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Diario de una puritana (Cap. 11): La boda de Piti
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Tiempo de lectura: 10 minutos

El tiempo pasó y las heridas fueron cerrando.  Tanto Mafe como yo rehicimos nuestras vidas, pero el destino nos tenía previsto un último encuentro, que quizá iba a ser el más trascendental de toda nuestra historia juntos.

Al comienzo fue difícil desprenderme de los recuerdos y del deseo por estar con Mafe, pero poco a poco lo fui aceptando. Bien dicen por ahí que el tiempo todo lo cura, y esto no fue la excepción.

Sin embargo, una tarde al llegar a casa me vi totalmente sorprendido con una carta de invitación que había llegado. Se trataba de la boda de Tatiana, la mejor amiga y confidente de Mafe, o ‘Piti’ como ella la llamaba cariñosamente.

Verdaderamente fue algo que me tomó por sorpresa, pues no me esperaba jamás que Tatiana me invitara a algo tan propio y quizá tan íntimo como su matrimonio; no éramos grandes amigos, es más, diría que apenas conocidos.

De inmediato pensé que esto tenía que ser obra de Mafe. Invitarme tenía que haberse dado solamente por pedido suyo. Dudo que habiendo tanto tiempo desde finalizado nuestro noviazgo, y teniendo tanta confianza entre ellas, Tatiana no se hubiese enterado. Era imposible.

Tenía que ser por pedido de Mafe. Era más que obvio. Y esto me puso a pensar de más en ella, por lo menos ese día en que recibí la invitación. Comencé a recordar momentos específicos de los que pasé a su lado. De los buenos y los malos. Llegué a ponerme algo melancólico, aunque fue cuestión de horas, pues al día siguiente desperté habiendo superado esa sensación de nostalgia.

Claro que no dejaba de inquietarme por qué Mafe le había pedido a su amiga que me invitase a su matrimonio. ¿Tendría planeada una venganza? ¿Querría pedirme que volviéramos? ¿Tendría alguna noticia para mí? ¿O quizá solo quería verme y no se atrevía a decírmelo? Le di muchas vueltas en mi cabeza, pero ante la incertidumbre solo podía calmarme y esperar al anhelado día en el que resolvería el misterio de esta inesperada invitación.

Decidí invitar a mi mejor amiga, de toda la vida, para que fuera mi acompañante en el matrimonio de Tatiana. No quería ir solo, más todavía cuando suponía que Mafe iría en compañía de alguien, y yo no podía quedarme atrás. Claro que, pensándolo bien, era un plan bastante estúpido, pues Daniela, al ser mi amiga de toda la vida, era conocida por Mafe, y ella sabía bien que entre nosotros no había nada más allá de una amistad.

Alquilé un smoking blanco, que no sé si era adecuado para la ocasión, pero siempre me había hecho ilusión lucir uno, así que me di el gusto. Gusto que terminaría con sabor a poco luego del “tremendo banquete” que me iba a dar en la recepción de la boda.

La noche anterior estuve muy nervioso, como si fuera yo el protagonista del evento, pero nada que ver. Sencillamente lo estaba por el hecho de ver a Mafe luego de tanto tiempo. Desde que terminamos solo nos habíamos visto un par de veces. La primera de ellas tan solo unos días después de finalizada la relación, en una de esas jornadas en que Mafe recogió sus cosas de mi casa para apartarse de mi vida para siempre. La otra fue un encuentro casual en el centro de la ciudad, que nos dio tiempo para tomar un café y charlar por un rato fugaz.

A pesar de que la ansiedad se apoderaba de mí, decidí llegar a la mitad de la ceremonia, más que todo para no tener que soportar toda la retahíla de la misa. La iglesia estaba a reventar, por lo que fue imposible saludar a los novios más allá del benevolente cruce de miradas al final de la ceremonia. Tampoco pude encontrarme de frente a Mafe, aunque en la recepción de la boda ya habría momento para ello.

De hecho fue imposible no hacerlo, pues los novios habían previsto sentarnos en la misma mesa. Para mí tenía completo sentido, pues no sabía en qué otra mesa podían incluir a alguien como yo. También entendí el plan de Mafe, que tal y como lo avizoré, había ido acompañada, de quien parecía ser su nueva pareja. Era una especie de pulso para demostrarme que había superado nuestra ruptura, que lo había hecho de mejor manera que yo.

Me pareció ciertamente infantil que tuviese un gesto así, pero entendía también que muchas veces, para reafirmar la confianza en uno mismo es necesario acudir a este tipo de argucias, y así quedarse tranquilo.

No voy a negar que la vi hermosa, radiante, sencillamente espectacular. Su cabello estaba suelto, completamente lacio, y tan radiante como nunca antes. Su cara sin evidenciar imperfección alguna, evidentemente ayudada por un buen maquillaje que habría tardado horas en aplicarse, pero esencialmente fundamentada en lo terso de su piel, pues Mafe era una de esas chicas que gasta grandes cantidades en cremas rejuvenecedoras y demás. Aunque lo mejor de verla esa tarde fue su vestuario. Mafe llevaba puesto un vestido rosa o fucsia, no sé bien cómo definir la tonalidad, pero lo cierto es que dejaba al descubierto su espalda, demostrando a la vez lo sensual que puede ser esta zona sin ser una de las que una mujer esté pendiente de embellecer; a la vez que exponía gran parte de sus siempre elogiadas y deseadas piernas. Era un vestido en una pieza, que se ceñía a la perfección a su bien concebida silueta.

Y si bien el vestido la hacía ver sensual y distinguida, a la hora de sentarse la hacía ver apetecible, pues parecía como que sus piernas se desparramaban hacia los costados, como tratando de escapar de la asfixia de un vestido pensado para evocar al pecado.

De su novio debo decir la verdad, era un tipo agradable aunque ciertamente introvertido, muy risueño y acomedido, pero un tanto empalagoso de tanto servilismo. No recuerdo su nombre, no estoy seguro, si no me equivoco era Hernán. Algo que por el contrario se me haría inolvidable era su cara de monaguillo, de niño bueno. Estaba hecho casi que a pedido de Mafe, por lo menos aparentaba ser un alma de dios.

Sus actitudes y su forma de expresarse también confirmaban ese carácter blando, sumiso y santurrón. Me preguntaba de dónde lo habría sacado Mafe, y más aún, me preguntaba si este sujeto sabía lo calentorra que podía ser su novia.

Yo lo sabía a la perfección, y es innegable que desde el primer momento que vi a Mafe esa tarde, surgieron pensamientos sucios en mi mente. Un cruce de miradas con ella me iba a confirmar que el sentimiento era mutuo. Pero posiblemente se trataba solo de deseo, de malos pensamientos, de ahí a la acción hay un buen trecho, más todavía con el obstáculo que implicaba la presencia de su novio en el lugar.

Claro que mi deseo fue en incremento, y en mi cabeza tomó el carácter de irrenunciable e innegociable la posibilidad de fornicar con Mafe esa misma tarde. Tendría que pensar la forma de distraer a su novio, a la vez que la forma en que iba a seducirla, la estrategia para crear el instante adecuado para llevar a cabo esa fantasía.

Daniela fue esencial para lograr mi cometido. Durante la cena le comenté mis intenciones, y ella, como buena confidente, se ofreció para distraer al inocente novio de Mafe. Su plan no era muy elaborado, consistía básicamente en sentarse junto a él, darle conversación y compartir una buena cantidad de tragos. De hecho, yo fui parte de esa conversación en un comienzo, básicamente con la intención de retarle para beber, pues no parecía un tipo muy habituado al consumo de licor.

El diagnóstico fue acertado, Hernán fue entrando rápidamente en un estado de ebriedad. Supe que podía confiar en Daniela, dejar en sus manos la creación de la distracción para concretar mi anhelado plan.

Le propuse a Mafe bailar. Era algo que yo disfrutaba y que sabía que ella también, por lo que difícilmente se negaría. Su novio no era muy amigo del baile, y menos sufriendo dificultades para conservar el equilibrio. “Ve tranquila que yo te lo cuido”, le dijo Daniela a Mafe cuando ella le comentó a su novio que estaría bailando un rato.

Mafe era una mujer verdaderamente hermosa. Bailar una vez más con ella me permitió estar cara a cara para apreciar su rostro, la profundidad de su mirada, sus carnosos y apetecibles labios, su fina y delicada nariz, e incluso las imperfecciones de su piel, que, por lo menos a mí, me hacían percibirla más bella.

No dudé en expresarle lo hermosa que se veía esa tarde, ni lo bien que olía, ni lo mucho que le lucía ese vestido. A lo que ella respondió con su sonrisa y un tímido gracias.

El baile me dio la oportunidad de juntar mi cuerpo con el suyo, y con ello de evocar a la memoria un momento que seguramente resultó fascinante y trascendental para ella.

-¿Te acuerdas que la primera vez que lo hicimos nació de un roce involuntario de nuestros cuerpos?

-¿Cómo me voy a olvidar?… Es más, si te digo, recuerdo la fecha exacta de ese día. Aunque dudo que te pase igual a ti, respondió ella

-Tienes razón, no puedo recordar con exactitud la fecha, pero si recuerdo cada detalle de esa noche, que también fue maravillosa para mí

Guardamos silencio por unos segundos, seguimos bailando con nuestros cuerpos pegados, y mi erección fue en constante crecimiento. Era más que evidente que Mafe sabía lo que estaba provocando en mí.

Yo procuraba, mediante el baile, llevar a Mafe hacia un punto ciego para su novio, a un lugar en el que le resultara imposible vernos. Poco a poco fui logrando mi cometido, llevar a Mafe a una de las esquinas del recinto, esquina en la que el ángulo y el constante flujo de personas haría prácticamente imposible que Hernán controlara visualmente a Mafe. Una vez ahí me aventuré a besarla, encontrándome con la grata respuesta de su complacencia. Mafe fue tan partícipe del beso como yo. Claro que cuando nuestras bocas se separaron me preguntó “¿Qué haces?”, como quien no quiere la cosa.

No respondí nada, por lo menos de palabra, apenas le hice saber con mi mirada que no creía en lo más mínimo en su reclamo. Inmediatamente volví a besarla. Al finalizar ese beso, y acariciando su pelo por detrás de su oreja, le dije:

-No sabes cuánto te he extrañado Mafe

-¿Y entonces por qué me dejaste?

-No te dejé Mafe, te liberé de compartir tus días con alguien que no está hecho a tu altura

-Suena muy lindo, pero no responde a mi pregunta ¿Por qué decidiste terminar con lo nuestro?

-Siento que de alguna manera te estaba utilizando, pero no vale la pena ahondar en ello, no es necesario arruinar este momento recordando algo tan ingrato como eso. Solo quiero que nos dejemos llevar, que vivamos esto como un último encuentro.

-Pero Hernán…

-Hernán no tiene por qué enterarse, dije interrumpiéndola antes de que la invadiera la sensación de culpabilidad.

La tomé suavemente de una de sus mejillas y de nuevo nos sumergimos en un largo beso. Claro que esos tiernos besos fueron convirtiéndose en un frote constante de nuestros cuerpos, fueron transformándose en la expresión mutua del deseo de juntar algo más que nuestros labios, nuestras almas.

Volvimos a la mesa donde estaban Daniela y Hernán, aunque solamente de momento, más que todo para disimular. Mafe le comentó a su novio que me acompañaría a fumarme un cigarrillo y enseguida estaríamos de vuelta. Claramente era un embuste, ya que yo no fumo.

Hernán, evidentemente afectado por el licor, asintió con la cabeza y siguió en su conversación con Daniela.

Hicimos el amague de salir del recinto, aunque rápidamente volvimos a entrar y nos encerramos en uno de los baños. Estos eran amplios y aseados, no eran los típicos cubículos, sino que eran un cuarto como tal, y lo mejor de todo es que había muchos, por lo que no íbamos a sentir el apuro de alguien que en verdad necesitara el sanitario.

El vestido de Mafe nos facilitó mucho las cosas, fue cuestión de subirlo un poco para ponerme manos a la obra. Sabía que no contaba con mucho tiempo, pero para mí era inconcebible no besar la vagina de Mafe. Lo había hecho en gran cantidad de ocasiones, sabía de lo mucho que ella disfrutaba de esto, y no estaba a renunciar a la posibilidad de ponerme cara a cara con su coño una vez más, que además podría ser la última.

La adrenalina se apoderó de Mafe, y su vagina humedeció rápidamente. Fue cuestión de segundos para que mi lengua sintiera el correr de sus fluidos. Habían pasado casi que un par de años desde la última vez en que había sentido emanar ese ardor de su coño, y era tan espectacular, tal y como lo recordaba.

La subí sobre el mesón del lavamanos para que estuviese cómoda al momento de recibir la estimulación de mi lengua sobre su clítoris. Mis manos se movían casi que con desespero por sobre sus piernas, manejando tal grado de ansiedad que no sabía dónde posarlas, donde situarlas para sentir en todo su esplendor las bondades de sus piernas.

Una vez que me puse en pie, cara a cara con Mafe, le di un corto beso antes de tomarla entre mis manos para darle vuelta y apoyarla contra el mesón. Una vez en esa posición, empecé a pasear una de mis manos por sobre su vulva, a la vez que la besaba por el cuello.

El espejo me permitía ver sus reacciones, sus gestos, a la vez que sus pequeños senos una vez que baje con cierto grado de agresividad la parte de arriba de su vestido.

Bajé ligeramente mis pantalones para permitir la salida de mi miembro, e inmediatamente penetrarla en esa posición. Fue un instante que, creo, los dos esperamos por un largo tiempo. Era sencillamente majestuoso el hecho de volver a sentir su apretado coño, húmedo, caliente y hambriento de placer.

Ella gemía con cierto grado de confianza, pues la música seguramente haría imperceptibles sus gemidos para las personas al exterior del baño. Yo la interrumpía ocasionalmente con besos, besos largos, llenos de mordidas de labios, de sonrisas ante el juego complaciente de su lengua o de la mía.

Pero lo mejor estaba por venir. Fue cuestión de darle vuelta, situarla cara a cara y volverla a penetrar. Fue en ese entonces cuando pude volver a verla al rostro en un momento de máximo disfrute, fue ahí cuando pude verle sus gestos de pervertida, su cara de lujuria, de placer y de deseo; era esa seguramente la cara de la tentación, de satán; tan rechazado y temido por alguien como Mafe, pero a la vez tan viviente en sus carnes y en su ser.

Claro que lo que terminó sacándome de quicio fue ver el ver sus carnes blandas rebotando al ritmo de mis empellones, tan frágiles, tan endebles, tan femeninas; que inevitablemente no pude contener la descarga al interior de su coño, tal y como ella lo añoraba. Ciertamente fue algo osado, quizá atrevido, pues ya no éramos pareja, no sabía si ella planificaba, y si ese gesto pudo resultarle incómodo. Pero su silencio cómplice me hizo creer que no había problema en ello.

-¿Estás saliendo con Daniela?, preguntó Mafe mientras se acomodaba el vestido

-¿Con Daniela? Obvio no. No estaría contigo si fuese así, estaría con ella. Bien sabes que es mi amiga

-Ah, pues pensé. Como viniste con ella

-Pero eso no quiere decir nada. Vine con ella para no sentirme inseguro, pues no sabía que te traías entre manos

-Bueno, ya viste lo que me traía entre manos

-¿Cómo así? ¿Tú planeaste esto?

-No exactamente así, pero sí

-Mirá, y yo planeando durante la cena como concretar este momento, y tú ya lo tenías más que estudiado.

-No tanto. Sabía que era cuestión de insinuarme un poco, de provocarte, y luego tú harías el resto.

-Hasta eso extraño de ti…

-¿Y entonces por qué no volvemos?

-Mafe, porque eres mucha mujer para un pérfido como yo

-Bueno, no voy a insistirte para que me expliques por qué te sientes tan mal contigo mismo. Pero ya sabes, de mi parte sabes que el deseo por arreglar lo nuestro existe. Aunque puede que no sea algo eterno.

Dudé mucho en ese momento. Me quedé viéndola mientras se acomodaba su pelo frente al espejo, a la vez que pensaba lo mucho que me había costado superarla, lo difícil que me había sido desprenderme de su recuerdo, y lo canalla que alguna vez fui con ella.

-Tenemos que salir a comprar un cigarrillo. Si no huelo a tabaco, tu novio no se va a creer la historia que le contaste. Además que nos puede ayudar a tapar el olor a sexo que nos quedó impregnado.

-Dudo que se dé cuenta. Está muy ebrio como para pensar en ello

-Bueno, tú eres la que lo conoce…

Regresamos a la mesa y allí estaba Daniela, con su mentón recostado sobre una de sus manos, escuchando los delirios y la predica de un creyente radical y desaforado, No hubo el más indicio de sospecha por su parte respecto a Mafe, era evidente que confiaba ciegamente en ella.

La velada concluyó con una despedida que pareció un hasta siempre, aunque el destino nos tendría por lo menos un par de encuentros más. Claro que ahora en circunstancias hasta ahora inimaginables, por lo menos para mí.

El primero de esos encuentros se dio aproximadamente cinco meses después de la boda de Tatiana, y sinceramente fue algo que me dejó estupefacto. Días antes del mencionado encuentro, Mafe me llamó para invitarme a su ‘baby shower’. Yo no podía creer lo que estaba escuchando, Mafe estaba embarazada.

Días después, al concurrir a su invitación, lo constaté con mis propios ojos. Mafe estaba en cinta. Su creciente barriga era prueba evidente de ello.

Enterarme de su embarazo fue algo que me dejó helado, pues aunque asumía como superada nuestra relación, entendía que ser madre junto a Hernán la iba a alejar de mí para siempre. De todas formas lo asumí con hidalguía, entendiendo que Mafe estaba en todo su derecho de rehacer su vida, como quisiera y con quien se le antojara.

Luego, cuando nació el bebé, me invitó a conocerlo. A partir de ese momento empecé a atar cabos, y a comprender la realidad de las cosas. Los tiempos coincidían con el polvo de la boda de ‘Piti’ y con el desarrollo de su embarazo. Además que el niño poco y nada se parecía a Hernán. Claro que a esa edad encontrarles parecido es ciertamente complejo. Mafe tampoco me comentó nada, dándome a entender así que el niño era producto de su unión con Hernán, aunque en mí siempre vivió la sospecha de que esto no era así. Claro que tampoco tuve nunca la intención de averiguarlo, si Mafe asumía que lo había tenido junto a Hernán, no habría alegato de mi parte

Tampoco fue grato ver la transformación que sufrió Mafe, pues aunque suene cruel, el embarazo le deformó esa bonita silueta que tiempo atrás me produjo tanto pensamiento lujurioso. Su papada creció, sus senos también, aunque rápidamente fueron cuesta abajo, su cintura se desvaneció, y sus caderas, que siempre fueron generosas en carnes, empezaron a adquirir rasgos de obesidad.

Era evidente que la atracción física había desaparecido, y a esta altura el cariño también, pues tanto tiempo distanciados hizo imposible la supervivencia de un amor que alguna vez pareció inagotable, pero que ahora solo podía interpretarse como el afecto que se tiene a alguien que alguna vez fue cercano. Algo así como una amiga lejana.

Hoy, habiendo pasado tantos años, lo único que realmente me atormenta de lo que pudo ser, pero nunca fue, es lo relacionado a la entrega de su culo. Hernán era un tipo bastante inocente y fervoroso como para pedirle ese capricho, pero Mafe es tan caliente, tan golfa y tan buscona, que dudo que se muera sin experimentar el placer de haber sido penetrada por el culo.

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