Como cada mañana nos levantábamos y luego de desayunar nos preparábamos para irnos a la playa, mientras tomábamos el desayuno, mi padre y Marcos preparando el auto; mientras que “Mena” y mi madre “Xochi” (la diosa Quetzal) preparaban los bártulos de playa. Mingo (el amante oficial de mi madre y por muchos años, aunque no el único) en zunga blanca y musculosa no dejaba de mirar a su hembra, insinuándole gestos que ella respondía bajando la cabeza y ruborizándose. No falto mucho para que él con la excusa de la heladera rozara su prominente bulto sobre el short negro de que traía mi madre sobre la tanga que dejaba asomar sus hilos sobre la cintura, haciéndola más pervertida. Ella sintió esa pija y suavemente —tratando de ser discreta— curvó su cintura y empujó su cola hacia esa sensación, mientras levantando la cabeza y al verme entrar en la cocina, me clavó la mirada, —yo me hice el distraído—.
Buen día Richard, ¿qué tal, dormiste bien?
Respondí con otros buenos días y le regalé una sonrisa, me acerqué le di un beso en la mejilla y dejé que mi mano, aún más mis uñas se deslizaran por su espalda, no podía resistir empezar a gozarla de algún modo; ellos (mi madre y su amante) estaban jugando sus deseos delante de quienes no advertían esos antojos. Mingo me miro y como la noche anterior (que ya contaré) me guiño un ojo. Mi madre descubrió esa complicidad del incesto y de sus placeres entre su amante y su hijo, —ruborizándose y sonriendo bajó la cabeza y siguió en sus quehaceres.
Mamá se volvió a su cuarto para cambiarse y alistarse para ir a la playa, era evidente que se había dado cuenta que yo ya sospechaba o que furtivo había presenciado de sus placeres, porque se quedó mirándome sonrojada, mientras iba desabrochando su camisa, la que llevaba anuda a la cintura, descalza y con su short negro que eran lujuria para mis ojos.
—Perdón, le dije, cuando me sumergí en su cuarto y la descubrí desnuda.
Mi madre era una deidad solo cubierta con la tanga de su traje de baño color naranja, con tiras que subían y atravesaban su cuello, dejando sus senos al aire; sus pezones eran el centro desde el cual giraban las aureolas rozadas y suaves ante mis ojos, el universo de esos senos perfectos y ya pervertidos en el ardor del sexo sucio e infiel, eran el morbo de mi placer.
—Veo en tu mirada que te gusta lo que acabas de descubrir. —Dijo mi madre, girando y mostrándome también su cola firme, trabajada en el gimnasio y cabalgada la noche anterior.
—Va a ser un secreto entre nosotros. Ok?
Se veía fantástica. Sus pechos eran grandes y los vi rebotar mientras se calzaba ese traje de baño. —Demasiado erótico para estas playas—, le dije.
Con casi cuarenta años, su cuerpo era una escultura delineando sus curvas, sus caderas de infarto, tenía un vientre plano y tonificado, una maravillosa cola que bajaba como dos peras desde su cintura hacia sus piernas, como si hubieran sido talladas por el mismo libidinoso dios Eros. Me quedaría todo un día admirando su cuerpo, cada vez que camina hipnotiza por las playas, cuando lleva jeans aún más se esculpen sus formas, su cola y su vulva se cincelan sobre la tela y se resaltan si lleva botas de caña alta; y debajo de todo ello su ropa interior que no deja de provocar intenciones lascivas, mi mente me golpea con pensamientos eróticos, —pero no siento remordimiento—, todo eso es ella, aunque Laura “Xochi”, mi diosa, la diosa del placer siga siendo mi madre.
No pude evitar que mi pija se pusiera dura al mirarla. Ella descubrió mi erección y tomándose su tiempo comenzó a frotarse con crema hidratante, sus manos se deslizaban sobre su cuerpo, asegurándose de extender la crema sobre cada centímetro de su piel, indicando hacia donde debía llevar mi mirada, hasta que luego de pasar por sus piernas, subió con sus dedos por la marca que se dibujó cuando ella apretó entre sus labios vaginales la tanga, llevando hasta la locura mi imaginación. No pude evitar gemir y ella se detuvo y se volvió hacia mí:
—Ya llegará tu tiempo, por ahora disfruta. —Me dijo, mientras me acarició las mejillas y me besó tiernamente. No resistí y acabé bajo mi short de baño.
Salimos del cuarto; “Mena” la miró con complicidad de duda al ver que yo venía detrás de ella y mamá con gesto de sin importancia, le sonrió y nadie se dio cuenta de todo lo que había pasado y de la complicidad que nacía ese día, hasta hoy, algunos años después.
Llegamos a la playa, instalados y corriendo por la arena y las olas; mamá y “Mena” siempre se apartaban hacia el borde de la costa, como exponiendo sus figuras al sol, a las aguas del mar y a los dichos que provocaban, algunos generosos otros bien sucios, pero estos últimos eran los que incitaban ellas y buscaban para sus universos paralelos.
—Richard. Me llamó mamá, mientras yo jugaba a las paletas con mi hermano. Le pasé mi raqueta a papá y fui tras ellas que comenzaban a caminar alejándose de nuestra carpa y perdiéndose entre las gentes.
Me acerqué a ellas y en un principio me daba vergüenza el traje de baño que lleva mi madre, ya que insinuaba por demás y hasta dejaba escapar a propósito sus lolas por los costados de los finos breteles, mientras su cola era ardor puro expuesto al sol; pero poco a poco fui acostumbrándome a las miradas que la lujuriaban y que lejos de enfadarse o avergonzarse, mi madre correspondía con una sonrisa al igual que “Mena”, pero menos entregada que mi madre, y que la divertía e incluso —diría yo—también la excitaba sexualmente. A veces, me rezagaba un poco con la excusa de recoger algún caracol o piedrecilla de la orilla, y la miraba desde lejos viendo como provocaban, lo que me excitaba aún más. De vez en cuando se agachaban a recoger también conchas, y yo me encontraba en estado próximo al éxtasis, ya que las tangas desaparecían entre sus cachetes y parecía ir sin ellas, pero, cada tanto metía sus dedos entre sus nalgas y se arreglaba la braguita.
Pero no era lo único que le sucedía, ya que, al agacharse, cuando yo estaba frente a ella, no perdía detalle de sus tetas, que pugnaban por salir del pequeño sostén que eran simplemente dos tiras que nacían desde la tanga misma, dibujando siempre sus pezones bajo la tela mojada por el sudor, cuando más de una vez una de sus lolas se atrevía a escaparse ante la mirada morbosa de hombres y de mujeres con los que nos cruzábamos por esas playas.
Morboso yo, no le advertía sus deslices, no por vergüenza sino por el placer que sentía al ver cómo todos disfrutaba viendo el erotismo de mi madre, la escultura de su cuerpo, su pelo negro y sus ojos verdes, más allá de la lujuria de su boca. No solamente influía el buen físico que tenía, el bikini tan pequeño que llevaba, sino también mis hormonas estaban en plena efervescencia, de forma que solamente pensara en ella, masturbándome prácticamente todos los días, incluso varias veces al día, después de empezar a compartir sus secretos.
Cuando emprendimos el camino de regreso hacia nuestra carpa, aún todos seguían jugando; mi padre leyendo el diario, Marcos (el esposo de “Mena”) tomando sol y yo guardando en silencio todo lo que había escuchado entre ambas; la confesión de mi madre a su fiel amiga, revelando que no solo había tenido el mejor sexo de su vida con Mingo, alcanzando cientos de orgasmos esa madrugada, sino que hacía tiempo que se había enamorado del rubio, musculoso y muy bien dotado; “Mena” abrió los ojos, la miró y le dijo —ahí lo tenés, ahí viene.
—Hacete la descompuesta, le dijo mamá a “Mena”.
—¿Qué…?
—Hacete la descompuesta, como que tragaste agua de mar y te tengo que llevar a la casa, haceme caso.
Así fue, como “Mena” llegó tosiendo y escupiendo, fingiendo malestar, cuando Mingo la tomó del brazo y mamá le dijo —llevémosla a tomar algo a casa, tragó agua de mar—. Los tres se alejaban de la playa mientras nosotros nos quedábamos allí, mi padre y Marcos sin sospechar nada se quedaron en la playa. Yo sabiendo que era un juego de mi madre… por lo que, saliendo a caminar, me dirigí entre los médanos hacia la casa, siguiendo de lejos la 4×4 de Mingo; mi madre iba pegada a su lado, “Mena” del lado del acompañante. Por el baboseo que se dieron ahí mismo, ya era evidente la relación de amantes y de pareja que duró más de diez años, aunque también infieles entre ellos.
—No te alejes tanto, me gritó mi padre.
—No, no, voy hasta el muelle y regreso.
La casa no estaba muy lejos de la playa, apenas unos quinientos metros que recorrí a pie, dándoles tiempo a llegar a ellos y dejar que el clima se adecuara a lo que, por supuesto no solo era mi sospecha, sino el fin de la excusa de mi madre en complicidad con “Mena”. Al llegar vi que “Mena” estaba regando el jardín del frente (haciendo la guardia), la 4×4 de Mingo a un costado del garaje, me permitió ingresar por su costado hacia el fondo de la casa y acercarme al dormitorio del cual provenían murmullos y risas cómplices de los amantes.
Mi madre, seguía con su tanga de traje de baño y con una camisa anudada a su cintura, entreabierta dejando ver sus lolas y una vez más sus pezones en relieve delatando el morbo de su excitación. Mingo recostado a su lado acariciaba su bulto, cada vez más alargado bajo la zunga negra, que mi madre comenzó a acariciar con su mano, mientras se reían, recordaban aventuras escondidas, compartidas y como las escondían del cornudo de mi padre.
—¿Te gusta nena?, hace tiempo que deseaba que fueras mi hembra, que seas mi puta y casada con tu cornudo.
—Me volvés loca Mingo, no sé qué adrenalina me excitas, pero quiero que me cojas.
—Mi puta, te voy a coger, chúpame la pija, mojala bien porque te va a doler hasta el útero; hoy te perforo y los cuernos le van a doler también a tu marido.
Descubriendo su pene era tan grande que parecía un brazo, mi madre se arrodillo en la cama delante de él y su boca comenzó a devorarlo hasta un poco menos de la mitad de ese tronco, sus flujos, sus jugos chorreaban sin cesar entremezclados con la saliva.
Mi madre se desató la camisa y comenzaron a pajearse: los dedos de Mingo corriéndole la tanguita se perdieron en la concha de mi madre, mientras ella se saboreaba con su boca y con sus manos sobre una pija cada vez más rígida; Mingo lamiendo sus dedos y volviendo a meterlos suavemente, le rosaban el ano, que estaba también súper excitado, aunque nadie aún se lo había penetrado profundamente.
—Puta… te quiero coger ese culo, por favor putita…
—Hmmm no sé, tenés la pija como un tubo (…) —Le dijo, muy caliente, mientras le chupaba y mordía los huevos más grandes que había visto yo, tan cargados de leche.
—Bueno, pero voy a acabarte, no puedo más.
Tenía las pelotas demasiado hinchadas y su miembro erecto iba de su boca hacia los pezones de mi madre hacia uno y hacia otro. Ella seguía acariciando sus testículos y le pajeaba la pija con lengüetazos, apenas inclinándolo y haciéndolo más rígido en su boca.
—Si, acabá, dame tu leche caliente y babosa, lubricá mis pezones que explotan, mirá lo que son tus bolas, no das más mi potro. Suspiro mi madre.
Mingo se echó hacia atrás curvando su físico y su glande comenzó a escupir chorros de semen que ella con su mano uso para dibujar círculos entre sus pezones. Mi madre comenzó a masturbarse, su clítoris se tensó entre sus dedos que separaban sus labios vaginales, mientras su boca buscaba aquellos restos de semen que fregó sobre sus labios cerrados.
—Chupala, mamala, limpiame la pija hasta la última gota, tragate toda mi poronga pensando en el cornudo de tu marido. Me calienta hacerte cada vez más atorranta, más guasa y vas a ser muy cortesana para mí delante de todos, ¿entendés “Xochi”, entendés putita? (Le decía mientras le sostenía en pelo con fuerza, para besarla con un morbo extremo).
—¿Me vas a coger potro, o me vas a dejar así de caliente?, sodomizame, soy tu perra erótica y en celo.
—Ponete en cuatro, separa tus piernas y abrí con tus manos ese culo.
Ella obedece y la pija dura y puntiaguda va forzando el esfínter de mi madre, solo la penetra un poco, apenas le deja sentir el glande, ella espera y siente el ardor, goza de la dilatación con los restos de semen cual leve lubricación; pero Mingo solo se la deja sentir, no la deja morir adentro, sale y la penetra, la cabalga en su concha salvajemente mientras ella cae rendida de cabeza sobre la cama en un orgasmo larguísimo, sus ojos se ponen blancos, sus uñas rasgan las sábanas, la pija de Mingo escapa, y aún erecta golpetea y se derrama otra vez en semen sobre los labios sucios de esa vulva enrojecida.
Descubro que en la puerta del dormitorio “Mena” se masturbaba sobre su tanga húmeda, se cruzan las miradas compinches con mi madre, yo acabo del otro lado de la ventana y regreso a la playa, mi padre se pasa las manos por sus cabellos, acaso sintiendo sus crecientes cuernos de esposo y yo guardando en silencio la complicidad, el morbo y el incesto con mi madre.