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Jacqueline: La coqueta y erótica Jacqueline (Parte 4)
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Tiempo de lectura: 6 minutos

Jacqueline para ese almuerzo no me decepcionó. Vi su automóvil rojo Toyota Célica cuando entró al estacionamiento. Ella bien podría llamarme minutos antes de llegar o desde el estacionamiento para que yo saliera, pero siempre hizo lo mismo; entraba hasta mi oficina y salía conmigo apoyada de mi brazo. Nunca me dejó conducir o que la llevara en mi coche el cual según Jacqueline era un aburrido y con apariencia de viejo el Ford Taurus que la compañía me daba como parte de los viáticos de ser el gerente regional. Para mí su coche nipón era un tanto incómodo, pues debería hacer todo el asiento hacia atrás y cuidar de no golpearme la cabeza cada vez que entraba en él.

Se había sometido a mi pedido y llevaba puesto el mismo vestido, sin usar maquillaje y no sé si me permitiría corroborar que no llevaba bragas, pues fue otra de mis peticiones, pero me gustaba como se veía a pesar de que se miraba un tanto pálida pues no llevaba absolutamente ningún color artificial. Creo que fue la primera vez que entraba y salía de mi oficina con una velocidad empujada para que la gente de la compañía no la viese con la misma vestimenta… creo que esa era su mayor preocupación en ese momento. Ese día iba eufórica y muy bromista y fue ella la que me mencionó acerca de esa petición que le hice que no llevara bragas. Jacqueline comenzó la plática:

-¿Imaginas que no llevo bragas verdad? ¿Quieres comprobarlo?

-¡Me gustaría! ¿Adonde?

-No se me desespere don Antonio… ese que sea la cereza del pastel y, como usted sabe el postre se come, por último. ¿Puede esperar media hora por lo menos? -me lo decía sonriendo.

Ya para este tiempo conocía los tonos de su ánimo. Me llamaba Antonio o don Antonio en forma de broma, o señor Zena cuando era sarcástica o irónica y aprendí que me llamaba Tony cuando se molestaba. Tuvimos un buen almuerzo donde siempre hacía una rápida digestión con la alegría y coquetería o las insinuaciones cachondas que, como dije antes conforme pasaba el tiempo se volvían más frecuentes e intensas. Ese día como siempre nos habían dado una mesa para cuatro en una especie de cubículo el cual estaba bloqueado hasta el techo y solo se tenía acceso por uno de los lados. Para este tiempo ya no nos sentábamos de frente, Jacqueline siempre se sentaba a la par mía en la parte interior contra la pared, en esta ocasión fue, al contrario, ella me pidió que quería estar a la orilla, en la entrada. Yo me recosté en la pared para estarla viendo. Me pidió a que subiera mi pierna por sobre el asiento acolchonado y posó mi zapato izquierdo por sobre sus piernas. Ella comenzó con sus pláticas subidas en el morbo:

-¿Qué medida de zapatos usas?

-11.5 o 12 (42 a 45 en Europa). -le contesté.

-¡Asustas! – se sonríe de una manera morbosa.

-¿Por qué asusto?

-Nunca has escuchado que, según el tamaño de tus pies, es el tamaño de tu miembro viril.

-Algo así he escuchado. -y también le sonreí.

-Desde esta curva del pecho de pie hasta la punta de tu dedo gordo, de ese tamaño debe ser… por lo menos 25 centímetros si no me equivoco. – Y de una forma morbosa me sobaba por sobre la punta de mi zapato y me daba una mirada picara.

-¿Te gustaría descubrirlo y ver si es una realidad?

-¡Obviamente que si mi amor! Pero no quiero pensar en eso, pues no quiero confundir esta hambre con el hambre de sexo.

Luego Jacqueline retomó la experiencia que tuvimos meses antes y donde me permitió tocar su hirviente sexo. Ese día había deslizado mi mano para acariciar su sexo entre sus pantalones y descubrir como ella decía que estaba excitada con los besos que nos dábamos. Nunca le penetré su sexo con mis dedos, pues no me dio mucho tiempo y solo pude sentir sus labios y tocar su pequeño clítoris y ella me había interrumpido. Realmente estaba muy mojada y creo que para todo eso, pues sus jugos eventualmente traspasarían hasta la tela del pantalón y quería evitarse esa incomodidad. No sé cómo se la aguanto, pero paró mi accionar y al igual yo, ese día me había quedado como dice ese dicho americano que lo traduciré de esta manera: Me quedé con los huevos azules. – Jacqueline me hablaba de ese momento.

-¿Recuerdas ese día en tu oficina cuando nos besábamos y me tocaste?

-¡Cómo no recordarlo! Me has dejado con los testículos adoloridos.

-¡Ay pobrecito! El señor Zena se quedó sufriendo. ¿Te fuiste al baño a jugar contigo mismo?

-¿Y tú que crees? Sabes Jacqueline… nunca me ha gustado la autosatisfacción. Realmente no es para mí.

-¡Wow… has de ser un súper hombre! ¡Único!

-¿Y tú?

-¿Yo qué? ¿Qué si me fui a jugar conmigo misma? Cariño, yo no soy un ser de metal como a alguien que conozco. Yo me fui directa al baño a sacarme todas esas emociones que me provocaste. Y no es la primera vez.

-¿Cómo? ¿A qué te refieres?

-¡A que lo he hecho en varias veces pensando en ti! De hecho, como te le dije un día, cuando mi marido me coge, siempre imagino que eres tú haciéndomelo.

-Jacqueline, ¿qué hace tu esposo, a que se dedica?

-¡No hablemos de mi esposo! ¡Perdón que lo haya traído a la conversación!

Realmente estos momentos con Jacqueline siempre me sacaron de la presión de mi trabajo, totalmente me olvidaba de los problemas de la oficina. En ese momento me hacía la idea de que era como ir a club de caballeros local y gastarme mis $100.00 o $150.00 dólares, pues eso era el costo de los restaurantes donde íbamos, pero por suerte por esos días me iba muy bien, algunos se los cargaba a la compañía como parte de mis viáticos y otros que la misma Jacqueline pagaba. Recuerdo ese día en el restaurante comenzó a bromear con la mesera quien era una chica no más mayor que Jacqueline, pues según ella, esta chica llegaba y babeaba al verme. Yo reía con sus invenciones, pero una vez se le cruzaba algo por la mente no lo desechaba hasta que estaba satisfecha. Se sonrió con esa mirada picara y me hace una señal con un parpadeo y le dice a la mesera:

-¡Disculpa! – y se dirigió por su nombre y continuó. – Quiero pedirte tu opinión sincera…

-Dígame, ¿en qué le puedo ayudar? – le cuestionó amablemente.

-Ves a este caballero… es mi acompañante de renta. En otras palabras, le pago a una agencia para que él salga conmigo. – La muchacha miraba a Jacqueline incrédula.

-Usted… ¡difícil de creer! Usted es una mujer muy guapa para que pague por compañía.

La muchacha estaba ruborizada y creo que lo estaba más yo que ella. Pero así era Jacqueline, era una montaña rusa de emociones que nunca me dejó de sorprender. Lo decía con una seriedad y nunca se le escapó o se salió del drama de la sorpresa. Ya de por sí era penosa la situación, pero Jacqueline iba siempre más allá, pero esta vez no solo ponía en la cuerda floja a la pobre mesera, sino que yo también me sentía en ella. Jacqueline le contestó:

-¡Si… sé que soy una mujer algo atractiva! Pero… no lo hago… bueno déjame te explico. Sabes lo que dicen por ahí acerca de la medida de los zapatos, pues mira estos… -y Jacqueline me tomó de la rodilla y me hizo elevar mi pie de nuevo a sus piernas.

-¡No entiendo! – y la chica volvía a ruborizarse.

-Eso que dicen que, así como es el tamaño del pie así de grande su herramienta.

-¡Si… algo así dicen! -le contestó con una sonrisa nerviosa.

-Bueno, pues uno de mujer tiene también sus fantasías… siempre he querido sentir una así… -Y Jacquelin me sobaba el dorso del zapato. -Y continuó. – Pues quería tu opinión y hemos quedado que tú nos servirás como un árbitro y nos someteremos a tu decisión.

-¿Cuál decisión señorita? ¡No entiendo!

-Pues ya sabes, realmente quiero probar eso que tú te imaginas, pero yo le ofrezco $300.00 por media hora y el insiste que le de $500.00. ¿Tú que dices? Crees que vale los $500.00 o está bien que se conforme con $300.00.

-¡Ay, señorita… no sé qué decir!

-Bueno… recuerda que nos someteremos a tu decisión.

-¡No sé! En que apuro me ha metido señorita. No sé qué decir…

-Ok, Martita… solo mira esa cara, mira ese cuerpo e imagínate su instrumento. ¿Vale $300.00 o $500.00?

-Para que no quedé ni en lo uno o lo otro… ¿Por qué no $400.00? -Dijo la mesera para salir del lío.

Realmente la mujer hasta sudó y cada vez que llegaba a la mesa se ruborizaba y actuaba con mucha inseguridad. Llegó el colmo de Jacqueline que en una de esas con esa carita angelical y picara le dijo a la muchacha de nombre Marta: ¡Gracias Marta por darle fin a nuestra negociación! Luego te paso su tarjeta de presentación pues si algún día requieres de sus servicios. -Realmente me hizo ruborizar y a reír, pero sus impertinencias no terminarían ahí, y me presentó su morboso reto:

-¿Quieres corroborar que no llevo bragas?

-Si… obvio. En eso quedamos.

-Pues desabotóname el vestido cariño… -Y Jacqueline puso una de sus rodillas en el asiento y se puso parada frente a mí.

-¿No será más fácil solo subirte un tantito el vestido?

-No señor Zena… Si quiere corroborarlo, desabotóneme desde arriba hacia abajo.

-Jacqueline, hay mucha gente pasando… ¡Nos pueden ver!

-Tony, ¿realmente me quieres follar?

-Si… por eso estoy aquí.

-Ok… Entonces comienza por el botón de arriba, pues si quieres el botón de abajo, es solo eso lo que tendrás que hacer.

Realmente lo pensé unos segundos, pues no podía de dejar de sentir cierta tensión pues aquel lugar estaba conglomerado. Luego supe que Jacqueline había decidido sentarse a la orilla con ese propósito, pues con ese vestido de mezclilla inclusive todo desabotonado, nadie más que yo podría verla. Le desabroché uno a uno y creo que conté siete en total y pude ver que no llevaba brasier ni bragas. Su monte venus estaba totalmente depilado y apenas pude ver el comienzo de su conchita desde ese ángulo. Ella lo llevaría aún mucho más allá poniéndole más tensión al momento:

-¿Quieres probar la cereza del pastel cariño? ¿Te atreves?

-¿Cómo?

-Agáchate… acércate… nadie nos verá… no hay nadie en el momento.

La tenía frente de mí en un restaurante conglomerado mostrándome sus pechos y su sexo. No lo pensé mucho y me dejé llevar por la excitación. Le di un pequeño beso a sus dos pezones a la ligera y bajé a besar su coño, como ella me lo había nombrado en alguna ocasión. Sentí ese olor embriagante de su concha y saboreé el exquisito sabor de su sexo.

Continuará.

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