Es frustrante tener cuarenta y nueve años, ganas de polla y que tu marido pase de ti, eso me pasaba a mí y no me quedaba más remedio que matarme a pajas y eso sabiendo que cualquier otro me follaría con solo un chasquido de dedos porque estoy más rica que el pan, ya que soy alta, delgada, tengo buenas tetas y un culo redondo y firme y además soy guapa. Con un cuerpo así y mirando cómo me miran los hombres ser fiel me costaba más cada día, y lo que tenía que ocurrir, ocurrió.
Ya anocheciera. Volvía del trabajo en mi coche y paré a repostar en una gasolinera. Sentada en un banco estaba un muchacho de unos treinta años. En edad podía ser mi hijo. Tenía los ojos verdes y era muy guapo. Le sonreí, me devolvió la sonrisa, se levantó y vino caminando hacia mí. Era de complexión fuerte, su cabello rubio le caía sobre los hombros y llevaba un pendiente en una oreja. Vestía un pantalón vaquero ceñido a sus musculadas piernas, una camisa blanca y calzaba unas botas negras, parecía el componente de una banda de rock duro. Me preguntó:
-¿Vas dirección a Madrid?
-Sí, pero rumbo a mi casa, está a unos kilómetros de aquí.
-Me vale, todo lo que sea ir acercándose a Madrid, me vale.
Cuando cogí de nuevo la carretera el guaperas iba sentado en el asiento del copiloto. Me preguntó:
-¿Casada?
Intuyendo la aventura en vez de decirle que sí, que estaba casada, le dije:
-Separada.
Puso su mano sobre mi rodilla y esperó mi reacción. Al ver que no lo reprendía, su mano se metió bajo mi vestido y subió desde la rodilla por el interior del muslo hasta posarse sobre mi coño. Me preguntó:
-¿Sigo?
No le respondí, o sea, le dije que sí sin decirlo. Tocó mi clítoris por encima de las bragas, lo miré, me sonrió, yo abrí más las piernas y le devolví la sonrisa en un acto de complicidad.
-¿Controlarás si te hago correr mientras conduces?
-No sé, nunca me corrí mientras conducía.
-¿Quieres correrte?
-Es tentador… Sí, quiero. ¡Qué diablos!
Se quitó el cinturón de seguridad, se inclinó y me bajó las bragas para jugar conmigo. Le ayudé subiendo el vestido y levantando mi culo del asiento. Chupó dos dedos y me los metió en el coño. No hacía falta que los chupara, ya tenía el coño mojado. Con dos dedos frotó mi clítoris y los otros dos los metió y los saco, lento al principio, luego fue acelerando, desacelerando, acelerando… Ufff ¡Cómo me estaba poniendo el guaperas! Comencé a gemir cómo una adolescente.
En una recta muy larga en la que no venían coches de frente sentí que me iba a correr, exclamé:
-¡Sí, sí, siii, si, siii…!
Mis músculos vaginales apretaron sus dedos, unos dedos que me hicieron correr con tanta fuerza que mis ojos se cerraron de golpe, mi pie se clavó en el acelerador y el coche se lanzó cómo una bala. La recta se acabó en segundos, el tiempo que tardé en abrir los ojos. Saqué el pie del acelerador mientras acababa de correrme y el coche poco después casi se me cala. Me quitó del paraíso en que estaba otro conductor que me adelantó pitando. Para matarnos, fue para matarnos, más la corrida había sido épica, mi asiento era testigo de ella, ya que mis jugos espesos bajaban por él y se deslizaban hasta la alfombrilla. El guaperas me dijo:
-¿Paramos en un motel?
Poco después estábamos en una habitación de un motel de carretera… Me había quitado la ropa y cuando estaba solo con los zapatos, mis medias, mis braguitas y mi sujetador, todo de color negro, me puso cara a la pared, me besó el cuello al tiempo que me quitaba el sujetador, bajó besando y lamiendo mi espalda hasta llegar abajo, me bajó las bragas hasta las rodillas. Apoyé las manos en la pared. Me besó y lamió las nalgas, luego las abrió, me lamió y folló el ojete con su lengua y me nalgueó sin fuerza. ¡Cómo me mojé sintiendo la lengua entrar y salir de mi ano! Después me dio la vuelta, se levantó y me besó con lengua. Yo estaba acostumbrada a los labios secos y a la torpe lengua de mi marido y el cambio era brutal. Me pareció volver a los veinte años. En aquel momento mi coño ya era una piscina de flujos vaginales.
El guaperas lamió y chupó mis grandes tetas con maestría, las lamió, las apretó y las mordió de abajo a arriba. Al llegar arriba posó su lengua sobre mis gordos pezones, los aplastó, lamió las areolas rosadas y después mamó. Me puso perra, perra, pero perra de verdad. Era un guaperas que comía las tetas cómo un demonio. Cuando creí que iba a sacar la polla y me iba a penetrar, se agachó, me bajó las bragas hasta los tobillos y después lamió las babas que tenía en el coño, con ellas en la lengua se volvió a levantar y me besó. Le eché la mano a la polla y noté que la tenía dura cómo un hierro. Le dije:
-La necesito dentro de mí.
Me respondió.
-Todavía no.
Se desnudó. ¡Cómo estaba el cabronazo! Era todo músculo. El pecho lo tenía rasurado y en él llevaba tatuada la cabeza de un león y un paisaje con montañas al fondo.
Empalmado volvió a ponerse en cuclillas. Abrió con dos dedos mi coño depilado y después lamió un labio, lamió el otro, me metió y saco varias veces la lengua de la vagina y ya comencé a gemir de nuevo. Mis gemidos lo espolearon. Lamió mi clítoris, clítoris que ya tenía el glande fuera del capuchón, lo chupó y poco después me corrí cómo una loba. El guaperas lamió los jugos de mi corrida. No se quería perder ni una gota. Después de correrme mojó en mi coño el dedo medio de la mano derecha, me lo metió en el culo y lamió mi clítoris con la punta de su lengua en una sola dirección, de abajo a arriba, lo lamía apretando la lengua contra él, despacito, luego aprisa y rozándolo. ¡Jesússs, qué bueno era el jodido! Me puso tan, tan, pero tan cachonda que mi coño echaba por fuera. Cuando me volví a correr le tiré tan fuerte del cabello que un mechón de ellos quedó entre mis dedos. ¡Qué corrida! Aun fuera más intensa y más larga que la anterior.
Al acabar me besó, hizo que me agachara y me metió la polla en la boca. La tenía normal y mojada de flujos pre seminales. Lamí su cabeza descapullada, luego la cogí, se la meneé y se la mamé, cómo a mí me gusta hacerlo. Metiéndola en la boca hasta que sus gordos huevos chocaban con mis labios. Estaba tan cachondo que no me duro nada. Se corrió cómo un pajarito y yo me tragué su deliciosa leche. ¡Qué rica estaba! Al sacar la polla de mi boca me volvió a besar, después me levantó cogiendo mis nalgas y me empotró contra la pared, le cogí la polla, se la puse en la entrada de mi vagina, empujó y la metió en el coño de una tacada. ¡Qué maravilla sentir aquella polla dura dentro de mi coño! Eché mis brazos alrededor de su cuello y me apreté contra él.
No quería que se me escapase. Me folló con fuertes embestidas, cada vez que la polla legaba el fondo y me besaba yo movía el culo alrededor para rozar mi clítoris con su pelvis. Su lengua se revolvía dentro de mi boca, yo se la chupaba y lo miraba. ¡Qué guapo era mi amante de los ojos verdes! ¡¡Y qué bueno estaba el condenado!! Con mis tetas aplastadas con su pecho vi cómo se le cerraban los ojos, noté cómo su polla latía dentro de mí y sentí cómo su leche llenaba mi coño. Comenzaron a temblarme las piernas, mi coño estranguló su polla y se la bañé con una inmensa corrida.
Al acabar de correrme, sentada en el borde de la cama, le dije:
-Tengo que seguir mi camino.
-Echemos una hora más. La habitación ya está pagada.
-No puedo, me está esperando mi marido.
El guaperas se me enfadó.
-¡Me mentiste! ¡Me engañaste a mí y engañaste a tu marido!
-Es la primera vez que lo engaño.
Con la polla colgando se sentó a mi lado, me agarró por la cintura, me puso en sus rodillas y me calentó el culo cómo si fuera una niña traviesa.
No le di el gusto de que oyera mis quejidos, más que nada por qué me había gustado. Le dije:
-Eres un puto machista.
-Y -¡Plas!- tú una cabrona.
Me quise poner en pie y me dio sin miramientos.
-Antes de irte te voy romper el culo por mentirosa.
Me reí de él.
-Aplaudiéndolo no vas a romper nada.
Me tiró sobre la cama cómo si fuera un paquete. Lo mire y vi que estaba empalmado. Le iba la marcha, y a mí más, pues me volvieran las ganas.
-Ponte a cuatro patas, mentirosa.
No me iba a poner por las buenas después de ponerme las nalgas al rojo vivo. No quería que me tomara por lo que era en aquel momento, una perra en celo, así que le dije:
-Me pongo con la condición de que no me azotes más.
-¡Ponte a cuatro patas, coño!
Me puse a cuatro paras. El guaperas me agarró las tetas y magreándolas pasó su lengua desde mi clítoris a mi ojete media docena de veces, después siguió lamiendo, pero metiendo y sacando la lengua de mi coño y de mi ojete. No pude evitarlo, comencé a gemir de nuevo. El cabrón hizo sangre:
-¿Gozas putita?
No me iba a callar, le respondí:
-Gozó, cabrón.
-Aún vas a gozar más.
Echó las manos a mi cintura. Frotó la cabeza de la polla en mi ojete y después me metió la cabeza. Estaba tan excitada que entrara sin dificultad, y sin dificultad llegó hasta el fondo. Comenzó un mete y saca delicioso, lento, rápido, lento, rápido otra vez… En mi vida me había corrido con sexo anal, pero al sentir el hormigueo en las plantas de los pies, y al subirme por las piernas supe que llegaba la explosión. Mi ano apretó su polla, y le dije:
-¡¡Me corro!!
Entre sacudidas sentí cómo el guaperas me llenaba el culo de leche.
Llamé a mi marido, le dije que el coche me dejara tirada, donde estaba y seguimos follando cómo dos locos.
Fue una noche maravillosa. No lo volví a ver, pero si lo vuelvo a ver me lo vuelvo a follar, me lo follo como Nuria me llamo.
Quique.