Recuerdos.
“Bueno pues ya tenemos cerrado el alojamiento de Andorra”
Pablo se había empeñado en que durante el puente de diciembre tenían que hacer una escapada y llevaba una semana organizándolo todo. Saldrían de viaje el miércoles siete y volverían el domingo once. Irían los tres, Pablo, Eva y ella en el Golf IV rojo de Pablo.
Éste estaba siendo un año muy ajetreado. Desde final de año cuando lo había dejado con su marido después de quince años había pasado una primera etapa muy mala. La pena la ahogaba, no tenía ganas de nada. Sus grandes apoyos habían sido Pablo, su maquillador y sobre todo Eva, su directora de informativos y mejor amiga. Pero a partir del verano, cuando se fue de vacaciones cambió el chip. Había pasado casi un año desde la ruptura y empezaba a encontrarse mejor. Se había soltado la melena y se había propuesto disfrutar a lo grande de lo que más le gustaba el sexo. Iba a poner en práctica ese dicho de que tanto le recordaba Eva “una mancha de mora con otra se quita”.
Durante el verano había disfrutado de unas experiencias increíbles. El sexo prohibido y anónimo con aquel joven socorrista del que no conocía ni el nombre. El sexo sin compromisos ni ataduras con Carlos el camarero del hotel y su majestuosa verga. O la nueva experiencia del sexo anal con Santi. Todo hasta ese momento habían sido experiencias formidables. Pero después había tenido otras… cuando menos raras. Y es que “…hay cada cosa por ahí…” le decía Eva siempre. En su casa mientras preparaba el pequeño equipaje que se llevaría de viaje recordó alguna de éstas. Esos polvos con esos tipos a los que, pasados unos años, se referiría con ese eufemismo tan femenino de “…la noche que me dio…” insinuando lo pesado que se había puesto el personaje pero que la mujer en cuestión había aguantado sin tirárselo. Una mentira de cara a su imagen exterior pero que en su interior aún se preguntaba como pudo suceder.
Tras el informativo especial que la cadena ofrecía con motivo del día 12 de Octubre, todo el equipo, incluido también el de la emisora de radio del grupo, había quedado para salir a cenar y por su puesto acabar de fiesta, aquellos que aguantaran, claro. Como siempre, esto se había convertido en una oportunidad de “caza” para ella y su inseparable amiga Eva. Ésta llevaba tiempo hablándole de Héctor, el conductor del programa matinal de radio. Desde su incorporación al programa nacional habían subido mucho el número de oyentes, entre otras cosas gracias al carisma del locutor y su impresionante voz grave. Venía de hacer la programación local en Albacete donde la emisora tenía unos números buenísimos y Héctor era todo un personaje. Desde su llegada a la capital su atractivo entre las féminas era conocido. Sin ser muy guapo sí tenía es plus morboso que aporta la popularidad. No era muy alto aunque sí se mantenía en forma. Tenía el pelo negro y algo moldeado y en su cara algo angulosa destacaban unos ojos negros.
Después de la cena, solo quedaron los elegidos para la gloria, que continuaron la fiesta en Joy Eslava. Con varias copas Héctor y sus amigos andaban rondando a los dos pibones de la tele. Ambas iban espectacularmente vestidas de negro con generosos escotes que hicieron las delicias de algunos durante la cena. Dentro de la discoteca el éxito fue aún mayor. Al son de On the floor, las dos amigas bailaron con Héctor y otros chicos de su equipo.
Tras varias horas de acoso y derribo, Eva la convenció para que se fuese con locutor y pasase un buen rato. Ella no estaba muy convencida, en el fondo el tipo no le hacía mucha gracia, pero aceptó. A fin de cuentas no tendría nada que perder.
Salieron de la discoteca y fueron a buscar el coche de él. Cuando llegaron a la zona de aparcamiento el hombre accionó el mando a distancia y los intermitentes delataron lo que sospechaba. El periodista había llegado alto y con su nuevo sueldo necesitaba algo que lo demostrase. Tenía un 328 negro. El coche con el que, posiblemente, soñaba su padre. Para ella este coche representaba la falta de originalidad de personajes que buscan aparentar exclusividad y solo consiguen pertenecer al rebaño de borregos de nuevos ricos. “La primera en la frente” pensó.
Después de callejear a cierta velocidad, conduciendo como un veinteañero que quiere impresionar a su “chorva”, llegaron a un bloque de apartamentos donde metió el coche en el aparcamiento subterráneo. Tomaron el ascensor y Héctor marcó el número cinco e inmediatamente se abalanzó sobre ella para comerle la boca y el escote. La mujer se dejó llevar por la situación alabando la entrega del hombre.
Entraron en el piso y a través de un recibidor pasaron a un salón de forma irregular. Ella se sentó en un gran y confortable sofá frente a la tele. Héctor se quitó la chaqueta y se desabrochó el cinturón. Puso algo de música y se sentó junto a la periodista. Ésta le comenzó a besar y empezó a desabotonar la camisa mientras él se dejaba hacer bastante relajado.
Ella se arrodilló en el suelo ante el locutor y fue bajando el pantalón con esa cara de lasciva que se le ponía a medida que se excitaba. Se colocó entre sus piernas, bajó su bóxer… y se llevó una sorpresa. La tenía muy pequeña. Esto le produjo una decepción que disimuló bastante bien. Fue metiéndosela en la boca y comenzó a mamarla con dedicación, empleando todas sus dotes de felatriz, pero por más que chupaba aquello no crecía. Así, que esto requería, lo que se entiende como una faena de aliño. Mamadita rápida, polvo, orgasmo fingido, cigarrito y para casa. Mientras el hombre seguía con los ojos cerrado disfrutando de su boca, la mujer comenzó a subir para cabalgarlo. Se la metió sin esfuerzo alguno. Notaba como su vagina pedía más pero el órgano de Héctor no daba la talla. Tras un par de minutos de cabalgada ella empezó a gemir y gritar como una gata haciendo que él no pudiera aguantarse más y se corriera. La periodista cayó sobre él simulando el éxtasis de un orgasmo escandaloso y demoledor, lo que sin duda lleno de orgullo y satisfacción a Héctor.
De camino a casa y con la excusa del cansancio, la mujer permaneció en silencio y haciendo como que dormía, mientras pensaba la pérdida de tiempo que había supuesto todo esto. Cuando llegaron al portal de su casa se despidieron fríamente. Para el locutor esta noche había sido un éxito rotundo y se reflejaba en su cara. Para la presentadora había sido la constatación de que sabía fingir muy bien y también se le reflejaba en la cara.
Mientras decidía que pantalones se llevaría a Andorra recordó que ésta no había sido su única relación rara. El lunes 31 de octubre, aprovechando que el día siguiente era festivo y no trabajaban, las dos amigas, decidieron salir a tomar unas cervezas y unas tapas a su bar de cabecera. La Luna, en el barrio de Malasaña. El lugar era muy de sus gustos. Así que siempre acababan allí después de días de trabajo estresante. Eva había quedado allí con Jorge un ayudante de dirección y un colega de éste, Luismi, al que le había echado el ojo hacía meses y deseaba probar suerte.
Al poco de pedir la primera ronda de cervezas aparecieron los dos chicos. Luismi era un tipo de mediana estatura, pelo castaño con los ojos claros. Era bastante guapo y según Eva se tenía que mover muy bien en la cama. Aunque tenía pareja, pero Eva sabía que de vez en cuando salía con su colega y no desaprovechaba ninguna oportunidad. En cuanto a Jorge, era un poco más alto que su amigo y más corpulento. Tenía el cuerpo más trabajado. Rasgos muy angulosos, nariz chata, pelo y ojos negros. Se daba un aire a Bardem con su pinta de malo. En su juventud debió ser un macarra y ahora le quedaba esa pinta de tipo duro, con una experiencia amplísima que controlaba cualquier situación. Su atractivo era innegable. Al llegar a la barra, presentó a Luismi y saludó con besos a cada una de ellas:
-¿Lleváis mucho tiempo esperando? Hemos tenido que buscar aparcamiento y eso que venimos en moto. –Mientras trataba de colocar los dos cascos BMW en un lugar al final de la barra.
-Acabamos de pedir la primera ronda. –Anunció Eva.
Tras unas tapas y varias rondas de cervezas estaban riéndose con las anécdotas y chistes de los dos colegas que parecían haber tenido más de una vida ya que les habían pasado de todo.
Cerca de la media noche ya habían pedido las copas y se había separado por parejas. En una de las visitas al baño y mientras preparaban una raya para cada una, Eva le comentó que la novia de Luismi estaba de viaje y que estaba solo, así que esa noche se lo iba a cepillar:
-¿Qué te parece Jorge? –preguntó ella.
-Está muy bueno. No es nada guapo, pero da mucho morbo. Además tiene fama de follar muy bien.
Una ronda de copas más y Eva anunció que ellos se iban. Le preguntó a Jorge si no le importaba llevar a su amiga luego y éste se mostró encantado. Así, Eva y Luismi se irían en el A3 de ella y la otra pareja se irían en la BMW RT-1200 de Jorge.
Al día siguiente las dos amigas coincidieron en la sala de maquillaje. Ella estaba sentada esperando a que llegase Pablo para maquillarla y Eva estaba a su lado con una cara que delataba la falta de sueño. Tenía ojeras y parecía demacrada:
-Vaya cara, menos mal que no sales a cámara, ¿Cómo te fue? –le preguntó a Eva.
-Alucinante. Yo no sé si fue la coca, el morbo que me daba o qué. Pero el tío me hizo gritar como una bestia.
-¿La tenía grande? –preguntó curiosa ella mientras se miraba en el gran espejo que tenía delante.
-No. La tenía normal. Más bien gorda pero era normal. Nada del otro mundo.
Pablo entró corriendo en la sala de maquillaje ante la mirada sorprendida de sus amigas, con la cara roja y los ojos como platos:
-Anda guarra, anoche triunfaste. –Soltó de sopetón dirigiéndose a ella.
-Yo… bueno… ¿por qué? –contestó sorprendida su amiga al tiempo que miraba fijamente a Eva.
-Venga no te hagas la tonta. Estuviste con Jorge, ¿no? –preguntaba acelerado Pablo con cierto tono de reproche por no haberse enterado de primera mano.
Eva presenciaba la escena esperando conocer los detalles:
-Bueno, sí, pero… –Ella no entendía nada.
-Pero nada, si eres el comentario en los pasillos –La contestación de Pablo sorprendió más aún a sus amigas.
-¿Cómo dices? –gritó la presentadora con la cara enrojecida.
-Sí, sí. Parece ser que anoche salisteis de copas y acabasteis tú y Jorge en su casa. Y chica…, te ha puesto por las nubes. Dice que le echaste cinco polvos seguidos y que eres una leona. –Resumió el maquillador el rumor soltando plumas.
La cara de las dos amigas era de asombro total. Eva la miraba con la boca abierta y ella estaba tan perpleja que no podía articular palabra. Tomó un vaso de agua, se volvió a mirar en el gran espejo que tenía ante si. Cerró los ojos durante unos segundos e inspiró fuerte. No se sentía enfadada aunque si defraudada. Jorge había demostrado ser un auténtico fantasma. Sus amigos la miraban fijamente, expectantes y deseosos de conocer su versión:
-¿Queréis saber qué pasó? –dijo con el ceño fruncido y anunciando lo que tenía que ser un auténtico bombazo.
-SIII. –Contestaron al unísono.
-Pues veréis. Cuando ustedes os fuisteis –dijo señalando a Eva –nosotros cogimos los cascos y fuimos a otro garito. La cosa se fue calentando y acabamos en su casa. Nos enrollamos. El tío es feo pero tiene un cuerpazo –volviendo a señalar a Eva. –Al poco de estar mamándosela me mandó parar. Me puse sobre él para cabalgarlo… y no había pasado ni treinta segundos cuando se corrió.
-¿Cómo? –preguntó Eva casi gritando mientras Pablo se llevaba la mano derecha a su boca que permanecía abierta desde el principio del relato.
-Sí –dijo ella mirándole a los ojos de su sorprendida amiga –el tío es eyaculador precoz… Dicho por él.
Pablo y Eva se miraron y explotaron al mismo tiempo en una carcajada a la que se unió ella:
-¿Y qué pasó después? –preguntó intrigado Pablo.
-Bueno, nos tumbamos juntos pero con el punto cortado y lo típico, “esto no me había pasado nunca” “es que llevo varios meses sin hacerlo” –tras unos segundos de silencio –así que cinco polvos seguidos.
-Las fichas del parchís. Comen una y cuentan veinte –comentó Eva.
-Anda hija que vaya puntería que tienes últimamente. Primero el picha-corta y luego Jorge “el rápido”… –apuntó Pablo irónicamente –a partir de ahora es el “Cherif” –añadió soltando pluma de nuevo.
20 de abril del 90.
Los tres amigos habían salido a las siete de la mañana con la intención de llegar a Andorra sobre las dos de la tarde. La primera parte del camino la había hecho Pablo. Se había pasado conduciendo tres horas y media hasta que pararon a desayunar justo antes de entrar en Zaragoza. Para la segunda parte del trayecto fue ella quién se ofreció, cosa que Pablo agradeció. Por el contrario Eva iba en plan “reinona” en el asiento trasero.
Pararon en la estación de servicio El Cisne. Al salir del coche sintieron la diferencia de temperatura entre la calefacción del coche y el frío de la calle. Así que los tres corrieron hacia el interior del restaurante. Les apetecía mucho un buen desayuno. Pidieron zumo de naranja, café con leche y cortado y tostadas con aceite jamón y tomate. Bueno, menos Pablo que se pidió un Cola-Cao con magdalenas. Las dos amigas se rieron e hicieron comentarios jocosos sobre la petición del hombre:
-Así nunca vas a crecer Pablito –comentó Eva pasándole cariñosamente la mano por la espalda.
Efectivamente, Pablo era un tipo bajito, escasamente superaba el metro setenta y muy delgado. Él siempre achacó esto a que “era hiperactivo y quemaba mucha grasa…” Pablo era una persona muy nerviosa y nunca parecía estar quieto y relajado. De no ser por sus entradas, que él intentaba disimular afeitándose a menudo, pasaría por ser un niño. Tenía unos ojos grandes muy expresivos y solía llevar unas gafas graduadas D&G con montura de pasta negra. Aunque tenía varias en distintos colores para cuando salía a ligar. Cosa que solía hacer normalmente solo ya que se movía por ambientes gays y no tenía ganas de dar explicaciones a nadie. En el día a día era una persona muy discreta y reservada. Aunque era consciente que todo el mundo sabía o sospechaba su condición de homosexual él se cuidaba mucho de soltar plumas fuera de su reducido círculo de amistades íntimas. Tan solo cuando se relacionaba con sus amigas se relajaba y dejaba escapar algún ademán delator.
Siempre había tenido claro que a él le gustaban los hombres y en su casa nunca tuvo problemas cuando salió del armario. De jovencito cuando salía de marcha siempre estaba rodeado de “tías buenas” cosa que a él le beneficiaba ya que alrededor de ellas siempre aleteaba algún que otro maromo en condiciones. Aunque no negaba que había disfrutado de algunas relaciones heterosexual muy placentera con tías que estaban muy buenas. Prácticamente solo había estado con hombres desde que llegara a Madrid hacía casi veinte años. Corría la leyenda de que había estado con un futbolista, pero esto nunca se pudo demostrar y él siempre lo había negado.
Tras el reconfortante desayuno volvieron a la carretera. Esta vez Eva había pasado al asiento del copiloto para dejar que Pablo pudiese echar una cabezadita. Ya en marcha decidió que ya estaba bien de oír a Madonna y al no encontrar ningún cd de su agrado en la guantera se puso a buscar alguna emisora de música. Lo primero que encontró el autorradio fue el dial 97.1 que era Cadena Dial. Se oyeron los acordes de la canción de Celtas Cortos “20 de abril del 90” y Eva dio un suspiro que llamó la atención de los otros dos:
-Ah, qué recuerdos me trae esta canción –comentó Eva melancólica.
-Anda hija, cómo a todo el mundo -dijo Pablo tirado en los asientos traseros con los ojos cerrados.
-Bueno, ya. Pero es que yo perdí la virginidad el 21 de abril del 90
-¡COÑO! –Se sorprendió ella.
-Cuenta, niña cuenta. –Pablo muy curioso se incorporó y se colocó entre los dos asientos delanteros.
Eva siendo el centro de atención de sus amigos dio comienzo a su relato:
“De pequeña, vivía con mis padres y mi hermana Inés, dos años mayor que yo en un chalet del Parque del Conde Orgaz. Como podréis imaginar la situación económica era bastante buena. Mis padres eran abogados y trabajaban en un buen bufete. Mi hermana era una auténtica Barbie, rubia, alta, ojos azules, de sobresaliente en todas las asignaturas. Vamos el orgullo de mis padres. Hoy ha evolucionado a la estética de las “puretas” del PP. Casada con su novio de toda la vida y por supuesto el único que tuvo. Juan Luís De Remedal Salguero, El Juanlu. –Eva dijo esto con cierto desprecio hacia su cuñado. –También pepero de manual. En aquella época militante de Nuevas Generaciones. Estatura media, ojos y pelo negro, muy peinado, con su raya a un lado. Siempre con pantalones de pinzas, camisas Burberry´s a cuadros, chalecos Lacoste en una amplia gama de colores y zapatos náuticos.
A grandes rasgos esta era la estampa de una familia acomodada en los años 90. Pero como no hay nada perfecto, allí también estaba yo. Desde la adolescencia ya empecé a dar muestras de que no me gustaba aquel plan de vida. Siempre chocaba con mi hermana. No me caía bien el Juanlu, discutía mucho con mi madre y aunque adoro a mi padre también tuve roces con él. Con dieciséis años mi mejor amiga era Isa otra oveja negra como yo. A esa edad la explosión hormonal nos hacía estar calientes todo el día. Siempre estábamos hablando de sexo y tíos.
Como os he dicho vivíamos en una urbanización de Conde Orgaz. Cada chalet estaba ubicado en una parcela y todas ellas pertenecían a una misma comunidad con piscina y pistas deportivas. Nuestra calle era en cuesta de manera que los chalets estaban a distinto nivel unos de otros. Lo cual no tendría más importancia si no fuera por un pequeño detalle. Desde la segunda planta del chalet superior era visible el chalet inferior.
Hacía dos años que nuestro vecino inferior era Marcos. Un médico de treinta y dos años buenorro. No era muy alto, pelo castaño claro, ojos marrones, imberbe. Era guapo y tenía cara de bueno. A mí siempre me dio mucho morbo. Pensaba que tras esa imagen de yerno perfecto había algo más. Desde que llegó a la urbanización, Marcos se había convertido en el sex symbol. Durante los meses de verano, cuando se abría la piscina todas las maris buscaban poner sus toallas cerca de la suya. Su torso lampiño y sus bien marcados abdominales hacían furor. En aquella época no se llevaba lo metro sexual y los hombres de la urbanización tenían pelo en el pecho y michelines. Al no estilarse tampoco los gimnasios, el cuerpo trabajado del Dr. Marcos Salguero rompía moldes. Lógicamente Isa y yo no éramos inmunes al encanto de mi vecino y estábamos enamoradas de él.
Una tarde las dos estábamos en mi habitación, como siempre oyendo los cuarenta principales y hablando de sexo, aunque nuestras experiencias no pasaban de los morreos y algún que otro rozamiento. De repente, nos dimos cuenta que desde la ventana y aprovechando el desnivel se veía encendida la luz del baño de Marcos. Permanecimos mirando con la esperanza de poder identificar su silueta a través de aquella ventana cerrada. Cuál no sería nuestra sorpresa cuando adivinamos la sombra de Marcos acercándose y abriendo la ventana. De repente pudimos ver como una nube de niebla salía de aquel baño, desalojando el vaho provocado por el agua caliente. Vimos a Marcos desnudo de cintura para arriba. Al girarse y darnos la espalda para dirigirse al espejo pudimos verle entero. Nos quedamos atónitas y babeando cuando vimos aquel culo, para nosotras, perfecto del hombre perfecto. La imagen pasó de inmediato a ser el centro de nuestras fantasías. Una espalda ancha con hombros fuertes y en forma triangular descendía por los dorsales hasta un culo redondo y prieto de atleta coronado por dos pequeños hoyos en la zona lumbar.
Durante los meses siguientes empezamos a controlar sus horarios y sus rutinas. Marcos estaba casado con Mari Carmen hija de unos socios del bufete de mis padres. La mujer era una preciosidad de ojos claros y carita angelical que formaba con él la pareja ideal.
Mari Carmen llevaba un año preparando unas oposiciones a notaria, en un pequeño piso que sus padres tenían en el centro. Salía por la mañana, sobre las ocho y volvía al chalet sobre las diez de la noche. De lunes a viernes. Marcos en cambio trabajaba en un hospital en turnos de ocho horas. Cada semana cambiaba de turno. El de mañana era el bueno, ya que volvía a casa sobre las tres de la tarde, y luego jugaba al tenis o iba al gimnasio y volvía a ducharse a casa sobre las siete de la tarde. Cuando trabajaba de noche no solía hacer ejercicio de día y cuando descansaba por la mañana estábamos en clase.
Nosotras seguíamos observándole mientras se duchaba y pese a nuestras precauciones para no ser vistas, él se dio cuenta que lo hacíamos. No sabemos en que momento fue pero lo supo. Su comportamiento empezó a ser más exhibicionista, eso sí sin mostrarnos nada más que su exquisito culo. Se recreaba más ante el espejo de espaldas a la ventana que abría justo después de la ducha, tardaba más en salir del baño.
Todo este comportamiento derivó en “una paja mental” mía, por lo qué, sí sabía que yo le miraba y seguía dejándose ver era porque yo le gustaba. Entonces quizá podría tener algo con él. Un día tras mucho meditarlo y plantearme mil dudas, le comenté a Isa que había decidido perder la virginidad. Ella me preguntó muy intrigada que con quién, a lo que yo guardé un evidente silencio:
-Tú estás loca, tía. –Me dijo casi gritando dando por hecho que Marcos era mi elección para el gran momento.
-¿Por qué? –pregunté yo ofendida.
-Porque está casado y no se va a complicar la vida por unas niñatas de dieciocho años. –La contestación me resultó tan lógica como hiriente. Por más que tuviera razón no me convenció y yo seguí madurando un plan de ataque.
Todo se cuadró a la perfección el 21 de abril del 90. Era sábado, mis padres estarían fuera ya que tenían que visitar a un cliente del bufete en La Coruña y aprovecharon para pasar allí el fin de semana. A su vez mi hermana aprovechó para escaparse con el Juanlu a su casa de la sierra. Y por último y más importante, Mari Carmen se examinaba de las oposiciones el domingo veintidós y pasaría toda la noche estudiando en el piso de sus padres. A Isa le dije que no iba a salir, que tenía un poco de fiebre. Isa no me creyó:
-Estás loca tía –me dijo –mañana me cuentas.
Toda ésta “alineación de los astros” permitía a Marcos y a mi estar solos un sábado y de noche. Era ahora o nunca.
Aprovechando la buena temperatura me puse una minifalda azul que me hacía un culito muy mono y una camiseta blanca ceñida que marcaban mis tetas, me solté el pelo y me quedé en mi habitación a esperar a que se duchara. Sin preocuparme en ser vista estuve observándole como lo había hecho en los últimos meses. Antes de que terminara salí corriendo escaleras abajo, me aseguré de coger las llaves de casa y cerré la puerta. En la calle, la urbanización estaba tan solo iluminada por las farolas, seguí corriendo hasta su cancela para que nadie me pudiera ver ya que en esa época muchos vecinos salían a pasear.
Tras pasar la mano por los barrotes abrí el cerrojo y aceleré el paso por el camino de losas negras hasta que llegué justo hasta la puerta de su chalet, donde por unos segundos permanecí parada recuperando el sosiego y recomponiendo mi pelo alborotado. Después de tocar el timbre dos veces seguidas me invadió una especie de angustia ya que ahora no había marcha atrás. Recordaba las palabras de Isa, diciendo que estaba loca y que para él solo éramos unas niñatas. Temí que tuviera razón y mi vecino me tomará por una calientapollas mal criada. Me empecé a ruborizar.
De repente se abrió la puerta y ya no tuve tiempo de plantearme otra cosa que soltar la parrafada en forma de excusa que justificaba mi presencia allí. Pero durante unos segundos esto me resultó imposible y permanecí callada y mirándole.
Ante mí tenía la imagen de Marcos con el pelo mojado y peinado hacia atrás recién afeitado, oliendo a after shave Gillette Sensor y vestido con un albornoz blanco anudado a la cintura. Me miraba fijamente con media sonrisa en la cara y una ceja levantada. Demandándome una explicación o mejor una excusa porque creo que desde que abrió la puerta sabía a lo que yo había ido:
-Qué… eh… si… que como estás solo podíamos… –no acertaba a hilvanar una frase completa.
-Pasa anda –dijo sonriendo y facilitando una situación que por momentos me parecía ridícula.
Pasé a un recibidor cuadrado en el que pude ver un gran espejo desde el techo hasta el suelo, a través de un arco de medio punto accedimos a un salón un poco más amplio que el de mi casa.
Yo seguía a Marcos que andaba descalzo sobre el parqué que cubría todo el suelo. Me invitó a sentarme en un sofá negro de cuero que estaba frente a la televisión. Se disculpó un momento y subió a cambiarse por algo más cómodo. Me quedé sola observando cada rincón de aquella estancia. El salón estaba dominado por un fuego que dado la época del año permanecía apagado. A la derecha y sobre un mueble modular negro una televisión de 55´´. Cuadros abstractos decoraban de manera minimalista todas las paredes blancas en contraste con el mobiliario totalmente negro. Una amplia colección de cintas de video de cine clásico bajo el módulo que soportaba el televisor. Desde mi asiento ladeé la cabeza para leer algunos títulos. Cuando los pasos de mi anfitrión me hizo girar la cabeza para observarle.
Marcos se había cambiado, llevaba unas bermudas de baloncesto John Smith y una camiseta de manga corta negra que le quedaba muy bien sobre su cuerpo musculado:
-Bueno, ¿pedimos algo de cenar? –preguntó él haciendo llevadera la tensión.
-Vale –solo pude contestar yo mientras le observaba moverse con soltura por el salón.
-¿Te apetece pizza? –y cogió el teléfono sin esperar respuesta.
El médico preparó la pequeña mesita auxiliar. Colocó un mantel de tela rojo. De la cocina trajo un paquete de servilletas de papel y unas tijeras para cortar la pizza. Yo estaba inmóvil en el sofá observando los movimientos de él:
-¿De beber? ¿cerveza o refresco? –preguntó Marcos desde el frigorífico.
-No tomo alcohol. Soy joven –me excusé.
Marcos sacó la cabeza por la puerta de la cocina:
-Venga Eva –dijo él con desdén – ¿A quién quieres engañar?
-Bueno cerveza –dije un poco avergonzada por mi mal disimulada mojigatería.
El hombre apareció con un par de botellines de Heineken. Justo antes de sentarse sonó el timbre, era el chico de la pizzería. Tras pagarle, puso la caja sobre la mesa:
-¿Qué tipo de música te gusta?
-Sobretodo española, Hombres G, La Guardia, Radio Futura,… ah y Mecano.
-Bueno no digo que sean malos. Pero pondremos a Queen ¿qué te parece?
-Vale, también me gusta.
La siguiente hora la pasamos hablando y riendo. Después de tres cervezas cada uno, a mí me empezaba a pasar factura:
-Oye, ¿no estarás intentando emborracharme para algo? –pregunté yo con los ojos entornados.
-¿Yo? ¿Para qué iba a hacer tal cosa? –contestó el médico bastante sobrado mientras sostenía un botellín de cerveza con los dedos.
-No sé para aprovecharte de mi o algo.
-Vamos guapa, ¿no te querrás aprovechar tú de mí? –dijo esto con un voz grave y mirada inquisidora.
-¿Yooo? –el alcohol hacía que hablase en un tono más alto del habitual –¿por qué? Porque estás buenísimo. –Dije con una sinceridad delatora.
-Ya sé que tú y tu amiga me espiáis desde tu habitación. Menuda dos estáis hechas.
-¿Te has dado cuenta? –dije algo sorprendida.
-Todavía os falta experiencia a la hora de marcar a vuestra presa sin ser vistas… –comentó Marcos con cierta suficiencia. Encendió un cigarro y tras darle una calada me lo pasó.
-Y qué pasa, ¿qué no te gusta? –pregunté de manera inocente mientras inspiraba fuerte el humo del Chester.
-Sí, sobretodo me gustas tú. Más que tu amiga. –Me dijo al tiempo que me quitaba el cigarro y lo apoyaba en un cenicero cuadrado de alabastro blanco.
Me ruboricé al instante:
-Tú también me gustas –le dije notando como un calor interior se apoderaba de mi cuerpo. Mis pezones se endurecieron y noté como mi clítoris comenzaba a latir.
Los dos nos mirábamos fijamente, Marcos se lanzó a besarme. Lo hacía de maravilla, nada que ver con los besos de los chicos de mi edad. Me acariciaba las piernas sin dejar de besarme. Trataba de abarcarlo con mis brazos. Estábamos totalmente pegados y empecé a notar que el paquete de él crecía en su entrepierna y en la mía la vulva me ardía y latía como no lo había sentido nunca.
El médico me tumbó en el sofá y fue subiendo la mano por mis piernas cada vez más arriba. Al llevar la minifalda me sentía toda expuesta. Con él encima se me hacía imposible zafarme así que decidí entregarme a la situación. Noté las manos de él llegar hasta las bragas que para entonces ya tenían que estar tan mojadas como mi coño. Hizo presión y gemí con los ojos cerrados y embriagadas por el aroma de su colonia. De repente paró, nos incorporamos y Marcos se quitó la camiseta dejando a la vista su musculatura. Era una maravilla.
Yo hice lo mismo y me quité la camiseta quedándome solo con el sujetador. Me daba un poco de vergüenza. Estaba ante un tío bastante mayor que yo, casado y que tenía un cuerpo de escándalo. Y yo con un sujetador blanco “princesa” con una pequeña rosa bordada entre las dos copas que sujetaban dos pechos duros de jovencita recién desarrollada. Me sentía excitadísima pero no sabía bien como actuar y sobretodo temía no saber hacerlo.
Marcos recorrió con besos todo mi cuerpo, desde el cuello hasta mi ombligo para luego morderme los pezones a través de la tela del sujetador. Éstos se me pusieron duros como piedras. Se retorcían sobre sí mismos de manera casi dolorosa. Pasando la mano derecha por detrás de mi espalda me desabrochó el sujetador con un simple movimiento de dedos. Liberando por fin unas tetas que le desafiaban. Me las besó, me las mordió, me las lamió con su ardiente lengua y me las amasó haciéndome llegar casi al orgasmo. Su erección era cada vez mayor. Yo me dejaba hacer, era la primera vez que estaba con un tío en serio. Hasta ese momento lo único que había hecho era algún toqueteo de paquete y algún morreo que otro. Estaba entregada a mi vecino que me doblaba la edad. Tan excitada por la situación que aquel tío podía haber abusado de mi. Haber hecho conmigo lo que hubiese querido.
Marcos se incorporó para quitarme la minifalda azul y me dejó tan solo con unas bragas blancas de algodón que hacían juego con el sujetador y que ahora delataban la raja de mi vagina con una mancha de humedad un poco más oscura. El médico me miraba y sonreía haciéndome sentir deseada. Yo inocentemente me llevé el pulgar de la mano derecha a la boca y lo mordía dándole una imagen de Lolita aún más virginal si cabía. Me bajó las bragas dejando al aire una pequeña mata de rizos negros que cubrían mi monte de Venus aún por desflorar:
-Qué cosa más rica. Eres preciosa Eva. –Decía elevando mi excitación y mi libido.
Yo no podía aguantar más y me incorporé y le besé:
-Tócame Marcos. Necesito que me lo toques. –Le pedí ansiosa al tiempo que tome su mano y la dirigí hacia mi coño.
-Tranquila que te voy a llevar a la gloria. –Él, mucho más experto se tomaba el asunto con calma.
Y efectivamente, Marcos se inclinó sobre mi entrepierna, me abrió las piernas y comenzó una comida que en pocos segundos y debido a mi excitación acabó en un orgasmo. Yo, por vergüenza me tapé la boca con las dos manos para no gritar y trataba de cerrar las piernas aprisionando la cabeza del médico. Pero el placer era inmenso. Era la primera vez que me llevaban al orgasmo. Antes tan solo lo había conseguido con la masturbación yo sola.
Marcos terminó de beberse todos mis jugos antes de bajarse las bermudas y quedarse completamente desnudo ante mí. En lo primero en que me fijé fue en lo grande que la tenía. Por un momento sentí miedo de me hiciera daño con aquello.
Se acercó a mí y se la toqué. La tenía ardiendo. Se le marcaban unas venas azules a lo largo del tronco y su glande era muy grueso con una piel tirante y suave. Rojo, casi violeta. La volví a agarrar con toda la mano. Comencé a subir y bajar la piel. Hacía fuerza en torno a ella. El líquido pre seminal comenzó a salir. Ignorante de mí pensé que se estaba corriendo:
-Tranquila, despacio –me dirigía él –Para, que me pongo un condón.
Con cuidado desenrolló el anillo de plástico a lo largo de su verga. Se colocó entre mis piernas y se dispuso a penetrarme:
-Con cuidado, Marcos, soy virgen todavía y la tienes enorme.
-Lo sé. No te preocupes.
Puso la punta de su polla en la entrada de mi vagina y con cuidado comenzó a empujar. Yo notaba que no me iba a caber y comencé a respirar entrecortada mientras él no paraba. Sentía que los labios no daban más de sí y una presión que se transformaba en dolor:
-Para que me duele mucho. –Me quejaba, un tanto frustrada por no estar a la altura de mi amante.
-Tranquila que sé lo que hago.
Se detuvo un momento y comenzó a besarme. Yo me sentí un poco más relajada, suspiré, cerré los ojos y aguanté un poco más el dolor. Marcos continuó con la penetración. Noté como la entrada de mi coño cedía a la fuerza de aquel trozo de carne y como se deslizaba abriendo mi interior hasta el fondo. Se detuvo unos segundos para luego dar un puntazo fuerte y clavármela más adentro. Mi vecino buenorro, médico, mucho mayor que yo y casado me acababa de desvirgar. Me agarré fuerte a la espalda de mi “ejecutor”.
Durante unos minutos él siguió con un constante bombeo sobre mí que abierta de piernas trataba de agarrarlo entero. Su constante vaivén estaba haciendo que me incrustara contra el asiento del sofá. El dolor inicial se había transformado en una sensación de excitación casi indescriptible. La fricción inicial se había ido reduciendo por el abundante flujo que manaba de mi sexo. Me sentía totalmente llena y húmeda. La fuerza con que me embestía, la manera en la que bufaba Marcos sobre mí, la forma de sudar de su cuerpo. Todo esto me estaba llevando a la gloria como me había dicho. Todo su cuerpo se endureció, le cogí su maravilloso culo que lo tenía duro como una roca y con un tremendo grito se corrió. En ese momento hubiera deseado que no llevase condón para sentir su semen caliente inundando mi vagina y mojando mis rizos negros.
Sobre las doce de la noche salí hacia mi casa con una sonrisa de oreja a oreja que no podía aguantar y que delataba lo que me pasaba.
A la mañana siguiente, al levantarme me dolía el coño y vi con cierta preocupación que tenía manchas de sangre en las bragas, pero no dije nada para no tener que dar explicaciones. La mujer de Marcos aprobó las oposiciones y un par de meses después se trasladaron a vivir a otra ciudad. Nunca dijimos nada ni él ni yo.
Pasaron cinco años, cuando mi padre nos dijo que Marcos y su mujer venían a vernos durante una semana en verano. Se quedaban en su chalet que solo alquilaban los meses de invierno. Habíamos quedado con ellos en una cafetería cercana. Yo por supuesto le iba a poner a prueba. Me compré a propósito una minifalda azul y una camiseta blanca para ese día. Para entonces yo no era la niña que él desvirgó, tenía muchos más kilómetros.
No nos veíamos desde que se fueron a otra ciudad. Los saludos entre todos fueron muy efusivos. Mis padres, mi hermana, mi cuñado todos tenían mucho aprecio a Marcos y ninguno de ellos se imaginaba nada de lo nuestro. Hubiera sido un escándalo.
Entre nosotros la relación fue de tensión sexual. Durante la merienda yo le daba con el pie a su pierna haciendo que se ruborizara. Nos mirábamos, yo a él con deseo, él a mí con cierto temor. Me lo estaba pasando en grande. Y en el fondo a él le gustaba este juego de riesgos.
Intuyendo cuál sería su reacción dije:
-Bueno, yo debo irme. He quedado.
-¿A qué hora has quedado, Eva? –dijo mi padre un poco molesto con mi huida.
-En media hora me viene a buscar Isa.
-¿Y ahora te tengo que llevar? –volvió a decir molesto mi padre.
-No te preocupes que yo te llevo –se ofreció Marcos –tengo que recoger unas cosas de camino.
Según lo que yo tenía previsto, él estaba deseando estar a solas conmigo. Nos montamos en su coche y salimos pitando hacia la urbanización:
-Así, que has quedado, ¿no? –preguntó Marcos insinuando lo inoportuno de mi huida.
-Sí, con mi amiga Isa. ¿Te acuerdas de Isa? –pregunté con ironía.
-Me acuerdo mejor de ti –dijo con media sonrisa –te tendrás que vestir y todo ¿o sales con ese modelito? –Me miró de arriba abajo reconociendo la combinación del vestuario.
-¿Qué pasa? ¿no te gusta? –volvió a salir mi lado más provocativo.
-Me encanta. Igual que me encantó aquella noche –y me miró fija a los ojos.
Paramos junto a su casa. Sin decir palabra yo le seguí. Abrió rápido la cancela y yo detrás. Cruzamos por el pasillo enlosado entre el césped hasta la puerta de la casa. Giró la llave. Entramos. El recibidor cuadrado estaba igual que cinco años antes con el espejo grande desde el techo al suelo. Sin darme tiempo a mirar nada más, Marcos me agarró de la cintura y me acercó hacia él para seguidamente plantarme un beso metiéndome la lengua. Yo le pasé la mano por la nuca apretando contra mí. Estábamos ansiosos de sexo. Me empujó contra la pared metió la mano por debajo de la minifalda y de un tirón me arrancó las bragas. Se metió entre mis piernas y se bajó los pantalones. De un empujón y sin miramientos me la metió. No la recordaba tan gorda y grité:
-Hoy no voy a tener la delicadeza de aquella vez –y volvió a darme muy fuerte.
-Aaahhh, no la necesito. Fóllame bien fuerte, joder.
Marcos seguía empujándome contra la pared. Yo veía nuestra imagen reflejada en el espejo de enfrente. Veía como el maravilloso culo del médico se contraía cada vez que empujaba su cadera hundiendo su tremenda polla en mi coño:
-Aaahhh, sí. Córrete dentro, vamos. –Le animaba yo.
Tras unos minutos de un mete-saca frenético Marcos se corrió dentro y sin condón esta vez:
-Uf… cómo has cambiado, Eva. Cómo has aprendido desde aquella noche. –Alabó mi vecino tras el polvo.
-Si yo te contara… –le contesté insinuando una gran experiencia adquirida desde aquella noche.
En cierto modo me sentí halagada. Recuerdo que la primera vez me comentó que me faltaba aprender a follar, que me quedaba demasiado quieta.
Volví a salir de su casa como la otra vez, sin bragas, con una gran sonrisa en la cara y con otro dolor de coño…