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Hermanita eres mi sexto coñito, otra putita a la que follo
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Tiempo de lectura: 8 minutos

Aquella tarde de domingo las voces unas más altas que otras resonaban en mi casa entre mi madre y yo cuando empezamos a discutir una vez más por mi novio y eso que me acababa de dejar.

-Tú también mamá, tú también piensa que soy una puta, que pasa que si yo me acuesto con cinco chicos soy una puta y si mi hermano se acuesta con cinco chicas un machote.

-De verdad quieres decir eso… en serio.

-Pues sabes… prefiero ser puta que una reprimida, soy mujer y me gustan los hombres, me gusta el sexo y disfrutar como hacen ellos sin que se les cuestione, si quiero follarme a un chico lo hago o dejo que este me folle, soy mujer, orgullosa de ser lo que soy y no una reprimida como tú.

Aquella discusión bastante acalorada entre mi madre y yo atrajo al resto de la familia, estábamos en mi cuarto cuando yo le confesaba a mi madre que mi novio me había dejado después de que nos hubiéramos acostado, pensaba que ella comprendería más que nadie por lo que estaba pasando y más cuando sabía lo mucho que yo le quería, pero me sorprendió con aquellas insinuaciones tan machistas que no pude más que echarme a llorar y gritar.

-Y tú nano, fuera de aquí. –Le gritaba a mi hermano pequeño que nos miraba desde el pasillo.

-Déjala hijo, está loca y tiene la regla.

-Perdón… pues si mama estoy con la regla y me duele tanto como lo que tú acabas de decir, que crees que por estar mala estoy como estoy, eso me lo esperaría de papá pero de ti.

Era cierto que estaba empezando a estar mala y estaba muy molesta, me dolían los riñones y ni las pastillas que me había tomado me calmaban aunque fuera un poquito, pero desde luego su comentario fue el que más me dolió.

Había pasado más de una semana y seguía molesta, el único que me hacía sonreír era mi hermano Luis, el pequeño de todos, bueno no tan pequeño, acababa de cumplir los 19 años y fue el único que se acercaba a mí para saber cómo estaba e intentar animarme.

Una tarde sentados los dos en salón viendo una película, salía una chica llamando reprimida a una amiga a lo que mi hermano mirándome muy serio me dijo.

-Anda mira… como mamá.

Mirándonos los dos empezamos a reírnos tanto que llorábamos de la risa, yo en el fondo me arrepentía de haberle gritado así a mi madre tanto que ya la había pedido perdón, pero aquello tuvo mucha gracia y esa pequeña palabra nos hizo mucho juego durante las semanas siguientes, más bien a mi hermano Luis que la empezó a utilizar en mi contra.

Luis era un chico muy inteligente y con muchísimo carisma, la gente por lo general solía hacer lo que quería enseguida, pero si no, no le costaba mucho convencerles y yo no iba a ser diferente, aparte del carisma le acompañaba su físico, un cuerpo bien esculpido, bastante guapo, con unos labios ardientes que todas las chicas desearían besar, castaño oscuro con unos ojos verdes y con una mirada que te derretía.

Desde hacía ya unos días empezaba a observar como su mirada era diferente, me sentía a veces cohibida estando con él y en más de una ocasión le tuve que decir que parara de mirarme de esa manera, mirándome a los senos, a mi culo, incluso tenía que cruzarme de piernas porque se me quedaba atontado mirando mi sexo en el momento que llevaba alguna prenda ajustada como por ejemplo unos leggins o cuando salía del baño recién duchada me sentía observaba por él, mirándome las piernas, mis hombros todavía húmedos, podía sentir su deseo de quitarme la toalla y dejarme desnuda.

Es cierto que tras aquella pelea con mi madre me uní más a mi hermano, pero no era menos cierto que sentía que se estaba pasando con sus miradas e insinuaciones salidas de tono, sobre todo aquel día comiendo en la terraza con mis padres y unos amigos suyos, sentados en una mesa alargada, una mesa estrecha que sentándonos el uno frente al otro casi nos tocábamos con las rodillas, ese día acabábamos de salir de la piscina y estábamos en bañador, yo llevaba un bikini rojo con la parte de arriba atada solo en la espalda, con los tirantes por fuera de los hombros.

Las risas y bromas entre todos eran la tónica de la comida cuando sentí como mi hermano rozaba con sus pies mis piernas, a lo que le conteste alto y claro que no me diera patadas, pero no era esa su intención, sus pies iban subiendo por el interior de mis muslos y le mire enfada pidiéndole que lo dejara.

Al terminar la comida y cuando todo el mundo se había retirado, mi hermano me cogió del brazo y me dijo que le perdonara, pero que no dejase que mis sentimientos como hermana me reprimieran de hacer algo que estaba seguro de que quería y me recordó lo que le dije a mi madre aquel día, simplemente le mire enfada y me di media vuelta sin decirle nada.

Los días fueron pasando y Luis seguía buscándome las vueltas, llevara lo que llevara puesto sabía que me estaba desnudando con la mirada, me sentía incómoda y a la vez deseada, era una sensación extraña porque quería enfadarme y sin embargo me gustaba, cierto era que me gustaba el sexo, pero quizás hasta tal punto no… o sí, estaba hecha un lío, tal fue el acoso que por las noches pensaba en mi hermanito, soñaba con él y le veía acercarse a mi besándome, acariciándome y lo peor es que me gustaba, hasta tal punto que una noche desperté con las bragas totalmente mojadas después de soñar como mi hermano me había follado y empezaba a pensar si no tendría razón y me estaba reprimiendo.

A la mañana siguiente decidí no hacer nada, me convencí de que no me estaba reprimiendo y de que aquel sueño había sido solo un sueño como tantos, me convencí de que aquello estaba mal y de que tenía que pararle los pies, que dejara de jugar conmigo como hacía con los demás.

Ese día nuevamente tuvimos visita, habían venido mi hermana con mi cuñado a cenar y desde que arreglaron el jardín a mis padres les encarnaba cenar fuera, en aquella mesa de diseño larga, pero estrecha y a pesar de intentar no estar ni junto, ni enfrente de mi hermano al final nos sentamos justo como la vez pasada uno enfrente del otro.

Mi hermano Luis me miraba fijamente y ya desde un principio empezó a pasar sus pies por debajo de la mesa acariciándome, pero esta vez no dije nada y a pesar de haber tomado la decisión de ignorarle, quería saber hasta dónde estaba dispuesto a llegar y de esa forma sus pies consiguieron revolotear por mis pantorrillas y por mis muslos sin tener oposición por mi parte, el juego prosiguió y las apuestas se elevaron cuando sus pies desnudos escalaban por mis muslos, llegando un momento que tuve que mirarle muy seria porque se acercaban a mi sexo y con la mirada le desafiaba a ver hasta dónde estaba dispuesto a llegar delante de toda la familia.

Los pies de Luis se acercaban cada vez más a mi vulva, los tenía en el interior de mis muslos a escasos centímetros y al igual que yo Luis también me miraba desafiándome, con una sonrisa muy picarona empezó la última etapa, subir por mi muslo hasta posarse vulva y en ese momento di un pequeño respingo, no pensaba que se fuera atrever y sin embargo lo hizo, estaba presionando mi vulva con sus dedos por encima de mi bikini, había que acabar con aquel juego y me cruce de piernas, ninguno de los dos apartaba la mirada del otro, pero mientras que la de Luis era de felicidad y de victoria la mía era de enfado y de derrota.

Luis no dejaba de intentar excitarme sin saber que ya lo había conseguido, hubo un momento en que Luis mirándome fijamente solamente moviendo los labios me llamo reprimida y yo con la cabeza le decía que no a la vez que le llamaba idiota también con los labios, mi hermano me contesto riéndose y lanzándome un beso, mientras esto pasaba, el resto de la familia no se había dado ni cuenta de la conversación sorda y muecas de burla entre los dos, ya que estaban hablando ensimismados al otro lado de la mesa.

Nuestro perro corría por el jardín alrededor nuestro buscando las caricias de todos y en ese momento parecía que Luis ya se daba por vencido, no iba a poder conmigo por lo menos ese día, pero tenía claro que volvería a buscarme las cosquillas, estaba segura de que no me iba a dejar en paz y entonces algo me sucedió, como si verlo allí derrotado aunque fuera solo por me hiciera replantearme lo que días antes me había jurado no hacer, la vida era corta y solo se vive una vez y yo quería vivirla, exprimir todo su jugo, viviendo el momento y ese momento preciso me llevaba a mi hermano.

Mordiéndome el labio y con una mirada lasciva le indicaba a mi hermano que mirase por debajo de la mesa y tirando la servilleta al suelo, mirando hacia mi por debajo del mantel, estaba segura de que podría ver perfectamente cómo me había abierto de piernas y con mis mano izquierda había separado el bikini, dejando mi vulva desnuda, mi hermano se levantó con tanta rapidez que se dio un golpe en la cabeza y aunque parezca mentira nadie se dio cuenta a pesar de que movió la mesa.

Ya incorporado me miraba sonriendo y volvía a llamarme reprimida, a lo que le contestaba “reprimido tú” le tire ahora yo un beso al aire y fue en esos momentos en que note su pie sobre mi vulva nuevamente, moviéndolo arriba y abajo, sintiendo la humedad de mis labios y sintiendo un escalofrío que recorrió todo mi cuerpo cuando deslizaba su pie con sus dedos jugueteando y buscando mi clítoris escondido.

-Hija estás bien, tienes frío.

-No, no mama, estoy perfecta, estoy más que perfecta.

La contestación a mi madre tenía doble sentido, ya que mirando y sonriendo a mi hermano se lo decía, a él también, claro que para el siguiente escalofrío no sabía si iba a tener respuesta porque mi hermano encontró con su dedo gordo mi vagina y empezaba a penetrar en ella, sentía como su dedo se introducía un poco dentro de mi saboreando mi excitación sacándolo mojado, tuve que poner mi mano tapándome la cara para que nadie me viera, salvo mi hermano que no perdía la ocasión de verme disfrutar mientras metía su dedo en mi vagina, haciendo resbalas sus dedos por mis labios y en esto un pequeño gemido involuntario salió de mi.

Si no llega a ser por mi perro que en esos momento se había metido por debajo de la mesa y empezó a lamer el pie de mi hermano y a darme dos lengüetazos en mi sexo no sé cómo podría haber explicado aquel aunque pequeño, pero excitante gemido y ahora todos reían acariciando a nuestro perro llamándole salido a pobre animal.

Serían las seis de la tarde cuando todos se marcharon, todos no, yo me subía a ducharme y mi hermano se quedó en el salón leyendo un libro y a pesar de intentar algo más al estar solos yo me negué a sabiendas de lo que tenía pensado, una vez duchada me pase por el salón con una toalla enrollada en la cabeza y otra tapándome el cuerpo para que mi hermano me mirara, la intención era dejarle claro que si al final follábamos era yo la que decía si, pero no hizo falta mucho para llamar su atención.

-¡Luis!

-Dime pesada

-¿Puedes venir?

Sabía que sí, sabía que vendría seguro y que se encontraría con la toalla que enrollaba mi cabeza en el suelo del pasillo, que más adelante en la puerta de mi habitación encontraría la toalla que cubría mi cuerpo y abriendo la puerta me encontraría a mi desnuda encima de la cama, con mi espalda apoyada sobre el cabecero de la cama y con mis piernas abiertas y en ese momento viendo su cara no podía más que sonreír a la vez que me veía tocarme los pechos pellizcando mis pezones.

De dos zancadas quitándose el bañador y dejándome ver la erección que tenía se subió encima de mi cama, empezando a besar mis pies, metiéndose los dedos en su boca, recorriendo mis piernas con su legua, dándome pequeños mordiscos con sus labios en mis muslos hasta hundir su cabeza entre ellos, secando con su lengua la humedad de mis labios, lamiendo mi clítoris, succionándolo, pequeños temblores en mi cadera cuando sentía su boca sobre mi sexo que mi cabeza se apoyó contra la pared a la vez que serraba los ojos.

Luis metía su lengua en mi vagina, hundiendo su nariz entre mis labios vaginales, acariciando mi clítoris con sus dedos, mis manos no paraban de apretar mis pechos, pasando de un lado a otro, los primeros gemidos empezaron a pintar la habitación, me estaba cargando de excitación, sentía como su lengua me penetraba, como mi vagina se mojaba cada vez más de flujo, como pequeñas gotas salían de mi vagina indicándole que ya estaba preparada para recibir aquella erección, mis manos sobre su cabeza hundiéndola en mi vagina, los gemidos atrajeron a mi perro que me lamía la cara y tenía que apartarle entre jadeos.

Quería tener dentro de mi la polla de mi hermano, quería que me follara como lo había hecho en sueños, estaba tan o más mojada que en el sueño, estaba preparada para recibirle y gozar con su polla saliendo y entrando de mi vagina, de mi coño, tirándole del pelo suavemente le iba atrayendo hacia mi, su lengua dejaba un rastro tras de sí al irme lamiendo el cuerpo, rodeando mis pezones sensibles a sus besos, gimiendo y deseando ser follada por aquella polla que ya me daba igual de quien fuera.

Metiendo sus manos por debajo de mi cuerpo me arrastró hacia abajo, hasta tener mi cabeza en la almohada, sintiendo su polla sobre mi vagina y con un beso metiendo su lengua en mi boca buscando la mía, de un empujón me la metió hasta el fondo, el placer que sentí al tenerla tan dentro de mi hizo que le arañara toda la espalda a la vez que le gritaba con su boca sobre la mía, un grito de placer que asusto a mi perro.

Con movimiento ahora más lentos y más suaves me iba metiendo su polla, nuestros músculos se unían y fundían a su paso, llenándome, expandiéndome más en cada penetración y en cada penetración más gemidos, más gritos, más placer, Luis me besaba, se apartaba para mirarme, cada vez que cerraba los ojos, metiendo su lengua en mi boca permanentemente abierta jadeando, gimiendo, su polla entrando y saliendo de mi, teniéndome casi inmóvil por el éxtasis, por el placer que estaba sintiendo.

Luis empezaba a gemir, empezaba a follarme cada vez más rápido, metiéndola más al fondo y yo empezaba a sentirla tan dentro, deslizándose tan suavemente al estar tan mojada que no tarde en mojarla más, un tremendo orgasmo me hizo temblar las piernas unos segundos, Luis seguía metiéndola y cuando me veía gritar descontrolada, temblando, me la dejaba bien metida y luego seguía hasta que nuevamente volvía a temblar, sentí entonces como se empezaba a correr, sacándola de golpe y con un tremendo gemido para terminar de correrse en mi vello sin antes dejarme un buen chorro de su semen dentro de mi.

Su polla se paseaba por mi tripa, soltando pequeñas gotas de su semen, pintando mi cuerpo como un pincel venido a menos, nos besábamos como si de ello dependiera nuestra vida y me preguntaba una y otra vez que si me había gustado, a lo que le respondía riéndome que había merecido la pena.

Me incorporé buscando su polla envuelta por mis flujo y por su semen, pasándole la lengua lo empecé a saborear, metiéndomelo en la boca, sintiendo como iba creciendo dentro de mi, subiendo y bajando por todo su tronco lamiendo y limpiándolo, su sabor a mi a ambos y un par de minutos más tarde mi hermano me cogía de la tripa me ponía como a las perritas a cuatro patas y volvía a meter su polla en mi coño mientras me decía.

-Sabes hermanita, tú eres a la sexta putita que follo, mi sexto coñito.

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