El final del verano había llegado, mis piernas le rodeaban el cuerpo mientras que su pene penetraba con fuerza en mi vagina, mi cuerpo se movía debajo de él al son de sus empujones metiéndomela una y otra vez, rodeándole con mis manos la espalda, arañándosela cuando mi orgasmo empezaba asomar, su pene fundiéndose dentro de mi vagina navegando por un mar de placer entrando y saliendo de mi cuerpo haciéndome gritar en cada penetración, me miraba, me besaba, acariciaba mis pechos disfrutando de ellos, su pene envuelto en mis flujos deseando explotar, expulsando por fin su semen en mi interior.
-Un poco más, un poco más, así, así… ¡aaahh! siii, así, fóllame Juan ¡aaahhh! fóllame asii, máass.
Acababa de tener otro orgasmo, uno más con él.
Su semen empezaba a recorrer mi cuerpo saliendo de mi vagina, tumbada boca abajo con la sonrisa en los labios entrelazando las piernas mientras las meneaba con las rodillas flexionadas hacia arriba, desnuda, miraba por la ventana con la mirada perdida en aquel mar azul, estaba feliz, pero a la vez la sombra de la tristeza acechaba aquella habitación, en la última planta de aquella torre de apartamentos no se oía más que el murmullo del agua de la ducha correr, dentro estaba él, Juan se duchaba después de haber tenido un despertar apasionado, quizás el último despertar junto a mí, no hacia ni cinco minutos me había estado follando como tantas aquellas veces ese verano.
Nunca pensé que un hombre 25 años mayor que yo me daría tanto placer, tanto que realmente mis primeros orgasmos los tuve con Juan, de hecho nunca supe realmente lo que era un orgasmo hasta que no estuve con él y ahora que verano llegaba a su fin, en aquel apartamento que tanto había visto, días enteros follando, noches apasionadas amándonos, ese día nos teníamos que separar, el verano tocaba a su fin y tocaba volver a la rutina, pero hasta cuándo.
Aquella historia comenzó a primeros de julio, cuando fui a pasar el verano a casa de mis abuelos, allí siempre podía descansar, relajarme y olvidarme del ruido, ya que necesitaba preparar mi tesis, por las mañanas solía ir a la playa, las tardes y noches eran para el estudio.
Fue entonces cuando me fije en él, todas las mañanas a primera hora tendía mi toalla, clavaba la sombrilla en la ardiente arena, me daba crema por el cuerpo y me tumbaba a tomar el sol, en unos metros más atrás sin faltar ni un solo día, siempre a la misma hora plantaba la sombrilla, colocaba su silla, una nevera con cervezas, varios periódicos, un libro y se tiraba toda la mañana cobijado bajo la sombra de la sombrilla con sus gafas de sol, metiéndose en el agua y refrescándose de vez en cuando.
Era un hombre de unos 50 años, pelo castaño con bastantes canas, muy guapo, buen cuerpo para su edad, ojos azules, barba corta bien arreglada, alto, músculos bien definidos, sus pectorales, dorsales y abdominales parecían dibujados con pincel y prácticamente sin pelo en el pecho, era uno de esos hombres que te invitan a mirar, a suspirar cuando pasan a tu lado o por lo menos eso era lo que me pasaba a mí.
Cada vez que se levantaba y escondida tras las gafas de sol se me iban los ojos tras él, mirando como entraba en el agua y salía como un dios con su cuerpo mojado, moviendo su cabeza para quitarse el agua del pelo, pasando esos brazos fuertes por su pecho sonriéndome cuando pasaba por mi lado, mirándome con esos ojos azules que hacían que mi cuerpo se derritiese, yo entonces no lo quería admitir, pero aquel hombre me gustaba, era más que eso porque sentía como la braga de mi bikini se humedecía al mirarle sin poder apartar la vista de su cuerpo.
Al cabo de las semanas ya nos saludábamos, iba a la playa todos los días esperando encontrarle y me percaté que empezó a llegar antes que yo, me di cuenta de que él también me miraba, desde el momento que empezaba a caminar por la arena caliente, la brisa mariana ondeando mi pareo y lanzando mi melena al viento, tras sus gafas de sol no perdía ojo, cuando plantaba la sombrilla y me iba quitando el pareo, como sentada le miraba de reojo y podía ver tras esas gafas sus ojos azules desnudándome, repasando las curvas de mi cuerpo mientras me ponía la crema.
Sabía que me observaba y conscientemente me quitaba el pareo de una forma sensual, mis movimientos casi estudiados bajo la atención de un espejo, con unos bikinis perfectos para estas ocasiones dejando ver, pero sin enseñar, dejando a que su imaginación fluyera y volara, agachándome despacio doblando mi cuerpo hacia delante con mis piernas estiradas dándome crema por ellas, estirando la toalla de espaldas a él dejándole ver bien mis nalgas y mi vulva por detrás, recogiéndome el pelo muy sensualmente con una goma haciéndome una coleta, pasando mis manos casi mirándole por mi cuerpo rozando mis pechos y ajustándome el bikini tipo brasileño, tapando solo mi vulva prácticamente rasurada y dejando que mis nalgas sé dorarse bien por el sol.
Me levantaba e iba casi dando saltitos hacia la orilla del mar, dejando que mis pechos dieran pequeños botes, colocándome bien la braguita del bikini, metiéndome muy despacio en el agua como si estuviera helada, doblando mi espalda hacia delante cogiendo agua con las manos y mojándome el cuerpo poco a poco, soltando mi melena y paso a paso metiéndome más dando pequeños saltos laterales cuando venían las olas hasta llegas a mi cintura, de reojo le miraba y veía como no se perdía ni un solo movimiento de mi cuerpo.
Con los brazos levantados sin haberlos mojado del todo me zambullía en el agua doblando mis rodillas como sentándome el suelo, al salir pasaba mis manos por mi cara para quitarme el agua de ella, colocando mi melena hacia delante y escurriéndola con mis manos dejándola en el lado izquierdo cubriéndome el pecho, poco a poco iba saliendo del agua con la piel mojada y dorada por el sol, dejándole ver mi figura, cayendo las gotas de mi cuerpo a la arena de la playa, sentándome y peinándome para que no se enredase el pelo.
No me considero ninguna belleza, pero considero que no estoy nada mal, tengo 24 años y una piel fina y suave, pelo largo rubio oscuro, ojos grandes de un color avellanado, caderas no muy anchas y cintura estrecha, piernas bonitas terminadas en un bonito culo, los senos normales ni muy grandes, ni muy pequeños, mis areolas de un color marrón clarito, pezones grandes y puntiagudos, mido 1,67 aproximadamente 54 kg, creo que soy bastante guapa de cara, labios finos y carnosos con una sonrisa dulce y blanca.
Los días iban pasando y sentía que yo era su atracción principal, ya casi no leía, el periódico lo utilizaba para taparse en ocasiones la entrepierna, continuamente nos sorprendíamos mirándonos apartando la mirada enseguida hasta que un día, después de bañarme se acercó a mí cuando empezaba a darme crema, me saludo, se presentó y muy amablemente me pregunto que si quería él me podía ayudar a darme crema por la espalda, muy nerviosa y sin pensármelo dos veces le di el bote de crema y empecé a sentir unas manos fuertes pero suaves recorriendo mi espalda.
El hielo se había roto y ahora todos los días nos sentábamos juntos, me daba crema y yo le regañaba por no ponérsela y al cabo de los días, quizás por no oírme más accedió a mi petición de dársela, recorría con mis manos su cuerpo duro y musculoso a la vez que notaba mi sexo mojarse, empezamos hablar de todo un poco, de mi tesina, era un hombre inteligente con mucha cultura y muy vivido, me fascinaba las historias y relatos que contaba quedándome como embobada mirándole los labios al hablar y soñando con que quizás algún día los podría besar, me estaba enganchando con aquel hombre, no digo enamorándome aunque quizás sí.
Empecé a comer con él antes de irme a casa y a pesar de querer pagar casi siempre me invita, no podía parar de reírme, de mirar esos ojos azules, un día me dijo de quedar a cenar, que me quería enseñar un restaurante precioso en el saliente de un acantilado junto a una cala pequeña, era sábado y pensé en dar descanso a los libros aunque solo fuera esa noche y accedí, mis abuelos estaban encantados de verme tan feliz aunque sabían que era un hombre más mayor que yo, tenía casi los años de mis padres, Juan tenía exactamente 49 años, era viudo y tenía 25 años más que yo, pero eso a mí no me importaba.
Me recogió a las 8 de la tarde con su coche, un jaguar descapotable color verde precioso con el volante a la derecha, iba muy informal, vestía unos pantalones vaqueros y una camisa blanca con dos botones desabrochados dejando ver sus pectorales, yo me había puesto un vestido de gasa color crema, abotonado de principio a fin por delante con unos botones de madera finos y grandes, unas sandalias y un pequeño bolso, me tiré frente al espejo bastante tiempo, peinándome y maquillándome para estar realmente guapa para él, realmente en boca de mis abuelos parecía una sirena salida del mar, una princesa de cuento de hadas.
Tardamos un poco en llegar, pero mereció la pena porque realmente era un pueblo precioso, con unas vistas impresionantes desde la terraza donde íbamos a cenar, después de reservar nos fuimos a dar un paseo por el pueblo, las casas encaladas, con los balcones engalanados con geranios, nos sentamos en un café para hacer tiempo, hablamos, reímos, me encontraba realmente feliz de estar con él, disfrutaba tanto de su compañía que el tiempo volaba.
Eran las nueve sé la noche y estábamos sentados en la mesa del restaurante viendo la puesta de sol, velas por todas partes sustituían e iluminaban la terraza del restaurante, empezamos a cenar hablando de literatura, de música, de nosotros, la noche se nos echó encima, las horas pasaban y él me cogió de la mano acariciándomela con su pulgar, mirándome fijamente y en ese momento supe que le amaba, me había enamorado de él, estaba en un marco incomparable, con un hombre increíble que me hacía reír, las velas, la música tranquila que más podía desear.
Me sentía nerviosa, ya en la cena lo estaba, pero ahora cuando cogió y acaricio mi mano diciéndome que era un regalo para él, que hacia tanto tiempo que nunca se había sentido tan feliz, que era una mujer preciosa y que yo le había quitado unos cuantos años de encima, terminamos de cenar y nuestros pasos se encaminaron hacia el coche, los dos cogidos primero de la mano, hasta que me paso su mano por la cintura, en ese momento me pare, extrañado me miro y me pregunto.
-Lara, te pasa algo, sientes frio. –Me encontraba temblando pero no de frío.
-No Juan, nada no es nada solo que…
En ese momento le mire, me acerque a él y poniéndome de puntillas le bese, fue un beso corto, solamente mis labios rozaron los suyos, pero eso bastó para que mi cuerpo temblara y le mirara nerviosa, fue un impulso irrefrenable, no sabía cómo iba a reaccionar, pero no tarde mucho en averiguarlo, porque Juan me cogió fuertemente por la cintura acercándome a él y besándome apasionadamente, no solo nuestros labios se juntaron, no solo nuestras lenguas se buscaron, no solo nuestros cuerpos se fundieron abrazándonos, fue algo más, algo que no puedo explicar con palabras, estaba feliz.
Decidimos dar un paseo por la playa, era una cala pequeña con un chiringuito al final donde se escuchaba música bastante alta, estábamos retirados de miradas indiscretas y abrazados sin nada que decir andábamos descalzos por la arena, mojándonos los pies, las olas empapaban mi vestido a la altura de los tobillos, nos paramos y nos besamos, mi cuerpo temblaba cuando sus manos empezaron a recorrer mi cuerpo, acariciando mis pechos, yo le desabrochaba los botones de la camisa, le besaba y pasaba la yema de mis dedos por sus músculos que tan bien me sabía.
Empezó a desabrochar los botones de mi vestido subiéndome el sujetador besaba mis pechos, metiendo mis pezones en su boca mientras jugaba con ellos con su lengua, estaba tan excitada que mis bragas hacia tiempo que estaban mojadas, Juan se separó de mí mordiéndome mi labio inferior y se empezó a desnudar, la camisa, el pantalón, el bóxer, se quedó desnudo delante de mí con su pene tremendamente empalmado y andando hacia atrás se iba metiendo en el mar, llamándome, invitándome a entrar con él.
-Venga Lara, métete, está muy buena el agua.
Le veía alejarse de mí a la par que me iba quitando el vestido dejándolo en la arena, quitándome el sujetador, las bragas y corriendo hacia él le abracé fundiéndonos en un beso que nos tiró al agua, mojándonos y cubiertos por unos centímetros de agua en la orilla, abrazándonos, besándonos, acariciando nuestros cuerpos, recorriéndolo con mi lengua saboreando su piel salada por el mar, un mar en calma con pocas olas y solamente la luna como testigo de nuestro amor.
Nos metimos más al fondo, le besaba y abrazaba por el cuello y Juan descubría el camino a mi sexo, sus manos no paraban de acariciarme el cuerpo, sus dedos por debajo del agua en mi monte de Venus iban bajando, rozando mi clítoris, jugando con él, haciéndome gemir, deslizándose por mis labios, metiéndose entre ellos y entrando en mi vagina, mientras él jugaba conmigo solamente nos mirábamos fijamente a los ojos inyectados de deseo, yo solamente me dejaba hacer y disfrutar de sus caricias.
Quería más, le quería sentir más dentro, su pene sobre mi vulva y poco a poco fue buceando hasta la entrada de mi vagina, separando mis labios, separando el agua a su paso y encontrándose a las puertas de mi sexo que se lo estaba entregando, deseando que fuera profundizando en él, separando mis músculos, sintiendo el roce de su pene dentro de mi vagina, que entrara y saliera de ella sin que nada se lo impidiera, navegando en mi interior y no dejando que el agua me llenara, solamente él tenía permiso, solamente su pene tenía permiso para llenarme, entrar y salir de mi vagina, creando entre los dos la música perfecta entre besos, gemidos y gritos de placer.
Por fin su pene dentro de mí llenándome de placer, la sentía moverse fundiéndose en mi vagina, haciendo que mis gemidos llamaran la atención de la luna, buscando e iluminando nuestros cuerpos en el agua, su pene entraba y salía sintiéndose prisionero, presionado por mis músculos vaginales, Juan me estaba follando y yo estaba disfrutando con ello nunca lo había hecho, la estampa desde fuera sería hermosa, dos cuerpos bailando dentro del agua, ella subiendo y bajando con la boca abierta gritando de placer cuando se sentía llena con el pene de su amante y él abrazándola, besándola e impulsando su pene al interior de su amada, los dos mojados, sus cuerpos absorbían la luz de la luna, besándose en un baile interminable.
Juan me llevaba en brazos hasta la orilla, penetrando con su pene mi vagina a cada paso que daba, sujetándome por las nalgas me iba sacando del agua y despacio sin sacar su pene de mi interior me iba tumbando en el suelo, mis piernas dejaron de abrazarle, abriéndolas para que me pudiese follar, mis manos sobre su cuello, sobre su espalda abrazándole, Juan sobre mí empujando su pene con fuerza en mi interior, para ser un hombre con 49 años no la tenía nada que envidiar a uno de 25, el vigor con el que una y otra vez me follaba junto con la experiencia, dejaba muy mal a los chicos de mi edad.
Las olas nos mojaban el cuerpo, sentía como me golpeaban las nalgas, como mi vulva se inundaba por ellas, como me llegaba el agua hasta mi cintura, moviendo la arena debajo de mí, sentía como Juan me la metía sin piedad, con fuerza elevando mi cuerpo en cada penetración y como chillaba de placer en cada empujón, Juan me hizo llorar de placer cuando me llevo a un éxtasis, a un orgasmo tan delicioso como profundo, nunca jamás había sentido nada igual, nunca jamás me había corrido como esta vez, mi espalda se arqueaba, mis piernas temblaban, mis manos se estiraban en el suelo arrancado la arena de la playa que apretaba fuertemente con mis manos, gritando me besaba y yo le abrazaba llenándole de arena mojada.
Juan seguía metiéndome aquella barra incandescente en mi vagina, seguía penetrándome, no dejando descansar a mis gemidos, se puso de rodillas sobre la arena, cogiendo mis muslos con sus fuertes brazos, sus penetraciones más profundas llenándome entera con su pene, oyendo solo el batir de las olas, nuestra respiración y jadeos, nuestros gemidos y al final nuestros gritos.
Juan se empezó a correr, su pene exploto como un volcán, expulsando de semen y llenándome la vagina de su cremosa leche caliente, me parecía imposible, pero un segundo orgasmo recorría mi cuerpo, más intenso que el primero, ahora su semen navegaba entre mi flujo y juntos iban saliendo de mi vagina a la vez que Juan retiraba su pene uniéndose al agua del mar.
Aquella noche la terminé entre sus sábanas blancas de su apartamento, haciendo el amor hasta el amanecer, sintiéndome llena con sus caricias y sus besos, sintiéndome feliz, estaba amaneciendo y aquel hombre con el que empecé a fantasear viéndole en la playa yacía a mi lado durmiendo después de haberme follado.
Juan salía de la ducha y acercándose a mí, besándome en la mejilla me dijo.
-Lara esta tarde me voy a Valencia.
-Lo sé mi vida.
-No quiero dejar de verte, sé que no te importa mi edad, que muchos hablaran y sé que dirán de todo pero…
-Pero que.
-Lara, quiero que vengas conmigo.
Mis ojos se inundaron de lágrimas, lágrimas que fue secando con sus besos.
-Esperaba tanto que me lo pidieras, que no tengo ni que contestarte, mejor te lo demuestro.
Me tumbé en la cama mirándole con los brazos abiertos atrayéndole hacia mí, pidiéndole que me volviera a follar, que me volviera hacer el amor y mañana y pasado y el resto de nuestra vida.