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La fantasía de Edurne
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Tiempo de lectura: 7 minutos

A sus 40 años recién cumplidos, Edurne es una mujer sexualmente aburrida. A lo largo de los años de casada su vida sexual ha ido cayendo en la rutina hasta ser inexistente. Su marido fue perdiendo interés por ella de manera paulatina hasta no tocarla hace casi un año. Edurne siempre ha sido una mujer muy sexual. Es pasional, ardiente, morbosa y multiorgásmica pero su marido tiene una visión mucho más conservadora del sexo. Incluso se podría decir que es un tema tabú para él. Esto es algo que ha ido generando frustración en la mujer.

En conversaciones con amigas le han insinuado que Patxi, su marido, es gay. Uno de esos incapaces de aceptarse por su educación católica. Edurne se ríe y defiende la heterosexualidad de su marido. Piensa que todo es fruto de los años de convivencia aunque con el paso de los meses la teoría de sus amigos va calando en ella.

Su principal queja es que siempre es ella quien tiene que proponer a su marido follar. Él nunca la busca. Es ella la que tiene que lanzarse a excitarlo y a menudo lo único que consigue es una corta erección que no les sirve para consumar. Lo que acaba provocando en Edurne una rara sensación de ridiculez que desemboca en la frustración actual.

Hace meses que se compró un par de juguetes para satisfacer sus ardores vaginales. Primero adquirió un succionador de clítoris que le proporcionaba rápidos orgasmos clitorianos. Pero pronto necesitó otra cosa.

Si bien es cierto que la estimulación clitoriana era tan efectiva como satisfactoria, su mente de mujer morbosa sentía necesidad de sentirse ocupada por una polla. De manera que se compró un vibrador de tamaño medio/grande, bastante realista. De color carne, estaba perfectamente detallado. Un glande grueso y unas venas marcadas. Su imaginación volaba cuando jugaba con Alfred (como llegó a bautizarlo). Imaginaba a un tipo rudo que se la follaba sin compasión. En otras ocasiones Alfred era un conocido que se lo hacía con modales exquisitos. Incluso llegó a imaginar que un famoso la sodomizaba. Así consiguió meterse a Alfred por el ano. Fue una experiencia más morbosa que placentera.

Pero llegó un momento en que también se aburrió de Alfred. La masturbación dejó de ser totalmente efectiva. Sí, llegaba al orgasmo pero no lograba apagar aquel fuego que ella sentía en su interior. La falta de sexo la hacía mostrarse irascible. Discutía con Patxi, reñía a sus dos hijos. Incluso en el trabajo contestaba mal. Se estaba convirtiendo en una malfollada.

Ella necesitaba sexo. Comerse una polla caliente. Que se la metiesen y le abriesen el coño. Que la pusieran a 4 patas y le pegasen una follada tremenda que la dejase con las piernas temblando.

En su búsqueda de satisfacción sexual dio con una página de relatos eróticos. Había gran cantidad y no todos resultaban excitantes. Durante una semana estuvo entrando y algunas historias llegaron a provocarle mucha excitación. Hasta que un día dio con un autor diferente. Tenía un relato de infidelidad que hizo que Edurne se mojase antes de llegar al final. La historia era tan sencilla como real y la posibilidad de ser ella la protagonista la hizo masturbarse hasta terminar en un tremendo orgasmo como hacía tiempo no tenía.

La mujer le envió un correo a la dirección del autor. Para sorpresa de ella, él contestó. A partir de ahí entablaron una conversación que fue subiendo de tono hasta declararse sus mutuas insatisfacciones sexuales. Durante la conversación surgió la posibilidad, medio en broma, de quedar y follar. Primero rieron pero a medida que fluía la conversación la opción del polvo furtivo fue tomando forma. La distancia entre ambos era salvable en menos de una hora en coche. Y así fue como Edurne se planteó la infidelidad con un desconocido como solución a su celibato.

Una semana de conversaciones después tenían preparadas sus respectivas coartadas para quedar y saciar la excitación que se habían provocado mutuamente con el intercambio de correos.

Un viernes de febrero pre pandemia, Edurne había pedido el día libre en su trabajo. Después de dejar a los chicos en el cole a las 9, dispondría de 6 horas para estar con el desconocido, Hans. Su marido tenía turno de 12 del mediodía a 8 de la tarde con lo que no habría sospechas por su parte. Y tampoco sabía que había pedido el día libre. A las 9:30 estaba entrando en un pequeño hostal (abierto para tal fin) de su capital de provincia. Hans le había enviado indicaciones de la reserva que había hecho en su nombre.

Edurne nunca había visto al autor. Solo conocía una vaga descripción sacada de sus propios relatos. Ella sí le había enviado una fotografía. Ahora sentía vértigo de no saber lo que se iba a encontrar. De él le había excitado sus historias pero desconocía por completo su físico. Frente a la puerta de la habitación donde él debía estar, a ella le asaltaron las dudas. No tenía nada claro lo que iba a hacer. Una vida en pareja durante 15 años y dos hijos estaban a punto de saltar por los aires.

Inmediatamente se tranquilizó. No debía enterarse nadie. Eso solo era sexo. Ningún sentimiento. Un polvo con un extraño después de casi un año sin catar nada. Después de aliviarse cada uno por su lado sin más historias.

Por fin llamó a la puerta. El hombre le abrió y ella se coló dentro a toda prisa. Él sonrió mientras la mujer lo escrutaba. Era un tipo muy alto, con buen cuerpo y belleza discreta. Se saludaron de manera fría sin saber muy bien como reaccionar. Esto era más complicado de lo que habían imaginado. Hans le pidió que se sentara junto a él en la cama:

-Si no estás segura y prefieres irte lo dejamos y ya está.

Aquellas palabras tranquilizaron a Edurne. Se miraron fijamente y acercaron sus labios. Se besaron. Primero despacio. Luego con pasión. Rodaron por la cama comiéndose las bocas. El hombre fue desnudando a la mujer. La quitó el chaleco dejando a la vista dos grandes tetas. Ella se desabrochó su sujetador negro y las liberó.

Ante el hombre quedaron dos mamas de tamaño considerable, con una gran aureola de marrón muy oscuro, coronadas por un pezón gordo. El hombre se abalanzó sobre sus ellas como hacía demasiado tiempo que no hacía nadie. Edurne gimió de gusto al sentir como el hombre succionaba, lamía y mordía sus tetas.

La mujer deseaba agarrar un cuerpo masculino. Tener entre sus manos un miembro erecto. Sus manos se apresuraban en desabrochar el pantalón de su amante. Hans se tumbó en la cama, ya totalmente desnudo. Edurne, solo vestida con unos pantalones, recorría el torso de aquel extraño con su boca. Mordía sus pezones, lamía su pecho y descendía buscando la entrepierna donde un hermoso miembro erecto la esperaba.

Edurne le agarró la polla a Hans. Hacía mucho que no tenía una entre sus manos. Hacía meses que su marido había perdido interés por ella y ahora, aquel desconocido le brindaba la oportunidad de disfrutar de una buena polla. Edurne la agarró con su mano. La sentía dura y muy caliente. Tiró de la piel hacia abajo liberando por completo un glande gordo color rojo intenso. Se veía apetecible y la mujer no dudó en acercar su boca para lamerlo.

Pasó la lengua por la punta para luego lamer todo el tronco, desde los huevos hasta la punta. El sabor salado le pareció delicioso después de tanto tiempo. Sin dudarlo comenzó a introducírsela en la boca. Abrió bien la boca y se la tragó entera hasta la campanilla. El hombre suspiraba sintiendo la gran mamada que aquella casada insatisfecha se disponía a darle. Por fin Edurne comenzó un movimiento de su cabeza, da arriba abajo, apretando sus labios entorno al tronco, llevando el capullo casi hasta la salida para volver a bajar la cabeza llevándolo hasta el fondo de su garganta.

Edurne se acompañaba con un movimiento de su mano para pajear al hombre.

Hans apoyaba una mano en la cabeza de la mujer e introducía la otra dentro del pantalón de la mujer hasta tocar su culo y hurgar con su dedo hasta llegar a la entrada de la vagina. Edurne se humedeció y suspiró profundo, con la polla en la boca, al sentir unos dedos diferentes a los suyos intentando darle placer.

El autor acarició desde el ano hasta el clítoris, paseando sus dedos por toda la zona. Notando el calor del agujero del culo, la humedad de la vagina, separando los labios vaginales babeantes, hasta llegar al botón palpitante y deseoso de placer. La excitación de Edurne era máxima y no pudo (ni quiso) evitar un maravilloso orgasmo con la polla de Hans en la boca.

La mujer quedó totalmente relajada, junto a ella el hombre estaba tumbado. Ella se terminó de desnudar. Gateó por el cuerpo de su amante hasta colocarse cobre su cara, ofreciéndole su inundado coño para que se lo comiese. Hans, sabiendo lo que necesitaba su lectora, devoró el sexo de Edurne. Con su lengua comenzó a lamer aquella raja caliente de la que manaba abundante flujo caliente. La mujer miraba hacia abajo deleitándose en la comida que le estaba dando aquel desconocido:

-Sí, joder, lame como un perro.

El autor se afanaba en relamer cada rincón de aquel coño insatisfecho. Su lengua recorría cada pliegue de una vagina roja y jugosa de la que manaba flujo caliente. Edurne, se pellizcaba un de sus pezones apoyada con la otra mano en la pared por encima del cabecero de la cama. Sus gemidos eran de verdadero placer tanto tiempo contenido y se debían oír en el resto de la planta de aquel hostal de polvos secretos. Un nuevo orgasmo la llevó a cerrar las piernas entorno a la cabeza de Hans que no dejaba de mover su lengua al clítoris trillado por sus dientes mientras profana el agujero trasero de la mujer con su dedo anular.

Volvió a caer derrotada por el placer pero ahora el hombre no le dio tregua. La colocó boca arriba y se puso sobre ella. La besó antes de comerle las tetas y dirigió su polla hacia la entrada de la vagina. De un golpe de cadera seco le incrustó la polla en lo más profundo de sus entrañas. La mujer dio un grito:

-Sí, joder.

Era la primera vez que la penetraban en casi un año. Sin esperarlo recibió otro pollazo y otro, que la llevaron a un estado de excitación máxima. Con sus piernas rodeo el cuerpo del hombre que se empleaba a fondo en la follada. Literalmente la estaba empotrando contra el colchón. Ella se agarraba a su espalda hasta casi clavarle las uñas:

-Dame fuerte, cabrón.

-¿Te gusta, eh, puta?

-Sí, joder. Reviéntame.

-Qué perra eres.

-Quiero ser tu puta…

El ruido de los dos cuerpos chocando entre sí era la banda sonora de la tremenda follada que estaba recibiendo Edurne después de tanto tiempo. El hombre dio un fuerte puntazo y se la dejó clavada muy adentro. Ella gritaba casi de dolor al sentir la polla del autor tan adentro de su coño:

-Me lo vas a partir cabronazo.

Hans salió de ella y la colocó a cuatro patas. Edurne se colocó con la cabeza sobre el colchón ofreciéndole una magnífica visión de sus dos agujeros a aquel desconocido que se la estaba follando a su antojo. Introdujo su mano entre sus piernas y se dispuso a acariciarse el clítoris mientras el hombre, que ya le había vuelto a clavar la polla, se la follaba. Durante 10 minutos el autor estuvo percutiendo con una fuerza, desconocida por ella, contra aquel coño deseoso de carne. La estrechez inicial se había transformado en una deliciosa textura esponjosa. Era un volcán en erupción de lava caliente lo que Edurne le ofrecía entre sus piernas:

-Me corro, puta, me corro…

-Échamelo dentro, joder. Quiero tu leche dentro.

Hans introdujo su dedo pulgar en el ano de aquella mujer casada y se corrió abundantemente en un escandaloso orgasmo común. Ambos cayeron sobre la cama. Estaban exhaustos, sudorosos, agotados pero sobre todo satisfechos.

Minutos después se despedían de una manera muy fría en la puerta del hostal. Quedaron en seguir hablando mediante correos electrónicos. Cada uno tomó una dirección.

En el coche de vuelta a casa, Edurne, con una indisimulable sonrisa de placer en sus labios, iba recordando momentos vividos con aquel desconocido en la sesión de sexo prohibido. Luego se acordó de su marido. Hacía tiempo que él no le daba lo que ella necesitaba. Esto no había sido más que una válvula de escape para una relación afectada por una monotonía sexual que amenazaba con romperla.

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