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Ella: El viaje y el calentón
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Tiempo de lectura: 14 minutos

“Bueno pues con estas refrescantes imágenes nos despedimos. Que pasen unas felices vacaciones.”

Así despidió el informativo de mediodía y daba comienzo a sus vacaciones. Las primeras que iba a pasar sola después de quince años casada con Pedro. En ese tiempo habían formado la pareja perfecta a los ojos de todos. Él, un conocido arquitecto y ella, una reputada profesional de la información. Pero a finales de año lo habían dejado. Ahora Pedro estaba saliendo con una compañera de trabajo que estaba como un tren. Ella, en cambio, estaba sola. Es más, llevaba más de un año sin “catar” nada.

La cosa había empezado a torcerse cuando el paso del tiempo había instalado a la pareja en una rutina cómoda. Había desaparecido el ardor pasional a favor del confortable calor de domingos por la tarde en el sofá. Así llegó un momento en que ella se comenzó a aburrir y los planes de vida de cada uno de ellos empezaron a chocar de frente. Mientras ella anhelaba un ritmo de vida algo más rápido, salidas de marcha, viajes improvisados, etc…, él empezaba a buscar algo más rutinario. Se había vuelto más pasivo, más previsible. Ella se sentía joven mientras que él decía aquello que tanto le fastidiaba de “…ya no tenemos edad…”

Todo esto empezó a provocar un distanciamiento entre ambos. Al principio era un leve malestar, luego continúas discusiones donde cada uno exponía bastante claro sus planes para el modelo de vida que quería. Para terminar en un desinterés del uno por el otro que les llevó a una situación inevitable. O más bien llevó a ella a tomar una decisión muy difícil. Porque fue ella quién decidió que ya no más. Se planteó mil veces si había sido una buena solución. Se sentía fatal, le quería y durante unos meses lo pasó realmente mal. Cuando se metía en la cama solo deseaba que al abrir los ojos hubiera pasado el tiempo suficiente para que se terminase aquel dolor. Y es que le costó mucho superar aquel 24 de diciembre en que todo se acabó.

Ahora tenía una reserva en un hotel de un pequeño pueblo del sur antes de zarpar en un crucero por las islas griegas con su amiga Eva. El viaje se le había hecho un poco pesado. Primero un AVE hasta Sevilla y luego un coche de alquiler hasta el hotel. Sobre las ocho y media de la tarde llegó y se instaló. Tenía ganas de un baño relajante, pero lo pensó mejor y optó por una ducha rápida y salir a ver los alrededores y la playa. No tenía ganas de encerrarse en una habitación sino salir a pasear y respirar aire puro. Así lo hizo y a las diez de la noche después de haber cenado algo rápido, estaba paseando por la playa. El olor a mar siempre le evocaba agradables recuerdos de su infancia cuando de la mano de su abuelo paseaba por la Barceloneta mientras oía las historias de las distintas travesías que había hecho éste embarcado en distintos barcos mercantes.

Tras un largo paseo por la magnífica playa de arena fina, con el rumor de las olas rompiendo suavemente en la orilla, se encontraba muy relajada. Se sintió cansada de todo el día y decidió volver. Ante la pequeña puerta de acceso al hotel desde la playa se dio cuenta que no tenía llaves para esa entrada, así que tendría que rodear todo el hotel y entrar por la puerta principal. De repente una voz grave llamó su atención a su espalda:

-Perdone, ¿es usted huésped? ¿Necesita ayuda? –Ella se giró y se quedó por un momento mirando a su interlocutor.

-Sí, me he dejado las llaves en recepción y está cerrada la puerta, ¿es usted huésped también? –dijo por fin la mujer.

-No, yo soy el socorrista de la piscina del hotel.

-¿Si pudieras abrirme? –dijo Ella inocentemente.

-No se preocupe que yo le abro… –dicho esto él le sonrió de manera pícara.

-Gracias. Hasta mañana. -Se despidió la periodista.

Atravesó la zona de la piscina hasta el bar donde los camareros servían copas a algunos clientes. Luego cruzó el hall de entrada en dirección a la recepción donde el empleado había sustituido al compañero que le dio la entrada. Éste le saludó con una amplia sonrisa al reconocerla antes de darle la llave de la habitación. Ella, correspondió al recepcionista con otra sonrisa y se fue a la habitación pensando en la extraña conversación que había mantenido con el joven de la puerta. Se descalzó y se tumbó en la cama boca arriba. Fue entonces cuando se dio cuenta del doble sentido de la frase del socorrista y de ahí su sonrisa. De repente sintió una extraña sensación entre la ofensa por la insolencia del comentario del joven y el halago al sentirse deseada por éste. DESEO, repitió para sí. Los años de convivencia habían diluido el de Pedro hacia Ella sustituyéndose por algo tan dañino como la seguridad y el confort. Hacía mucho que no se sentía deseada.

Ella también sonreía ahora y pensaba desde cuando no “la abrían”. Pensó en las últimas veces con Pedro, cuando ya el sexo entre ellos eran aburridas sesiones programadas, siempre de la misma manera, siempre en el mismo lugar y siempre el mismo día y a la misma hora. Ahora, él tenía nueva pareja y los comienzos siempre son prometedores. Comenzó a imaginar como lo harían. ¿Se la estaría chupando? ¿Le estaría él comiendo las tetas o el coño o el culo? Empezó a excitarse y a tocarse. Se quitó la camiseta y el sujetador para acariciarse las tetas. Las tenía, relativamente grandes, preciosas, duras, con una areola perfectamente redonda y rosada con unos prominentes pezones que se erguían hacia arriba cuando se excitaba. Siempre habían tenido mucho éxito sus tetas, sobretodo en la redacción.

Ahora se pellizcaba los pezones y se los retorcía hasta provocarse un excitante dolor. Se las amasaba como hacía mucho que no lo hacía. Pero necesitaba más, así que se quitó la minifalda y se quedó solo con su tanguita blanco. Se tocó por encima y se notó totalmente húmeda. Metió la mano dentro y tocó su peludo, pero bien triangulado coño. Primero con toda la palma para notar el calor que desprendía su raja. Luego hizo presión y comenzó a subir lentamente la mano introduciéndose levemente su dedo corazón desde el inicio de su vagina hasta tocar su clítoris. Notando el flujo ardiente que manaba de su sexo. Suspiró y sin dejar de amasar sus tetas siguió rozándose aquel botón del coño con pequeños círculos. Empezaba a jadear y su excitación iba en aumento. Su mente empezó a buscar imágenes que le ayudasen a terminar. No lograba poner nada en pie. De repente recordó vagamente al socorrista, pero tampoco le sirvió. Notaba como su coño caliente latía y necesitaba ser penetrado. Miró hacia la televisión y lo tuvo claro. Puso el canal para adultos, se colocó boca arriba con la cabeza apoyada en la almohada y se dispuso a hacerse una paja mientras veía la porno. No tardó en coger el ritmo perdido viendo gritar de placer a la rubia de turno siendo empotrada contra una pared por un negro con una polla descomunal.

Ella dejó sus pezones que ya estaban duros como piedras y se dedicó en exclusiva a su precioso coño. Con una mano se hacía un dedo mientras que con la otra se metía primero uno luego otro y hasta tres dedos en la vagina y empezaba a moverlos en círculos dentro. Estaba a punto de llegar, no dejaba de mover las piernas notando un escalofrío que recorría sus muslos, jadeaba sin parar se mordía el labio inferior. Aunque se le cerraban los ojos del gusto no perdía la visión de la pantalla. Se propuso aguantar tanto como aquella rubia.

Con el cambio de secuencia, Ella también decidió cambiar de ritmo. Ahora en la pantalla la rubia estaba a cuatro patas mientras el negro le reventaba el culo con sus veintiocho centímetros. Los gritos y gestos de dolor de la mujer contrastaban con la cara y gemidos de placer del hombre. En la habitación Ella estaba también a cuatro patas con la cabeza en el colchón y mirando a la tele. Esta secuencia trajo a su memoria su fantasía sexual nunca confesada, la sodomía. Introdujo tres dedos de su mano izquierda en su vagina y la parte más cercana a su muñeca sobre su clítoris, de manera que el roce sobre éste era total. A continuación, ensalivó el dedo corazón de su mano derecha y se lo fue introduciendo en su ano. Al principio gimió de dolor ya que era la primera vez que entraba algo por allí. Viendo como la rubia estaba siendo empalada sin compasión deseó ser ella y que aquel negro con aquella impresionante verga la partiese en dos desgarrándole el ano.

Se metió otro dedo en su ano al tiempo que se estimulaba el clítoris con la otra mano. Comenzó con un continuo movimiento de mete-saca. Ya no pudo más y con un grito que no pudo controlar llegó al orgasmo. Apretó sus piernas en torno a su mano hasta que, faltas de tensión, no pudieron soportar y cayó rendida sobre el colchón. Con los ojos cerrados, sus fluidos manaban de su coño ardiente hasta empapar su mano y las sábanas bajo su cuerpo. En la tele el negro descargaba todo el semen de sus cojones en cara de la rubia que se relamía de gusto. Éste fue el último recuerdo antes de quedarse completamente dormida.

A la mañana siguiente se despertó desubicada. Era su primer día de vacaciones y aún no se había hecho al horario. Recordó la noche anterior. Se olió la mano y se la lamió. Sabía a flujo vaginal y sonrió recordando la buena paja que se había hecho. Pensó que ese podía ser el comienzo de unas bonitas vacaciones Completamente desnuda pasó al baño. Al sentarse en la taza del váter se dio cuenta que su ano también había disfrutado y ahora estaba resacoso. Se miró al espejo y vio que necesitaba broncearse, incluidas sus hermosas tetas. Pasó su mano por su vello púbico y recordó que la rubia de la película estaba toda rasurada. De repente lo tuvo claro, volvió a salir desnuda del baño y saltó al teléfono de la habitación. Tras hablar con la recepción la pasaron con la sala de estética donde pidió cita. Tenía una hora para ducharse desayunar y pasar a depilarse.

A las 10,45 estaba sola en la sala. Le atendió una preciosa chica rubia de ojos azules y labios carnosos. Le pareció que era perfecta e incluso lamentó no ser lesbiana porque le habría entrado. La chica le indicó que se pusiera en la camilla boca arriba y que se quitara la parte inferior del bikini. Primero con unas tijeras le recortó el vello para luego aplicarle cera. Posteriormente le pidió que se diera la vuelta para aplicarle la cera sobre el ano. Transcurridos quince minutos estaba lista, se miró al espejo y se vio el coño totalmente rasurado como el de una actriz porno y se gustó. Le pareció que sus labios eran preciosos, se acarició y estaba suave y realmente deseable. La chica le comentó que lo tenía muy bonito:

-A mi novio le encantan los coños rasurados, pero a mi me gusta mucho más dejarme la tirita rubia sobre los labios. –Comentó de manera inocente la esteticista junto a ella mientras miraban el trabajo en el espejo.

-Yo siempre me he dejado el triángulo, pero he decidido cambiar a ver que tal me va.

-Tienes un cuerpo impresionante seguro que triunfas. –Alabó la chica.

-Gracias guapa.

El calentón:

A media mañana decidió salir a tomar el sol en la piscina. Envuelta en un pareo de colores y cubierta por una pamela cruzó hacia la zona ajardinada donde se encontraba la piscina. En su mano el último libro que le había regalado su amiga Eva, Rencor. Tras un par de vistazos alrededor no vio ninguna hamaca libre y cuando se disponía a tirarse sobre una toalla oyó que una voz lejanamente familiar llamaba su atención:

-Perdone, ¿es usted huésped? ¿necesita ayuda?

Ella intentó recordar aquella voz, aquella conversación y se giró. Quedó muda mirando a aquella persona:

-Perdone. ¿no me recuerda? Anoche, en la entrada de la playa, ¡el socorrista! –trataba de identificarse el chico.

Ella seguía observándolo de arriba abajo. Debía medir sobre 1,90, muy bronceado por tantas horas de sol, corte de pelo muy corto, al uno quizás y moreno. Una cara angulosa de marcados pómulos y hoyuelo en la barbilla. Un pendiente en cada oreja y un piercing en la ceja izquierda. Muy ancho de espaldas y un cuerpo trabajado, pero sin ser el musculado hormonal de gimnasio:

-¿No se acuerda? ¡el socorrista! –volvió a insistir el chico y se quitó las gafas de pera y cristales de espejos Ray-Ban, mostrando unos impresionantes ojos verdes.

-Sí, sí claro… el socorrista. –Por fin acertó a decir ella –perdone me he quedado un poco descolocada.

-¿Le puedo ayudar? –Se ofreció él.

-Bueno sí. Estoy buscando una hamaca reclinable pero no veo ninguna. –Dijo ella mirando alrededor.

-No se preocupe que yo le traigo una.

Mientras el socorrista se alejaba hacia una esquina del jardín donde estaban apilados los asientos, la mujer le miraba por detrás. Vestía un polo blanco que resaltaba aún más su bronceado y un bañador rojo que le marcaba un culo de atleta impresionante. Sus piernas eran grandes y fuertes y las llevaba depiladas. Al llegar justo hasta ella, con la hamaca en vilo, se fijó en que sus brazos eran tan fuertes como sus piernas y no pudo dejar de mirarle sus bien marcados bíceps. Él se dio cuenta que había sido escrutado totalmente y sonrió:

-¿Te ayudo? Eso debe pesar mucho. –Se ofreció la mujer.

-No se preocupe. Estoy acostumbrado al esfuerzo. Para eso me pagan. –El chico le guiñó un ojo.

Le miró fijamente a los ojos y le sonrió. Aunque ella no le echaba más de veinte años le empezaba a gustar este juego del coqueteo:

-Se te ve muy fuerte, pero eres muy joven para estar tan acostumbrado… al esfuerzo… (Esto último lo dijo haciendo una pausa y en un tono más socarrón). ¿A qué te dedicas?

-En verano ya ves. Pero he conseguido una beca para el equipo nacional de natación. –Dijo una vez dejó en el suelo la hamaca reclinable de la periodista.

-Lo de la natación explica el esfuerzo. Pero… en verano… ¿como practicas… el esfuerzo si estás trabajando? –volvió a preguntar ella continuando con el coqueteo y el doble sentido.

-Ah, pero es que en mis ratos libres tengo otras aficiones. –Contestó el socorrista adoptando una pose de tipo duro con los brazos cruzados, marcando bíceps y la cabeza un tanto ladeada.

Ella le sonrió y le lanzó una mirada entre el deseo y la lujuria mientras se deleitaba observando el bello cuerpo de nadador de su interlocutor. Susurró:

-…ya me gustaría a mí saber que aficiones son esas…

Se tumbó en la hamaca a tomar el sol y mientras él ocupó su silla alta de vigilancia junto a ella. La piscina comenzaba a llenarse de huéspedes del hotel y el socorrista debía prestar más atención a sus obligaciones, aunque de vez en cuando echaba una mirada a la periodista:

-Si no te pones protección te vas a quemar. –Advirtió él tras ver como la mujer se tumbaba al sol.

-Ah si. Gracias.

Ella estaba empezando a sentirse excitada. Sin duda la presencia cercana de él, la conversación, la imagen de su coño recién rasurado. El recuerdo de las escenas de la película porno de la noche que le sirvieron para masturbarse. La lectura del libro. Todo ayudaba a su aumento de temperatura. Se estaba untando el cuerpo en crema protectora, brazos, piernas, abdomen. Lo hacía muy despacio, disfrutando de un auto-magreo que le hacía sentir placer. De repente decidió empezar un nuevo ataque:

-Disculpa, ¿te importa si hago topless?

-No, para nada –dijo él –es más me vas a alegrar la vista.

Ella se desabrochó el sujetador por detrás y lo terminó de sacar por la cabeza. Sus preciosos pechos quedaron al aire. Eran blancos y con unos pezones rosados siempre apuntando hacia arriba. Se untó crema protectora por las tetas, se las cogía con las manos y se las sobaba mientras suspiraba. Miraba lascivamente al socorrista. Él ya no se cortaba en mirárselas:

-¿Qué te parecen? ¿Te gustan? –preguntó Ella con maldad.

-Riquísimas. –Contestó él con deseo.

-Mmmmm… –Suspiró la mujer complacida.

La mujer dejó escapar un suspiro mientras se tiraba de los pezones hasta provocarse dolor. Cerró los ojos y se tumbó. Sus pezones estaban endurecidos y ella caliente como una perra. Su vagina le ardía y las braguitas de su bikini empezaban a estar mojadas. La sensación del rasurado vaginal incrementaba la sensibilidad lo que hacía que su excitación fuera en aumento.

Durante todo el rato no pudo pensar en otra cosa que no fuera sexo: ¿como la tendría el socorrista?, ¿follaría bien? Sí, vale tendría solo veinte años y ella cuarenta, pero ese morbo de tirarse a alguien mucho menor le podía. Sí, se podría hacer ese regalo prohibido. Solo quería echar un polvo con aquel niñato. Pero ¿y si él no quería?, al fin y al cabo él la vería como una pureta. Vale, estaba muy buena y era guapa y salía en la tele, pero ¿eso sería suficiente morbo para él? Todo esto rondaba su cabeza lo que hacía que le fuera imposible concentrarse en su libro.

A la una de la tarde lo había decidido. Le dejaría una nota y esperaría a ver que pasaba. Cogió una de sus tarjetas y escribió por detrás, luego se puso el sujetador, se envolvió en su pareo y se cubrió con su pamela. Se acercó hasta él. Él bajo de la silla alta, ella le dio la tarjeta y se fue contoneando su casi 1,80 de altura hasta el comedor.

SI QUIERES PRACTICAR ESFUERZO TE ESPERO EN MI HABITACIÓN, ESTARÁ ABIERTA.

Abajo ponía el número de la habitación. Él se quedó perplejo, mirando como se alejaba la presentadora moviendo un culo realmente espectacular.

Durante el almuerzo, la periodista, se colocó delante de la televisión del restaurante para seguir los informativos de su cadena. No se podía concentrar, miraba el reloj insistentemente y se preguntaba si no se habría arriesgado demasiado con esa tarjeta. Estaba nerviosa, este comportamiento impulsivo no era propio de ella. Subió a su habitación y decidió darse una ducha. Mientras seguía pensando en sexo. Se había apoderado de ella un apetito sexual inusual y deseaba hacerlo. Deseaba un polvo salvaje, nada de cursilerías, ni amor, ni romanticismo. Quería echar un polvo que la dejara bien satisfecha. Le ardía la vagina, los pezones se le endurecieron. Necesitaba que viniera el socorrista y se la follara sin compasión. No le iba a valer una paja encaso de que no viniera. Volvió a mirar el reloj y vio que faltaban cinco minutos para que saliese de trabajar el socorrista. Decidió dejar la puerta entreabierta y encenderse un cigarro. Tenía su melena aún mojada y estaba cubierta solo por una toalla anudada por encima del pecho. Dio la última calada al cigarro antes de asomarse otra vez por la ventana y vio que ya no estaba en su su silla alta de vigilancia, miró el reloj de su móvil. Pasaban pocos minutos de las dos de la tarde. En ese momento oyó un ruido y la puerta se abrió. Un cosquilleo nervioso que nació en su estómago recorrió todo su cuerpo para acabar en un ardor que sonrojaron sus mejillas.

Había venido. Cerró la puerta al entrar y empezó a andar despacio. Ella le miró con cara de guarra, se quitó el nudo de la toalla y la dejó caer al suelo. A la vista de él quedó un cuerpo espectacular y perfectamente proporcionado. Su coño recién rasurado la mañana anterior pedía guerra y sus labios gruesos y húmedos deseaban abrazar un buen cacho de carne. Él al verla venir cruzó los brazos por debajo para quitarse el polo blanco por la cabeza, mostrando un torso de nadador olímpico, nada de grasa, totalmente depilado una espectacular tableta de chocolate y unos pectorales cuadrados y nada exagerados. Ese era el yogurín que se iba a cepillar.

Cuando estuvieron juntos se besaron apasionadamente. La mujer le pasó la mano por detrás de la cabeza y con la otra le agarraba el culo aún con el bañador. El chico le agarraba por la cintura y con la otra agarraba una de sus tetas para luego recorrer todo su cuerpo. Le pasó la mano por el coño, notando como lo tenía inundado. La periodista sintió la rudeza juvenil del socorrista en la violencia con que el grueso dedo de éste hurgaba en su interior. Ella comenzó a descender desde el cuello hasta los pectorales, lo acariciaba con las dos manos. Palpaba su abdomen, delimitaba cada uno de sus abdominales con los dedos, él gemía mientras le agarraba el culo a la periodista con las dos manos. Ella le mordió los pezones sacando un suspiro y una mirada de vicio del socorrista. Tiró de los cordones de su bañador y metió la mano dentro para cogerle la polla. No la tenía grande, era una polla normal, con un capullo rojo y caliente. Empezó a pajearle y le miró a los ojos:

-Fóllame, cabrón. Méteme la polla por el coño. –Le decía la mujer a la cara.

-¿Quieres follar? Puta. Llevas toda la mañana calentándome la polla. –Replicó el chico trinchando los dientes.

-Hoy me siento muy puta. Quiero ser tu puta. Así que fóllame a lo bestia.

De un tirón le bajó el bañador que cayó hasta el suelo. Él la levantó en vilo por las piernas y la puso contra la pared. Ella se agarró a su cuello y con las piernas le rodeó la cintura. Con la otra mano puso la polla en la entrada de su coño:

-Dame fuerte. –Le ordenó la presentadora.

El joven no se hizo esperar, le dio un empujón y se la metió hasta el fondo. La mujer gritó fuerte, hacía casi un año que no se la follaban y casi no se acordaba ya de las sensaciones. Trinchó los dientes sin dejar de mirarlo y esperó el segundo puntazo que fue aún más fuerte:

-Sííí, dame fuerte. –Ella notaba como su vagina se abría cada vez que era penetrada violentamente por el joven nadador.

-Toma, ¿te gusta fuerte?

-Párteme, que hace mucho que no me dan.

-Uf. Toma, joder. –Él aumentó el ritmo de su golpe de cadera.

-Joder que fuerza cabrón, me vas a atravesar.

-Ah, que puta eres. Toma puta, toma. ¿La quieres fuerte?

-Sí. Joder que polvazo. –La periodista se agarró a su espalda y le dejó marcado con tres de sus uñas.

-Ayyy. –Se quejó de dolor el chico.

La llevó en vilo con sus poderosos brazos hasta la cama. Los dos jadeaban. Él le subió las piernas sobre sus hombros y trinchando los dientes se la metió de una embestida llegando hasta el fondo de la vagina:

-Ay, cabronazo que me vas a partir en dos.

-¿Eso es lo que quieres? –y volvió a empujar hasta el fondo.

Estuvo un rato sobre la periodista bombeando. Ella le agarraba el culo, la espalda, la cabeza. Ahora con las piernas rodeaba el cuerpo de su amante:

-Cómeme las tetas, joder. Vamos cabrón. –La mujer no dejaba de darle órdenes.

El socorrista obedeció chupándole y succionando cada uno de aquellos maravillosos pezones rosados y puntiagudos:

-Mmmm… sííí. Sigue… los pezones, muérdeme los pezones, cabrón.

Él se los trilló con los dientes y tiró de ellos hasta hacer que ella gritase:

-Ahhhh. Que gustazo… –y le dio un cachetazo en el culo.

Él le volvió a meter un puntazo muy fuerte y se la dejó dentro unos segundos. Ella volvió a gritar fuerte de placer:

-Ahhhh. Joder que follada. Pégame, –pidió la periodista con la respiración entrecortada por el esfuerzo –dame una hostia. Vamos. Pégame en la cara.

-Eres una guarra. Una guarra viciosa. –Decía el socorrista y mordiéndose el labio inferior le abofeteó un par de veces la cara.

La mujer respondió con otro cachetazo, logró morder uno de aquellos pectorales dejándole la marca. Él le dio la vuelta y la puso la puso a cuatro patas. La agarró por la cintura y se la volvió a meter hasta los huevos. La periodista se notaba el coño totalmente abierto y húmedo. El socorrista le dio un par de palmetazos en su maravilloso culo dejándole los dedos marcados:

-Así, joder así. Fuerte, más fuerte. –Pedía la mujer excitada.

-Me voy a correr, puta, me voy a correr. –Le anunciaba el chico.

-Córrete dentro de mi coño. No te salgas. –Ordenó ella.

Él le agarró el pelo y tiró hacia atrás mientras seguía penetrándola con fuerza:

-Me voy, me voy cabrón. Aaahhh, me voy cabrón. -Decía ella que se hacía un dedo mientras el niñato aquel le partía el coño a pollazos.

-Me corro, aaahhh, toma guarra, todo dentro. Guarra. -Gritó el socorrista.

Ella apretó su vagina y notó que él descargaba un impresionante chorro de semen dentro de su coño. El orgasmo conjunto fue oído en toda la planta del hotel.

Los dos cayeron. El chico boca arriba. Aún le duraba la erección y tenía el capullo totalmente rojo y gordo. La mujer boca abajo, rendida por la excitación y el esfuerzo.

*****

Se había quedado traspuesta unos minutos y se despertó cuando notó que los restos del polvo se salían de su vagina manchando sus muslos y cayendo a las sábanas. Como pudo se levantó y se fue a limpiar al baño. Tenía agujetas en todo el cuerpo.

Volvió a la habitación y se encendió un cigarro, luego se sentó frente a la cama donde su joven amante dormitaba boca abajo ahora. Tras darle la última calada al cigarro y expulsar el humo se acercó a la cama y comenzó a besar el duro culo del socorrista, los besos se fueron convirtiendo en pequeños mordiscos. La respiración de él fue siendo más profunda. Ella le clavó las uñas y separó los glúteos para pasarle la lengua por el ano. Él se veía encantado ya que poco a poco fue poniéndose a cuatro patas, así que ella procedió a hacerle una comida de culo mientras le pajeaba con la otra mano.

Viendo lo excitado que se estaba poniendo, le dio la vuelta:

-Gírate que te voy a dar una mamada.

Él se sentó al filo de la cama y la presentadora se arrodilló delante de su polla. Se la agarró con una mano, le escupió en el capullo y le miró con cara de viciosa antes de metérsela en la boca. Despacio comenzó a mover su cabeza arriba y abajo mientras con la mano le pajeaba, él suspiró profundo:

-Joder, eres una putacomepollas. –La definió el socorrista mientras con las manos en su cabeza le marcaba el ritmo.

A cada insulto de él, ella se excitaba más. Le estaba comiendo la polla a un niñato de veinte años. Se sentía como una puta. Él le agarró una teta y le ordenó parar:

-Túmbate en la cama. Quiero que me hagas una cubana.

La mujer se tumbó y el chico se sentó a horcajadas sobre ella. Puso la polla entre sus tetas y con las manos las juntó. Luego comenzó a moverse de delante a atrás. La respiración de él se aceleró, estaba a punto de correrse. Ella sacaba la lengua tratando de lamer aquel capullo violáceo. Por fin, el chico descargó un largo chorro de semen que cayó sobre la cara y el pelo de ella, quién abrió la boca. Un segundo chorro volvió a salir y fue a dar a su boca y sus dientes. Él la miró exhausto y le cruzó la cara de un bofetón que enrojeció su cara:

-Puta. Joder que tetas tienes.

La periodista no se lo esperaba, pero no le molestó en absoluto.

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