ahogó un grito entre los dedos de esta que notaban el calor que salía de la boca.
—Dices que no soy una buena madre… que no te trato bien… —comenzó unos movimientos de cadera que hacían rozar su vagina con la polla de su hijo— ¿Quieres que te trate así?
El joven asintió con los ojos inyectados en sangre que más bien parecía deseo. Carla miró su cadera moverse y como bajo esta, un pene colosal le atravesaba toda la vagina, la ropa le comenzaba a sobrar.
—¿Qué crees, que te voy a follar así sin más, puto guarro? —Carla se acercó mucho más a él y apretó todo lo que pudo su sexo contra el de su hijo.
Mateo estaba más caliente que nunca, esperaba que las preguntas de su madre no necesitaran respuesta y lo que en verdad necesitara, era sexo. Alzó ambas manos y sin vergüenza, las dirigió a las dos nalgas de su madre. Las posó allí con delicadeza, aunque hubiera preferido darla unos azotes para devolverla el tortazo, pero podían escucharlo.
Con las manos allí, apretó. Apretó como nunca antes lo había hecho en un trasero, sintiendo los músculos duros que su madre entrenaba en el gimnasio y quitándose las ganas de palparlo que siempre había tenido.
Carla apretó los dientes sin dejar de mirar a su vástago que la seguía marcando cada uno de sus dedos en la piel.
—¿Cómo te atreves? —dijo casi enfadada— ¿te pone como un cerdo mi culo?
Mateo no respondió, solo paso uno de los dedos que tenía por la separación de ambas nalgas, haciendo que su madre sintiera una presión muy cerca de su ano… que la puso aún más.
Carla no podía soportarlo más. Tener aquella herramienta entre sus piernas mientras notaba el calor y los fluidos manar de su vagina era demasiado. Ya no se acordaba de que su marido se estuviera follando a otra a escasos metros, lo que ella anhelaba era esa tremenda polla de entre sus piernas.
Sin dejar de tapar la boca a su hijo, cogió con la mano libre que tenía y de forma nerviosa y acelerada se comenzó a quitar el leggins que tan buen trasero le hacía. Consiguió que descendiera hasta sus muslos, sin poder hacer más recorrido por las piernas de su hijo, pero no hacía falta más, con eso suficiente.
—Como no valga la pena… —Carla bajó su cabeza hasta la oreja de Mateo y con los labios pegados a esta le susurró— me follo a Paul mientras estés en casa.
Con la mano libre, asió el pene de su hijo colocándoselo en la entrada de su sexo. Estaba ardiendo y su mojadísima vagina hacia acto de presencia. Algunas gotas ya circulaban por los labios de su sexo sedientos de que su interior fuera llenado. No tardaría.
Cayó sobre este con fuerza, sabiendo que la dilatación no iba a ser un problema y dejando que los a saber cuantos centímetros la llegaran hasta las entrañas. Hubiera gritado de placer si hubiera podido, pero mejor callar, el placer era demasiado, no obstante, se lo guardaría para ella.
Los movimientos de cadera eran rápidos y volvía a sentir las manos de su hijo cogiéndola ambas nalgas como si las quisiera guardar para él. Su pene entraba tan bien que no se lo podía creer, hacía mucho que no tenía uno dentro y aquel, era perfecto para ella.
Cada vez el sexo era más rápido. Con su mano seguía tapando la boca de Mateo que respiraba con mucha velocidad, mientras que a ella le caían gotas de sudor que se estampaban en pecho de su hijo.
En poco tiempo llegó lo más esperado por Carla. Su espalda se arqueó y notó un placer inhumano que hacía mucho había olvidado. Apretó sus dientes, sus labios, sus piernas, todo lo que pudo para no gritar como una loca el nombre de su hijo. Fue en ese momento que notó algo diferente.
Uno de los dedos revoltosos de su hijo, de forma independiente se había acercado demasiado a su ano. Con tanta mala o buena suerte que mientras el orgasmo salía de ella, este se introducía en su culo.
Apenas fue una falange del dedo corazón, pero el placer creció aún más, no se lo podía creer.
—Hijo… hijo de puta —le susurró quitando la mano de su boca, sin parar de correrse.
Acabó apoyada en ambos brazos mientras sus respiraciones se relajaban, el orgasmo había sido épico, hasta tal punto que se hubiera dormido si Mateo la dejaba, pero no iba a suceder. El dedo todavía en su trasero le hacía saber que su hijo no iba a estar satisfecho con aquello, ¿y ella? Tampoco.
—Date la vuelta —le ordenó Mateo a su madre en un tono que apenas era audible.
—Me daré la vuelta si quiero… —su madre se acercó al rostro de su hijo y con el pulgar y el índice le apretó el rostro— ¿entiendes?
El joven ante el poderío que quería mostrar su madre, introdujo su pene en su totalidad haciendo también que otra falange del dedo se metiera en su ano. Carla abrió la boca y gimió muy bajito para que nadie más que Mateo la pudiera escuchar. Posó sus labios en la barbilla de este y subió con calma hasta la boca del joven donde le atrapó el labio inferior y lo mordió llena de lujuria.
Se levantó como le había pedido, sabiendo que aquello solo le traería más sexo. Aprovechó para quitarse el pantalón y las bragas de sus muslos y tirárselas al rostro del joven. Aquella ropa lanzada como precio, le hizo quítale la visión al joven. Cuando se las quitó después de oler el aroma a fluidos que allí había, vio a su madre sentarse de nuevo sobre su pene.
Ahora no se miraban, era la misma posición, pero esta vez lo que Mateo veía era el trasero de Carla subir y bajar mientras engullía su pene. Era como en el gimnasio cuando la veía hacer sentadillas y tenía que marchar al baño para que se le bajara. Ahora no le hacía falta bajarla, cuanto más duro mejor.
—Tanto llamarme guarro y como disfrutas. —soltó Mateo mientras con las manos en las nalgas de Carla la ayudaba a subir y a bajar.
—Es que eres un guarro de mierda, ¿Cuántas veces has pensado en esto?
—Miles… me he masturbado durante varios años pensando en ti —aquellas palabras tan eróticas a la mujer la hacían que el orgasmo se acercase.
—Cerdo de mierda… mira que pensar en tu madre para pajearte… con esta tremenda polla.
Notaba como se introducía hasta donde nadie había llegado, como su capacidad la llenaba más que ninguna otra en la vida. Tantos años pensando que la de su marido estaba bien, y comparando ahora con la que tenía su hijo… “Esta polla es otra cosa”.
—Vete, corre al gimnasio, llama a Paul ahora…
—Cabronazo… —Carla giró la cabeza para ver a su hijo con una sonrisa maligna, “es un cabrón. Como me gusta”— de momento no. Pero como no me folles bien, pienso ligármelo en tu cara.
—¿Esto…? —Mateo masajeó el ano por dentro mientras ayudaba con su cadera con unas fuertes entradas— ¿No es follarte bien?
—Cállate… cállate…
Carla comenzaba a gemir mientras su hijo la penetraba con una dureza que no recorvada. El placer era enorme hasta el punto de que se ayudó con la mano para terminar con aquella picazón que la anegaba. Su mano rápidamente se dirigió al clítoris donde un masaje acabó aquel terrible polvo que Mateo le daba.
El orgasmo volvió a llegar. Se sentó sobre su hijo, introduciéndose todo lo que este le ofrecía mientras se masturbaba furiosa. Con la mano libre se tapó la boca al tiempo que las gotas de sudor la recorrían las mejillas, perdía líquido por todas partes.
Un pequeño grito le hizo pensar que alguien les descubriría, pero mientras llenaba la polla de su hijo con su corrida, no pasó nada, los de fuera estarían demasiado entretenidos.
—Otra vez… hacerle esto a tu madre… —decía la mujer roja de pasión y con unos ojos entrecerrados llenos de placer.
—Ahora te queda lo mejor.
El joven se levantó, haciendo que su madre casi se cayera al separarse. Ambos se pusieron de pie, la mujer con más dificultad. Mateo se colocó delante de ella, le sacaba una cabeza y varios cuerpos. Admiraba a su hijo que con tanto ejercicio se había convertido en un hombre… para ella… perfecto.
Mateo agarró la parte de arriba de la ropa de su madre y la sacó con fuerza, dejando unos pechos al aire y quedándose ambos, solo con las zapatillas de deporte. Los pechos de Carla aunque no excesivamente grandes, eran de una medida más que gustosas… sobre todo para su hijo.
Sin embargo, Mateo no quería las tetas de su madre, al menos, de momento. Colocó las dos manos en los hombros y la giró con rudeza mientras esta se dejaba hacer. Puso después las manos en las caderas e hizo que se inclinara, Carla ya sabía por dónde iban los tiros.
La mujer colocó las dos manos delante, justo en la puerta del vestidor y su hijo se pegó a ella por detrás, tanto… que su polla volvió a introducirse en su interior. Lo hizo con fuerza, haciendo que la dilatada vagina de la mujer se estremeciera de placer.
—Me toca follarte.
—Menos hablar —el bamboleo ya había comenzado— y más actuar.
—¿Me vas a tratar bien después de esto? ¿Me vas a tenerme más cariño? ¿Eh, Carla? ¿Por fin vas a querer a tu hijo?
—Yo nunca te he dejado de querer, pero sabiendo como follas, ahora te quiero más.
—Eres mala gente… —su hijo hablaba con un tono de voz normal, los susurros se habían olvidado.
—Hazme ser buena gente… vamos a ver de lo que eres capaz.
Azuzado por el desafío de la mujer que le sonreía con superioridad, Mateo comenzó un sexo tan frenético que el choque de sus genitales contra el clítoris de Carla comenzó a producirla placer.
La coleta de Carla se movía arriba y abajo, sus glúteos seguían el movimiento hipnótico que la polla de su hijo producía y las manos del muchacho apretaban como si la quisieran partir. Eso mismo era lo que pensaba Carla mientras notaba todos los centímetros entrar y salir “me va a partir”.
—¿Vas a correrte? —preguntó Mateo acercándose a su oreja.
—Si pienso en otros, seguro que sí.
—Cabrona de mierda —sonrió el joven al tiempo que su madre hacia lo mismo.
El sexo se intensificó y la madre no podía sostener más aquello. El golpe de la cadera de Mateo la hacía acercarse más y más a la puerta, pegándose finalmente contra ella. Estaba contra la espada y la pared, aunque la espada era el pollón de su hijo.
Notaba la fría puerta de madera contra sus tetas y detrás la espalda de su hijo totalmente sudada mientras se la follaba sin piedad. Una de las manos del joven reptó hasta uno de sus pechos y los agarró con fuerza como antes había hecho con su culo. Carla siseó como una serpiente, a la vez que apretaba sus dientes queriendo contenerse.
El orgasmo estaba allí, había llegado de nuevo… “El tercero, mi hijo es un dios” pensaba mientras comenzaba a sollozar en un volumen audible para quien quisiera escuchar.
—Me voy a correr —escuchó como le decía su hijo.
—Eso… me encanta… dame duro.
Carla sintió aún más fuerza si es que aquello era posible. Chocaba su cuerpo contra la puerta mientras el sonido parecía retumbar la casa. Notó como el orgasmo llegaba y comenzaba a chapotear el pene de su hijo cada vez que entraba. El placer era inmenso tanto que deseaba parar para que su vagina palpitara tranquila, pero no quería… su hijo aún no estaba.
Sin embargo algo sucedió. Con tales entradas y tales golpes a la puerta, el pequeño pestillo que casi era más adorno que útil, saltó y con ello, la puerta se abrió.
Carla salió trastabillada por el susto, ya no tenía apoyo y sus manos lo buscaban mientras su vagina seguía corriéndose. Tropezó en unos torpes pasos al no sentir apenas las piernas, solo le salvaba la buena sujeción de sus zapatillas.
Acabó de rodillas golpeándose contra la cama, con medio cuerpo tumbado sobre esta. Levantó la mirada esperando una cara de sorpresa, odio, asco y demás sensaciones que no quería ver y mucho menos mientras se estaba corriendo. Sus ojos lograron abrirse algo a la par que perdían visión mientras el orgasmo la absorbía por completo.
Consiguió enfocar mientras sus labios temblaban de placer y lo que vio fue… Nada. Allí ya no había nadie, la cama estaba hecha y la pareja se había marchado hacia un rato. Miró a los lados para cerciorarse, no había nadie. ¿Cuánto llevaban allí dentro follando? No lo sabía.
Resopló dejando el orgasmo correr y aliviándose porque nadie la hubiera visto caer de esa manera. Lo que no pensó era que después verían a su hijo salir con su polla erecta y llena de fluidos, eso hubiera impactado más.
De pronto Carla notó dos manos que se posaban en su trasero. Su hijo que estaba a punto volvía a la faena y con su madre puesta en una inmejorable postura, no se lo pensó. Lo único que decidió cambiar un poco su estrategia y… eligió otro agujero.
—¡MATEO! —gritó esta vez Carla al sentir como el prepucio de su hijo le atravesaba el culo.
—Tu culo me lo está pidiendo, se abre cada vez que la meto.
Carla asió el edredón cuando este metió un poco más su lubricadísimo pene. Hacía mucho que no practicaba sexo anal y menos con semejante polla dentro. Apretó los labios y cerró los ojos, notando como cada centímetro la saludaba al pasar. Al de unos segundos que se le hizo tan placentero como doloroso, notó que el cuerpo de su hijo topaba con sus nalgas, “¿la ha metido toda?”.
Salió y entró, salió y entró… varias fueron las acometidas algo más suaves que las anteriores. Carla las aguantaba con los ojos cerrados sufriendo esa mezcla de picor y placer que la hacían seguir quieta y disfrutando.
—Ahora, sí que sí… después de esto llama a tu amigo Paul…
—Cabrón… acaba ya… o le llamo… —rogaba sumida en un placer doloroso.
Mateo que iba a terminar, acabó el polvo levantando la mano y bajándola con fuerza sobre las duras nalgas de su madre. El azote hizo que esta se irguiera un poco más encorvando su espalda.
—Esto, por la tor… torta de antes —dijo mateo notando un placer extremo y haciendo que su cuerpo temblara.
—Sí…
Fue lo que dijo Carla al sentir como la esencia de su hijo se derramaba dentro de su cavidad llenándola por completo. El semen caliente la embriagó, haciendo que cuando su hijo sacara su poderoso miembro, le quedara un sentimiento de vacío tremendo.
Sintió el fluir de los líquidos de su hijo por fuera de su cuerpo, llegando hasta la vagina y después corriendo veloz por las piernas por los caminos que había fabricado su sudor.
—Voy al gimnasio, ¿vienes? —le dijo mateo todavía con la respiración entrecortada y jadeante.
—Paso… ya hice mi ejercicio.
****
Al día siguiente, cuando solo ellos dos se encontraban en la casa, Carla se metió en el baño donde su hijo se estaba duchando.
—Mateo, ¿te acuerdas de la cámara que puse para tu padre?
—Sí.
—Pues tengo un cacho cortado, en el que salimos tú y yo… ¿Te apetece verlo? —ella ya había visionado como su hijo la daba por el culo y se había masturbado con ello.
—Me encantaría, así hacemos algo juntos… ¿Por qué es verdad que vas a dejar el gimnasio?
—Sí. ¿Para qué voy a ir, teniendo ejercicio aquí? —ella se rio y abrió la mampara viendo a su hijo desnudo— tengo pensado tratar de arreglar lo mío con tu padre. Puede… que haya sido un poco asquerosa estos años.
—Creo que es una buena idea, con un poco de ayuda, podríamos volver a ser una familia.
—¿Qué te parece si te empiezo a tratar mejor a ti? —Carla se comenzó a quitar el pequeño pijama que tenía y se adentró en la ducha junto a su primogénito.
—¿Qué tienes en mente?
—Tengo en mente… —le sonrió con ganas y le guiñó un ojo con complicidad sabiendo que su relación iría a mejor— si te parece bien… chupártela hasta que te corras creo que sería un buen comienzo.
FIN