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Debajo de la mesa
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Siempre me gustaste, desde que te conocí aquella noche algo se rompió definitivamente dentro de mí. Pero siempre he sido demasiado tímido y nunca encontré la ocasión propicia para decirte lo que estaba sintiendo, era un amor intenso lo que sentía y al mismo tiempo un deseo irrefrenable de llegar hasta los más profundos secretos de tu alma y de tu cuerpo.

No sé si alguna vez notaste que te comía con los ojos cada vez que te miraba, más que mirarte te soñaba despierto. Aquello que un día despertaste dentro de mí crecía cada vez más y ya era mucho más fuerte que yo.

Recuerdo que todo sucedió inesperadamente, como suelen suceder todas las cosas inolvidables. Aquella tarde estabas sentada frente a la mesita de la computadora haciendo no sé qué, yo estaba de pie a unos centímetros de ti y observaba algo que había en la pantalla. De repente el pendrive que sostenías en la mano se cayó y rodó travieso por el piso de la habitación hasta quedar debajo de unas cajas llenas de papeles y objetos que había apiladas detrás de la mesa. Yo, servicial como todo enamorado, fui detrás del pendrive y en segundos estaba debajo de la mesa escarbando en aquellas cajas pero sin poder alcanzarlo.

En mi afán rocé sin querer una de tus piernas y de repente vi que tus dos bellos muslos estaban cruzados frente a mí. Tu pierna respondió a mi roce alargándose hasta tocarme, como una suave caricia. Entonces que todo aquel monstruo que llevaba dentro tomaba el control de la situación y acaricié suavemente aquella bella pierna. Tus muslos de descruzaron y tu risa me hizo notar que aquello que comenzaba a suceder te resultaba placentero.

Yo estaba debajo de la mesa frente a ti, tus rodillas ligeramente separadas me incitaban cada vez más. Acaricié tus dos piernas al tiempo que besaba tus rodillas, quería comerme tus dos muslos, pero mi boca era una sola, no sé cómo tuve paciencia aquella tarde. Comencé a besar tus muslos suavemente por la parte interior y por arriba, una vez el izquierdo y otra el derecho, y cada vez subiendo un poco más, lentamente.

Sentí que te estremecías y empezaste a moverte separando un poco más las piernas, cuando apenas había recorrido la mitad del camino ya gemías y reías al mismo tiempo. Pero yo seguía mi camino lentamente, ya había sobrepasado la parte que suelen enseñar las faldas y me adentraba en el área íntima de tus hermosos muslos. Sé que tú hubieras querido que fuera más rápido, pero yo me acercaba con lentitud, como el que no tiene prisa por llegar.

Tomé tus rodillas y las levanté, apoyándolas sobre mis hombros, de esta forma continué mi camino hacia ti. Ya casi estaba ahí, podía sentir el calor de tu sexo excitado debajo de aquellas bragas azules. Cuando mis labios llegaron al límite de tus bragas y mi lengua ávida de placer se deslizó debajo te oí gritar y reír al mismo tiempo. Mis manos tomaron tus bragas y las quitaron definitivamente de la escena, y tu sexo apareció frente a mí con todo su esplendor. Pasé suavemente mi lengua sobre tu concha ardiente y me bebí su deliciosa almíbar, continué acariciando con mi lengua los labios de tu sexo, en algún momento introduje la punta de mi lengua dentro de tu vagina y acaricié parte de su interior. Así estuve un rato, después continué subiendo y llegué hasta la pequeña fruta que se esconde debajo de tu vello púbico, allí puse mi lengua y la rozaba intensamente una y otra vez haciéndote explotar de placer.

Empujé tu silla hacia atrás y salí de debajo de la mesa, tomé tu falta y la pasé por debajo de tus nalgas, me percaté que la habías desabrochado en la cintura y me fue fácil sacarla. Me puse de pie y en un santiamén mi pullover voló hacia un rincón, mi pantalón cayó y mi miembro hinchado apareció ante ti, lo tomaste entre tus manos y comenzaste a lamerlo tímidamente para después introducirlo poco a poco en tu boca hasta llegar a tragártelo por completo y succionarlo y lamérmelo con avidez.

Te puse de pie y tomé tus nalgas entre mis manos, te jalé hacia mí y puse mi miembro entre tus piernas. Te empujé ligeramente hacia la cama que había detrás y quedaste boca arriba, con las rodillas levantadas y yo entre tus piernas. Tu blusa desabrochada aún colgaba y tu sostén aún me ocultaba una parte preciosa de tu cuerpo. Desabroché tu sostén y descubrí tus preciosos senos, los acaricié con pasión y pasé mis manos por tus bellos pezones. Puse mi miembro en el centro de tu placer y comencé a introducírtelo suavemente, al tiempo que acariciaba tus nalgas y agarraba tus caderas. Te lo introduje completo, mis 19 centímetros de sexo con una pulgada y media de grosor en su parte más ancha ya estaba dentro de ti.

Encima de ti, con todo mi miembro en tu vagina, comencé a moverme lentamente y a besar tus pezones y lamer tus senos. Mi movimiento se fue haciendo cada vez más fuerte y más rápido hasta que literalmente embestía tu bajo vientre con todas mis fuerzas. Tú gritabas, reías, llorabas, decías cosas, me apretabas con tus piernas, me abrazabas, me besabas, te estremecías toda. Hubo un momento en que todo pareció llegar al máximo y sentí que me derramaba dentro de ti, entonces un río caliente corrió hacia ti impetuoso, incontenible, en medio de tus gritos de placer.

Me quedé abrazado a ti, inmóvil, con mi miembro aún dentro de tu sexo. Poco a poco regresaba la cordura y la calma, te di más besos y más caricias, los más tiernos que te he dado nunca. No supe hasta ese día lo mucho que te amaba y lo mucho que te amo.

Ah, si algún día encuentras el pendrive y te vas a deshacer de él, dámelo para hacerle un monumento.

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