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Fóllame cariño, métemela hasta el fondo
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No era la primera vez que le había visto mirarme en el autobús,  sabía que ya me había dibujado entera y siete meses después, dos veces al día era mucho tiempo para que no supiera de memoria mis medidas, me había visto con prácticamente todo mi vestuario, habíamos pasado del invierno a la primavera y ahora le tocaba al verano, no negaré que al principio me asusté e incluso estuve tentada de decírselo a mi marido, pero era un chico joven, muy joven y en cierto modo me sentía halagada.

Hace ya tiempo mi marido, me convenció de ir en autobús al trabajo en vez de coger el coche y ya hace más de un mes salgo corriendo de casa o del trabajo para no perder ese autobús, algo me impulsa hacerlo, no sé quizás me gusta que me mire, que se siente a mi lado y que sus ojos se paren en mi escote observando y adivinando como será mi sujetador o si mis pezones son grandes o pequeños, me encanta verle mirar mis piernas, subir hasta mis caderas pasando por mis muslos y entreteniéndose en mi sexo, intentando adivinar si llevo bragas o tanga, si son de encaje o no, si son negras, blancas o de cualquier otro color.

Soy una mujer de 50 años y que un chico joven se fije en mí me agrada, me encanta y hace sentirme joven otra vez como cuando mis amigas y yo teníamos que apartar a los chicos para poder pasar, soy una mujer guapa y creo que sigo teniendo un bonito cuerpo, pero no quiero engañar a nadie, tengo los años que tengo y estas niñas que van junto a nosotros en el autobús son bastante más guapas que yo, con sus bonitos pechos redondos, duros y turgentes, con esas caderas bien definidas, con esa piel estirada y sin embargo él, se fijaba en mí y eso me seducía.

El tiempo pasa y yo cada vez me arreglo más para estar más guapa, el verano ha hecho acto de presencia y la ropa que llevo es cada vez más sugerente, cada vez tiene que adivinar menos cuando me mira, hoy es lunes y no le he visto ni al ir ni al volver del trabajo, el resto de la semana lo paso buscándole entre la gente, en la parada en la que él se suele subir, pero no le veo, ese fin de semana algo me pasa, estoy triste, distraída no hago caso a mi marido aunque él a mi hace tiempo que me olvido como mujer.

Por la noche sueño con él, con aquel joven y el tanga se me llega a humedecer, mi vagina se llena de flujo y necesito que alguien alivie mi quemazón, mi marido está junto a mí en la cama, le seduzco, casi obligándole a que me folle y casi dos minutos más tarde pienso que no ha sido una buena idea, no ha servido de nada, ya no es tampoco ningún jovencito, le quiero mucho, pero como amante nunca fue su fuerte, entrar y salir sin ningún tipo de juego preliminar y ya se corría, dándose la vuelta resoplando y durmiéndose, esa había sido mi vida sexual con él.

La semana empieza igual, de lunes a jueves él no está y cuando había perdido toda esperanza de volvérmelo a ver el viernes aparece, mi cuerpo experimenta una felicidad inusual, parezco una adolescente con todas las hormonas revolucionadas, se sienta a mi lado y me saluda con un simple. “Hola, ¿cómo estás?”, es la primera vez que hablamos, tiene una voz dulce, el olor de su perfume me embriaga, lleva un pantalón corto y una camiseta, una carpeta azul y un paraguas porque anunciaban fuertes lluvias para hoy, en trayecto no paramos de hablar, tiene 22 años, estudia periodismo por las mañanas y trabaja de becario por las tardes, llega su parada y con una amplia sonrisa me despido, él se me queda mirando, me sonríe y se despide con un hasta luego.

Hasta luego, esas dos palabras más su sonrisa me persiguen todo el día, mirando como una colegiala las manillas del reloj solo pensando en la hora de salir del trabajo y volver a casa y… ya es la hora, ya son las siete y salgo corriendo para no perder el autobús, sonriendo casi riendo como una niña tonta, hace calor, pero el cielo tiene un color plomizo, ha estado llovido todo el día y ahora parece que va a descargar bastante agua, las primeras gotas empiezan a caer cuando me doy cuenta del olvido del paraguas en la oficina, me niego a volver y empiezo a correr hasta la parada del autobús para resguardarme de las primeras gotas que mojan mi blusa blanca y mi falda verde oscura, una falda corta por encima de las rodillas.

Ya en el autobús son solo dos paradas y pongo mi bolso en el asiento de al lado como guardando el sitio y cuando le veo entrar no sé por qué me levanto y le llamo para que se acercara, su mirada se clavó en mí desde un principio como extrañado, pero enseguida la conversación fluyo y mi pequeño desliz de un deseo se ocultó tras las primeras palabras.

Fuera, cada vez llueve más y con más intensidad, parece que se ha hecho de noche en un momento, la gente corre a resguardarse de la lluvia y pienso en alto como voy a llegar a casa de empapada, Luis que así se llama mi joven admirador me ofrece su paraguas, es más me ofrece acompañarme y no lo puedo permitir, pero está convencido de ello, llega su parada y no baja, llega la mía y los dos salimos al amparo de su paraguas.

Un paraguas demasiado pequeño para los dos, un paraguas que para no mojarnos teníamos que estar muy juntos, tanto que paso su mano por encima de mi cuello para que no me mojase, un paraguas tan pequeño que le tuve que abrazar y apoyar mi cabeza sobre su pecho para no mojarnos, al principio nuestro andar era rápido, de mi casa a la parada tan solo había tres calles, pero llovía con tanta intensidad que sus esfuerzos por que no me mojara fueron en balde, en la segunda calle ya íbamos calados hasta los huesos y empezamos a pasear riéndonos ante aquel torrente de agua.

Ya solo tenía que cruzar la calle para entrar en el portal de mi casa, pero algo nos impedía separarnos, a la vez que nos acercábamos más al portal, más despacio íbamos y antes de llegar a mi casa, justo antes, casi frente a mi portal hay un pequeño callejón estrecho y oscuro con una pequeña cornisa y allí me pare con él para despedirme con un beso en la mejilla hasta el lunes, Luis se dio la vuelta y empezó a desandar el camino y yo le miraba al resguardo de aquella pequeña cornisa cuando le vi pararse y darse la vuelta.

Me empezó a mirar de arriba abajo, estaba calada, la blusa blanca pegada en mi cuerpo transparentándose el sujetador de encaje, mi falda pegada a mis muslos y el pelo totalmente mojado caía sobre mi espalda, mi cara llena de gotas de lluvia mirándole con deseo, un deseo irrefrenable y nerviosa pensando en lo que deseaba le veo cerrar su paraguas, su camiseta completamente mojada y pegada a su cuerpo, dejando ver la fortaleza de sus músculos, la lluvia le cae por la cara y allí parado me mira fijamente.

Con paso firme se acerca a mí y sin mediar palabra me coge de la cintura abrazándome y besándome, a ninguno de sus movimientos me opuse, todo lo contrario, mis brazos rodearon su cuerpo deslizando mis manos por su espalda mojada, todo fue muy rápido me apretó contra la pared apretando mis pechos con sus manos deslizándose hacia abajo y subiendo mi falda, era mucha tensión sexual la que había en ese estrecho callejón, demasiada.

Nuestros cuerpos se juntaban y nuestros sexos se buscaban, rozaba su pene contra mi vulva por encima de mi braga, sentía como mi vagina se había empapado de flujo y nuestras lenguas no paraban de bailar dentro de mi boca, mis manos acariciando su pelo y sus manos por debajo de mi falda agarrando mis bragas y tirando de ellas hacia abajo dejándolas un poco antes de las rodillas y bajándose los pantalones se sacó su pene y guiándola la metió en mi vagina de un solo empujón, la lluvia amortigua el grito de placer que sale en ese momento del callejón.

Mi braga cae al suelo mojado, quitándomelas con los pies y quedándose en un tobillo enganchadas, le abría más mis piernas para que pudiera entrar mejor dentro de mí, subiendo una pierna y apoyándola en un cubo que había en el suelo, sus empujones eran fuertes lanzándome hacia arriba y ahogando mis gritos con una de mis manos, aquel joven me estaba follando bajo la lluvia, llenaba con su pene una y otra vez mi vagina.

La lluvia seguía cayendo sobre nosotros, ya no estábamos en aquella cornisa, habíamos rodado más al interior de callejón amparándonos en su oscuridad, pero incluso desde allí podía ver las luces encendidas de mi casa y me parecía ver a mi marido pasear por la cocina, la lluvia caía sobre mí, llenando mi cara de gotas y estas corrían por mis pechos como en una carrera, ya que Luis me había desabrochado la blusa y subido mi sujetador para poder lamer mis pechos.

Luis sacó su pene de mi vagina y me dio la vuelta, apoyada con mis manos sobre la pared, mi culo en pompa, mi espalda casi horizontal al suelo, Luis subió la falda por encima de cintura y nuevamente buscando mi vagina por detrás, con su pene acariciando mis labios, bajando por ellos como si fueran raíles empezó a penetrarme ahora con más suavidad, agarro mis pechos que bailaban al son de los empujones y de los gritos que estaba profiriendo.

Cada vez más rápido y con más fuerza, aquel joven llevaba follándome más de diez minutos, la verdad que había perdido la noción del tiempo, solo sabía el placer indescriptible que me estaba dando, un placer olvidado y que mi marido nunca me supo dar.

Luis me tenía que bien sujetar por mis caderas con una mano abrazando mi cintura, acariciando rápido y fuerte mi clítoris mientras metía y sacaba su pene de mi interior, una quemazón en el vientre, un no sé qué y espasmos en las piernas hacían que mi vagina se inundara de flujo, saliendo y resbalando por mis muslos, un orgasmo delicioso recorría mi cuerpo, los gritos parecían haber ahuyentado a la lluvia que había cesado.

Luis con fuerza empotrándome contra la pared, metía y sacaba su pene de mi vagina a la vez que me preguntaba mi nombre una y otra vez, la metía tan dentro que mi orgasmo se prolongaba hasta que empezó a correrse en mi interior, eyaculando en mi vagina, sentía sus chorros calientes golpearme, navegar con mis fluidos a la vez que daba pequeños gritos y gruñidos en mi oído mientras apretaba mis pechos.

Poco a poco se separaba de mí, sacándomela y dejando que me vistiera, no habíamos cruzado palabra alguna y seguíamos sin hacerlo, hasta que salimos del callejón y el cielo parecía darnos la bienvenida cuando denuedo empezó a darnos su luz, la gente empezaba a salir de sus casas, volvía la vida a las calles.

Con un beso en la mejilla me despedía hasta el lunes, Luis cogía un taxi y le veía partir, entonces miraba las ventanas de mi casa con tristeza y remordimientos, subía las escaleras y abría la puerta, Pedro me esperaba nervioso, inquieto paseando de un lado a otro y sin hola, ni un beso me soltó.

-Qué hay de cena

En ese momento se me quitaron los pocos remordimientos que podría tener por haberle convertido en un cornudo, a pesar de estar empapada, en la ducha el jabón no tocó mi vagina y en la cama por la noche metía mis dedos para luego olerlos y chuparlos, quería tener su aroma dentro de mí.

El lunes en cuento le vi le hice bajar del autobús a medio camino, ese día lo había cogido de asuntos propios y en un hotel del centro, al resguardo de las miradas indiscretas de la gente, en la habitación del hotel, nos íbamos desnudando.

-Fóllame cariño, métemela hasta el fondo todo el día, haz con mi cuerpo lo que quieras, pero fóllame y dame placer, por cierto me llama Lara y soy tuya.

La tarde llegaba a su fin y seguía cabalgando sobre aquel pene que me había despertado del letargo sexual, ahora Luis tiene 27 años y de momento me sigue follando en la misma habitación de hotel todos los lunes, algunos martes, puede que también los miércoles y quizás los jueves y los viernes.

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