Os traigo la historia de un caballero de reluciente armadura tan mujeriego encontrará una sorpresa en la atractiva joven que encontró en uno de sus viajes e intentara conquistarla. ¿Cazador cazado?
Cenaron en una taberna donde las mesas, sillas, barra, paredes, techo… era todo de madera y agradable, los juglares sonaban de fondo. Él escuchando embelesado la dulce voz de ella, hipnotizado por sus preciosos ojos mientras la escuchaba. Se tomaban las manos con delicadeza, se acariciaban los brazos, mientras se miraban a los ojos, desatinando las palabras. Todo un poco a propósito, un poco dejándose ir. Fallándoles la respiración, desconcentrados.
Él se dio cuenta de que por varias horas había llegado a descansar la cabeza, olvidándose de la misión.
Después de una buena cena y mientras sonaban las gaitas y tambores, fueron a bailar entrada la noche, en un sitio íntimo y tranquilo. Bailando muy pegados. Calentándose hasta quemarse. Él, apretando el culo de ella mientras se meneaban, moviéndose embriagado, dominado por la danza de sus caderas. Dando vueltas y más vueltas, despacio. Despacio. Nervioso con el roce de sus labios contra los de él, recibiendo sus besos entre risas, como pequeños picotazos. Con la mirada perdida contemplando su sonrisa radiante, seductora y arrebatadoramente atractiva. Atontado mirando cómo ella se apartaba, con un gesto de cabeza, el pelo de la cara. Respirando deprisa cuando entre paso y paso le hablaba al oído, con susurros que le acariciaban la lívido. Embriagado oyéndola decir que le apetecía…
Aunque ya no quedaba casi nadie en el restaurante, se retiraron a un rinconcillo, porque no podían ya resistir el deseo de abrazarse y besarse, entre dos árboles que hacían de vigas del restaurante, sin prisa, sin detenerse. Embelesados al besarse penetrando con las lenguas, tragando su saliva, mordiéndole ella, chupándola él…
Con el hormigueo en el cuello de los dientes de ella, él volvía a sentirse seducido, a gusto, derivando en sensaciones. ¿Podía estar realmente seguro de que ella no era una guerrera de sus enemigos y que todo estaba preparado desde el principio? Todos los detalles en que se había fijado desde el primer día revelaban todo lo contrario: La forma de encontrarse en el camino, aquella hoguera en el bosque, había tenido muchos momentos para deshacerse de él.
¡Qué demonios, demasiado rebuscado! Llevaba muchas semanas sin apenas rozar a una mujer, y ahora que podía pasarlo bien con una increíble y delicada dama, empezaba a dudar. Abandonó ese pensamiento.
En la habitación de la posada, la abrazó por detrás, acariciándola con manos fuertes y con delicadeza. Quitándole la ropa, pausadamente. Ella dejaba que las manos de él empezasen a viajar por su cuerpo mientras la desnudaba. Desnuda. Desnudo. La depositó suavemente sobre la cama. La cubría de besos, deslizaba su lengua por todo su cuerpo, saboreándolo.
Todo le llevaba a sentir un control absoluto. Las yemas de sus dedos recorrían cada centímetro de su piel, dando placer lenta y suavemente, llenándola de sensaciones poco a poco, haciéndola jadear, haciéndola suspirar profundamente. Llenando poco a poco de deseo irrefrenable toda la habitación.
Tranquilo y seguro de ser el dueño de la situación, sin darse cuenta, las sensaciones le inundaban y se dejaba llevar. Sintió el regocijo inmenso cuando ella lo montaba y cabalgaba sobre él, acariciando su pecho, dominándolo con sus caderas, haciéndole moverse a su anhelo, manejando su cuerpo con pericia; pero ella siempre dejando que él pensara al revés: que era él el que la manejaba la situación.
Al penetrarla y oír cambiar el ritmo de sus suspiros, le subió aún más la tensión. Notando el latido acelerado de los corazones, y todas sus sensaciones. El contacto húmedo y cálido era recíproco. Sus caricias internas, naturales, arrolladoras. Sucumbía ante la explosión de estímulos, perdió el control, y parecía que iba a eyacular con desenfreno. Pero no pudo eyacular ni un poquito, porque ella, por dentro, sabía estrangular el miembro de él sin mover las manos ni las piernas. Fascinante habilidad, ya la conocía, y le gustaba. Después ella, sin perder el control, siguió cabalgando sobre él; sin perder el control, pero vibrando con fuerza, gimiendo, gritando, arañando. La locura.
Sin detenerse, al rato, él sucumbía de nuevo ante los estímulos, perdía el control, queriendo segregar su líquido otra vez, desenfrenadamente. Y de nuevo no vaciaba ni un poquito, porque ella volvía a estrangularlo por dentro. Y así, con su secreta habilidad, iba cortando sus eyaculaciones, permitiéndole casi alcanzar el orgasmo, pero sin dejarle llegar, dominándolo con su cuerpo, manejando el de él a su antojo, haciéndole perder la razón con sus encantos y sus delicias… Así durante lo que parecieron horas, dándole placer, dejándole abandonarse a su delirio, dejándole liberarse de todas sus tensiones, dándole confianza.
A la cuarta sensación en la que iba a salir todo su líquido esencial, él se sentía agotado. No esperaba ya nada peligroso de ella, sucumbiendo una vez más ante la deliciosa suavidad de su piel, ante su anatomía prodigiosa. Ella sabía perfectamente que él estaba tranquilo, y sabía que era el momento de empezar con su plan.
Él estaba tumbado sobre ella en la cama, jadeando. Ella lo acogía entre sus piernas, acariciando con sus muslos los costados de él, pellizcando su pecho con las manos. Mientras lo deleitaba, su brazo se alargó sigilosamente, alcanzando un objeto casi invisible pegado por detrás al cabecero de la cama. Con una mano lo acariciaba, a modo de distracción. La otra mano portaba un pequeño cuchillo. Él no sospechaba ya nada, no sospechaba que los pellizcos sensuales que recibía en el cuello tenían un fin muy concreto. Ella lo hacía enloquecer con estos pellizcos, conocía sus zonas erógenas a la perfección, y era capaz de doblegar la voluntad de cualquier hombre entre sus caderas.
Era el momento de conducirlo al orgasmo. Sus caricias aumentaron, aceleró el ritmo de sus caderas, notando cómo él empezaba a perder el control, sin dejar de mordisquear. Entre un pellizco y otro, él no notó una punta finísima y corta rodeaba su cuello, buscando una pequeña arteria con precisión perfecta. Ella sincronizó la maniobra con el acercamiento al orgasmo de él. Sabía lo que tenía que hacer con su miembro para hacerle perder el control, para hacerlo eyacular con desenfreno.
Lo apretó fuerte entre sus caderas, friccionando su miembro hasta la locura de atar, pellizcándolo con voluptuosidad enloquecedora. Esta vez ella no lo iba a detener, no lo iba a estrangular, al revés, friccionaba rápidamente para provocar el brutal vaciado de sus genitales. Él eyaculó con la fuerza de una bestia. Y justo al tiempo, ella deslizo, sin cortar, aquel pequeño cuchillo por el cuello de él. Increíble, una maniobra de guerrera profesional conocedora de sus capacidades. Él estaba extasiado en su orgasmo, que solo notaba el frio acero por su cuello.
Ella le dio vuelta con fuerza, para cabalgarlo encima, con ímpetu lujurioso, quizá no estuvo disimulando todo el rato, al fin y al cabo. Agarrando las manos de él, lo sujetó con fuerza contra la cama.
"Puedo vencerte, y te he vencido, te he vencido…". Su deliciosa voz retumbaba en toda la habitación. Descabalgo de él dejándose caer a su derecha y mirándole a los ojos le volvió a repetir que “lo venció”, que sabía que era un mujeriego pero que consiguió desmontarle con sus movimientos.
Él la abrazo y la reconoció que sí, que jamás pensó que una mujer lo podía dominar tanto física como mentalmente.
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