Finaliza la película que decidimos mirar antes de dormir, decepcionados con las cabezas en las almohadas nos quejamos mutuamente de la calidad de la misma, en la que se presentan una serie de situaciones con la intensión de ser humorísticas como excusa para inmiscuir a un grupo de hermanas de un convento medieval en variadas escenas pseudo-eróticas. Coincidimos en nuestra opinión sobre no saber si el objetivo de la obra era incitar alguna pasión y, de serlo, sólo funcionaría para una monja porque nosotros necesitábamos algo un poco más… picante.
Apagas el televisor y en la oscuridad nos disponemos a descansar, el silencio se apodera de la casa señalando que los niños duermen profundamente en su habitación, nos damos nuestro beso de buenas noches y nos abrazamos como de costumbre cuando realizas el siguiente comentario:
—Quisiera contar con unos días solos en casa, a veces durante la tarde me caliento y…
Esa oración que dejas colgando con una infinidad de posibilidades, que caen en mi imaginario como si volcaras un cántaro de escenarios hipotéticos que fluyen por mi espina como una corriente que se distribuye por todo mi cuerpo, encendiendo la sensación que las novicias fallaron en alcanzar.
—¿Cómo es eso de que te calientas a la tarde?
Cuestiono luego de una prolongada pausa, negándome a que dejes tu declaración inconclusa, mirando en retrospectiva las situaciones del día, busco el instante donde eso había sucedido y soy incapaz de notarlo, me interrogo a mi mismo sobre cuál había sido la circunstancia disparadora de tu sentimiento.
—¡Vamos, dime que ha sido!
Insisto con la esperanza que me cuentes que fue lo que te provocó. Tú generas esas sensaciones en mí a diario, varias veces, de la forma que menos te imaginas y saber que las situaciones particulares que te llevan a ese lugar me hace creer de algún modo que el juego no esté tan desparejo como pensaba.
—No lo sé, no es algo puntual. A veces te veo haciendo tus cosas y pues…
Me invade esa emoción indescriptible que se manifiesta en la parte posterior de mi cabeza y se dispara hacia las puntas de mis extremidades. Una reacción que sólo tu induces, la cual no puedo discernir si es amor, lujuria o la amalgama entre ambas. Mi deseo de poseerte es tal que podría arrancarte la ropa en este momento. Entretanto lo proceso, vuelves a romper el silencio.
—Si igual en ese momento no podemos hacer nada. Y al fin y al cabo no sé si hubieras querido
—Déjame que te confiese una cosa, siempre tengo ganas. Tu simple presencia frente a mi me llena de deseo en cada instante que te veo, siempre quiero satisfacerte. Soy tuyo y te pertenezco.
Acaricio tu mejilla y te doy un beso nuevamente, esta vez más largo y apasionado, enredo mis dedos en tu cabello y te mantengo pegada a mi. Rozo tu cuello que siempre encontré irresistible y me acomodo dispuesto a cerrar los ojos hasta el amanecer.
Entonces te arrodillas sobre el colchón, mirándome desde arriba mientras te quitas la camiseta y expones tus pechos. Yo permanezco acostado cara arriba cuando me descubres por completo quitando las sábanas, empujándome de nuevo a esa posición cuando intento incorporarme para luego recorrer mi torso con tus dedos, que como cargados de electricidad se aventuran para quitarme la única prenda que llevaba puesta y exhibir mi sexo a tu disposición. Propicias una suave caricia para consolidar mi rigidez y te apresuras a completar tu desnudez removiendo tus bragas con elegancia. El deseo aumenta en ambos al atestiguar nuestra piel contorneada apenas por unos escurridizos rayos de luz del tenue alumbrado público que se cuelan entre las cortinas.
Decidida gateas hacia mi rostro y apoyas tus manos en el cabecero, pasas por encima de mí y aprisionas mi cabeza con tus muslos para colocar tu vulva sobre mi rostro. Comienzas a mecer tu pelvis adelante y atrás, haciendo que tus labios se estimulen con los míos, mientras veo desde ese ángulo en contra-picado, el balanceo de tus senos que armoniosamente acompañan tu movimiento provocando una excitación cada vez mayor.
Uno mi lengua a la acción para aumentar el estímulo en ti y desafiar a tu clítoris en un contra movimiento. Percibes el placer en tu vagina que se dilata y humedece elevando la llama, nuestros corazones palpitan con fuerza, la frecuencia de la respiración se incrementa y la tuya se deja escuchar al mismo tiempo que ahogas la mía dentro de ti. Dejas caer el cabello en tu rostro y arqueas tu espalda en una danza de sensualidad divina y aceleras el ritmo en sincronía, mi exaltación se agudiza cómo un hormigueo en mi miembro que palpita ansiando penetrarte, pero en este momento estás en control e ignoras mi placer para utilizarme como tu juguete, concentrando tu accionar sólo en tu propio placer, pero tu dominación tiene el mismo efecto en mi que mi boca tiene en tu entrepierna.
Comienzas a jadear y rebotar con más violencia sobre mi cara, embarras en ella un cóctel de flujo y saliva que se escurre por los lados en busca de las sábanas. Siento las leves contracciones espasmódicas que anticipan tu orgasmo hacerse presentes, agitada te mueves con intensidad, percibes las olas estimulantes que se irradian hacia todo tu cuerpo, presionas uno de tus pezones con vigor para disparar tu placer al límite, tus ojos se dan vuelta y te curvas hacia atrás. Saboreo tu ambrosía al fluir hacia mi garganta, sofocado por tu pubis que me aprisiona sin escapatoria.
Me liberas después de un momento sin aire que percibí demasiado extenso, haciéndote a un lado y dejando los rastros de tu pasión despegándose de mis fauces. Te acurrucas en mi hombro y extiendes tu brazo sobre mi pecho, con tu dulces caricias liberas un suspiro de satisfacción en mi oído, te acurrucas junto a mi y me das tu beso de buenas noches, dejándome al borde del colapso en lo que sería el principio de una nueva noche de desvelo.