Cuando dejamos la ciudad, nos fuimos a vivir con mi esposo (no tenemos hijos por inconvenientes patológicos), a una chacra en la que mi esposo invirtió el capital que disponíamos de la venta de nuestra casa y ahorros. Mi esposo se dedica a sembrar verduras y frutales, los que comercializa con bastante suerte y capacidad, no sin poco esfuerzo y dedicación.
La dedicación que da a sus tareas nos da pingues beneficios económicos, pero también es cierto, que dedica poco interés a mi persona, tanto que a veces durante meses, no muestra necesidades de sexo a pesar de mis insinuaciones.
—Nos va muy bien, Marga —decía a veces— tenemos unas plantaciones muy buenas, y una calidad elogiosa.
No es una mala persona, pero no consideraba mis necesidades afectivas. He llegado a veces a masturbarme para calmar mis ansias y satisfacerme sin comentarlo con él.
Tengo 36 años, Marcos, mi esposo tiene 56. Soy de cuerpo muy agradable y algunas miradas de hombres me dicen que debo ser atractiva. Mi pelo llega a los hombros con ondas castaño. Tengo el busto firme y la cola bien paradita.
—Mi primo está interesado en mis plantaciones —me dijo un día, mientras cenábamos— mañana vendrá con su socio, pues tiene interés de dedicarse a imitar nuestra tarea, en una propiedad que adquirió.
Cuando llegaron, no paraba el primo de Marcos de asombrarse por los frutales, plantaciones y colmenas que tenemos.
—Me gustaría que me muestres y me expliques las tareas que has desarrollado en esta propiedad —dijo Miguel, el primo de mi esposo— ¿Quieres venir con nosotros a ver los frutales y las colmenas? —le preguntó a su socio.
—No —contestó— a vos te interesa más que a mí. Yo me quedo aquí que está más fresco, haciéndole compañía a Marga.
Es un muchacho de unos 25 años y noté que me miraba la cola con disimulo. Yo me sentía casi feliz, de sentir interés por mí de alguien tan agradable y muy atractivo.
Vimos por la ventana ubicada sobre la mesada de la cocina, como Marcos y su primo se dirigían a las colmenas al fondo de la propiedad.
—¿Querés que te sirva algo fresco? —Le pregunté al muchacho— Hace mucho calor.
—No —me contestó— solo quería quedarme para hacerte compañía y que no estuvieras sola. A veces, te sentirás muy sola, acá en la casa.
Me debo haber ruborizado y gozando las palabras del muchacho. Quizá la ausencia de afecto de Marcos, me disponía a los requiebros intencionados del muchacho. Miré por la ventana de la mesada como mi esposo y su primo inspeccionaban los frutales y las demás instalaciones, que Marcos iba explicando y mostrando.
Sentí a mis espaldas, acercarse a Fabián y haciendo que miraba por la ventana, aprovechó para apoyarme por la espalda.
Tenía puesto un vestido liviano, que me permitió sentir que Fabián estaba algo excitado.
—Me parece que te estás pasando —le dije.
—Te estoy molestando? —preguntó, sin apartarse.
—No es que me molestes —contesté— es que no debes hacerlo.
Como no me separaba del acercamiento, me dijo:
—Todavía tardarán un rato. Eres muy atractiva y me gustas mucho— aseveró.
—Si —dije— a Marcos le encanta mostrar los frutales y las plantas.
Pareciera que mis palabras lo hubieran animado. Sentí que metía su mano bajo mi falda y con la otra mano me tocaba los pechos por el escote de mi vestido. No dije nada y eso pareciera una autorización a avanzar. Me besó el cuello mientras levantaba la falda de mi vestido.
—Hazlo pronto —le dije— estoy excitada.
Mientras yo miraba por la ventana, sentí a mis espaldas, que me bajaba la trusa y su miembro erecto se metía entre mis piernas. Mis ansias desatendidas por mi esposo, me hacían presa fácil de sus avances. Sentí que mi vagina húmeda, recibía ese miembro con ganas contenidas mucho tiempo.
—No te detengas —le pedí— quiero sentirte dentro mío. Así… Siiii… Dios mío, como me gusta. Siii… Asiii por favor… Te necesito.
Él, con un intenso mete y saca, me hizo suya, mientras yo miraba a lo lejos, como Marcos seguía con su primo viendo las colmenas.
Tanto tiempo sin sexo, me hizo llegar al orgasmo intensamente. Sentí su eyaculación dentro mío casi al mismo tiempo.
—Te gustó como lo hicimos? —preguntó— ¿Lo podremos hacer alguna otra vez? Me hiciste muy feliz.
—Y tú a mí —le contesté— trata de acompañar otra vez al primo de Marcos y lo haremos nuevamente.
Me acomodé el vestido pues vi que venían conversando los dos primos. Nos sentamos a la mesa, ambos muy satisfechos.