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Tiempo de lectura: 5 minutos

Hacía un par de meses que el matrimonio se lo había montado con aquella morbosa camarera. Nunca habían vuelto a sacar el tema, ni siquiera una leve reseña alguna de las veces que lo habían vuelto a hacer ellos solos. Aunque no lo nombrasen, entre ellos se había abierto una puerta que, ahora, era difícil de cerrar.

Aquel viernes noche, estuvieron cenando en un elegante restaurante del centro. La botella de Rioja con que regaron aquella comida se había acumulado al par de cervezas mientras esperaban su mesa y había sido el preámbulo de los gin tónics con que continuaron en aquel bar de copas de moda. Los efectos del alcohol se dejaban notar en Tere más que en Mario.

Metidos en el taxi de vuelta a casa, la mujer comenzó a comerle el cuello a su marido sin ningún reparo en el conductor, un chico más joven que ellos que hacía el turno de noche para sacarse un dinerillo de cara a sus estudios.

Poco a poco, la cosa en el asiento trasero se fue calentando, al punto que el escote del vestido de Tere cedió y uno de sus pechos se escapó quedando expuesto a la indiscreta mirada del joven conductor. La mujer se acarició antes de volver a introducirla mientras guiñaba un ojo al voyeur. Mario, entregado a la voluntad de su mujer, sonrió ante el gesto de ésta.

Ella, en un estado de gran excitación, se colocó de rodillas en el asiento al tiempo que desabotonaba la camisa de su marido y recorría con su boca su pecho. Éste le apretaba una nalga sobre el vestido antes de introducir su mano bajo la prenda y alcanzar la entrepierna. La mujer dio un pequeño grito y el taxista suspiraba mientras trataba de no perder detalle con fugaces miradas al espejo retrovisor.

Tere, ahora con el vestido subido hasta su cadera dejaba ver sus nalgas blancas, comentó algo al oído de su marido antes de volver a sentarse junto a él mirando directamente al taxista por el espejo:

-Estás seguras que quieres eso… -le preguntó Mario a su mujer.

Ella simplemente asintió con la cabeza antes de cerrar sus ojos, morderse el labio inferior y llevarse la mano a su sexo para acariciarlo con delicadeza.

-Perdona –Mario llamó la atención del joven taxista –, ¿te gustaría ganarte un dinero extra?

-Claro joder.

En un estado de semiembriaguez, Mario comentó al taxista lo que su mujer le había pedido:

-Como verás, estamos cachondísimos. Mi mujer más que yo, como ya has comprobado. Necesitamos echar un polvo cuanto antes y queremos hacerlo en el taxi. Nos podrías llevar a algún sitio escondido. Te pagaremos lo que nos pidas y por adelantado… –dijo esto sacando un par de billetes de cincuenta euros.

El taxista, que había parado el coche junto a la acera de una de las calles céntricas de la ciudad, quedó perplejo:

-Vamos a ver, son las cuatro de la mañana, me quedan al menos cuatro carreras más esta noche. La fantasía sexual les va a salir por 100 pavos.

-De acuerdo. –Aceptó Mario tendiéndole los dos billetes.

El chico se reincorporó al tráfico y el matrimonio volvió a su excitación. La mujer envolvía de nuevo el cuello de su marido con los brazos mientras le besaba. Mario mordía el busto de ella hasta conseguir que sus maravillosas tetas volvieran a salir a la vista.

El taxi se movió rápido por un par de calles antes de salir a un descampado cercano al estadio fútbol donde un día a la semana se asentaba el mercadillo pero que a esa hora era ocupado por otros coches con los cristales empañados.

Una vez llegaron, el conductor apagó el motor de su Skoda, sintonizó una cadena de música acorde con el momento y se giró hacia atrás para indicar que él les esperaría fuera:

-Quiero que se quede. –Tere sorprendió a los dos hombres con su exigencia.

Mario se quedó mirándola fijamente antes de mirar al taxista que permanecía con los ojos muy abiertos ante la propuesta:

-Sí. Quiero que se quede y nos vea follar pero no puede intervenir. Sólo voyeur.

Mario volvió a dirigirse al joven:

-Pues ya has oído chaval, si te apetece te puedes quedar…

Con el joven aun perplejo con la situación la mujer tomó la iniciativa. Se quitó el vestido quedando completamente desnuda ante su marido y aquel desconocido. Solamente portaba unas medias negras que se sujetaban a la parte alta de sus muslos por un ligero de encajes.

Luego se acomodó para buscar la entrepierna de su marido y liberar su polla totalmente erecta. Mario se acomodó en el asiente trasero de aquel taxi y se dispuso a disfrutar de las finas manos de su mujer. Teresa comenzó un movimiento de arriba abajo sobre el miembro de su marido quien suspiraba de placer. La mujer se deleitaba con la situación. Tenía a su marido a su merced, masturbándolo, completamente desnuda ante un joven desconocido al que doblaba la edad.

Comenzó a notar que se humedecía, se pasó la lengua por los labios antes de agachar su cabeza y comenzar a practicarle una magnífica felación. Mario, entregado a la ardiente boca de su mujer le marcaba el ritmo con las manos en la cabeza mientras veía al taxista tocarse incapaz de soportar la situación.

Con la voz de Marvin Gay entonado Let´s get In On, los dos amantes se comían a besos mientras comenzaban a desnudarse ante la atenta mirada de aquel desconocido taxista que les estaba cobrando 100 euros por dejarles el taxi para cumplir la fantasía sexual de Tere.

El chico se acomodó en su asiento y se dispuso a disfrutar del espectáculo que le brindaban aquella pareja de pasajeros desconocidos. Ante él la mujer yacía ahora desnuda en el asiento trasero mientras su marido le practicaba un cunnilingus en su coño cubierto de rizos negros. Los gritos incontrolados de aquella madura anunciaban que estaba a punto de llegar a un espectacular orgasmo.

El joven taxista se había sacado la polla y se masturbaba lentamente ante aquella imagen sacada de una película porno. ¿Quién le iba a decir que acabaría excitándose de esa manera en el trabajo una noche de sábado cuando todos sus amigos estaban de juerga?

La corrida de la mujer acabó en un espectacular skirting que terminó por mancharlo todo:

-Joder cabrón, qué comida de coño me has dado.

-¿Te pone muy perra que nos vean?

-Uf, saca lo peor de mi.

Mario se sentó en el centro del asiento trasero y colocó a su mujer encima de él dándole la espalda. La penetró sin esfuerzo dado lo lubricado que tenía la vagina recién corrida. Tere echó su cuerpo hacia atrás y giró la cabeza buscando la cabeza de su marido que la besó. Con su espalda arqueada, le ofrecía al joven taxista una maravillosa visión de su cuerpo desnudo.

Sus tetas de un buen tamaño desafiaban a la gravedad. Sus pezones erectos apuntaban hacia el techo en medio de unas grandes aureolas de color marrón claro muy apetecibles. Su abdomen, definido por horas de gimnasio, precedían a un monte de Venus cubierto por una espesa mata de rizos negros, que se abrían al paso del pene erecto de Mario. Las manos de éste se agarraban al cuerpo de su mujer subiéndolo y bajándolo sobre su poderoso miembro.

Ella comenzó a gemir cuando incorporó su cuerpo apoyándose entre los asientos traseros. El joven taxista estuvo tentado a meter las manos y agarrarle las tetas pero en vez de eso aceleró el movimiento masturbatorios sobre su polla.

Mario alargó una de sus manos para pellizcar uno de los pezones de su mujer que miraba lasciva la paja que se hacía el desconocido conductor. El hombre bufaba con cada pollazo que dirigía al coño de su mujer. Le dio un nalgazo antes de introducirle un dedo en el ano, cosa que Teresa hizo saber al taxista:

-Joder, me está metiendo un dedo en el culo.

Ella comenzó a mover un dedo de su mano derecha sobre su palpitante clítoris, sintiendo como la poderosa polla de su marido percutía casi en el cuello de su útero y su ano se abría al paso del dedo de él.

Con un grito, Mario se corrió abundantemente en el coño de su mujer. Ella hizo lo propio, acelerando el dedo sobre su pipa, cuando se sintió inundada por el semen caliente de su marido. Pero terminó de cumplir su fantasía cuando el taxista, excitado de manera incontrolada, se corrió frente a ella manchando con su lefa sus tetas y su preciosa cara de madura viciosa.

Después de unos minutos de necesario relax, cigarro incluido, el matrimonio se comenzó a vestir. Aunque Tere no se limpió los restos de la corrida del taxista. El semen de aquel desconocido corría por su cara y sus tetas.

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