Nota: este relato está basado en la fantasía de una lectora. Tras leer un relato se puso en contacto conmigo. Estuvimos intercambiando distintos correos. Y en uno de ellos me confesaba una fantasía. De ese correo nace este relato mitad ficción mitad realidad.
Como cada noche me siento delante del ordenador a dejar volar mi imaginación. Intentando plasmar mis fantasías sexuales en forma de relatos. Al abrir el correo electrónico tengo algunos mensajes de lectores y lectoras. Uno de ellos llama mi atención.
Marta, lectora asidua que solía dejar comentarios en la página, me enviaba lo que era una de sus últimas fantasías. En las que yo también era protagonista. Es muy morboso que una lectora se monte sus pajas mentales con uno. Seguimos intercambiando correos aquella misma noche y la cosa llegó a un nivel en el que ella me proponía cumplir esa fantasía.
Nos organizamos una vez comprobamos que vivíamos relativamente cerca uno de otra. Acepté encantado la propuesta de desplazarme hasta su ciudad pese a las dos horas de coche. La cuestión era quedar en un local céntrico para después ir a su casa y cumplir con uno de sus sueños húmedos.
Yo sería quién la reconocería a ella por unas fotos que me había enviado. He de decir que me sorprendió comprobar que estaba mucho mejor en persona que en fotos. Una morenaza de altura superior a la media. Su cara de rasgos marcados le daban una belleza felina. Unas buenas tetas y un culo excelente completaban un excitante conjunto.
Al acercarme y presentarme ella también quedó gratamente sorprendida. Pese a mis 46 años, 16 más que ella, era físicamente muy superior a sus expectativas. Y es que disto mucho de ser un "viejo". Soy bastante alto, delgado, sin estar musculado si me mantengo en buena forma. Y mantengo cierto tirón entre las mujeres.
Nos dimos dos besos y alabamos nuestros físicos antes de sentarnos a tomarnos nuestras consumiciones. Lo más difícil en estas situaciones es romper el hielo. Marta se mostraba más nerviosa que yo. No en vano, la propuesta de esta idea había salido de ella.
La conversación trató sobre los relatos que, a fin de cuentas, es lo que nos había llevado hasta allí. Luego siguió por las experiencias que habíamos tenido cada uno. Llegó un punto en el que no podíamos retrasar más lo inevitable. Así que tras pagar nos dirigimos hacia su casa, apenas un par de calles de la cafetería donde nos habíamos citado.
Mientras subíamos en ascensor hacia su piso fue el momento en que me puse nervioso. Marta, se dio cuenta y se acercó para besarme por primera vez. Aquella desconocida, que se definía en sus correos como una zorrita viciosa, me estaba comiendo la boca antes de entrar en su casa para cumplir su fantasía.
Cuando se abrió la puerta del ascensor se dirigió a la puerta 2B. Antes de abrir la puerta me acerqué a ella por detrás y apreté su culo y le mordí el cuello. Ella tiró la cabeza hacia atrás y suspiró.
Una vez dentro de su casa fue ella quién me buscó para comerme la boca. Con su mano apretaba mi nuca, acercando nuestras cabezas. Yo recorría con mis manos su cuerpo:
-Vamos al dormitorio. -Me dijo llevándome de la mano.
Allí era donde consumaríamos su fantasía. Ese sueño erótico que me había confesado en un correo. Entré en aquel dormitorio matrimonial donde parecía todo preparado. La cama vestida con unas sábanas blancas. La persiana casi cerrada para evitar la mirada curiosa de cualquier vecino. Una luz tenue, cálida y confortable. A los pies de la cama, en la pared, un espejo grande donde reflejar nuestras más íntimas pasiones. Y por fin, en una esquina junto a la ventana, su marido. El personaje imprescindible de la fantasía.
Marta soñaba con ser follada delante de su marido al tiempo que éste lo grababa todo sin poder intervenir. Reconozco que en cuánto supe de la fantasía me excité y me compadecí del pobre cornudo. Mi lectora era una auténtica puta. Y se excitaba con la posibilidad de que su marido la viese con un desconocido.
El tipo se levantó de la silla sin saber si me tenía que dar la mano, abrazarme o pasar de mi. Fue un momento un tanto embarazoso y es que no es lo mismo hacer a alguien cornudo en secreto que estando él delante. Opté por un saludo rápido y pasar de él.
Marta y yo nos miramos. Nos acercamos y nos besamos apasionadamente mientras el marido comenzó a grabar con su móvil. Pronto nos olvidamos y comenzamos a desnudarnos mutuamente. Yo mordí los carnosos labios de la lectora antes de bajar las tirantas de su vestido. Ella me desabrochaba la camisa y acariciaba mi torso.
Ante mi quedaron dos tetas grandes que desafían a la gravedad ayudadas por un sujetador rojo. Las liberé de su prisión de tela y quedaron expuestas, retadoras, con un pezón rosado y puntiagudo que emergía de una aureola del mismo color. No dudé en abalanzarme sobre ellas. Arrancando los primeros gemidos de la lectora y suspiros cómplices de su marido. Besé, lamí y succiones cada uno de aquellas fresas hasta que se endurecieron de placer entre mis labios. Los mordí levemente cosa que Marta me agradeció con un grito de placentero dolor.
La mujer me separó, y sin dejar de mirarme se arrodilló ante mi dispuesta a devolverme el placer. Bajó mi pantalón y quedó ante mi bóxer negro que difícilmente podía contener mi erección. Marta se recreó en aquel bulto y acercó sus labios. Me mordió la polla sobre la tela de mi ropa interior. Lo hizo varias veces, recorriendo el tronco hasta el capullo. Cuando, por fin, bajó la prenda mi pene saltó como un resorte ante sus ojos:
-Dios… -fue lo acertó a decir.
Mi polla, recta y con las venas marcadas, es de un buen tamaño y considerable grosor. Marta la agarró con su mano, calibrando la circunferencia:
-Joder, qué buena polla. -Lo que entendí era mayor que la de su marido.
La mujer tiró de la piel hacia atrás liberando un capullo gordo, de color rojo intenso. No lo dudó y pasó su lengua de fuego desde abajo, por todo el troco, hasta el capullo. Su marido se acercó a nosotros para grabar como su mujer le comía la polla a un desconocido ante sus propias narices. Y además lo disfrutaba. Yo me sentía como un actor porno. La verdad es que me excitaba sobre manera tener a un cornudo grabando a la puta de su mujer mamándomela.
Gemí cuando Marta escupió en mi capullo y se la fue tragando hasta la campanilla:
-Así joder. Así perra, chúpame la polla.
La mujer no parecía importarle lo más mínimo que la insultara. Comenzó un movimiento de cabeza ayudado por su mano. El sonido líquido de la mamada y mis gemidos de placer eran lo único que se oía en aquel dormitorio:
-Qué bien la mama tu mujer… joder. Sigue putita, sigue.
La agarré por la cabeza y comencé a follarle la boca sin compasión. Marta trabaja como una auténtica profesional. Mientras su marido no pedía detalles con la cámara de su móvil. Su mujer, arrodillada, le comía con hambre la polla a un completo desconocido con el que contactó por internet. Sus grandes tetas se movían al son que le marcaba mi polla entrando y saliendo de su boca.
Aquello era demasiado y mi cuerpo comenzó a sentir que le llegaba un orgasmo. Tensé mi musculatura y aceleré el movimiento de cadera contra la boca de Marta. Un grito anunció que me corría. Un largo chorro de semen inundó la boca de mi lectora. El siguiente decidí que debía caer contra su preciosa cara. Otro chorro de viscoso líquido cruzó desde su barbilla hasta su pómulo, cerca de su ojo.
El tercero lo dirigí hacia sus tetas. Dejando una marca blanca en sus pezones rosados. Por fin, me ofreció de nuevo su lengua para que depositara en ella mis últimas reservas. Apretó sus labios entorno al capullo y succionó para terminar de beberse mi néctar. Cosa que agradecí:
-Vaya mamada que me has dado, guarra.
Mientras Marta terminaba de saborear mi lefa, su marido sacaba primeros planos de mi corrida sobre su cara y sus tetas:
-Has estado muy puta Marta. Me ha encantado. -su propio marido alaba las artes mamatorias de su mujer.
Luego no se cortó en recoger mis restos con sus dedos y ofrecérselos a ella. La lectora chupó los dedos de su hombre manchados de mi semen hasta que no quedó nada en su cara y sus tetas. El hombre se las ingenió para seguir grabando ese momento.
Todo ese espectáculo morboso que me ofrecía el matrimonio lo presencié desde la silla donde le tipo había estado grabando. Además de servirme como recuperación:
-Bueno putita, ahora te toca disfrutar a ti. -le dije a Marta poniéndome de pie.
La tumbé en la cama y terminé de desnudarla.
Agarré su tanga y tiré de él descubriendo un coño rasurado, de labios finos y aroma embriagador. Por su raja manaba un flujo que no dudé en lamer pasando la lengua de abajo a arriba. Marta suspiró y llevó sus manos a las tetas. Las amasó, se pellizcó los pezones. Los retorció hasta enrojecerlos.
Abrí sus labios vaginales para ver una preciosa vagina rosada. Metí la lengua en aquel ardiente volcán y me manché la barbilla con su lava. Bebí todo lo que manaba para acabar lamiendo su clítoris palpitante. Gordo, erecto. Deseoso de ser mordido por mis dientes. Mi lectora gemía al notar mi lengua jugar con su botón de placer:
-¿Te gusta puta? -preguntaba su marido acariciándose el paquete por encima del pantalón sin dejar de grabar.
-Sí. Joder. Me gusta que me coma el coño y tú lo veas.
Yo seguí paseando mi lengua por cada pliegue de aquella cueva de placer mientras Marta se retorcía de placer agarrada a mi cabeza:
-Sigue cabrón. Muérdeme el clítoris. Qué comida de coño.
Seguí lamiendo, cada vez a más velocidad, el clítoris al tiempo que lo tenía trillado con los dientes. Cuando noté que Marta se tensaba y arqueaba su cuerpo introduje dos dedos en su ano. Con movimientos circulares fui jugando con su ojete sin dejar de chuparle la pipa del coño. Marta no pudo más y se corrió de gusto en un sonoro orgasmo.
Casi sin darle respiro, me situé sobre ella y la penetré. Fuerte, duro. Muy profunda. Ella gritó. Mi polla le había llegado hasta el fondo de su vagina. Seguí percutiendo haciendo llegar mi capullo muy dentro de Marta. Ella gemía, gritaba y se agarraba a mi espalda clavándome las uñas. Su marido, que ya se acariciaba la polla (sensiblemente más pequeña que la mía), seguía grabando el polvo de su mujer con un extraño:
-¿quieres polla? Puta. -preguntaba lascivo yo.
-Sí, cabrón. Clávame esa verga gorda que tienes.
-¿Te gusta que tu marido nos vea? Perra.
-Sí, soy tu perra. Fóllame duro para que nos grabe, maldito perro.
La coloqué de perrito y me recreé en su espectacular culo. Ella lo movió para mi deleite (y el de su marido). Le di un par de nalgadas antes de agarrarla por las caderas y penetrarla fuerte. Mi polla notaba como aquel coñito no estaba muy abierto lo que aumentaba mi sensación de placer. Comencé a follármela muy fuerte. Oyéndola gritar como la zorra que era:
-Toma puta. Grita para que te grabe tu marido, guarra.
Nos habíamos colocado frente al espejo. Tiré de su melena haciendo que su cabeza se alzase y pudiera verse reflejada. El espejo nos devolvía una excitante imagen en la que mi cuerpo cubierto de sudor se movía tras ella penetrándola como su marido no había conseguido nunca. Ella, de perrito, con la cabeza hacia atrás veía como sus tetas se balanceaban con cada golpe de cadera que le clavaba mi polla en las entrañas. Los insultos que le decía conseguían excitarlas cada vez más. Y todo seguía grabado por el móvil de su marido que ya se pajeaba ante ella:
-Me corro puta, me corro.
-Échamelo dentro, cabrón. Quiero tu leche dentro de mi coño.
-Ahhhh, qué guarra eres joder. Toma perra, toma mi leche.
Ella, que se había masturbado llegó al orgasmo conmigo. Caímos rendido. Su marido seguí grabando a su mujer. Estaba abierta de piernas y de su coño salía parte de mi corrida blanquecina. Sin pensarlo, el tipo se colocó sobre ella y le metió la polla. Sin importarle que su coño estuviese inundado por mi lefa caliente se la empezó a follar a pelo. Marta se acomodó y dejó que su marido se la follase:
-¿me quieres follar, cabrón? ¿Te ha gustado verme con un desconocido? Dame fuerte joder.
El marido no pudo más y se corrió dentro del coño. Igual que había hecho yo minutos antes. Mi lectora estaba rendida. Era la primera vez que se le corrían dos tíos dentro. Casi en silencio me vestí y con una fría despedida me largué.
Tres meses después recibí un correo de Marta. No habíamos vuelto a hablar desde aquel día. Me decía que estaba embarazada y que no sabía de quién. Si su de su marido o de mí, pero que habían decidido no saberlo.
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