Cuando comencé este relato describí a Jacqueline como una chica “calienta huevos”, y si han leído las previas cuatro partes, también comparo esas salidas a almorzar con Jacqueline como ir a un club erótico para caballeros. Lo intenso con esta chica era que ella te lo hacía vivir en un ambiente del cual uno no se espera ese tipo de comportamiento… y eso era el morbo de esta bella y coqueta chica, eso era lo que la motivaba.
Habían pasado siete meses viviendo intensamente este tipo de experiencia con Jacqueline. Me había permitido verla desnuda, había besado ligeramente sus pezones y su sexo, había también brevemente tocado su sexo y sentir su clítoris, pero todo se reducía a eso, a esos besos intensos donde Jacqueline me insinuaba más que solo eso con su lengua, pero no pasábamos a esa fase de consumar una relación sexual. Y como dije, quizá no la empujaba porque podía desahogar aquellas presiones acumuladas con chicas tan lindas y bellas como la misma Jacqueline. Quizá continuaba con ella, con ese juego sin frustrarme, pues creo que me gustaba la sorpresa y su coquetería.
A Jacqueline le gustaba provocar, le gustaba dejarte ardiendo los testículos por el deseo y ella continuó con esas visitas sorpresivas a mi oficina que regularmente se daban ya para salir en horas de la tarde, pero no siempre era el mismo día. Me gustaba verla con esos pantalones sueltos y de tela donde se le marcaban los pliegues de su ropa interior y uno podía descubrir si llevaba tangas, bikini, o calzones tipo hípster o cacheteros. Por ese tiempo ya no pedía a recepción audiencia, ella pasaba directamente a la oficina y llegaba a jugar ese juego que creo le causaba grande morbo.
El juego consistía en que ella me besaba subiéndose por sobre la silla de mi escritorio, era algo incómodo, pero esta chica a esa edad tenía la flexibilidad para acomodarse sobre mí. En este caso me gustaba que llevara vestidos o faldas, pues tenía su sexo a solo una membrana de tela. Nos besamos y yo debería tener mis manos por sobre el brazo de la silla sin intentar de tomarla del trasero. Si ella podía sentir mi erección, interrumpía todo aquel ambiente. Aguantaba los besos en la boca y controlaba mi erección, pero era casi imposible cuando Jacqueline comenzaba a besar mi cuello. Ella me lo anunciaba: -El señor Zena se me está excitando.
Lo mismo me hacía cuando se sentaba en mis piernas vistiendo todos aquellos atuendos provocativos. La mayoría de sus vestidos era de un muy abierto escote, pues sabía el armamento que tenía. Era hasta donde podía mamar, todo lo que daba el escote pues eran las reglas que Jacqueline ponía. Por esos días siempre quise llegar de nuevo a su sexo, quería sentir esa cueva ardiente y masturbarla, pero solo me dejaba masajear sus bonitas piernas y de vez en cuando masajear su lindo y pronunciado trasero. No insistía mucho, pues también entendía que estaba en mi oficina y aunque tenía llave, tampoco sentía la libertad de traspasar las reglas que Jacqueline había hecho claras: No significa No y si me quedo callada significa Si. Eran sencillas.
Tampoco Jacqueline intentaba tocarme el sexo con sus manos, se mantenía sintiendo mis erecciones sobre la tela de mis pantalones ya sea chocando y friccionándolo con su conchita o con su hermoso trasero. Lo único que me decía con su voz melosa y coqueta eran frases que hacían subir el volumen de la erección: ¿Es mía esa cosita? O… ¡Algún día me la voy a comer a morir! -No le insistía, ni la empujaba pues para mi era su juego a desesperarme, pero todo cambió cuando conoció a mi secretaria y quien en ese momento no era una amenaza o competencia, pues Karina era conocido por todos que era lesbiana, pero esta chica tenía todo lo que un hombre busca en una mujer, un lindo rostro, hermoso cuerpo, y al igual que Jacqueline, unos pechos como si se los habían mandado hacer y un culo redondo con unas líneas que a cualquiera hacen fantasear. Años después viví con Karina como pareja y he narrado esa experiencia en un relato que titulé: Karina el segundo encule de mi vida.
Un buen día que habíamos quedado a salir a cenar, durante la cena me llevó una bolsa de regalo, el cual me dijo que descubriera mientras comíamos algunos aperitivos. Al principio pensé que se trataban de ropa interior para mujer, pero luego descubrí que eran tres calzoncillos de diferentes tonos pasteles. Uno era beige, naranja y un azul pálido. Calzoncillos estilo bikini y de una tela parecida al de las pantimedias que usa una mujer. Obviamente no cubrían mucho, eran traslucientes y Jacqueline me dijo de una manera muy sugestiva que deseaba verme esa noche vistiendo uno de esos. Pensé que nos íbamos a ir por allí, estacionándonos por alguna calle oscura o quizá me iba a poner el reto de desvestirme en el mismo restaurante. No sabía que esperar de ella. Tuvimos una cena agradable y sin muchas emociones y luego ella me dijo:
-¿Quieres pasar a mi condominio?
-¿Y tu marido?
-Tony, ya te he dicho que no traigas a nuestras platicas a mi marido… si yo digo algo o te invito a algo, no me lo cuestiones… sé lo que hago. ¿Gustas venir? ¡Mira que nunca he invitado a nadie a venir a mi casa!
-Está bien. -le contesté.
Como Jacqueline siempre conducía, nos fuimos directo a su condominio. Era una zona exclusiva de clase media alta de la ciudad y siempre me pasaba el mismo cuestionamiento por la cabeza: -Su marido debe de hacer buen dinero para que se de los lujos y pueda vivir de esta manera. – Descubrí un condominio con una antesala y una sala bastante amplia. Tenía tres habitaciones, dos baños y amplio comedor donde tenía una pequeña cantina. Entré realmente con cierta tensión, pues eso que ella controlaba todo, no me venía de nada confortable, pues un marido celoso en cualquier momento puede sorprender. También descubrí que en aquel lugar que Jacqueline llamaba casa, solo pude ver fotos de su hija, la que ella llamó hermana, su madre y otros familiares. No vi una tan solo foto de Jacqueline con alguien que pudiera ser su marido. No le pregunté nada… desde ese día había quedado más que claro que no debería cuestionar nada en relación con este.
Me sirvió un coctel y Jacqueline sabía de mis gustos y tenía una botella de Chivas Regal. Nos tomamos una copa más, aunque Jacqueline nunca tomaba este tipo de licor, lo de ella eran los vinos finos y de preferencia eran los oscuros como el merlot. Ese día llevaba puesto un pantalón color café con una blusa de tono pastel rosa. Se miraba juvenil y sensual, pues a través de aquella tela se podía ver esa marca que le ceñía una pequeña tanga. Me dijo que se acomodaría y minutos después salió vistiendo un pantalón corto de esos que te dejan ver los cachetes de sus pronunciadas nalgas. Llevaba una camiseta desmangada y un bustier de color negro que realmente me abrieron el apetito sexual. Había visto esas pierna muchas veces, pero no sé si por la luz o por los tragos me parecieron más apetecible que nunca… unos muslos bien definidos y sensuales que apuntaban a esas curvilíneas de sus nalgas. Me gustaba su perfume y ese olor de su vino en su boca. Ella me hizo una invitación a ponerme cómodo y me propuso que me tomara un baño y me encaminó y en esos pasos me mencionó que me tenía otra sorpresa.
Obviamente pensé en el sexo, sentía que este día me daría todo lo que por meses atrás hemos venido calentando. Me metí a la tina y comencé a ducharme y había dejado la puerta del baño abierta. Ella llegó de nuevo y vi su silueta por el cristal corrugado que no te deja ver claramente y escuché su voz diciendo: Te traje los calzoncillos que te regalé y aquí tienes una bata… no quiero ver al señor Zena con los mismos típicos pantalones de vestir, ese típico ejecutivo de empresa que siempre eres. – No me fije y pensé que era la bata de baño de su marido, pero minutos después Jacqueline me hizo saber que había mandado a bordar la bata con mi nombre. Solo estaba con la bata con ese típico cinto amarrado a mi cintura y vistiendo un calzoncillo prácticamente transparente el cual solo sostenía mi verga, pues no cubría nada.
Jacqueline puso algo de música y ella era muy fanática a esos grupos de rock en español de la época: Mana, Los hombres G, Enanitos verdes, etc. Música que aprendí a escuchar con ella y que luego aprendí también a disfrutar. Recuerdo comenzó con sus besos apasionados, esos que con su lengua me insinuaban que trascenderían a más allá que besos. Le gustaba estar sentada de frente sobre mis piernas y esta vez me abrió la bata y me comenzó a besar el cuello y los pectorales: Recuerdo sus cumplidos en sus coquetas palabras: -Sabes Antonio que eres un precioso muñequito… que mujer no le encantaría estar en mi puesto. – Bajó a mis pectorales, creo que era la primera vez que lo hacía. Yo besaba también su cuello y miraba su piel erizarse y ya cuando había salido se había quitado la camiseta desmangada y solo tenía su bustier y mamaba sus tetas a lo que dejaba descubierto. Quise removerlo, pero Jacqueline intervino diciendo: -¡No se me desespere don Antonio, vayamos paso a paso! – No lo entendía, pues llevamos en lo mismo por meses.
Jacqueline me fue acorralando a un lado a uno de los brazos del sillón donde acomodé mi cabeza, ella siempre arriba sobre mí, bajaba por mi abdomen y besaba mi ombligo. Podía sentir sus tetas al nivel de mi verga y pensé que me daría el primer oral. Nunca me había visto la verga, siempre la había sentido erecta sobre la tela de mis pantalones cuando friccionaba su conchita en ella o en sus nalgas. Esta vez la descubría solo protegida por esas mallas que ella me había regalado y con una erección que ella podía ver plenamente. La vio muy cerca de su rostro cuando tenía su rostro al nivel de mi ombligo y me dijo: ¡Nunca me la imaginé así de grande… se siente grande, pero sí es muy grande!
Ya tenía toda esa zona húmeda de mi líquido pre seminal y por primera vez Jacqueline la toca sobre mis calzoncillos. Con el índice y dedo de en medio me la toca y le da una especie de masaje mientras la ve erecta y me mira a los ojos de nuevo con esa mirada de la lujuria. Yo me mantengo a la expectativa, pues no sé cómo Jacqueline va a proceder y si nuevamente me dejará con los huevos hinchados. Realmente me desilusionó cuando me dijo: Debo tomar un baño frío, me has provocado una calentura. – Se levantó y se metió a su habitación y realmente me sentía frustrado. Escuché la regadera y mi erección se bajó. Por curiosidad entré a su habitación y curioseé su armario brevemente y su buró principal. No había señales que algún hombre viviera ahí. Me acerqué a la puerta del baño pues Jacqueline la había dejado abierta y vi su silueta desnuda restregándolo con una especie de trapos coloridos. Me sentía tan frustrado que, si hubiese tenido mi coche, me hubiese ido sin despedirme, pero estaba en una zona residencial y ni la dirección tenía para que me recogiera algún taxi. Me vestí y cuando Jacqueline salía con un camisón de dormir semi transparente donde podía ver la tanga que llevaba puesta me dice:
-¿Qué haces?
-Pues me visto… ¿Me podrías ir a dejar al estacionamiento de la compañía?
-¿Estás enojado? ¡Está bien, ahora te llevo!
Salió con una bata y no nos dijimos mucho. Llegamos al estacionamiento y solo le deseé la buenas noches y dijo algo así con un tono de engreída: ¡Como tu quieras! -La vi salir del estacionamiento en su coche rojo encendido y yo llamé a mi desahogué seguro en ese momento, a la rubia Grace, quien comenzaba a vivir su nueva soltería y siempre estaba dispuesta a una buena faena sexual. Grace cuando me abrazó en ese instinto de mujer notó algo y me preguntó: -Fuiste al club de caballeros verdad… vienes empapado en perfume de mujer. A Grace no le importó aquello, me comenzó a besar y ella misma me desnudó hasta encontrar los calzoncillos transparentes que esa noche me había obsequiado Jacqueline. Ella solo dijo: ¡Mira que bonita sorpresa! – y comenzó a darme tremenda felación. Con Grace fui a relajar la excitación que me provocó Jacqueline esa noche. Ese día determiné que ya no continuaría con su juego e intenté ignorarla, aunque era un tanto imposible, pues conocía mi oficina, sabía cómo encontrarme. Creo que Jacqueline se creía la única coca cola del Zahara. Y pasaron algunos meses.
Continúa.