—¿Qué ha visto Susana en ese tío? No tiene oficio ni beneficio. Sólo hay que ver su aspecto. Es un perroflauta, por el amor de Dios. Además, es cuatro años mayor que ella. No me gusta, —aseveró Manuel.
—No tiene que gustarte a ti, sino a ella. Es su novio, te guste o no, —sentenció Raquel.
—No lo quiero en mi casa.
—Pues lo vas a tener, quieras o no.
—No me gusta para ella. Es un andrajoso.
—A ti no te gusta nadie para ella. Si por ti fuera, la ingresarías en un convento.
Carlos se presentaba como el nuevo novio de Susana, y como era de esperar, viniendo de una familia con tendencias conservadoras, él no cumplía los requisitos que se le presuponían al cortejador de su hija. Carlos tenía veinticuatro años e intentaba labrarse un porvenir como guitarrista de un grupo los fines de semana en un pub, si bien, para Manuel su forma de ganarse la vida era síntoma de holgazanería. Raquel, aunque compartiera la preocupación de su esposo, entendía mejor los entresijos de los sentimientos. Aun cuando el semblante de su yerno era un tanto desaliñado, no por ello significaba que fuese un mal chaval, y aunque le costase verlo como posible candidato, podía llegar a entender que la apariencia no era motivo suficiente para determinar si era apto o no para su hija.
—No sé cómo no te da asco el pelo ese que lleva. En esas rastas debe anidar una fauna de lo más variopinta.
—¡Déjalo ya papá. Es mi novio, te pongas como te pongas.
—Al menos dile que se corte las rastas.
—Se las cortará porque lo digas tú, ¿no?
—Pues que busque un trabajo, —dijo a falta de argumentos.
—Ya tiene un trabajo. Es músico.
—Ese tío no te conviene, Susana. ¡Hazme caso! —insistió Manuel.
—Eso lo decidiré yo, ¿no te parece?
—Tú eres demasiado joven para entender ciertas cosas, Susana. No sé qué has visto en ese tío. No lo entiendo.
—No quieras saberlo tampoco, —declaró desafiándolo en un tono más elevado—, y se llama Carlos.
—No te atrevas a hablarme así, —replicó en un tono adusto, y Susana abandonó la habitación dando un portazo.
—Eres un energúmeno. Tienes que andarte con más tiento, —le anunció Raquel señalándolo con el dedo. Inmediatamente fue a la habitación para respaldar a su hija, en vista de que Manuel parecía no entender sus sentimientos.
—¿Estás bien hija? —preguntó cerrando la puerta para no sufrir interrupciones mientras la consolaba.
—Papá es un retrógrado. ¿Qué pretende? ¿Que salga con un médico? Es músico. ¿Qué hay de malo en ello?
—No es su profesión, es su semblante lo que le inquieta.
—Pues no va a ponerse corbata para satisfacerle, eso está claro.
—Lo sé. No te preocupes. Ya se le pasará. No tendrá más remedio que claudicar.
Pese a que Raquel intentaba ejercer el papel de madre comprensiva y tolerante, a ella también le echaba hacia atrás la estampa que el joven mostraba sin complejos. Carlos no pretendía ofender a nadie, sino que para él su forma de vestir era la habitual. Era su forma de ser y tenía claro que no iba a cambiar su personalidad por culpa de unos suegros intolerantes y tradicionalistas. Era evidente que a Raquel también le turbaba el aspecto desaliñado y las escasas perspectivas de futuro de su yerno, pero tenía que ofrecer una actitud más condescendiente con él, y sobre todo, más comprensiva con su hija, aunque le resultase ofensiva su indumentaria, viniendo como venía de una familia de la alta alcurnia. Ver a aquel zarrapastroso al lado de su hija completamente pulcra, maquillada y sofisticada era demasiado contraste para su posición. Sin embargo, no le quedaba otra que aceptarlo y confiar que más pronto que tarde, Susana se cansara de él.
Pese a detectar que Carlos no era bienvenido en casa de sus suegros, no fue impedimento para que Susana y él fuesen consolidándose como pareja, al margen de lo que pudiesen opinar sus suegros, y en pocos meses se quedaba a dormir alguna noche en casa. Por contra, Manuel estaba en completo desacuerdo con esa decisión y cada vez que eso ocurría tenía que hacer de tripas corazón, con lo cual, se iba pronto a dormir para no tener que ver ni oír nada que le resultara ofensivo. Todavía no se resignaba a dar por perdida esa batalla con su hija, pero si no quería perderla a ella también, de momento tenía transigir y tragarse al harapiento de su novio.
Raquel se retiró antes y se fue a dormir para dejar a la pareja a solas. En la habitación, su esposo ya dormía profundamente y ella cogió un libro como solía hacer todas las noches hasta que el sueño la venciera, pero esa noche no había manera de que la somnolencia acudiera en su busca y siguió con su lectura durante una hora, hasta que oyó a la pareja acostarse y, ante el silencio reinante, se empezaron a escuchar algunas risas y murmullos que pronto fueron reemplazados por los jadeos. Los jóvenes intentaban ser discretos, pero Raquel estaba tan desvelada que lo escuchaba todo como si hubiese altavoces amplificando el sonido. Sabía que estaban echando un polvo y ante el sonoro recital que le estaba regalando la pareja, Raquel empezó a excitarse, y sin darse cuenta se encontró con sus dedos paseándose por su húmeda raja.
Los gemidos de su hija evidenciaban su entusiasmo e intentó ponerse en su lugar, obviando el semblante zarrapastroso de su novio. Se lo imaginó encima de ella completamente desnudo y follándola conforme se lo estaba haciendo a su hija en esos momentos, mientras sus rastas caían sobre su cara. Pudo escuchar como Susana recibía el orgasmo entre resuellos de gozo, siendo eso el detonante para que su madre alcanzara el clímax con la ayuda de sus dedos.
Seguidamente se escucharon murmullos y algunas risitas, y Raquel se puso una bata semitransparente para ir al baño a lavarse. En el momento que regresaba, salió Carlos de la habitación completamente desnudo pensando que sus suegros dormían plácidamente, pero se encontró con su suegra en el pasillo. Raquel se quedó en shock y sin saber qué hacer, al igual que él. Sin pretender ser indiscreta ni impertinente, pero sin poder evitarlo, permaneció absorta durante unos segundos contemplando su desnudez. Se demostró que detrás de aquella apariencia desaliñada se escondía un joven tremendamente atractivo con un físico fibroso del que colgaba un rabo a media molla de tamaño mayúsculo. Al igual que ella, su yerno también se quedó boquiabierto contemplando las delicias del cuerpo de su suegra a través de la tela. Cuando se recompuso del sobresalto, el joven pidió perdón por su osadía y fue directo al baño. Fue entonces cuando Raquel se dio cuenta de que ya podía cerrar la boca. Rápidamente se metió en la habitación, cerró la puerta y volvió a acostarse sin poder conciliar el sueño.
Ahora ya podía entender las motivaciones de su hija. A pesar del reciente orgasmo y del agua refrescante, su coño volvió a arder y a su cuerpo retornó la agitación de momentos antes, sin embargo, ahora podía visualizar cada detalle del garañón que se la estaba follando en su fantasía. Sus dedos no tuvieron que esforzarse mucho, pues en breves minutos, el clímax la sacudió imaginándose poseída por su yerno con aquella polla que parecía haberla hechizado. Tuvo que ahogar un grito y mitigar varios gemidos, mientras su cuerpo se retorcía en la cama, intentando no despertar a su esposo.
A partir de ese momento ya no contempló a su yerno como un andrajoso, sino que ahora siempre estaba el componente sexual en sus miradas y en sus reflexiones. El hecho de que fuese un perroflauta se había desvanecido y después de aquel encuentro fortuito, cada vez que lo veía intentaba vislumbrar lo que escondía debajo de sus harapos. Del mismo modo, Carlos había visto a su suegra en paños menores y reconoció su enorme atractivo y el morbo que despertaba en él. También detectó que ella no era de piedra y que entre ambos se había establecido cierta química durante esos breves segundos en los que se quedaron en shock. En ese intervalo, el examen anatómico que se dedicaron el uno al otro expresó más que cualquier palabra. En los días sucesivos, las furtivas miradas entre ambos se fueron trasformando en complicidad sin ninguno de ellos haber mencionado nada de lo ocurrido.
Cada vez que Carlos iba por casa, Manuel seguía tan huraño como era habitual en él, en cambio, Raquel era cada vez más solícita y amable, y eso era un hecho irrefutable para Carlos.
Raquel, pese a que estaba en los inicios de la menopausia, seguía siendo una mujer atractiva para cualquier hombre y de cualquier edad. Ella siempre cuidó su aspecto y quiso sacarse el máximo partido para verse estupenda y por ello intentaba cuidarse caminando todos los días ocho kilómetros en la cinta estática. En cambio, su marido era todo lo contrario. Nunca se preocupó de su físico, y mucho menos de su alimentación, y la prueba evidente saltaba a la vista al observar a uno y a otro.
El hecho de incorporar a Carlos en sus fantasías se hizo algo habitual, de manera que cuando Raquel se masturbaba o disfrutaba del sexo con su esposo, era su yerno quien se la follaba cada vez de forma más salvaje, conforme sus deseos iban acrecentándose.
Lo mismo ocurría con las fantasías de Carlos en las que era a su suegra la que recibía su leche, aunque estuviese haciéndolo son Susana, de modo que sin ellos saberlo, sus cuerpos se enardecían en presencia del otro, pero también en su ausencia.
El siguiente día que Carlos se quedó a dormir, los hechos se desarrollaron prácticamente del mismo modo. Manuel se escabulló después de la cena hacia su habitación. Al cabo de un rato lo hizo Raquel para dejarlos solos, y un poco más tarde les tocó el turno a la pareja. Raquel permaneció atenta a los murmullos y cuando estos se hicieron evidentes, se acarició sabiendo que su hija estaba recibiendo su ración de polla. Se preguntó en quién estaría pensando él en esos momentos y cuál sería su fantasía. Quiso pensar que estaban en sintonía, y mientras escuchaba los resoplidos y el leve sonsonete de la cama, Raquel paseó su dedo por su humedad, agradeciendo que su marido empezaba a respirar fuerte. Cogió el vibrador que utilizaba para emergencias (de su escondite) y se lo introdujo imaginando a su yerno penetrándola. Lo sacó un instante de su gruta y lo abrazó con la boca saboreando su propio caldo, después lo volvió a hundir en su sexo, iniciando un movimiento más ligero. Oyó que su hija suspiraba y deseó ocupar su lugar, ser ella quien sintiese el peso del rastas encima, pero tuvo que conformarse con su dedo retorciendo su clítoris junto al juguete que entraba y salía de su cavidad. En cualquier caso, fue un placentero orgasmo, aunque, tras la tempestad acudió la calma a recordarle su desvergüenza. Raquel guardó el dildo en la mesita, se puso el pijama y permaneció unos minutos reflexionando sobre sus incipientes apetitos, y le preocupó seriamente su actitud. Pensaba que si se le hubiese planteado la oportunidad, posiblemente no habría dudado, y eso rayaba en la perversión y en la indecencia.
Ahora, calmada su efervescencia, veía las cosas con más cordura y estaba resentida por sus degenerados pensamientos, si bien, sus razonamientos e inquietudes se desvanecieron cuando la somnolencia la atrapó, arrastrándola a un profundo y merecido sueño, que empezó con la placidez y el sosiego y continuó con la agitación y el delirio. Tanto fue así que Manuel tuvo que despertarla en dos ocasiones durante la noche antes de marcharse a trabajar. Nunca la había visto tan agitada durante la noche e imaginó que estaba sufriendo alguna pesadilla de las que se prolongan durante todo el sueño, y cuando sintió el beso de despedida de su marido en los labios, exhaló un suspiro, por consiguiente Manuel reconsideró lo de las pesadillas, pero ya eran las seis y media y tenía que marcharse a trabajar.
Raquel retomó el hilo de su sueño erótico en el que pasaba sus labios por la polla de su yerno. Podía hasta olerla. Su lengua salió en busca del glande que se frotaba contra su cara y lo repasó con movimientos circulares hasta que su boca se abrió acogiendo la barra de carne que se adentraba en su boca. Un sonoro gemido rasgó el silencio. Raquel se sintió en la gloria. Notaba como la estaba penetrando y retorcía su cuerpo en busca del placer, al mismo tiempo, la polla se adentraba una y otra vez en su boca. Las sensaciones eran tan reales que estaba siendo el mejor sueño de su vida hasta que abrió los ojos y comprobó que el supuesto sueño no era tal. En algún momento dejó de serlo y pasó a ser real. Entonces Raquel tomó conciencia de lo que estaba pasando. Tenía la polla del rastas intentando follarle la boca, sin embargo, el placer que el dedo le daba trabajándole el coño le impidió protestar. Pero todavía permanecían piezas del puzle sin encajar. Se sacó la polla de la boca para ladearse y ver qué había pasado con su marido. Comprobó que estaba amaneciendo y empezó a procesar la información. Eran las seis y media de la mañana y su esposo ya se había ido a trabajar, momento que aprovechó el intrépido de su yerno para aprovecharse de su sueño e infiltrase en él, mientras Susana dormía plácidamente ajena a lo que estaba pasando en la habitación de enfrente.
Su cabeza era un polvorín procesando información. Ratificó que los deseos eran compartidos y desde aquella noche los apetitos de los dos habían sido los mismos.
Unos sonoros pollazos en la cara la terminaron de apuntalar a la realidad. Una realidad que todavía seguía pareciendo un sueño, sin embargo, el gusto que le daba el dedo que se movía en su raja era muy real. Ya no había vuelta atrás. Era lo que había deseado durante las últimas semanas. Se puso bizca contemplando en la penumbra el pollón que cruzaba su cara y lo cogió con la mano, deslizándola arriba y abajo para cerciorarse de que ya había abandonado el sueño. Carlos volvió a metérsela en la boca y cualquiera hubiese dicho que intentaba sacársela por la nuca. Raquel tosió, e incluso tuvo una arcada sabiendo que era imposible albergar más de la mitad de aquel puntal en su boca y volvió a sacársela.
—¿No es esto lo que deseabas Raquel? —le dijo cruzándole la cara con su polla.
—¡Menuda tranca! —exclamó mientras la contemplaba.
—Quiero follarte. No he pensado en otra cosa durante semanas.
—Está mi hija durmiendo. Puede oírnos, —dijo sin convencimiento.
—¡Dime que no lo deseas y me iré!
Raquel agradeció que su hija tenía el sueño profundo y que si no la despertaban podía estar en la cama hasta las once de la mañana.
—¡No te vayas! ¡Fóllame! —rogó delirante de deseo.
Carlos le arrancó el pijama, desnudándola por completo y se extasió de su desnudez. Unas tetas redondas caían hacia los lados y su yerno las cogió apretándolas con furor. Después le pellizcó los pezones hasta hacerle daño, retorciéndoselos como si fuese a darle cuerda. A continuación le abrió las piernas y la claridad de los primeros rayos de luz le permitió contemplar un magnifico coño perfectamente acicalado que estaba pidiendo a gritos que se la metiera, y sin más preámbulos, su polla se adentró sin paradas, resbalando hasta tocar fondo. Raquel no pudo ahogar aquel primer alarido de placer y temió despertar a Susana, pero el gozo disipó sus miedos y sus manos se aferraron a las nalgas que empujaban con violentos golpes de cadera. Con cada sacudida, Raquel exhaló un gemido mitigado con el fin de no despertar a su hija y esas rastas que tanto odiaba su marido, ahora le caían por la cara, entretanto su dueño le pegaba la follada de su vida.
—¿Ahora ya te gustan mis rastas? —le preguntó en plena efervescencia.
—Me gusta más tu polla, —exclamó encendida, —¡Dámela toda que me corro!
—Menuda zorra estás hecha.
Raquel gritó de gusto cuando el clímax golpeó con contundencia su sexo. Su yerno le tapó la boca para ahogar sus gemidos, ya que, por muy profundamente que pudiera dormir Susana, el ímpetu de su madre bien podía despertarla.
Raquel no tuvo tiempo de recomponerse. Su yerno estaba como un toro en celo y no dudó en darle la vuelta, le levantó el culo e inmediatamente notó como tiraba de sus caderas hacia atrás y volvió sentir el pollón martilleando en su interior con contundentes golpes de riñón.
El placer regresó con renovadas fuerzas y las caderas de Raquel iniciaron unos movimientos circulares queriendo acaparar y sentir toda la verga en cada recoveco. Un sonoro cachete en su nalga derecha incrementó el morbo y otra palmada más potente lo acrecentó aún más.
—¡Así! ¡Dame fuerte! ¡Fóllame! —pidió.
—¿Qué ha pasado con la mamá tradicionalista? —preguntó desatado, sin parar de arremeter en su coño, pero sabiendo que tenía el control.
Raquel no supo qué contestar, aunque en esos momentos le importaba bien poco su elocuencia y lo que él le dijera, mientras no dejara de embestirle.
—Eres una yegua en celo. ¡Mueve tu culo, zorra! —dijo, mientras con una rasta le fustigaba la nalga como si se tratara de un látigo.
Lejos de molestarle aquel lenguaje soez y ultrajante, lograba con él ponerla más caliente, y estaba en condiciones de abrazar un segundo clímax cuando un dedo se precipitó dentro de su ano para empezar a follárselo al mismo tiempo que la polla le reventaba el coño, de tal modo que Raquel tuvo que morder la almohada para sofocar sus gritos de placer, mientras otro orgasmo espoleaba su sexo con espasmos que arrastraron a su yerno a soltar su carga en su interior, entre gritos que no podía exteriorizar y que se transformaban en muecas y expresiones de placer.
Carlos se quedó un breve instante recostado encima de Raquel, al mismo tiempo que ella notaba como la polla iba perdiendo rigidez, de tal modo que su coño la escupió con un sonoro plof.
—¿Has gozado? —le preguntó su yerno.
—Mucho, —tuvo que admitir.
—¿Lo estabas deseando tanto como yo?
—Desde el primer día.
—¿Ahora ya te gustan mis rastas?
—Sí, sobre todo cuando me fustigas con ellas.
—Ese argumento no creo que convenza a tu marido.
—Que se joda. Tampoco le parecerá bien que me des tu polla.
—Tu hija también la quiere.
—Podemos compartirla.
—No sé si ella estará de acuerdo.
—No estamos de acuerdo en muchas cosas. Ahora vete no vaya a ser que se despierte.
—Hace un momento no querías que me fuera.
—Las cosas cambian.
—Volveré, y la próxima te la meteré por el culo.