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La noche lluviosa con la tía Gloria (Parte 1)
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Tiempo de lectura: 8 minutos

Abrí los ojos. Por unos segundos se me había olvidado dónde me encontraba. Escuché el canto de varios pajaritos. Vi tenuemente la claridad de la luz matutina reflejarse en el cielo raso inmaculado. No, esta no era mi casa, ni mi alcoba. Entonces de golpe recordé lo que me había sucedido. Mire hacia mi lado derecho de la cama doble y advertí que el cuerpo de mi tía Gloria no estaba. ¿Despertó ya?, me pregunté.

Me levanté a tientas, inseguro, sin saber a ciencia cierta que decir, como mirar, como reaccionar ante semejante evento sucedido. Sentía miedo, vergüenza, o tal vez un poco de las dos cosas. Fui entonces consciente de las tremendas ganas de orinar que tenía. Abrí la puerta y salí al pasillo iluminado por la luz que penetraba implacable por la ventana del patio. Intenté abrir la puerta del baño, pero estaba bloqueada.

– Espera, no me demoro – Era la voz nítida de mi tía Gloria. A los pocos segundos ella salió del baño con su rostro fresco de haber recién tomado una ducha.

– Buenos días

– Buenos días tía.

Apenas si tuve el coraje para mirarle su rostro. Estaba seria pero con aspecto reposado y tranquilo, como si nada hubiera sucedido. Entré al baño. Fue entonces cuando pude ver bien la única prenda de vestir que yo llevaba puesta. Era un short de algodón, color blanco con líneas horizontales de color lila que me quedaba ancho. No se ajustaba bien a mi cuerpo por supuesto. Estaba diseñado para un cuerpo femenino. Reí conmigo mismo. Saqué mi pene y un olor intenso a sexo manido brotó con fuerza. Descargué mi líquido retenido mientras observaba la intimidad de ese baño. Había calzones femeninos recién lavados colgados en una alambrada improvisada a manera de cortina en la ventanita angosta y alta, y una cortina plástica que cubría la zona de la ducha. Me lavé la cara, enjuagué mi boca con crema dental para disipar el mal aliento y miré mis ojos aún adormilados en el espejo. Salí de ese ambiente húmedo.

Mi tía me llamó a la mesa. Había preparado café y también había dispuesto un plato con unos panecillos rellenos de queso. Ella se había puesto una bata larga y ancha de tela opaca que apenas si dejaba un poco al descubierto el escote por el que se asomaban el inicio de sus senos gordos y caídos. Me senté y le agradecí el desayuno sin saber bien cómo abordar una conversación o cómo reaccionar. Me sentí incómodo, cohibido. Respiré profundo a esperar que ella dijera algo.

– Tu ropa ya te la puedes poner. Le puse un ventilador dedicado toda la noche y ya parece que se secó bastante, incluso el calzoncillo parece estar bastante seco. Menos mal que paró de llover.

– Gracias tía. No sabe cuánto le agradezco toda esta hospitalidad, sino, me hubiese tocado esperar toda la noche bajo la lluvia hasta las cinco de la mañana a que se despachara el primer autobús.

Ella iba a decir algo, pero sonó tu teléfono. No supe bien con quien tuvo que conversar un domingo relativamente temprano, pero parecía no poder postergar esa llamada, que fue prolongada. Ella se fue al patio mojado a seguir la conversación con aire contrariado. Me dio tiempo de desayunar un par de panecillos, irme a la alcoba, ponerme mi ropa ya bastante seca y salir a la salita pulcra nuevamente. Mi tía aún conversaba en el patio. Me asomé y le hice seña de que yo iba a partir porque el autobús de las diez de la mañana no demoraba en pasar por la esquina. Ella sin dejar de conversar, hizo una pausa breve con su interlocutor, se acercó, me dio un beso en la mejilla y me dijo que me llamaba más tarde, que le dejara mi número anotado en un papelito encima de la mesa de comedor. Lo hice y me marché.

Tomé el autobús. Mirando por la ventanilla el paisaje ruinoso del viejo pueblo, no podía creerme todo lo que me había sucedido. El autobús dejó el paisaje del pueblo y se adentró en una espesa zona rural de fincas verdosas. Me estaba quedando dormido cuando sonó mi teléfono. Aparecía en la pantalla un número que no identificaba y que por tanto yo aún no tenía en mis contactos, pero seguramente debía ser mi tía.

-Aló!

-Soy yo, tu tía Gloria. Sé que tenemos una conversación pendiente. ¿No sé si puedes ahora? – su voz suave sonaba decidida y segura.

– Si tía, claro – dije sin tener ni idea de cómo abordar el tema.

– Mira, lo que pasó anoche, pasó y eso no puede ya borrarse. A lo hecho, pecho. No sé cómo te sientas, pero quiero que sepas que de mi parte, no me siento cómoda a pesar de lo rico que la pasé. Esto no estuvo bien y no puede suceder otra vez. Fue mi culpa y por eso quiero que te sientas tranquilo – Tenía ese tono de voz de mujer que tiene sus cosas claras.

– Si tía. Discúlpame también a mí por todo.

– Tranquilo. No tienes la culpa. Yo fui quien te ofrecí mi cama al fin de cuentas. Solo te pido que esto por favor se quede entre tú y yo.

– Si tía. Soy discreto. No me gustan los rollos.

– Mira, debo colgarte ahora. Podemos hablar más tarde si deseas o puedes llamarme por si quieres decirme algo, ¿ok?

– Ok tía.

El olor del día húmedo venido de los campos que pasaban por la ventanita del autobús, me invadió. Me sentí tranquilo ciertamente al escuchar las palabras de mi tía Gloria, pero en el fondo de mi corazón, yo quería que lo sucedido se repitiera una y otra vez. Aún mi cuerpo guardaba la sensación de su piel cálida y desnuda de la noche lluviosa anterior.

Recordé con regocijo inevitable durante esos cuarenta y cinco minutos que faltaban de viaje hasta llegar a la ciudad todo con lujo de detalles. Me era imposible no pensar en la osadía sexual más tremendamente morbosa y estimulante que hasta ese entonces había vivido. Pensé en lo que puede una mujer llegar a hacer cuando se encuentra desinhibida por el alcohol. Yo fui su presa feliz de esa noche. Todo se prestó para que eso sucediera: una mujer sola y separada, no tan bonita, tomada por los tragos, que se halla inesperadamente a solas en su casa en una noche lluviosa con un hombre joven y dispuesto. Las cartas estaban jugadas. Era poco probable que no pasaran cosas. Aunque fueran prohibidas.

Recreaba en mi mente ese instante en el que ella estaba desnuda, sentada encima de mí con sus piernas gruesas explayadas a lado y lado de mis caderas en su cama crujiente. Ella cantando, sonriendo, gimiendo y a la vez meneando sus caderas hacia delante y hacia atrás restregando mi pene en su rajita caliente. Tenía entonces una actitud relajada, muy distinta de esa mujer que pocos minutos antes me habló por teléfono.

Y todo empezó al ofrecerme ella no solo entrar a su aposento para que yo no me quedara a la intemperie bajo la lluvia, sino que me ofreció una toalla y un short que ella usaba para estar en casa. Era la única prenda medianamente masculina que había en esa casa que ella podía ofrecerme. Me la puse, ella estalló en risas al verme y después le pareció sexy eso de ver a un hombre con una prenda así mal acomodada y de color rosado. Yo me sumé a sus risas hasta que ella exclamó que debía ser interesante y cómico ver mi palo endurecido y abultado bajo su prenda. El comentario me sorprendió y me hasta me pareció subido de tono, pero igual de manera natural yo le seguí el hilo.

– Ja ja tía no sé cómo se vería eso. Tendría que poner porno para ver si se me pone dura ja ja ja – respondí más por seguir en su onda cómica.

– No, ¿y para que porno si estoy yo?, ¿no te parece?

– Ah caramba, verdad je je – dije inocentemente pensando que todo era broma, pero estaba bien equivocado.

Ella, aún empapada de lluvia se despojó sin atisbo de vergüenza de su ropa mojada. Deshizo el botón y bajó la bragueta de su blue-jean ajustado a sus piernas gruesas y se despojó de su franela amarilla. Dos sendos senos carnosos tapados por un sujetador negro de talla amplia saltaron a mi vista. Yo quedé helado.

Se bajó el pantalón y quedó en su calzón oscuro de encajes. Su abdomen gordito caía un tanto y tapaba parte de la costura superior de su prenda íntima. Su piel blanca era lisa y se veía muy suave para ser ella una mujer iniciada ya en su cuarta década. La miré atónito. Ni me lo creía.

– ¿Querías porno?, bueno tu tía te da porno.

No podía yo hilvanar palabra alguna mirando su cuerpo de carnosidades abundantes delante de mí. Era todo excitante. Mi tía es una mujer loca o bien estaba más borracha de lo que parecía, pensé.

Echó sus dos manos hacía detrás para deshacer el bretel de su sujetador y en un par de segundos un par de tetas blancas de aureolas ovaladas y oscuras saltaron de manera grotesca. Cada seno se acomodó caído y de lado por la ley de gravedad. Mi tía era más tetona de lo que parecía con la blusa puesta. Ella seguía risueña y mi morbo se disparó inevitablemente bajo la luz de ese cuartito chico y desorganizado. Ella tomó una toalla y comenzó a secar su pelo y su cuerpo diciendo que allí estaba la porno que yo quería.

Mi verga fue cobrando volumen. Se fue levantando hacia el horizonte creando un bulto en la telita rosada del short de mi tía muy a pesar de lo algo cohibido que yo me sentía. Ella atónita miraba el proceso de erección con felicidad. Para ella era como una conquista que debió honrarla. Su desnudez a medias había provocado en un hombre mucho más joven que ella una erección inminente. Su reacción estaba entre la risa, el encanto y el morbo.

– Uao que bulto. Me gusta cómo se te ve, ja ja, ay, qué mala soy. Que gracioso esto – se decía para sí misma.

Yo no decía nada. Atrapado entre la broma y el morbo de ver sus tetas gordas caídas.

– Te gustan mis melones, ¡morboso!, hombre tenía que ser, ja ja – se las agarraba y acariciaba hasta juntar sus dos pezones – Bueno, ya está bueno de porno. Vamos a dormir. No tengo cama ni otro cuarto, así que te va tocar aguantarte a esta tía loca por esta noche. Buscó una tanga limpia y seca de tono claro en su gaveta y en segundos se quitó la que tenía puesta ya húmeda por la lluvia y se colocó la seca, lo hizo delante de mis ojos de medio lado. No pude verle bien ni su chocha ni su culo aunque de ganas me moría.

Se giró hacia mí ya con su prenda puesta. Me miró el bulto. Rio otra vez diciendo que le encantaba eso de calentar a los hombres y vérselos así abultados. Apenas si pude estudiar con morbo lo sexy de su nueva tanga blanca en su cintura. Apagó la luz y se metió a la cama.

– Ven, duerme, que ya son casi las tres de la madrugada. Esta bueno ya de joda por hoy. Reía y cantaba aún.

Yo no acababa aún de entender ese gesto tan loco e inesperado. No sabía bien si mi tía me estaba invitando a tener sexo o simplemente a dormir. Entonces, ¿para qué todo ese espectáculo de sus senos y verme el pito pintado en su short femenino?, ¿solo querría eso?, ¿divertirse y satisfacer su fetiche visual de calentar a un hombre? No encontraba respuestas. Después de todo no la conocía bien, ni ella tampoco a mí. Éramos poco más que un par de desconocidos. Ella es una de las hermanas menores de mi papá o más bien medio-hermana de mi papá, hija de mi abuelo con su segunda mujer. No creció cercana a mi papá por ende tampoco a mí. Gloria era esa tía relativamente joven que yo había visto pocas veces en mi vida. Prácticamente en funerales de tío-abuelos o en alguna fiesta casual de algún primo o familiar. De ella yo solo sabía que se había separado de su ex marido no hacía mucho, que siempre tuvo problemas de fertilidad y que era una mujer que le gustaba la fiesta y la cerveza.

Me metí entonces lleno de interrogantes en la cama a oscuras a pesar de que la luz de una lámpara pública penetraba por las rendijas de la ventana mal cubierta por la cortina. Ella me dio una sábana. Me arropé. Ella ya lo estaba. Le dije buenas noches. Ella respondió sin parar de reírse con su voz de mujer medio borracha. Se giró a medio lado dándome la espalda y hubo silencio.

Intentaba dormir, pero era difícil calmar la avalancha de preguntas y emociones. Mi tía respiraba fuerte y afuera la lluvia suave y constante golpeaba el tejado. No sabía bien qué hacer, pero todo indicaba que la fiesta había culminado. Yo estaba excitado e incómodo a la vez. Me puse boca arriba como hago siempre para dormir, metí mis manos debajo de mi prenda y comencé a acariciarme despacio mi miembro y mis testículos más por relajarme que por masturbarme a pesar de las imágenes morbosas e impactantes de los senos de mi tía que aún estaban fijas en mi mente.

Varios minutos pasaron, mi erección había bajado un poco de intensidad a pesar de que con mis dedos yo tentaba la cabeza de mi verga. La sensación era apacible, suave. No tenía ganas de masturbarme la verdad. Solo acariciarme hasta que el sueño me venciera.

Pensé por un momento lo azarosa que es la vida. Como después de una fiesta patronal de pueblo con amigos y sin proponérmelo, terminé acostado semidesnudo con una mujer madura en su propia cama. ¡Caramba!, ni si me lo hubiera propuesto. Se suponía que debí haber tomado el autobús que pasaba a las dos de la madrugada por la carretera principal, pero decidí resguardarme de la lluvia en el zaguán de la esquina sin tener ni idea que justo a dos casas de allí vivía mi tía Gloria. Ella venida también de la fiesta me divisó y por pura amabilidad de su parte, me invitó a pasar a su casita.

– ¿Estas dormido? – la voz de mi tía retumbó como venida de ultratumba rompiendo el silencio en medio de la oscuridad y haciéndome alejar mi mano de mi sexo como si me hubieran pillado.

– No tía. Aún no – respondí con expectativa y algo de susto.

– ¿Sabes?

– ¿Qué tía?

– Estoy caliente, pero no de fiebre, sino de lo otro je je.

– ¿Ah sí? – no sabía bien que decir. No quería dar un paso en falso y quedar como un atrevido o perverso.

– Hace rato que no me montan – me resultó gracioso ese término de animal de granja.

– ¿Je je y eso porque tía?

– Ah pues, soy una mujer sola, ya lo ves. También tengo mis necesidades.

Joder, mandé todo al carajo. Ella no paraba de hacer y decir cosas atrevidas y yo actuando como un pendejo tirándomelas de respetuoso y moralista. Me la quería coger allí enseguida y ella también quería eso. Me lancé entonces al vacío. Todo o nada.

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