A Paula no le sedujo la idea de ir de acompañante de la pareja. Hacía semanas que su amiga Alba había insistido en hacer las presentaciones y se la veía tan ilusionada que no quiso negarse. No le importaba conocerlo, lo que no le apetecía en absoluto era ir a una fiesta con ellos y hacer de farolillo.
Las dos amigas estaban divorciadas. Paula ya llevaba dos años y Alba poco menos de un año, pero, así como Paula tenía muy claro que no quería comprometerse de nuevo con ningún hombre, su amiga parecía necesitar a alguien a su lado que la mimara y la entendiera. Obviamente era más dependiente, y cuando conoció a Alex vio en él a su media naranja y también a la persona ideal para rehacer su vida. No hacía más de tres meses que salían juntos, pero para Alba era tiempo más que suficiente y desde luego, tenía claro que le amaba.
Aunque Paula y Alba eran amigas desde la infancia y parecían dos almas gemelas, eran bien distintas la una de la otra. Las dos contaban treinta y cinco primaveras. Parecía incluso que se hubiesen puesto de acuerdo en quedarse embarazadas al mismo tiempo, tener el mismo número de hijos, por lo que ambas tenían dos, de cuatro y ocho años, así como también parecía que se hubiesen puesto de acuerdo en divorciarse, distanciándose la una de la otra tan sólo en un año.
Ambas eran atractivas, pero el físico de Paula siempre había destacado sobre el de Alba, e invariablemente era la que acaparaba la mayor parte de las miradas, aun así, nunca existió una rivalidad entre ellas, y si la hubo, había sido sana. A sus treinta y cinco años, Alba seguía siendo una mujer atractiva, pero con dos partos a sus espaldas, sus caderas se habían ensanchado considerablemente. Pero lo que le importaba era que Alex la quería y eso le bastaba. Por su parte, a Paula le pareció un buen tipo, además de un hombre atractivo y varonil, reconociendo el buen gusto de su amiga.
Alba hacía los preparativos para la cena mientras Alex le comentaba que pertenecía al cuerpo de bomberos, relatándole también algunas de sus anécdotas. Paula le reía sus gracias e incluso estuvo a punto de aportar también su toque de humor añadiendo un símil para su profesión y determinando que el de apagafuegos era más apropiado, pero lo reconsideró y se abstuvo de hacer comentarios fuera de tono que pudiesen ser malinterpretados. Del mismo modo que a Paula, Alex le gustó más de lo que cabía esperar. A él tampoco le pasó inadvertido el atractivo y el glamour que Paula desprendía, de manera que, sin pretenderlo surgió un magnetismo entre ambos, ajeno a Alba.
Paula no estaba habituada a ese tipo de fiestas donde apenas se podía hablar y había que gritar para hacerse entender. Hacía años que no acudía a esas veladas donde el bullicio existente impedía mantener una conversación sin tener que levantar la voz. Los camareros intentaban abrirse paso con las bebidas ante una muchedumbre agobiante, donde el Dom Pérignon desaparecía de la bandeja en pocos segundos. Alex se hizo con tres copas que repartió entre sus acompañantes.
La mansión era extremadamente grande y se había habilitado la parte inferior para la macrofiesta en la que había un espacio para la gente que deseaba bailar, otro con sofás y unas pequeñas mesas auxiliares. La terraza se reservaba para los que querían un poco más de intimidad, aunque pensar en encontrar tranquilidad en aquel lugar era casi imposible. El humo de la gente fumando provocaba una atmosfera irrespirable para Paula, en la que se mezclaba el humo de los cigarrillos con el de la marihuana, pero, a pesar de la molestia, también le provocaba una sensación de felicidad y de falta de control de sí misma y, con ello, una dificultad para procesar la información coherentemente.
Alba fue a saludar a unos amigos y Alex sacó a bailar a Paula para que se sintiera cómoda. No puso ninguna objeción, aunque se preguntó si a su amiga podría molestarle. De todos modos, si había sido una decisión de su novio, nadie mejor que él para saber si aquella actitud era normal para la pareja o no.
Las dos amigas habían acudido a la fiesta con un vestido ceñido al cuerpo que terminaba más arriba de las rodillas y delimitaba de forma voluptuosa las formas de su cuerpo. Ambos eran de color negro, pero el de Paula presentaba un escote más pronunciado que mantenía al novio de su amiga obnubilado. La cogió de la mano, la llevó a la zona de baile y se puso a bailar siguiendo el ritmo de la música y alentándola a ella a soltarse, pues Paula parecía encontrarse como pez fuera del agua. Alex la invitó a seguir sus movimientos cogiéndola de la cintura para que se moviera a su compás, y con esos meneos fingidos, en pocos minutos perdió la vergüenza y se estableció una química que cualquiera que no los conociera hubiese pensado que eran pareja. Alex volvió a cogerla ejecutando un sensual movimiento, y con la presión de sus manos en la cintura la alentó a que también le imitase con los sugerentes meneos. Sus manos la atrajeron más de la cuenta, y al sentir su excesiva cercanía, se sintió incómoda, pero no por la sensación, sino porque no quería ofender a su amiga.
No sabía qué pretendía Alex con aquellos rozamientos. Ella no era su pareja e intentó mantener cierta distancia de seguridad, pero la mano de su pareja de baile se deslizó muy sutilmente hacia su trasero, incluso hubiese jurado que le estrujaba ligeramente su nalga izquierda. Sin embargo, ya no sabía si tenía la cabeza embotada por el humo de la marihuana, o si realmente Alex la estaba manoseando. Con todo ello, a pesar de la violenta la situación, estaba receptiva y confirmó que el atractivo novio de su amiga era más pirómano que bombero, y prueba de ello eran los repentinos calores que sufrían sus bajos.
Alba regresó al finalizar el sugerente baile e instó a ambos a unirse al grupo de amigos haciendo las presentaciones con la intención de que Paula conociese a gente y se divirtiera y, a pesar de que estaba receptiva y caliente por lo acontecido, no había nadie en el grupo que le sedujera, pese a que el sector masculino sí que parecía interesarse por ella, sin embargo, Paula sólo tenía ojos para el bombero, aunque únicamente fuese una fantasía, con lo cual, no dio pie a nadie a un interés que no fuese única y estrictamente formal.
Después de haber salido de la fiesta, y ya un poco más serena, en el coche pensó que todo podrían haber sido imaginaciones suyas suscitadas por el efecto de la marihuana, contribuyendo, en cierto modo a materializar sus perversos pensamientos. Lo cierto era que, real o imaginario, una vez en casa, se dirigió a su habitación, encendió la lamparita, se desnudó, se desmaquilló, se tumbó en la cama, y sus manos recorrieron su cuerpo imaginando que eran otras manos las que rozaban sus partes más íntimas. Los dedos de Paula atendieron su gelatinosa raja y su nódulo del placer, dándose el gozo y la intensidad que necesitaba, alternando los dos hasta que sintió la necesidad de introducir dos dedos para incrementar el goce, mientras con el dedo corazón de la mano izquierda trazaba círculos presionando el clítoris hasta que el clímax acudió a su encuentro.
Al mismo tiempo, en otra parte de la ciudad, dos amantes copulaban en la habitación de un coqueto apartamento. Alex estaba arriba de Alba penetrándola, mientras ella recibía con las piernas completamente abiertas las acometidas de Alex. Sus manos agarraron sus nalgas mojadas por el sudor y presionó con la intención de que arremetiese con más fuerza hasta que la violencia de las embestidas los llevó a ambos a un orgasmo, en el que Alba suspiró de gozo y Alex se recreó pensando que era Paula la que recibía su descarga, puesto que había estado toda la noche bajo el efecto hipnotizante de la amiga de su novia. No sabía cómo podía haberle sentado el llevar sus roces y algunas caricias un poco más allá de lo supuestamente permitido, en cualquier caso, no hubo ninguna resistencia por su parte. Sólo tenía dos opciones que ponderar: por un lado, parecía ser receptiva a sus caricias y podía serlo en un futuro a sus deseos, por otro lado, podría haber omitido decir nada para no montar un espectáculo y no ponerlos en un aprieto delante de todos. Por lo tanto, no llegó a ninguna conclusión y se durmió con la incertidumbre de no saber a qué atenerse, pero con la complacencia de haber tenido un orgasmo con una fantasía que le apremiaba desde que su novia le presentó a su amiga divorciada.
—¿Te lo pasaste bien el viernes?, —le preguntó Alba el lunes siguiente, sin embargo, Paula no sabía si en la pregunta había una doble intencionalidad, reprochándole su pasividad ante los manoseos de su novio.
—Sí, tenía la cabeza embotada, pero sí, me lo pasé bien.
—Deberías salir más.
Paula asintió con una sonrisa forzada.
—Por cierto, hay alguien bastante interesado en ti. Parece ser que le causaste muy buena impresión.
En un primer momento Paula pensó que hablaba de su novio (o era lo que ella quería pensar).
—Un amigo de los que te presenté el viernes me ha pedido tu número de teléfono, pero no se lo he dado hasta que no me des tu consentimiento.
—No me apetece tener una relación, de momento.
—¿Y quién habla de relación?
—Te lo agradezco Alba.
—Por cierto, el viernes podrías venirte a cenar. Sé de un restaurante que te gustará. Piénsatelo y me contestas, ¿de acuerdo?
—Ok.
Evidentemente sabía la respuesta, aunque esperó al día siguiente para que no pareciera tan obvio que deseaba volver a ver a Alex.
¿A qué estaba jugando? Ni ella misma lo sabía. De lo que sí que era consciente era de la química que se había desplegado entre ambos, y aunque no pasara nada, deseaba sentir cerca su presencia.
El camarero los acompañó a su mesa reservada de tres comensales y después de pedir un Ribera del Duero, sirvió primero a las mujeres para que decidieran si era de su agrado, y ambas confirmaron que era un vino excelente.
Alba tomó el hilo de la conversación y hablaba sin parar ante el júbilo de revivir la llama del amor ante la persona que parecía estar hecha a su medida, en cambio Alex había desconectado y estaba sometiendo a Paula a un exhaustivo acoso visual, en el que ella empezaba a sentirse de nuevo incómoda por el asedio. Al margen de la incomodidad que le generaba su mirada persistente, pensó que su amiga podría molestarse por el hostigamiento que su novio le estaba procurando, pero Alba parecía no percatarse de las indiscretas miradas de su amado, ni tampoco de las furtivas miradas de su amiga. La verdad fue que Paula no se sintió a gusto ante una situación que se hacía más evidente y al mismo tiempo, cada vez más embarazosa.
Cuando llegó a casa le pagó a la niñera y fue a darle un beso a sus hijos a la cama. A continuación se puso el pijama, se acostó y se masturbó dejando volar su imaginación hasta que el orgasmo sació sus perversos pensamientos, provocando que se sintiera mal por desear al novio de su amiga. Lo malo no era que ella lo deseara. Eso podía controlarlo y mantenerlo en secreto. Lo preocupante era que Paula sabía que el deseo era compartido y no quería dañar, ni perjudicar de ninguna de las maneras a su amiga, de ahí que decidiese distanciarse de Alba, al menos intentó no coincidir cuando estuviera Alex.
Y así lo consiguió durante unas semanas evitando cualquier quedada en la que estuviera él, hasta que no pudo eludir el cumpleaños.
Alex abrió la puerta y ambos se saludaron con un cordial “hola” acompañado de un beso amistoso, mientras Paula le ofrecía una bolsa con una botella de vino y él pudo embriagarse de su perfume.
—He traído una botella de vino.
—Estupendo.
Paula llevaba unos pantalones negros y una cazadora de cuero que Alex se encargó de quitarle para colgarla en un perchero.
—¿Dónde está Alba?
—Ha tenido que ir a atender una urgencia en el trabajo. Me ha dicho que no tardará, pero no te preocupes, el cocinero soy yo.
—¿Puedo ayudarte?
—No. De ninguna manera. Eres nuestra invitada.
Mientras Alex preparaba la cena y le hablaba de su afición por la cocina, Paula permanecía apoyada en el banco de la cocina observándole sin prestar demasiada atención a sus palabras, por el contrario, su interés se centraba en su vestimenta. Iba con un pantalón corto de deporte con una camiseta blanca de tirantes mostrando gran parte de su trabajado cuerpo, pero el delantal que llevaba por encima le daba un aire cómico, sin embargo, eso no fue impedimento para que la vista de Paula se recreara en su fisionomía.
—¿De verdad no quieres que te ayude? Me siento un poco inútil aquí mirando sin hacer nada.
—Está bien. ¡Pela estos pepinos y córtalos en rodajas que no sean muy gruesas!
—De acuerdo.
Paula observó las hortalizas y recordó otro uso que en alguna ocasión les había dado, aparte de su utilización en la ensalada.
—¿Te apetece que abramos la botella de vino?, —preguntó Alex.
—¿No esperamos a Alba? —quiso saber Paula.
—Tomaremos sólo una copa, el resto lo guardaremos para la cena.
Paula asintió y Alex descorchó la botella, sirviendo el vino primero en la copa de ella y después en la suya, seguidamente ambos golpearon sutilmente el vidrio y brindaron.
—Por nosotros, —dijo Alex.
Paula levantó la copa y asintió, sorbiendo de la copa. No sabía muy bien ese “por nosotros” qué significaba.
Se hizo un breve silencio que a Paula le pareció eterno. La mirada penetrante de Alex la puso nerviosa y sin saber qué hacer con la copa, le dio vueltas al tallo con las dos manos hasta que Alex detuvo el movimiento circular y posó su mano sobre la de ella, quitándosela para colocarla sobre el banco.
—La vas a marear, —le advirtió mientras acercaba su boca a la de ella para darle un aterciopelado beso en sus labios en el que pronto, ambos entremezclaron sus lenguas. Era lo que había deseado, pero tras unos segundos morreándose, Paula se separó de él consciente de lo que estaba haciendo.
—No podemos hacer esto, —le advirtió.
—Sí que podemos, —respondió—. Me deseas tanto como yo a ti.
—Tu novia es mi mejor amiga, —añadió buscando una excusa con la que autoconvencerse que lo que estaba haciendo era una felonía hacia su mejor amiga, pero la boca de Alex buscó de nuevo la suya y después de otra protesta poco convincente se abandonó a las sensaciones.
Las manos de Alex bajaron por su espalda y se detuvieron en sus nalgas, presionándolas y acercándola para que no hubiese ningún resquicio entre el contacto de ambos cuerpos. Paula notó la erección de Alex más arriba de su sexo, mientras él presionaba su hombría sobre ella como si tuviera el cuerpo de arcilla y él quisiera dejar una impronta de su huella.
Como si el tiempo de las caricias y de la ternura hubiese llegado a su fin, le dio la vuelta e hizo que apoyara las manos en el banco de la cocina, después cogió sus pantalones y se los bajó violentamente para, a continuación, hacer lo mismo con las bragas, dejando al aire un divino culo que le hizo perder el norte.
—Menudo culo tienes Paula.
Ella no respondió, pero acabó de quitarse los tacones, los pantalones y las bragas con sus pies. Sin perder ni un segundo, Alex se deshizo del delantal y se quitó sus shorts dejando al aire una suculenta polla que Paula —volteada hacia atrás—miraba con anhelo sabiendo que pronto iba a tenerla dentro.
Una fuerte palmada hizo que se quejara, y una segunda y contundente palmada aplicada con relativa fuerza le dejó la marca y la nalga tomó un tono rojizo. A continuación, notó el glande presionar en la entrada de su raja, y con un empujón, su vagina engulló la polla del bombero en su interior, haciendo que despareciera aquel picor provocado por los fuertes cachetes. Tras aquella primera estocada siguió un movimiento repetitivo que fue ganando en intensidad y contundencia del miembro entrando y saliendo de su cavidad, mientras Paula gemía y sus ojos se tornaban blancos. Se percató de que el novio de su amiga no se andaba con ñoñeces. La cogió del pelo y tiró de su melena hacia él mientras la intensidad y rapidez con la que arremetía le arrancaba un gemido en cada embestida.
—¿Te gusta Paula? ¿Es lo que querías? —le preguntó mientras jadeaba.
Paula no respondió, aunque era lo que deseaba.
—Qué culazo tienes… qué buena estás, cabrona —le susurró al oído mientras la cogía del pelo y el percutor entraba y salía de su interior a una velocidad acelerada.
Los improperios, lejos de molestarle, la ponían cada vez más cachonda y entró en un estado de excitación como hacía meses que no experimentaba. No sabía si era algo innato en él el hecho de injuriar mientras fornicaba, en cualquier caso, en ese momento le daba igual, dado que el placer que le estaba infligiendo era soberbio.
Paula notó un gran vacío cuando el bombero extrajo su polla. La cogió en brazos y la llevó a la habitación, soltándola en la cama como si fuera un muñeco. Le abrió las piernas y la volvió a penetrar, logrando que retomara de nuevo el placer con la reciente posición. Las manos de Paula recorrieron el culo de su amante y sus uñas se clavaron en él como si la presión que ejercía fuera un indicador del gozo que estaba obteniendo.
—Me encantas… ¿lo sabías? Me moría por follarte, Paula, y sabía que el otro día me deseabas igual que yo a ti. Te hubiese follado en la pista de baile delante de todo el mundo.
La excitación de Paula iba in crescendo. Si seguía embistiendo con tal vehemencia y continuaba diciéndole obscenidades, no tardaría en obtener su orgasmo, sin embargo, Alex abandonó el hoyo y se dio la vuelta, colocándose boca arriba. Paula se apoderó de su polla, la palpó y se aplicó a hacerle la mejor mamada que ninguna mujer le había hecho, ni siquiera Alba.
—Eres una experta mamadora, Paula. Si sigues así harás que me corra, cabrona.
Paula lamió el glande y luego descendió por el tallo hasta encontrarse con dos huevazos que lengüeteó. Seguidamente la lengua retomó el camino de vuelta hasta la punta para abrazar con la boca la apetitosa polla. El bombero no perdía detalle de los movimientos oscilantes de su cabeza, y mientras engullía el cipote, su mano se balanceaba arriba y abajo por la verga sin aminorar la cadencia hasta que su amante le aventó la leche dentro de su boca, y lejos de retirarse, Paula la ingirió con complacencia. La verga empezó a perder su dureza, pero ella no abandonó la felación con el único interés de endurecerla de nuevo, y tras dos minutos sumida en la labor, la herramienta ya estaba más que dispuesta para retomar la cópula. Se montó sobre él, se ayudó con la mano y la verga desapareció en su cavidad en su afán de dar y recibir placer. Paula inició la cabalgada y Alex se aferró a sus nalgas presionándoselas, y mientras su boca se encargaba de sus pezones, ella se contorneaba intentando que la verga encontrara cada rincón de su canal con movimientos circulares, de delante hacia atrás, de lado a lado y de arriba a abajo. Movimientos que buscaban sentir cada centímetro de la polla que arremetía en su coño hambriento.
—¡Eres una excelente jinete! Como te mueves, cabrona.
—¡Y tú un potro salvaje, cabrón! Me voy a correr, —afirmó totalmente desinhibida.
—Eso es, ¡córrete!
El sexo de Paula estalló en un violento y prolongado orgasmo de más de treinta segundos gimiendo sin parar. Después, sus fuerzas la abandonaron y se dejó caer encima de Alex completamente exhausta. Pero ahora su amante, en plena vorágine carnal, no estaba por la labor de dejar de deleitarse con aquella fogosa mujer.
—Estoy muerta. Me has dejado hecha un higo.
—No. Hecha un higo voy a dejarte ahora, cabrona. Me has puesto muy cachondo y vas a recibir tu merecido, zorra.
Paula estaba extenuada, pero le gustaba el subyugante juego al que parecía querer jugar el novio de su amiga.
Alex le dio la vuelta y le hundió la cabeza en la almohada, le abrió las piernas con las suyas y la penetró de nuevo con una ferocidad inusual. Paula tenía la cabeza de lado, medio hundida en la almohada intentado ver a su amante, pero él se la presionaba impidiéndole que se moviera. Alex extrajo la polla embadurnada de los jugos de aquel hoyo encharcado y lo introdujo en el de más arriba, cogiéndola desprevenida. A pesar de que el miembro estaba bien lubricado, no hubo preparación previa y aquella primera estocada le dolió considerablemente, sin embargo, su amante estaba tan excitado que desoyó sus protestas y siguió presionando para alojar todo el rabo en el interior del pequeño agujero.
—Me haces daño Alex, —protestó.
—¡Cállate! Pronto vas a disfrutarla. Me has puesto muy cabrón y vas a recibir tu merecido.
Después de las primeras y dolorosas penetraciones, Paula empezó a notar también las primeras sensaciones de gozo con aquella enculada, y el dolor fue desapareciendo gradualmente, dejando paso a un placer del que hacía tiempo que no disfrutaba y que se evidenció con sus gemidos.
—Ya veo que no es la primera vez que te dan por el culo, Paula. ¿O me equivoco?
Alex estaba en lo cierto, pero ya hacía tiempo que no disfrutaba de una buena polla por culo y ahora el novio de su amiga la estaba sodomizando y tratándola como a una vulgar ramera. Sea como fuere, estaba gozando de los pollazos que le estaba dando, y por consiguiente, ya tendría tiempo para enfadarse más tarde por vilipendiarla de aquel modo. Ahora lo que quería era seguir gozando de aquel potro salvaje.
Alex siguió martilleando en su ano con enérgica intensidad. El sudor resbalaba por su cuerpo, goteando sobre el de Paula. Los violentos chasquidos que se producían cuando golpeaba en su culo se mezclaban con los jadeos de ambos amantes. La tranca de su agresor penetraba con gran violencia en su pequeño agujero una y otra vez y ambos jadeaban ante el inminente orgasmo intentando sincronizarse, y después de muchos gritos y resoplidos derivados de aquella cópula, los dos amantes se corrieron a la vez en un fortísimo orgasmo, en el que ambos gritaban de gozo compartiendo el descomunal clímax que se vio truncado por un chorro de sangre que impactó en el rostro de Paula. Alex se apartó de ella, como por inercia, sin saber qué había pasado, pero sin poder respirar con su tráquea perforada y su yugular reventada. La sangre brotaba sin contención salpicándola a ella y desparramándose por la cama y por toda la estancia como si fuese un aspersor, del mismo modo, el semen seguía manando de aquella verga serpenteante que continuaba dando latigazos, mezclándose sangre y semen en la cama y sobre Paula. Ella gritó aterrorizada viendo a Alex agonizar, presionándose la yugular y desangrándose encima de ella. Pero si la escena no era lo suficientemente espeluznante, Alba le asestó otro golpe contundente en la cabeza con aquella barra de hierro punzante, y definitivamente su novio se desplomó encima de Paula, quien estaba a punto de sufrir un colapso. Todavía no sabía muy bien qué estaba pasando. Se encontraba en la cima de aquel clímax inigualable y de repente se mezclaba el placer con el horror y, a continuación, aquel portentoso orgasmo se cortaba, mientras su cara y su cuerpo se cubrían de la sangre de su amante.
Ninguno la vio llegar, ni siquiera la habían oído abrir la puerta. Los frenéticos gritos de placer mitigaron cualquier otro sonido que no fuera el de la euforia que se estaba viviendo en la habitación.
Conforme pudo, Marta se quitó el peso muerto de encima e intentó retroceder y ponerse a salvo de su amiga que, al parecer había perdido la cordura. Retrocedió reptando hacia atrás — resbalando sobre el cuerpo ensangrentado e inerte del bombero— hasta el cabezal de la cama, sabiendo que no podía recular más. Alba estaba allí de pie, impasible, con aquella barra de hierro en la mano, viendo la dantesca y sangrienta escena que ella había provocado, en la que su novio yacía muerto, totalmente cubierto de sangre y de semen en su cama. Una cama y una amistad que había sido profanada por la que creía ser su mejor amiga.
—Eres una zorra. ¡Dame un motivo para no abrirte la cabeza en canal! —la exhortó.
No pudo darle ninguno.
Muy bueno